diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Para aquellos que alguna vez nos preguntamos –nos seguimos preguntando– ¿a dónde va a parar lo que se publica en blogspot.com? Blog de El Niño C es una posible respuesta. No es, sin embargo, una respuesta que funcione como una certeza definitiva o un alivio, sino una pregunta que contiene otras preguntas, como cajas chinas, que problematizan no sólo el blog como medio de publicación y su potencial después sino aquello que tiene que ver con la industria editorial, el mercado, el consumo y los lectores, todas instancias que si bien no van a ser abordados en esta reseña, invitan a ser anotadas y pensadas.
Estoy ante un libro extraño, pequeño, diminuto, diría, encuadernado como ya casi no se encuadernan los libros, con lomo azul, un verde llamativo y, en el interior, un envoltorio escolar para cubrir carpetas o cuadernos. Presumo, por su diseño artesanal, que así es el ejemplar que llegó hasta mis manos, como un cuaderno personal, y que seguramente habrá otros confeccionados con materiales diversos. Publicado el año pasado, Blog de quien se hace llamar Niño C, reúne una parte de entradas publicadas de manera virtual en el blog de su autor. A este libro fueron a parar varios poemas ya publicados en ese blog. Lo cierto es que no “fueron a parar”, me corrijo, porque siguen permaneciendo en su blog. Mejor dicho, se esparcieron hasta este libro. No migraron a otro formato, se propagaron. Y se separaron de un conjunto, porque en el blog, que El Niño C sostiene desde el año 2007, hay otro tipo de textos, posts variados: opiniones, prosas inclasificables y, claro, comentarios de lectores. Hay entonces un ejercicio de selección que prioriza los poemas que ya se leen de otra manera fuera del continuo. La poesía del Niño C se inicia con sus publicaciones en el blog y se une tomando consistencia con este libro. Como el avance de una relación amorosa, como si editar este libro concretara, llevara a otro lugar, su poesía ya existente.
Blog abre con un prólogo singular, que bien podría ser un monólogo teatral, separado en cuatro partes, Bytes, Kilobytes, Megabytes y Gigabytes, que aluden al tamaño o peso de los archivos generados en una computadora, ordenados de menor a mayor. Pero como dice el prologuista “lo obvio siempre es tan obvio” y esta es una aserción que está siempre latente, no sin ironía, cuando leemos los poemas.
La poesía de Niño C puede ubicarse ahí, entre eso que es obvio, a veces irónico, desinteresado, vacilante, otras veces nostálgico y lo que se sale de ese lugar. El prologuista (“que no quiere revelar su identidad por pelotudo”), insiste: “Un poco en joda; pero para nada en joda”, un movimiento que se articularía en los textos con el anterior, en parte, podría pensarse, por la “estabilización” de una serie que supone el alejamiento de aquello que el mismo Niño C plantea en su blog como un diario y que por momentos tiene el tinte de una ficción delirante.
El Niño C, escribe en el poema “Peluches”: “querés traerlos a la cama/pero no, no y no/ porque ya no es lo mismo/ y retengo el impulso/ antes de que rompas con el nuevo límite de realidad/ y termines como Teresita/ -o terminemos como Teresita/ la loca de la Terminal/ acunando un juguete”. Algunos objetos presentes en la escena remiten a la infancia, pero no a su vivencia sino a su abandono desde el presente como podemos leer en ese reiterado “no”. Adviene la nostalgia de ese “ya no es lo mismo”, como una derrota o algo irreparable, perdido y a la vez inherente a las cosas que ve, que están ahí, desde la infancia. Pero al final del poema esa sensación deviene en una imagen grotesca, la de la loca acunando un juguete. Es decir, una imagen que se desplaza de lo infantil y nostálgico a la ironía. Entonces, la melancolía que aparece en el objeto de la infancia, el peluche, una prenda de vestir, un muñeco, en su contemplación y pérdida, será recubierta por la loca, la política, una cirugía en el pecho o una porno. La combinación de esos objetos, esas escenas, permite conectar los poemas, leer uno pensando en otro, atravesados por esas relaciones.
En otro poema, “La gorrita”, hay golpes a un chico, patadas, una mujer que llora, un patrullero, declaraciones y escándalo, pero lo que se destaca al final del poema es que “nadie notaba ya/ no, nadie/ que la gorrita seguía/ ahí tirada/en la puerta de casa/ y para siempre”. Lo diminuto es el centro de la atención, la gorrita es lo contemplado y lo que despunta es algo del orden la experiencia personal de ese observador detallista que parece captar sensaciones en los objetos. La nostalgia vive otra vez en el objeto, en la gorrita, seguramente de un niño. O en todo caso, puede ser el estado del que observa pero se manifiesta, sucede a partir del contacto con el objeto. Y en este sentido no es casual que sea un Niño el que firma estos poemas, dado que la forma de observar es por momentos la de un niño, curioso y melancólico pero también alegre, que mira como si el tiempo no pasara y las cosas más tontas y comunes requirieran la atención. Es un Niño el que se detiene ante la gorrita, la televisión o los colores. Pero el que nombra a Lamborghini, el que nos remite a Perlongher en su último poema, el que a veces quiere ser Hitler, también es un Niño, uno que parodia, irreverente, los modos de la experiencia, que juega con la tradición y quisiera ser Hitler. ¿Dos niños distintos como dos formas distintas de interpelar la realidad? ¿Un Niño inocente y un Niño perverso? Tal vez sería mejor pensar estas formas como máscaras y, en esa línea, entrar al libro como a una mascarada, en la que cada Niño se camufla en otro Niño. De ahí el dramatismo de estos poemas, a veces hiperbólico, otras en el tono menor de la melancolía o en el tono de la melancolía convertido en un fraseo menor, sin el peso de la tradición (una melancolía, quizás, de las cosas banales). Sospecho que siempre que habla uno de esos niños está el otro, como en el poema que dice “lo que no es el amor/ pero que nos enseñaron que sí/ (y que hacemos)”; y que entonces, desde este cruce de máscaras, también puede escribir “una escena de amor/ que nunca será filmada”, con todo lo que se juega, entre unos versos y otros, de la infancia, del deber y el deseo (o de lo obvio y los que no lo es tanto) en constante tensión. Este es un cruce que se resuelve, casi bajo la forma del manifiesto, en el poema que cierra el libro, el más largo, que afirma: “somos políticos”, hagamos lo que hagamos, seamos quienes seamos. El Niño C, creo, delinea una voz propia en un medio donde hablan miles y miles; algo de esa voz toma cuerpo y se distingue en el libro, su diario poético y dramático. Vale la pena recordar lo que dice el prologuista anónimo del libro: “Cualquiera de estas primeras palabras del Niño C, les aseguro, no quedarán impunes. Porque se largaron al habla”.
(Actualización julio – agosto 2013/ BazarAmericano)