diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Los mundos de las pantallas
El gran dorado, de Daiana Henderson, Rosario, Iván Rosado, 2012

Desde hace algunos años, sigo con atención la poesía de algunas poetas que trabajan con imágenes que desrealizan el realismo a partir de una práctica por medio de la cual usan elementos de las pantallas (mediáticas, cibernéticas o cinematográficas) que, por la fuerza que adquieren en sus poemas, desdibujan los elementos referenciales –y los objetos– hasta hacerlos pasar a un segundo plano o interrumpirlos con una composición de pantalla o con un elemento virtual. Daiana Henderson es una de ellas.

En 2012, la editorial Ivan Rosado decidió publicar El gran dorado, un libro de poemas en el que la autora trabaja con elasticidad la extensión del verso y del poema, construyendo una voz fresca, escando de la retórica en una compleja simplicidad que seduce con sigilo, como el paso de una pantera en cacería. Sólo que esa pantera persigue al lector, arrastrándolo en la escucha de un verso largo, cuyas pausas finales, antes que una interrupción, son un complejo mecanismo de respiro –de descanso– que lo desplaza por medio de encabalgamientos y de rodeos sintácticos hacia el camino final del poema, también extenso.

La confesión de ese “trabajo con la extensión”, como lo llamara Mario Ortiz en una de sus intervenciones de facebook, puede leerse en el poema “Colectivo maquinario”: “En el camino de vuelta a la mesa veo el foco/ y el filamento roto me recuerda ese largo poema/ del poeta entrerriano que leí y releí en estos días./ Si yo no hubiese ido y vuelto/ de Cortázar al poeta entrerriano,/ este poema hubiera tenido que ser otro.” Sin decirlo, el poeta entrerriano –como Henderson–  puede ser Juan L. Ortiz, quien oficia como modelo del poema que se escribe. De este modo, inscribe una relación con el trabajo de la extensión típico de los poemas de Juanele, pero a diferencia de él, el río casi no aparece y los temas de los poemas son otros: fotos, fines de semana en el campo, paseos en bicicleta, mundos en la computadora o en el celular, la adolescencia como un recuerdo cercano.

Los temas se articulan con ciertas recurrencias que hacen presuponer que el libro es, en realidad, una extensión de esos núcleos mínimos. Uno de ellos vuelve sobre un problema típico de la poesía latinoamericana: la migración de una región a otra (a la ciudad o a una ciudad más grande). Ahora bien, si en poetas como César Vallejo, esa experiencia devenía una distancia irreconciliable entre los espacios y tiempos de los poemas, en Henderson las distancias parecen haberse acotado. Y si hay nostalgia y conciencia de la misma, no se la vive como un “desarraigo”. Por un lado, porque hay un ida y vuelta entre los espacios: escribe a diez cuadras del río, en el encierro de un departamento de Rosario, desde un campo en Entre Ríos, o le dedica los poemas a su familia en Paraná. Por otro lado, porque la tecnología acortó esas distancias.

De este modo, en uno de los poemas más brillantes del libro, “En una cocina de Rosario”, leemos: “Dos lucecitas del módem en la oscuridad/ titilan como si estuvieran asustadas./ Del freezer sale un ruido de viento polar/ que me hace pensar que hay mundos/ adentro de las cosas./ Adentro de la compu apagada/ está Eugenia que se fue a España/ con su familia durante la crisis/ y no pudo volver nunca,/ está Agu en Buenos Aires/ tirado en la cama, pensando/ con qué reemplazar el cigarrillo./ En mi celular sin crédito/ hay varios mundos bloqueados:/ en Paraná mi hermano que va a ser papá,/ el Luchi volviéndose a Santa Fe para pensar todo de nuevo,/ mi abuelo que a seis años de la muerte de mi abuela/ volvió a vivir a su casa de Villaguay.” Las distancias están contenidas dentro de la tecnología, aunque no anuladas del todo, porque el acercamiento está bloqueado: la compu está apagada y el celular sin crédito.

El núcleo de temas tecnológico es, así, otro de los que articulan los poemas. Y aunque todo nos hace creer en una composición realista, la misma adquiere, en la imagen previa, una dimensión tal que vuelve virtual a la realidad en apenas una micro sutileza. En los poemas de Henderson, como en los de las poetas que trabajan con las pantallas, la realidad ha muerto. En este caso, porque está contenida dentro de una computadora apagada o en un celular sin crédito que la bloquea, y porque el mundo –y la aspiración a dar cuenta del mundo único y total como lo quería el realismo clásico– ha estallado en mundos paralelos y mínimos que están en la compu y en el celular, en un halo de virtualidad porque los postula adentro de las pantallas. La imaginación desrealiza la realidad, la vuelve una fantasmagoría bloqueada o apagada dentro de una computadora o de un celular.

Y por eso mismo, esa realidad ya está ahí convertida en representación y, por ende, la poesía es representación de una representación (antes que de la realidad): “ojalá pudiéramos compartir un cigarrillo/ aunque en el paquete queden 19, mientras miramos/ los capítulos viejos de los Simpsons y esas cosas/ que nunca cambian,/ como los colores de las botas de goma/ y casi dejarnos de reír con el capítulo de Halloween/ en que Bart tiene un gemelo malvado en el altillo, simular que no nos da miedo,/ simular que nos da gracia,/ que está todo bien.” O antes: “Llego a pensar que el mundo es una broma,/ que soy como el de Truman show.” De este modo, el trabajo con la extensión y con la articulación de ciertos temas se vuelve una forma determinada donde las imágenes sobre las imágenes de las pantallas fantasmean la escritura, desrealizándola en una virtualidad imaginaria que vuelve al mundo (total, material y único) una broma.

Ese trabajo está lejos del pastiche postmoderno y de su ausencia de sentido, o relato. No sólo porque de lo que se trata es de trabajar sobre las representaciones de las pantallas previas, no simplemente mezclarlas, sino porque se las integra a una voz consistente que las articula. Por otro lado, el trabajo sobre las mismas, difícilmente pueda bloquear la importancia de sentido o de relato. Al contrario, donde ese trabajo con las imágenes adquiere consistencia, es, precisamente, en el uso de esos elementos como materiales significativos, componiendo con ellos un relato que parece señalar no sólo la virtualidad misma de la realidad en la que nos sumergen, sino las limitaciones de las pantallas (ante el bloqueo del celular o de la compu apagada). Esa virtualidad que satura la imaginación no es impasible  y la escritura sabe que allí circula el poder, al cual no sólo pone en evidencia, sino que asumiendo el riesgo de trabajar con sus productos, les da a éstos un uso desviado, el de la poesía, y demuestra que aún hoy, la escritura puede sobrevivir a pesar, entre o incluso desde la hegemonía de las pantallas.

 

(Actualización julio - agosto 2013/ BazarAmericano) 

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646