diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Hubo un tiempo en el cual abrir un libro, sentir el calor de sus páginas y perderse en mundos hechos de sueños e ilusiones era una felicidad…Pero en la universidad la lectura se transformó en un quehacer doméstico, como si recorrer páginas fuera igual a lavar platos” añora el protagonista de “La belleza sobre mis rodillas”, relato que abre el libro de Pablo Brescia que ha sido reeditado por la UNAM hace un mes. Y es preciso decir que este libro permite recuperar ese placer extraviado, el de embarcarse en el mundo imaginario de las palabras, en los sinuosos caminos del estilo.
Esta edición de Fuera de lugar que sucede a la peruana, de editorial Borrador (2012), recoge relatos de distintos momentos de la década pasada e invita a reflexionar sobre una preceptiva del cuento hoy un tanto olvidada, la que privilegia el final inesperado, la forma breve, la intensidad y el efecto. Lo que más sorprende en el trabajo de Brescia, escritor argentino radicado desde hace veintisiete años en Estados Unidos, es el trabajo artesanal con el lenguaje, cargado de una fuerza propia capaz de sostener las imágenes construidas, y la capacidad para crear personajes que persisten luego de cerrar las páginas. De este modo se recobran virtudes del cuento clásico hoy no muy visibles en el ámbito del cuento hispanoamericano.
Este es, fundamentalmente, un libro sobre fantasmas. Fantasmas ciento por ciento ectoplasmáticos y de los otros, los de la culpa, los de lo no dicho, lo irresuelto. En “Para llegar a D. F. W.”, el narrador ensaya definiciones: “Los fantasmas son ausencias presentes en la memoria colectiva. Los fantasmas son sábanas de memorias incrustadas en nuestras pestañas” y, parafraseando a D. F. Wallace, “los fantasmas son huecos llenos de nada que duelen”.
Marcelo Cohen, en ¡Realmente fantástico! y otros ensayos, habló de los fantasmas a propósito de la narrativa de Henry James ("Henry James fabrica un fantasma"): "Fantasma es una presencia que está ahí donde razonablemente no debería haber nada. [...]Hablo de [...]una figura perdurable, inasible -o impalpable- que habita una realidad intermedia pero interviene en la nuestra; que puede ocupar un espacio en una habitación y mover una silla o dejar una gardenia en la mano de un caminante nocturno. Parece que Henry James creía en estas presencias; o bien creía que podían afectar a los vivos, lo que no es muy diferente”. En los cuentos que nos ocupan, la interacción entre vivos y muertos se produce envuelta en un velo de pliegues sin fin que señala la imposibilidad de trazar una línea divisoria entre ambos mundos. En “Realismo sucio”, por ejemplo, la letra M del cartel de un motel termina cayéndose para suturar finalmente tres historias, la de Marina, la empleada de limpieza, la de Mumler –histórico fotógrafo espiritista acusado de fraude en el XIX- y la del protagonista y su amigo Marlon. Los pasajes entre fantasmas y vivos se dan sutilmente y dependen, como en James, del punto de vista de la narración. O el caso del protagonista del ya citado “La belleza sobre mis rodillas”, que reescribe la frase de Rimbaud de Una temporada en el infierno, y en el que un extraño mundo de claroscuros, muy parecido al cotidiano, sugiere, tamizado por la relectura de un cuento de May Sinclair, la imposibilidad de huir de nuestros fantasmas personales. Y es que, como ha señalado Jeffrey A. Weinstock, en Spectral America: phantoms and the national imagination, el fin de milenio fue testigo de la proliferación de publicaciones sobre espectros y encantamiento, como las de Derrida, Gordon, Schwenger, Rabaté. Si consideramos el postestructuralismo contemporáneo más generalmente –por ejemplo, la reciente preocupación por el “trauma”, en el cual la presencia de un síntoma demuestra una falla del sujeto para internalizar un suceso pasado, que emerge disruptivamente en el presente– la ubicuidad del “discurso espectral” se vuelve rápidamente evidente. Tal vez la sugerencia de una “falla”, justamente, en la perfecta sociedad japonesa actual parece entreverse en “Los acantilados del Tojimbo”, lugar fantasmagórico del que, se dice, permanece aún hoy encantado por un legendario monje budista que fue arrojado a los inhóspitos barrancos. Este cuento, como varios del volumen, se conecta con un personaje de la referencialidad histórica, Yukio Shige, policía retirado que convenció de no suicidarse a más de 200 personas en los últimos tiempos, ya que el lugar es utilizado para ese propósito en Japón. Cuentos sobre suicidas, como el que trabaja con la vida de D. F. Wallace o el dickiano “Lapivídeo” y su contraparte, como éste, que promete una actitud mimética pero finalmente devuelve la narración al clima brumoso del primer cuento, ya que “el ejército de fantasmas que patrulla el área lo rodea [a Yukio, el protagonista] y empieza a acercarse lenta pero inexorablemente”. Y, desde luego, la mortalidad de Yukio aparece finalmente sospechada.
Es notable, este sentido, el trabajo con las noticias y las biografías de escritores. Y es precisamente una de las virtudes de este libro, su delicado balance entre fantasía y “realismo sucio” que no ahorra detalles, entre referencialidad histórica e irracionalidad pura, entre las reflexiones sobre el oficio de escribir y el placer de la lectura, cada vez más amenazado en la vida de los hombres y mujeres de letras, ahora más acosados por la docencia que por el periodismo, afección más frecuente en el siglo XIX.
Aun cuando la literatura se plantee como refugio inútil, como en “Frank Kermode”, o bien funcione como metáfora del “trasplantado” a otra cultura, como en “La manera correcta de citar” -donde se intercalan distintos fragmentos de escritores latinoamericanos (Neruda, Darío, Borges), trasladados de sus textos originales a esa especie de patchwork que es el cuento-, es el hilo invisible que une todas las historias. Las historias, claro, que nos cuenta Brescia a través de su maravillosa máquina de narrar, de su experiencia entre dos mundos, el de “acá”, de Buenos Aires, donde su enciclopedia y adolescencia se han nutrido, y el de “allá”, Estados Unidos, donde tiene residencia actual y desempeño académico.
Recordemos que Shklovsky, célebre formalista ruso, llamó “ostranenie” (“extrañamiento”) al proceso de singularización de los objetos. En literatura, su función más interesante es estimular una nueva forma de ver lo ya visto, de concientizar la mirada y desnaturalizar lo obvio. Al colocarse y colocarnos fuera de lugar, fuera de foco, adentro y afuera de la literatura, Pablo Brescia devuelve a los objetos y a las personas a su verdadero lugar, un reino de causalidades inexplicables y de materialidades sutiles y evanescencias ominosas que nos recuerdan la fragilidad de lo real.
(Actualización noviembre - diciembre 2013. enero – febrero 2014/ BazarAmericano)