diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Si bien Matías Alinovi propone, en varias entrevistas, la posible lectura del narrador de La Reja como alter ego, como aquel que retomaría una experiencia personal, la del descubrimiento de la propia casa tomada, a su regreso de una estadía de siete años en Francia, nos interesa más pensar en la construcción de este narrador, perturbado por el acontecimiento de la usurpación y los trámites que la recuperación de su lugar supone. Se trata de una voz narrativa altamente introspectiva que observa y reflexiona desde una posición de clase, a la vez que pone en suspenso las certezas que esa clase le otorga y le devuelve como mirada estereotipada sobre los otros.
Desde el punto de vista ideológico, la caracterización de esta voz es más que compleja. En determinados fragmentos, la atraviesa una furia racista y clasista que aún hoy en día podemos fácilmente encontrar en ciertos sectores de la sociedad argentina; en otros, quiere introducirse, más que como un antropólogo o un etnógrafo, como uno más entre quienes define como “la negrada”.
A esto lo lleva la compleja situación de la ocupación que, al transgredir los límites establecidos por la propiedad privada, desautomatiza la percepción construida sobre las distintas clases sociales. Así, suele referirse a su objetivo de recuperar la casa quinta como la necesidad de “restaurar los sentidos” a lo largo de toda la novela; incluso se llega a pensar a sí mismo como el usurpador, entendiendo su vuelta a la casa como un usurpar lo usurpado. Esas “…vidas ignoradas que transcurren en los barrios conurbanos” lo conducen mediante la ocupación a la acostumbrada discriminación (reacción automática para él) pero también le abren la posibilidad de retomar conflictos históricos de la sociedad argentina y repensarlos tal como se dan en una localidad del conurbano bonaerense en la actualidad.
Entre dichas posiciones, se dan momentos de indeterminación. Por ejemplo, cuando su abogada dice que "Esos negros no tienen universo simbólico" él, instantáneamente, considera esto como una verdad pero lo reprime, pero luego de repensarlo termina poniendo en tela de juicio esa visión etnocéntrica y clasista. Cabe aclarar que esto se da sin discutirlo con ella: es una discusión interna; como decíamos, el modo introspectivo es recurrente en la novela. Para él "somos nosotros" los ahogados en el mar del simbolismo, mientras "los negros se salvan en los botes: concretos, horribles, congruentes" y por eso "hay que salvarse nadando entre los botes" (por "nosotros", léase: quienes se encuentran en una situación de privilegio dentro de la actual fase del capitalismo en Argentina). Si bien con estas metáforas no se termina de cuestionar la mencionada supuesta carencia de universo simbólico por parte de los sectores sociales identificados como "los negros", al menos es parte de uno de los fragmentos donde el narrador percibe la degradación moral del universo simbólico que considera como el que maneja su clase.
En otros momentos de la trama, en cambio, el narrador se ocupa de establecer claramente su interés por comprender el universo simbólico de quienes viven en la hondonada de La Reja, el barrio más carenciado de la localidad. Así sucede, por ejemplo, cuando toma distancia del clasismo manifiesto de las hijas de un amigo que lo hospeda una noche en su casa, ubicada en una zona que define como “la Suiza conurbana”, donde también vive su abogada. Estas adolescentes participan de "…la abstracción ingenua que está al margen de las cosas conurbanas que suceden, que no logra dar cuenta de eso que está ahí, que pasa caminando por la calle, imposible, entre yuyales, que vive en un barrio en la hondonada, a tres tiros de piedra, o de cascote, una epistemología testaruda, que no sabe aprender de sus errores, que no es vocación de aproximarse a lo otro inasible desde el vamos, sino confirmación y hacer la plancha…”.
Él, en cambio, observa y se sorprende, reevaluando sus prejuicios: “La sorpresa es del que anda por las calles, y vuelve a casa, de tarde, está cansado, y ha visto callado algunas cosas, y comenta con los otros la sorpresa”. Por eso, como decíamos, esta novela puede ser interpretada como un proceso de escritura desarrollado por el narrador ante unos hechos que no sólo desatan su latente etnocentrismo y clasismo, sino también su interés por los otros y la toma de distancia con respecto a los suyos.
Más adelante, cuando pasa una noche en la casa de su jardinero, que vive en la hondonada, se pregunta: “¿Seré el primero de los míos en dormir en la hondonada?”; luego reflexiona: “…o soy pionero de los míos, el primero que hace algo inusitado, o he dejado de ser de los que era, y ya soy de los otros, incipiente”. Situado como mediador, este narrador remite a una larga tradición en la literatura argentina, cuya mayor referencia la podemos encontrar, quizás, en Una excursión a los indios ranqueles, obra con la que se establecen numerosos vínculos, directa o indirectamente, en esta novela.
En la casa de su jardinero interactúa también con la esposa de este, a la que se refiere como “india linda” y que según su marido era una “guaina” (del quechua wayna, mujer joven) cuando la conoció, en Corrientes. No obstante, percibe que este matrimonio ha perdido gran parte del legado cultural quechua. Por eso dice que “…no sabe nada de los indios que pasaron por la sangre que la anima. Y dan ganas de decirle: vos sos india, Graciela, hagamos algo. Dan ganas de hacer algo que ignoramos”.
Todos estos sentimientos ambivalentes que se despiertan en el narrador no podían ser adecuadamente expresados mediante un lenguaje meramente informativo. Todo lo contrario, esta voz narrativa parece querer dotar de cierto aura los episodios triviales que narra en la novela (enterarse de la ocupación, hacer la denuncia correspondiente en la comisaría de La Reja, recurrir a una abogada, espiar a los ocupas, etc.), lo que logra mediante diversos recursos. Por un lado, con la sonoridad trabajada a partir de una prosa lírica, recurriendo al uso de endecasílabos, a diversos tipos de rima, repeticiones, hipérbatos, etc. Por otro lado, con las descripciones, en muchos casos de marcadas resonancias saerianas. Es interesante señalar al respecto que el autor ha comentado en diversas entrevistas que, al disponerse a escribir, esta obra le "salía" en endecasílabos. Teniendo en cuenta, como mencionábamos más arriba, que el narrador es un álter ego, no podemos dejar de imaginar que el propio Alinovi necesitaba valerse de ciertas formas verbales que le permitieran transmitir lo más fielmente posible las experiencias suscitadas ante la usurpación.
En términos generales, podemos concluir afirmando que los debates que atraviesan al narrador surgen fundamentalmente porque percibe con un alto grado de sensibilidad, lo que se nota aún más cuando se contrasta su percepción con la de los demás personajes; así, por ejemplo, mientras su abogada actúa con falsedad e hipocresía, fingiendo frente a él que le presta suma atención mediante una mirada tan expresiva que delata su propia exageración, él reflexiona sobre el modo en que esta mujer encara su profesión: "Todo igual y necesario en un mundo diverso y contingente". Así, mientras ella se prepara para las preguntas de rigor y para abordar la cuestión del honorario, él mira hacia el parque y concluye: "La Reja admite epifanías sobre una fealdad de todos los momentos".
(Actualización septiembre – octubre 2013/ BazarAmericano)