diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La reedición de Estudios de literatura argentina (primera edición: Buenos Aires, Galerna, 1969) de Adolfo Prieto se integra a la colección “Intersecciones” que desde hace años viene armando Carlos Altamirano en la editorial de la Universidad Nacional de Quilmes y que indaga -más que reconstruye- en la historia intelectual. Se integra, pero de un modo relativamente oblicuo. No porque sus temas no sean relevantes o porque el libro no haya tenido, en su momento, gran impacto. Sucede que se aproxima desde un discurso cuyo campo disciplinario nunca estuvo claramente autorizado a convivir con libros de filosofía, sociología o historia, por su participación a medias entre las humanidades y las ciencias sociales: la crítica literaria. En este sentido, la elección de un crítico como Prieto es crucial. Identificado con la “sociología de la literatura”, desde los años ‘50 dio batalla por una profesionalización de los estudios literarios que tuvo resultados notables, como queda claro en sus libros Sociología del público argentino (Leviatán, 1956), Literatura y subdesarrollo. Notas para un análisis de la literatura argentina (Biblioteca, 1968), y en proyectos como la coordinación de la Encuesta: la crítica literaria en la Argentina (Universidad del Litoral, 1963), el Diccionario básico de literatura argentina (CEAL, 1968) o su papel fundamental en la creación de la primera edición de Capítulo (historia de la literatura argentina en fascículos, 1967).
Como dejan ver sus títulos, las preocupaciones de Prieto estuvieron desde muy temprano enfocadas menos en las cuestiones estéticas de la literatura (su libro Borges y la nueva generación, de 1954, es quizás el mejor ejemplo) que en problemas vinculados al campo intelectual. Lo que en los años ‘50 y ‘60 eran temas de lo que se llamaba sociología de la literatura, hoy se traduce en la concepción de la cultura como institución y el estudio de sus diferentes agentes y articulaciones. Los estudios de Prieto fueron pioneros en temas y objetos que no habían estado antes en el centro de los intereses críticos. Sus libros más relevantes, La literatura autobiográfica argentina (Jorge Álvarez, 1966) El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna (Sudamericana, 1988) y Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura nacional 1820-1850 (Sudamericana, 1996), entienden claramente a la literatura como una institución cultural y estudian su conformación y sus funciones, incluyendo el problema de la estética como una construcción social. El pensamiento de Prieto contribuyó enormemente a reconcebir la crítica literaria, discurso, como dije, circunscripto desde sus comienzos a un lugar secundario por no tener un campo disciplinario fuertemente formalizado. Lo interesante es que la profesionalización de ese campo no se dio por el recurso a una “cientificidad” de la crítica (como lo quisieron ciertas formas de la teoría literaria a lo largo del siglo XX) sino por un trabajo transdisciplinario y de archivo que articuló la reflexión sobre la literatura en el ámbito de los estudios de la cultura. Lo que décadas después se normalizaría como los “estudios culturales”, en sus mejores ejemplos, recurre a una mirada capaz de prestar atención, precisamente, a más de un campo y encontrar sus objetos en las intersecciones problemáticas de aproximaciones diferentes.
Cabe recordar que desde la modernización de la cultura, los intelectuales argentinos se preguntaron por la legitimidad del discurso crítico. Lo había hecho Ricardo Rojas, instalado en el espacio que él mismo había creado, la institución académica, al escribir su historia de la literatura argentina; y lo hizo también, contemporáneamente, Roberto Giusti en el ámbito más general de una revista cultural como Nosotros. Pero también lo hicieron, de manera menos formal, muchos escritores, artistas e intelectuales de principios del siglo XX, que terminaron ejerciendo en el periodismo (que les abría generosamente las puertas que el campo literario, aún restringido y tradicionalista, les cerraba) un primer estadio de divulgación cultural en una sociedad que expandía los límites de acceso a la cultura, especialmente a través de las políticas de alfabetización. La legitimidad de la crítica debió ser probada a principios del siglo XX y se invirtieron grandes energías intelectuales para lograrlo. El punto más fuerte de esa legitimación no fue, sin embargo, justificar un tipo de discurso o una única función intelectual.
