diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Dar cuenta de este libro inmenso (digo “inmenso” en términos cuali y cuantitativos) mediante una reseña que necesariamente requiere la brevedad, precisa una síntesis, alguna recomendación, parece resultar, después de una primera lectura, una tarea imposible. Se trataría, aventuro, de esos libros que, publicados alguna vez, hacen historia por sí, aun en el marco de la vastísima y destacada producción de sus autores como es el caso de Fredric Jameson. Si la idea de “obra maestra” estuviera en uso cabría como definición apropiada.
Publicado en inglés en 2009, el libro recoge una serie de artículos ya impresos enmedios tan prestigiosos como la New Left Review, la South Atlantic Quarterly o la Science and Society, así como en otros libros del mismo Jameson –Rethinking Marxism de 1998, la introducción que escribiera para la Critique of Dialectical Reason de Jean-Paul Sastre en 2004–, o en compilados por él y otros autores como, con Misao Myyoshi, Cultures of Globalization, también de 1998. Todo se encuentra debidamente referido al final. Pero también aparecen capítulos de factura más reciente –“Los tres nombres de la dialéctica”, “Hegel y la cosificación” y toda la última parte titulada “Las valencias de la Historia”– que dan el soporte a los anteriores haciendo que se trate, verdaderamente, de un libro, una serie de artículos pensados como libro. ¿Una totalidad? Lo que quiero decir es que el hecho de que en gran medida se trate de artículos ya publicados no significa que se encuentren desconectados. Por el contrario, sometidos a revisión por el propio autor, una malla de máxima coherencia sostiene su encadenamiento en tanto capítulos que presentan, explican, ponen a prueba y reinventan viejos planteos: los diferentes hilos teóricos y prácticos que tejen –y destejen– nuestra posmodernidad, para ofrecer(nos) un despliegue utópico. Tal despliegue,lo suficientemente cimentado como para no descartarlo a la ligera, dice que la posmodernidad –la globalización del capitalismo– es el Acontecimiento que leído desde El capital –una filosofía del capitalismo– nos abre las puertas a la emancipación. De alguna manera, insiste Jameson, ahora, recién ahora, estarían dadas las condiciones para una verdadera revolución –él habla de Conspiración– que, por supuesto, nada tendría que ver con todo lo que hasta ahora conocíamos al respecto.
La primera parte, comprendida por el largo primer capítulo “Los tres nombres de la dialéctica” funciona, al decir del mismo Jameson –nota número 68 al pie de esta edición, página 88, de un total de 704– como introducción al volumen pensado ahora como un todo. La precisión de la indicación pretende poner en acto la forma de trabajo de Jameson quien opera sobre los sujetos y objetos que aborda con un nivel de rigor y bisturí que, a veces, llega a la exasperación del lector. Pedagógica y, en los fundamentos dialécticamente, el minucioso recorrido por el tejido teórico-crítico, que a su vez se exhibe en varias dimensiones, con dificultad pueda ser discutido a partir de una primera apreciación. La prosa de Jameson busca llevarnos al lugar del pensar por sí, a cuenta nuestra, antes que imponernos alguna conclusión, pero así como a cada paso el lector cree llegar a una meseta, esa misma prosa se encargará de desarmar los puntos de fijeza que respondan a alguna ortodoxia establecida. Jameson no solo ofrece una historia de la dialéctica aquí sino que la muestra, corrige y reescribe, a lo largo de la historia, mediante la dialéctica como forma de escritura y método de su investigación.
