diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

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/  Osvaldo Aguirre

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El poder del viaje: traeme flores y pájaros
El excursionista del planeta. Escritos de viaje de Lucio V. Mansilla, de Sandra Contreras (selección y prólogo). Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, Serie Viajeros, 2012

Cuando Sandra Contreras subtitula El excursionista del planeta –la selección de narrativa de viaje del legendario Lucio V. Mansilla-  Escritos de viaje, puede parecer que hay un cierto reparo o pudor en nombrar ese género ubicuo y poroso que se agencia la experiencia de narrar el mundo que se recorre. “Escritos de viaje”, la expresión parece buscar una forma minimalista y simple de nombrar la compleja escritura del sujeto en viaje, frente a las pomposas  “literatura de viaje”, “narrativas de viaje” e incluso “relato de viaje”. La palabra “escrito” pareciera referir un gesto casi inconsciente: algunos viajan y escriben, punto.

Al leer el prólogo de Contreras comprendemos que ese supuesto reparo no refiere el sencillo acto de escribir en viaje sino una forma en que esa escritura específica constituye un modo de vida de escritor, una literatura, una obra literaria. Porque Contreras nos explica que esta escritura de viaje está fragmentada y diseminada en la obra de Mansilla y también en la propia selección que ella realiza para el Fondo de Cultura Económica del escritor y causer Lucio Victorio Mansilla –desde ya, el mejor escritor argentino del siglo XIX– en la colección que dirige Alejandra Laera. Pero que se entienda: diseminado no significa disperso. Porque la dispersión propende  a una deriva infructuosa y tal vez inútil, al derroche en su esplendor, en cambio la diseminación –por lo menos en este caso–  va construyendo sentido, reforzándolo en las postas pertinentes, recordándonos todo el tiempo para qué y por qué escribe Mansilla, a quién y en qué sentido escribe Mansilla, qué es viajar y qué es la literatura para Mansilla.

En Una excursión a los indios ranqueles Mansilla chicaneaba con Santiago Arcos: vos y yo somos mejores que nuestros padres porque estuvimos en el Paraguay. La ventaja generacional es capitalizada al máximo en el interior del texto  porque viajar –y viajar nada menos que a Paraguay (el país que todavía en el aura latinoamericana sigue siendo un enigma o un vacío) – se constituye como experiencia de viaje que da sentido a una posición. Lucio y Santiago estuvieron en Paraguay –y si bien para Santiago, que terminó suicidándose en el Sena, no fue ningún derrotero– para Lucio ya prefigura un modo de vida: el que viaja tiene poder.

El libro ofrece una selección de los escritos de viaje de Mansilla y reúne artículos, folletos y causeries publicados en diarios y revistas a la vuelta de sus viajes, así como cartas, corresponsalías y columnas que envía a distintos periódicos mientras se encuentra en viaje o desde su residencia en países del exterior. La organización del material se asienta en los principales destinos: Oriente, Paraguay y Europa.

Además de todos los méritos de la hermosa edición, con diseño de tapa de Juan Balaguer, en la sección dedicada a Europa -que reúne las columnas periodísticas que Mansilla  enviara bajo seudónimo como corresponsal argentino o como colaborador con residencia extranjera-, junto con algunas causeries de Entre Nos, se dan a conocer por primera vez las columnas tituladas Ecos de Europa. Por su parte, Diario de un Expatriado  incluye también con carácter inédito en libro, una causerie escrita en enero de 1900 por su significativa versión del entre-siglos.

El prólogo riquísimo y riguroso, incluye algo que muchas ediciones de narrativa de viaje, por razones inexplicables, prefieren elidir o explicitan sumariamente como una verdad revelada: la circunstancia del viaje. Este apartado dentro del prólogo es fundamental no sólo para completar el entramado del propio prólogo, en sus ricas formulaciones y lecturas, sino para comprender esa argamasa que entreteje la producción del relato: cómo es la experiencia que da lugar a esa escritura, cómo anda el viajero de posta en posta, de puerto en puerto. Ahí la pluma de la crítica trabaja a la par del escritor que cuenta su periplo, pero no para competir con él o para esgrimir una verdad esencial de la crítica y enseñárnosla pedagógicamente,  sino para comprender     –entiéndase– para poder leer una pulsión de vida, una incertidumbre, una moral, un mundo.

Ahí sabemos que Mansilla envejece como todos aunque haya viajado como ninguno, ahí sabemos cuánto de la cultura política y de la diplomacia arman esos párrafos más que la genialidad creativa o la lucha de clases,  ahí vemos “las fortunas del viaje”, a saber: el dinero que se usa para realizar los viajes y vemos la tecnología           –diosa-madre de los desplazamientos– sometiendo a sus hijos a la felicidad del progreso infinito (¿o deberíamos decir del progreso en serie?) y también, al destierro. Ahí está Mansilla escribiendo la reseña atrasada sobre el zeppelin. El 23 de noviembre  de 1908 Mansilla escribe sobre la quinta edición del Zeppelin 4 que volaba doce horas sobre Suiza pero la columna se publica el 18 de agosto cuando el siguiente desafío –volar veinticuatro horas seguidas– había fracasado. El globo estrellado contra el mar muestra los restos de una modernidad que deja al viajero aterrorizado. Mansilla sigue contemplando extasiado la Victoria de Samotracia en el Louvre mientras los futuristas prefieren el rugido de los motores de auto: Mansilla aterrorizado y a des-tiempo.

Como los narradores expedicionarios de la Conquista del desierto con Julio A. Roca o como el Roberto Payró  de La Australia Argentina con Mitre; en las Cartas de Amambay, Mansilla tiene su interlocutor de rango: el presidente.

Nicolás Avellaneda le dice -casi como Kublai Khan con su pipa de ámbar le decía a Marco Polo-: “Yo no viajo, pero quiero flores y pájaros de todos los climas”. Y Mansilla viaja y escribe para obtenerlos.

 

 

(Actualización septiembre – octubre 2013/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646