diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
Uno ha abierto la caja, ha descubierto que está llena de poemas, y de pronto encuentra estas palabras en medio de un poema sobre una señora encargada de limpiar la iglesia y la estatuilla de la virgen: “A conspiracy of nouns”. ¿Qué ha pasado? Que el narrador (uso este término con cierta cautela) se ha detenido en medio del poema, para darse cuenta de que sus imágenes son eso, una “conspiración de sustantivos”. “Pero el efecto es el de un flujo entre una cosa y la siguiente, en un viaje que ha perdido todos los puntos de referencia y sólo ofrece la salvación de la continuidad”. Creo que ésta es la misma sensación que se tiene al leer los poemas de este escritor galés nacido en Pontypool en 1956. A menos que el lector se dedique a buscar esos puntos de referencia, por supuesto, aunque nunca se está seguro de haberlos hallado. (¿Dónde están? ¿En la biografía del autor? ¿En la comparación con otros poetas contemporáneos?). La lectura será, entonces, como ese viaje, ese fluir de un lado a otro, de un objeto a otro, cuya continuidad es su razón misma de ser.
Otro poema parecería describir, sin quererlo, la experiencia de lectura de Abrir una caja: “El ritmo de ese recuerdo es el del latido de un corazón humano. Las imágenes retenidas por el ojo se forman a la velocidad exactamente adecuada y se desvanecen a tiempo para la próxima imagen.” Da la impresión de ser una poesía “parca”, que dice lo que tiene que decir y después, calla.
No vamos a encontrar aquí un lenguaje barroco. Más bien, es la combinatoria de vocablos y de oraciones, en su fricción sintáctica, o fónica, o semántica, lo que vuelve cada párrafo una pequeña joya. (Personalmente, admiro esa habilidad en los escritores, quizás más que ninguna otra). En uno, Teseo le confiesa a Ariadna que se ha despertado “en la exasperante aurora, en Naxos”, “rodeado por tu ausencia”: (“circumscribed by your absence”).
También la mezcla de registros, que a veces además es una mezcla anacrónica, produce sorpresas: en “El sendero no elegido”, que toma como punto de partida -como alusión, sin mencionarlo de manera explícita- el famoso poema de Robert Frost, “The Road Not Taken”, el hablante dice que, al tomar el sendero no elegido, se dio cuenta de que se estaba “metiendo con el destino” (“messing with fate”).
Hace poco, Gwyn estuvo en el CCEBA (Centro Cultural de España en Buenos Aires), dando una charla, con otros tres poetas galeses, sobre la poesía de Gales, como parte del programa del Club de Traductores. Le pregunté qué aspectos de la poesía de Joaquín Giannuzzi lo habían llevado a traducir al inglés la poesía del escritor argentino. Su respuesta fue “Es algo que reconozco en mi propia obra”, añadiendo, medio en serio, medio en broma, “porque soy egoísta y me busco en la obra de los demás.” Después aclaró que Fondebrider le había hecho conocer la obra de Giannuzzi, y que de inmediato supo que quería, o debía, traducirlo al inglés: “Es alguien fascinado por los objetos y las cosas simples. Mucha de su poesía empieza con la contemplación de un objeto. Yo también comienzo con ese momento de observación de un objeto o de cosas simples. Giannuzzi es un maestro en este tipo de poema”. Es cierto: también Gwyn se detiene morosamente (amorosamente) en los objetos, los contempla y los describe de tal modo que los vuelve táctiles. La afinidad proviene de la similitud con lo que hacía el poeta argentino.
Aunque las acciones y personajes de muchos de los poemas/relatos que figuran en esta selección tienen como escenario lugares míticos, con reminiscencias y características del Mediterráneo, muchos de ellos evocan situaciones que podrían suceder en otras zonas del mundo: países en estado de sitio, ciudades dominadas por tiranos, pueblos en guerra u oprimidos: en este sentido, “Reglas de conducta” y “Los cantantes” son dos ejemplos magníficos, que me recordaron (no por una similitud estilística, sino por lo que dicen sin decir) al famoso relato de J. Cortázar, “Graffiti”. Los rituales descritos en los poemas son a la vez fascinantes y atemorizantes: “Cepillar el cabello”, por ejemplo, que comienza con dos partes aparentemente sin relación, en tono y contexto, hasta que la tercera las une de manera inesperada.
O lo que sucede en algunos lugares innominados (¿Grecia?) es un misterio, como en “Abejas”, cuyas reverberaciones y significado quedan para siempre sin resolver, porque el narrador no se detiene a explicarnos: simplemente, nos describe y nos cuenta. O en “Culto ancestral”, que termina con la pregunta retórica de un rey que ha regresado después de desaparecer sin dar explicaciones. El resultado es que nos quedamos sin aliento al terminar de leer, perplejos, incluso con miedo, como en algunas películas de misterio o de suspenso.
No se aclara si la selección de textos se debe al autor mismo o al traductor, Jorge Fondebrider. El libro comprende diez poemas de Walking on Bones (2000), tres de Being in Water (2001) y doce de Sad Giraffe Café (2010); de este último, tuve la felicidad de escuchar al autor recitar algunos poemas cuando coincidimos en el Festival Internacional de Poesía de Rosario, en septiembre de 2011. La selección me parece muy acertada, pero nos deja con ganas de leer más textos de este poeta galés.
¿Qué sabor tienen estos poemas? ¿Sabor a arroz? ¿A caldo de hongos, a cartuchos de escopeta, a lombriz? En el último, una mujer y un poeta hablan de las historias que él escribe. La mujer le reprocha que son muy egocéntricas: “Todas tus historias son sobre ti mismo”. Sin negarlo, pero sin darle la razón, el poeta replica citando a Marcel Proust. Según el novelista francés, “los escritores no inventan libros”, sino que “los encuentran en sí mismos, y los traducen.” Interesante teoría sobre la escritura. El plato de arroz que come el poeta, entonces, sabe (tiene sabor a) cualquiera de las historias que todavía no ha escrito.
¿Será eso, también, la traducción? ¿Un saber de antemano, un sabor (foretaste) anticipado de lo que se quiere traer al idioma propio? ¿Los traductores encuentran en sí mismos aquellos poemas que quieren, después, traducir? En la aparente “facilidad” con que Fondebrider ha traducido estos poemas, adivinamos la certeza de esa intuición proustiana: quizás haya sido casi, casi, como escribir esos poemas que había encontrado en sí. De la misma manera en que Gwyn dejó entrever que su encuentro con la poesía de Giannuzzi fue una especie de conversación con un alma gemela. Así son la escritura, la traducción, la lectura.
(Actualización septiembre – octubre 2013/ BazarAmericano)