Citar ampliamente parte de la nota número 68, página 88, me exime de intentar un resumen de este, como dije, inmenso libro:
“Los capítulos sobre Hegel buscan dar un argumento a favor de actualidad diferente al que se ofrece normalmente (o al que se rechaza normalmente). El segundo capítulo, y los que siguen, examinan algunos de los clásicos filosóficos contemporáneos desde una perspectiva dialéctica (espero hacer algo similar para Heidegger más adelante), y también argumentan a favor del renovado interés actual en Lukács y en Sastre. Después una serie de discusiones más breves buscan clarificar distintos temas de la tradición marxista, desde la revolución cultural al concepto de ideología; esto es seguido por una serie de discusiones políticas que, si bien documentan mis opiniones personales sobre asuntos que van del colapso de la Unión Soviética a la globalización, sin embargo se proponen demostrar la relevancia de la dialéctica para la política práctica. En una larga sección final, que se enfrenta al monumental estudio de Ricoeur sobre historia y narrativa, trato de suplementar este trabajo introduciendo las categorías dialécticas y marxistas que le faltan, sin las cuales la Historia apenas puede ser experimentada hoy. Sin duda, este libro es algo así como un Hamlet sin príncipe, en la medida en que no tiene el capítulo central sobre Marx y su dialéctica que era de esperar. Dos volúmenes complementarios, comentarios sobre la Fenomenología de Hegel y El capital de Marx, completarán este proyecto.” (Se refiere aquí a Representar El capital, ya publicado en castellano, y otro aun no traducido sobre Hegel).
Si algo cabe agregar es que sobre cada punto, teórico o crítico, Jameson traza y expone respuestas y contrarespuestas que involucran nuevos puntos teóricos o críticos. Y así, junto a una definición y clarificación de la dialéctica hegeliana –entre otras cosas en respuesta a Kant–, revisada y reescrita por Jameson a la luz de las definiciones y práctica marxista, se asiste a la revisión y reescrituras propuestas por Jacques Derrida –Los espectros de Marx entre otros textos del autor– o Gilles Deleuze y Félix Guattari –El antiedipo y Mil Mesetas– lo que a su vez incita, y provoca, una nueva revisión y reescritura jamensoniana. Así siguiendo, sucede lo propio con Lukács, Sastre y Ricoeur por tomar tan solo los citados en su propio resumen, dado que las referencias a historiadores, escritores, escuelas, guerras, libros, revoluciones, eventos varios, conceptos viejos y nuevos, ideas reelaboradas y geografías que abarcan el planeta –hasta una fábrica recuperada y autogestionada en Argentina tiene lugar en su análisis- son constantes y en continua expansión y arborescencia. Hegel, Lukács, Sastre o Ricoeur, sus textos, son tan solo puntos de referencia a partir de los cuales se abre el abanico de la argumentación, las contraargumentaciones con nombre y apellido, la argumentación de Jameson que, cabe decirlo, de ninguna manera cierra el tema sino, más bien, vuelve a abrirlo en nuevas preguntas.
Trataré de acercar más adelante un detalle de la Parte I, Capítulo 1, “Los tres nombres de la dialéctica”, a fin de señalar más específicamente los nudos que se recorren a continuación en cinco nuevas partes: “Hegel sin Aufhbeung”, la segunda, se abre en dos capítulos dedicados a la revisión de la dialéctica en Hegel y sus contemporáneos; “Comentarios”, la tercera, incorpora en cinco capítulos las reescrituras sobre el tema realizadas por el posestructuralismo francés a partir del existencialismo sartreano y, por supuesto, Heidegger como telón de fondo irreductible; “Entradas”, la cuarta, en cinco nuevos capítulos, revisa conceptos fundamentales como “mercantilización”, “revolución cultural”, “dialéctica” nuevamente (en acto para decirlo de otra manera) y también posiciones filosófico-políticas como las de Rousseau y Lenin para terminar en “Análisis Ideológico: Un manual”, escrito por primera vez en 1981, revisado en 1990 y vuelto a reescribir para esta oportunidad a fin de reevaluar sus sentidos operativos; la quinta parte, “Política”, se instala decididamente en el presente a través de cuatro capítulos que abordan el marxismo hoy, la idea de utopía dentro de la posmodernidad y la globalización como cuestión filosófica y estrategia política; la última parte, “Las valencias de la Historia”, un solo capítulo compuesto a su vez de dos partes –ya no capítulos– en torno al hacer aparecer el Tiempo por un lado, la Historia por otro, se lee en íntima relación con la primera parte del libro al punto que, entre ambas, le dan título. Específicamente, la segunda parte de este último capítulo 19 recupera la posición de Jameson que se fue dejando leer en el transcurso de los diferentes análisis, pero ahora de cara al presente, su presente, y nosotros, sus lectores. Una especie de testamento seriamente optimista pese a todo de un Jameson próximo a cumplir ochenta años.
