diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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El cerco rojo de la luna es la segunda novela de Silvia López, una autora que, por lo que nos informa la solapa, es Doctora en Psicología. Lacaniana para más datos. Imposible no leer este libro sin dejar de pensar el totémico lugar en que esa corriente psicoanalítica ha colocado al lenguaje. Pero a no apresurarse, porque El cerco… no trabaja esa línea experimental trazada por ejemplo por el grupo de la revista Literal a finales de los años 60.
La narrativa con la que la literatura de Silvia López hace sistema tiene zonas más explicitas: Mary Shelley, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier y una zona más cifrada: el Manuel Puig de Pubis Angelical. Hospicios, mujeres desencantadas, la realidad que se diluye resultan motivos temáticos que establecen un puente entre este aquella novela y ésta. El relato tiene siempre un tono acompasado, de lejanía. El narrador parece colocarse a una distancia prudencial de los personajes y la historia aparece borrosa, empañada. Por este tratamiento, la pregunta que definitivamente recorre el texto es: ¿Cuánto de lo que percibo es real? O ¿cuánto de lo real llego a percibir? El modo en que se responde a esta pregunta es desplegada con un continuo desfase entre narrador y personajes. Nunca están en un mismo plano, un recurso que habilita a que la narración se refleje en sus propios espejismos.
Así nos encontramos con fragmentos como éstos:
El anciano sospecha que su sobrina podría estar escondiendo algún propósito oscuro. Es esperable que en ese hospicio enmarañado la gente se extravíe respecto de sus objetivos. Él mismo olvidó qué hace ahí. Pero no importa, porque otro favor del tiempo es el olvido.
Si el favor del tiempo es el olvido, todo se vuelve –siempre- escurridizo, incluso el mismo carácter de los personajes. Si bien su presentación, su puesta en relato se asienta en base a situaciones, del presente, o a secuencias, del pasado, y hay una malla descriptiva corporal, son más un estado de ánimo, que sujetos. Esta operación quizás se deba a que se percibe una particular insistencia por explicitar las marcas internas que les despiertan hasta incluso los sucesos más triviales. No sólo piensa o sienten, sino que internalizan y procesan cada cosa que les pasa. Como un síntoma más de esa densidad, Silvia López comentaba en un reportaje que le costaba hablar “libremente” de su novela porque todavía continuaba “demasiado” ligada a ella. No hay manera de transcurrir por estas páginas sin tener la sensación de que uno se sumerge en un universo sinuoso.
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El cerco rojo de la luna es una novela explícitamente atmosférica. Cada uno de los por lo general breves capítulos parece transcurrir bajo un cielo encapotado. En distintos pasajes podemos leer que: “El cielo bajó hasta tocar la copa de los árboles” o “El aire empezó a oler a tierra mojada y el cielo gris verdoso anunciaba el temporal”. El cielo, siempre el cielo: “El cielo se pone cada vez más negro, comienza a llover y la gente se refugia debajo de los tinglados”. El cielo es un actante y también la clave del relato. Funciona como factor que transforma las cosas: “El panorama del cielo es extraño: el sol ha perdido redondez” y a su vez como un Dios distraído: “El clima empeoraba con el paso de las horas y el cielo era negro de lluvia. (...) Victo abrió el paraguas (…) y recitó su poema preferido (…) Los cielos son iguales, azules, grises, negros… Se repiten encima del naranjo o la piedra”.
La cita, que se repite como un leitmotiv, crea la sintonía exacta de lo que se busca contar: para el cielo la vida (el naranjo) o la muerte (la piedra) les son indistintas. En El cerco rojo de la luna la naturaleza envía señales sin importa quien las reciba. Silvia López ha creado aquí su propia, desafiante y particular constelación.
(Actualización noviembre - diciembre 2013. enero - febrero 2014/ BazarAmericano)