diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En las redes sociales sigo a varias cuentas de divulgación científica. Mi preferida está en Facebook y se llama I fucking love science; es rigurosa, divertida y tiene ocho millones de seguidores. En Twitter, en cambio, mi favorita es Science Porn. En poco espacio hay mucho para decir: anuncios, vínculos, fotos, chistes nerds y mucha trivia. Pero ocurre que también sigo a una cuenta que se llama Facts in your face y, aunque no se especializa en la divulgación científica, los datos más interesantes provienen de la ciencia. Por ejemplo: The largest cell in the human body is the female egg and the smallest is the male sperm. El problema es que, a diferencia de las cuentas anteriores, nunca especifican las fuentes. ¿Cualquiera puede hacer divulgación científica con los datos a mano? ¿Puede haber divulgación científica sin fuentes? Cuando las hay, ¿cuántas veces realmente el lector chequea las fuentes? ¿Cómo influye internet en la transmisión del conocimiento científico? ¿Es esta la época dorada de la divulgación científica?
En este contexto digital (y por tanto permanente) leo Longevidad, editado por Adriana Hidalgo y perteneciente a la colección Fundamentales dedicada a la “filosofía e historia” para “combatir el desconocimiento cultural, científico y civil”. La colección, incluyendo los de próxima aparición, consiste en libros de italianos y franceses únicamente pese a su pretensión de convocatoria “internacional”. Los títulos, como corresponde al discurso científico, carecen de toda floritura y refieren al objeto de ensayo. Otros títulos ya publicados: Cerebro, Futuro, Democracia. Una primera aproximación: la mezcla constante entre las ciencias duras y las blandas dentro de la colección, y también dentro de cada libro. Obedece a la propia praxis de quienes los escribieron: Umberto Veronesi, el autor de Longevidad, además de ser médico fue senador y ministro de salud italiano. Quizás él mismo sea la mejor evidencia de sus argumentos: nacido en 1925, escribió el libro a los 86 años.
Scientists believe that the person who will live to be 150 years of age has already been born.
Según Veronesi, esa cifra sería excesiva: la desactivación del gen p66shc que causa la oxidación y posiblemente el envejecimiento “será de ayuda para mejorar nuestro estado de salud y para vivir hasta los ciento veinte años, edad máxima realmente prevista en nuestro ADN”. Como dijo Nicolás Mavrakis, lo esencial es seguir los links: googleo la estimación de los 150 años y resulta ser de Aubrey de Grey, un gerontólogo biomédico de la Universidad de Cambridge excesivamente parecido a Alan Moore; aún más, de Grey cita el trabajo de Ray Kurwweil, según el cual podemos llegar a vivir para siempre gracias a los nanobots.
Jellyfish and lobsters are considered biologically immortal - They don't age and will never die unless they are killed.
Los tres especialistas sí concuerdan en el crecimiento de la esperanza de vida: “Una niña que nace hoy tiene una expectativa de vida de ciento dos años”. Luego: “La prolongación más significativa de la vida se dio, históricamente, en los países donde se mejoraron las condiciones higiénico-sanitarias y se erradicó el hambre”. El mayor problema hoy en día de estas sociedades es el cáncer, un tema al que Veronesi, como oncólogo, le dedica mucho espacio. Como las células de todo el cuerpo son muy diferentes entre sí, “los tratamientos deben tener en cuenta, pues, su profunda variabilidad e imaginar las combinaciones más inesperadas” y, gracias a la activación de la enzima telomeraza, en el tumor las células enfermas se hacen inmortales. La posibilidad de activar o desactivar genes es tentadora; ante la esperanza surgida por los nuevos descubrimientos, Veronesi advierte: “Los modelos animales no siempre son aplicables a los seres humanos”. A mí me alcanza con que alarguen la vida de los perros.
Más aún que la posibilidad de modificar los genes que dictan el envejecimiento, lo que le importa a Veronesi y desarrolla en su libro es la voluntad de existir como clave para alcanzar la longevidad. En la novela gráfica Sandman de Neil Gaiman, un soldado inglés durante la Guerra de los Cien Años le asegura a sus compañeros mientras toman vino que la gente muere porque todo el mundo lo hace pero que él, simplemente, no va a hacerlo. Ocho tomos y siete siglos más tarde, el hombre continúa vivo. Dejando de lado el ingrediente fantástico, Veronesi podría coincidir: “Vive mucho el que quiere”. Por eso toma como una señal de muerte cercana cuando a un viejo ya no le interesa leer el diario, el deseo de saber y de seguir el desarrollo de los acontecimientos. Cuenta el médico italiano: “Conocí a una mujer que, con más de cien años cumplidos y en perfecto estado de salud física, un día llegó a la conclusión de que ya era hora de dejar de existir. ‘No dan nada interesante en la televisión.’ A partir de ese momento, decidió no levantarse más de la cama ni prestarle atención a lo que pasaba a su alrededor. A la semana había muerto”.