Revisemos, entonces, aquel primer capítulo, parte I, que funciona como introducción a este difícil y magnífico despliegue dado que el punto de partida es, paradójica o dialécticamente en definitiva, el resultado de su exploración. “Los tres nombres de la dialéctica” antes de ofrecer una definición repasa el problema de cómo pudo, como llega a, de qué manera es que… podría definirse la dialéctica según la reposición de diversos horizontes teórico-crítico filosóficos, en el juego discursivo en relación estricta con el espacio y el tiempo en que se generan y aparecen esos horizontes, hasta plantear la idea de dialéctica que el horizonte que se habita en el presente permite o, mejor decir, exige: muchas dialécticas hacia una dialéctica espacial, deconstruyendo la interpretación trivial de la dialéctica hegeliana como tesis, antítesis y síntesis. Hegel aquí es releído por Marx pero también por Nietzsche, Derrida, Deleuze, Bergson o Wittgenstein quienes, a su vez generan relecturas, hacia atrás o, incluso, los costados (otras disciplinas) o hacia adelante, en Engels, Lenin, Pascal, Dickens, Saussure, Foucault, Althusser, Freud, Lacan, Žižek, el arte de vanguardia y de postvanguardia, los infaltables Benjamin y Adorno, si no la escuela de Frankfurt toda hasta Marcuse y Habermas, el Primer y el Tercer Mundo, el romanticismo y tan luego los modernismos y los realismos del siglo XIX, hasta cruzarse con Sastre y el posestructuralismo. Allí, en ese cruce, Bertolt Brecht y Roland Barthes, relación que Jameson trató extensamente en su Brecht y el Método de 1998, recientemente traducido entre nosotros, significó un cruce fundamental dado que, más allá de las personas, dio lugar a un nuevo modo de escritura, un nuevo modo del arte, que vuelve a reunir disciplinas separadas, géneros y, en particular, las distinciones entre teoría y ficción que entre otros fenómenos habría abierto la puerta a una nueva era. En este repaso merece un lugar especial Historia y conciencia de clase al punto que, más adelante, habrá específicamente un capítulo dedicado a Lukács por las precisiones inestimables, e inestimadas por la teoría posterior, realizadas sobre la dialéctica en relación directa con las ideas de “totalidad”, “clase”, “conciencia” y “contradicción”, puestas en nueva correlación con el arte y la literatura sobre las cuales escribió Lukács.
La lista de los autores revisados podría seguir, según lo expone rigurosamente Jameson, así como los hechos históricos en los que podría verse una dialéctica en acción –las diferentes revoluciones socialistas o comunistas, así como el movimiento dialéctico al interior del mismo capitalismo–, pero prefiero saltear estas consideraciones para llegar al aglutinado de definiciones en torno a la dialéctica (¿podría decirse lo dialéctico?) que permite observar el término como sustantivo plural pero también adjetivo con respecto a un método, como mediación pero también relación lógica, positividad y negatividad al mismo tiempo, éxito y fracaso, etcétera, “problemas de escritura [para decirlo] extraordinariamente difíciles, que probablemente se solucionan mejor por medio de la multiplicación de términos que de su supresión” (nota al pie número 36, p.51). El rizoma deleuziano opera aquí sin duda para acercarnos mínimamente a la idea dialéctica que Jameson propone sobre la dialéctica, la que finalmente se explica mejor, por lo que no puede decirse y a partir del trabajo de Brian Massumi (Parables for the Virtual: Movement, Affect, Sensation, del 2002) del que se cita una larga página en esa misma nota al pie. La cita termina en la frase “Lo que se escapa es, una vez más, el cambio” y esto será, de alguna manera, la obsesión jamesoneana a lo largo del libro y también, puedo conjeturar, a lo largo de su vida. Dialéctica/o como adjetivo le permite clarificar momentos de perplejidad no dialéctica y cuestionar procesos de pensamiento establecidos, como por ejemplo el principio de no contradicción, blanco móvil falsamente científico que habrá de ser desmantelado para que lo real tenga lugar, es decir, la contradicción y, entonces, una posibilidad de representación.