La gran batalla que los críticos de diferentes extracciones encararon en ese momento consistió en dejar en claro que el discurso crítico no venía a “comentar”, “explicar”, la literatura, es decir, no venía a cumplir ningún papel secundario o subsidiario de otro discurso que se consideraba más importante o prestigioso. Por el contrario, la crítica trató de constituirse desde entonces como parte de los discursos culturales de la sociedad y, si bien lo que iba a ser llamado su autonomía llegó varias décadas después, reclamó desde el principio ser leída más allá del comentario, la glosa, la explicación. Los años ‘50, como bien lo explica María Teresa Gramuglio en el prólogo a esta reedición de Ensayos de literatura argentina, fueron años decisivos en la conformación de una crítica moderna y profesional. Ligada a las universidades hasta el golpe de estado de 1966, esa crítica se ensayó en revistas universitarias y luego encontró espacios en las editoriales alternativas que comenzaron a aparecer en el país. Es decir, la crítica crece con el desarrollo de instituciones que fomentan y difunden su práctica en una sociedad donde la literatura comienza a ocupar lugares no solo prestigiosos sino también de mayor difusión. De este modo, la crítica surgió y se desarrolló con conciencia de ser parte de la historia intelectual argentina, sabiendo que sus discursos eran una forma de intervención fuerte en el campo cultural. Cuando un crítico en los años ‘20 reconocía la obra de Elías Castelnuovo hacía una declaración ideológica; también cuando otro decía que Roberto Arlt escribía mal y sobre temas inconvenientes o cuando se hablaba paternamente y con condescendencia sobre la poesía de Alfonsina Storni. Esos discursos pudieron parecer ligados estrictamente a gustos, alianzas o enemistades literarias del momento y de allí su confinamiento al patio trasero; sin embargo, fueron acumulando experiencias y juicios, valores y sentencias, formando consensos y orientando gustos y lecturas. Esto que hoy puede parecer obvio, debió ser, para la crítica literaria, una conquista.
El libro de ensayos de Prieto fue fundamental en esa historia y su reedición resulta significativa en tanto intervención crítica. Los ensayos que lo componen, sobre Manuel Gálvez, Boedo y Florida, Scalabrini Ortiz, Roberto Arlt, Adán Buenosayres, Martínez Estrada y Julio Cortázar, no hablan hoy simplemente de los objetos concretos de la literatura nacional; hablan, fundamentalmente, como parte de la historia intelectual del país, la forma en que se pensaron los temas, se definieron cánones, se abrieron perspectivas de análisis, se discutieron ideologías culturales, en suma, se delinearon los tópicos de discusión de la cultura argentina del momento. El análisis de Gramuglio deja muy en claro los giros que estas lecturas tempranas de Prieto implicaron y que pueden resumirse en un tópico central: la preocupación por la forma en que las elites culturales de la Argentina debieron lidiar con la construcción de una cultura nacional desde una institución como la literaria, sometida (al igual que la ciencia, la filosofía, la estética, la comunicación) a los parámetros “universalistas” hegemonizados por la tradición europea, en los que se habían formado. Las lecturas de Prieto van a ese núcleo de dispersión de los modelos; por ello se interesa en, por ejemplo, cómo la estética realista se convierte en canal del pensamiento espiritualista en la obra narrativa de Manuel Gálvez, o cómo el realismo deriva hacia lo fantástico en las ficciones de Roberto Arlt; o cómo Julio Cortázar, a fines de los años ‘60, logra constituirse, desde Europa, en un problema intelectual y estético que recoloca el discurso latinoamericano.
Las contribuciones de Prieto a la historia de la crítica son decisivas: sus libros han sido imprescindibles para investigadores de varios campos y creo que también han dejado huellas en la composición literaria. Así funciona la crítica: como un discurso que socialmente se derrama y que actúa por acumulación más que por impacto.
(Actualización septiembre – octubre 2013/ BazarAmericano)