Por el contrario, Veronesi desmitifica otras prácticas que en principio parecerían más obvias que la televisión para alcanzar la longevidad, como el ejercicio (“Probablemente, el ejercicio físico no sea una condición necesaria ni fundamental para alcanza la longevidad”) y las dietas (“En la sociedad industrializada se exagera con la comida y, con frecuencia, se adoptan pequeños trucos que no son más que una excusa para abusar, fingiendo que se toman las decisiones correctas”). Sí defiende el ejercicio como antidepresivo, debido a la producción de serotonina al cabo de dos semanas de movimiento, y sobre todo al vegetarianismo. A lo largo del libro se nos recuerda que el cuerpo está sujeto a las reglas de la mecánica y de la física: un consumo excesivo de alimentos hace más pesado el funcionamiento de órganos y aparatos y expone al riesgo de ingerir venenos, particularmente agentes cancerígenos, pero la fruta y la verdura agilizan el tránsito del alimento por el tracto digestivo, con lo que se reduce el tiempo de contactos de los eventuales cancerígenos con la pared intestinal.
A koi fish, named “Hanako”, was owned by several individuals over many years and lived to be 226 years old, dying in 1977.
El modelo que Veronesi destaca es el de la isla japonesa de Okinawa, cuya alimentación se basa en fruta, verdura, soja y sus derivados, pescado y alga kombu, pero a su vez poseen lo que denominan yuimaaru (mal transcripto en el libro como yuimaru): la conciencia de todavía ser importante y necesario para la familia y la sociedad. Veronesi no se sorprendería en saber que el tercer lunes de septiembre se festeja en Japón el día de respeto a los ancianos (keirou no hi), un feriado nacional que no casualmente coincide con la fecha del equinoccio de otoño. Opuesta a este “enfoque oriental”, cuyas raíces se ubican en el confucianismo, la perspectiva occidental conforma un círculo vicioso: “Los ancianos son marginados, extirpados de rol laboral y social, privados de palabra en contextos de toma de decisiones, organización y obras de creatividad”, lo que termina provocando su decadencia temprana. Por supuesto, es posible que Veronesi y yo estemos idealizando una sociedad que también tiene sus grietas: por un lado el ahora ex Primer Ministro Taro Aso pidiéndoles a los ancianos que se apuren y se mueran para no sufrir la vergüenza de que el gobierno los mantenga, y por otro lado la macabra revelación de que al menos trescientos ancianos de los más de tres mil que figuran como centenarios en realidad están muertos desde hace décadas pero sus descendientes no lo denuncian para seguir cobrando las pensiones.
A highly motivating factor behind the high suicide rate in Japan is that the families get insurance money even if you commit suicide.
Quizás el momento más desafiante del ensayo se encuentra en el posicionamiento netamente budista que toma el autor. Autodeclarado agnóstico, Veronesi toma de la filosofía budista la inevitabilidad del dolor (duhkha) y la madurez aparejada que se puede construir con paciencia y sacrificio, pero también la inexistencia del yo (anattâ) ante la impermanencia (anicca): “Se está mal cuando se rechaza la idea de transformación y queremos permanecer fijos en una imagen anterior de nosotros mismos”. Esto lo lleva a considerar la cadena perpetua como una pena injusta. Las razones, como en toda la colección Fundamentales, son tanto filosóficas como biológicas: “En la práctica, el condenado a cadena perpetua inicia su pena con la mente de quien ha cometido el crimen y, progresivamente, va convirtiéndose en otro, cambia casi por completo, también por razones relacionadas con lo celular (…) El individuo no permanece igual: hasta anatómicamente las células de su cerebro, cambiando y reproduciéndose, modifican el fenotipo, es decir la esencia de la persona.” Lo mismo ocurre con la pena de muerte: “si esperamos meses o años, estamos matando a otras personas”.
Every 10 years, all cells in your body have been replaced. Your entire body is completely different & you're physically a new person.
Para Veronesi es importante distinguir entre mortalidad y longevidad. La diferencia con los intereses inmortalistas de Kurwweil son significativos: “El envejecimiento excesivo de la población no es, con certeza, un factor positivo”. También ataca las utopías de una llamada ‘nueva juventud’, cuando en realidad están ligadas sólo a la regeneración de tejidos dañados, muertos o con serias dificultades para reproducirse. Y va más allá: “Veo la muerte como una especie de deber social, evolutivo y civil”. Así, discutir sobre la longevidad es otro modo de exorcizar – y afrontar con mayor realismo y algún matiz positivo – la evidencia de la muerte. “¿Hace cuánto que no se tratan seriamente temas fundamentales?”, se pregunta. Su manifiesto es claro: “Desde hace años, lucho para que a todos les sea reconocido el derecho de decidir por sí mismos. Me refiero al denominado ‘testamento biológico’, a la eutanasia y, más precisamente, a nuestra inalienable libertad de elección”. ¿Sabrá Veronesi que la droga usada en Texas para la pena de muerte es la misma que se usa en Holanda para la eutanasia? En Argentina la muerte digna y el testamento vital se convirtió en la ley 26.742 en mayo del año pasado a través de proyectos presentados por Samuel Cabanchik, Gerardo Milman, Juan Carlos Vega y Jorge Rivas, entre otros; para la eutanasia falta aún camino que recorrer. Eventualmente, por voluntad propia o de la naturaleza todos habremos de abandonar esta máquina, a veces más sobrecargada, a veces más aceitada. “En un momento dado, se bajará un interruptor y ya no seremos conscientes de nada”.
In Germany, it's not illegal to try to escape from prison because it's basic human instinct to be free.
(Actualización noviembre – diciembre 2013. enero – febrero 2014/ BazarAmericano)