Decir aquí que algo “tenga lugar” no se refiere solo a un uso metafórico sino, tal como quiere Jameson, estrictamente espacial, geográfico, reincluyendo las problemáticas del/sobre el Tiempo propias del concluido proyecto Moderno. En este sentido, da vueltas casi todas las conclusiones de los autores que expone, desarma y reconstruye. Así, frente al pesimismo de la catástrofe apocalíptica que significaría la posmodernidad para muchos, él esgrime, como dije, un serio optimismo; y frente a las diversas declaraciones festivas del fin de la historia, el arte, la literatura, y etcéteras varias propuestas por los más frívolos de entre ciertos posmodernos, nos pone a las puertas de un nuevo Tiempo, una nueva historia. Y en ella, entonces, la posibilidad de escribir por primera vez una Historia que habrá que pensar, obviamente, de otra manera o, mejor decir, de otras maneras a como se habría venido pensando hasta ahora. En este lugar, en tanto espacio/tiempo, Jameson recupera las experiencias de la derrota, el fracaso o lo negativo para reorganizarlas, a contrapelo de la ley de no contradicción, junto a triunfo, éxito y positividad y hacer de lo “inconmensurable” la medida de lo que tenemos por delante. Estructura y superestructura, conceptos clave del marxismo, son puestos en juego desde el punto de vista filosófico para pensar su indiscernibilidad y constituirse como modelo/marco del pensamiento dialéctico que, además, se extendería, debería extenderse, sobre todas las ciencias y/o disciplinas, en especial las sociales. En todo caso, apuntará Jameson, lo importante son las preguntas antes que las respuestas a las que pudiese llegarse, optando por la paradoja, la ironía, la contradicción, la antinomia, el dilema o, si se prefiere, la deconstrucción, la diferencia y la repetición, la replicación, entre otras formas de llegar a “soluciones” dialécticas multideterminadas en las que los problemas de la distinción entre lo objetivo y lo subjetivo no son menores, así como tampoco la articulación individuo/sociedad o tiempo/espacio.
Jameson parte, entonces, de clarificar los sentidos que Hegel propone para la dialéctica, dando por tierra con lo que más comúnmente se asoció a lo que se conoce como hegelianismo: es decir, por un lado el pensamiento dialéctico propiamente dicho que se expone en la Fenomenología del espíritu de 1807, por otro, el sentido que adoptó entre sus discípulos y que compartiría su contenido con el de ideología. Recuperar el sentido productivo de la dialéctica en Hegel y rechazar su trivial cristalización (tesis, antítesis y síntesis) será el objetivo académico que atraviesa el libro pero también los libros, y autores convocados en este libro, entre ellos el mismo Marx a través de El capital, una filosofía de la posmodernidad o, más bien, una teoría de la posmodernidad. En esta línea va a reivindicar la constitución de la teoría como “un espacio por fuera de las instituciones y de la repetición de […] racionalizaciones compulsivas” (19), espacio que permite captar los límites de la filosofía como tal, incluyendo la filosofía dialéctica. La teoría “debe ser entendida como el intento perpetuo e imposible de descosificar el lenguaje del pensamiento, y de adelantarse a todos los sistemas e ideologías que inevitablemente resultan del establecimiento de una terminología fija” (19), socavando entre otras la idea de conceptos independientes y autónomos de la historia y la experiencia. Jameson propone pensar una teoría que pueda partir de conceptos conscientemente reelaborados como conceptualizaciones de clase, lo cual produciría una acción al interior de la teoría y, también, al interior de la historia y, entonces, al interior de la historia de la clase de donde se partió. El rechazo busca afirmarse como praxis al dejar los conceptos siempre abiertos y contaminados por lo real. Desde ese espacio se abre hacia la exploración de “otras posibilidades: por un lado, la noción de una multiplicidad de dialécticas locales; y por otro una concepción de la ruptura radical que constituye el pensamiento dialéctico como tal” (20).
Dada por tierra toda fijación o cosificación, rechazada cualquier sistematización doctrinal, Jameson afirma que la toma de posición no significa, sin embargo, olvidar la pretensión de sistematicidad del marxismo ni restringirse al espacio de las disputas textuales, tampoco abandonar los nombres propios (el investimento del ámbito académico) para adoptar otras referencias y un lenguaje despojado de “visión del mundo”. Se trata, en todo caso, de deslegitimar las transformaciones puramente mercantiles del mercado académico así como de rechazar “trascodificaciones” fáciles, de suerte que se ve colocado frente a una contradicción “en la cual no utilizar la palabra es fracasar políticamente, mientras que utilizarla es impedir todo éxito por anticipado”. Es así, entonces, que se propone abrir “una tercera opción”: desplegar un lenguaje cuya lógica interna sea precisamente la “supresión del nombre y el mantenimiento de un espacio para la posibilidad” (23). Es decir, un espacio para el lenguaje de la utopía que avanzaría en el dominio de la disolución de la tradicional dualidad entre forma y materia a través de la reflexión y la autoconciencia, dado que la conciencia de lo otro, al decir de Hegel en la Fenomenología, citado por Jameson, “es ella misma de manera necesaria una autoconciencia […] conciencia de sí mismo precisamente en su ser-otro”. Ahora bien, según aclara, ese intento en Hegel estaría sometido a las pasiones propias del juego entre la individualidad y la universalidad, bajo leyes subjetivas como la “ley del corazón” y leyes universales como la ley de la “astucia de la razón”, en las que, según el mismo Jameson, Hegel “se propone destruir el concepto de ley antes que ofrecer la oportunidad de formular leyes nuevas” (28).
De tal suerte, proyectar un enfoque filosófico de la dialéctica se articula con la pretensión de una exigencia dialéctica diferente: la de totalidad. Y es en esa relación del pensamiento dialéctico con esta idea unificadora que se ubica, dice Jameson, el capitalismo: totalidad y fuerza unificadora, por ello dialéctica, que no se vuelve históricamente visible o representable hasta su propio surgimiento y consumación. Así deberán pensarse usos positivos y también negativos de la dialéctica, dado que la exclusión de alguno de los términos sería una operación profundamente no dialéctica en una explicación dialéctica de la dialéctica, tal como la que se lleva adelante en este libro.
Este primer capítulo se reencuentra en y con la segunda parte del último cuando se “murmuran” las viejas preguntas de Kant –¿qué puedo conocer? ¿qué debo hacer? ¿qué puedo esperar?– “con el matiz representacional feo y burocrático: ¿qué puedo conocer en este sistema? ¿qué debo hacer en este nuevo mundo completamente inventado por mí? ¿qué puedo esperar yo solo en una era absolutamente humana?” (las cursivas son del texto), siendo incapaces, dice Jameson, de reemplazarlas por la única pregunta significativa: “¿cómo puedo reconocer esta totalidad imponentemente extraña como mi propia hechura, cómo apropiármela y hacerla mi propia obra y reconocer sus leyes y mi propia proyección y mi propia praxis?” (694).
La totalidad teorizada por Marx, el capitalismo reiterará Jameson, secular e históricamente original, de aquí en más es el horizonte de nuestro ser, nuestros absolutos inventados, el reconocimiento de nuestro Ser último como Historia. Por lo tanto, consumada su positividad, necesariamente la reposición de la negatividad sería la tarea que nos compete: anarquismo, antiglobalización, nomadismo, carnaval bajtiniano… decisiones historiográficas, dirá, basadas en una estrategia narrativa esencialmente ideológica, término que, entiéndase bien, incluye y abarca lo filosófico y lo metafísico.
Ahora sí, entonces sí, habría llegado el Tiempo de la Conspiración, con mayúscula, que nos recuerda que “la utopía existe y que otros sistemas, otros espacios, todavía son posibles”. (699)
(Actualización mayo – junio 2014/ BazarAmericano)