diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Noche de frío
(que ella me sueñe
a su lado tendido)
Tal vez, una de los rasgos más notorios de la voz que habla en Haikus de guerra, el libro de Martín Raninqueo (1962) recientemente reeditado, sea que provoca la impresión de desear estar en un lugar diferente del que se encuentra. Se trata de un deseo que podría pensarse como obvio –aunque no necesariamente es así– si se tiene en cuenta que esa voz habla y organiza un relato sobre la guerra desde una trinchera subterránea, según sugiere el haiku que abre el libro: “Percute la lluvia/ el techo del pozo/ (hago que leo)”.
En el prólogo que Raninqueo escribió para Soldados (2009), de Gustavo Caso Rosendi, otro libro que trabaja con los materiales de la memoria de la guerra de Malvinas y que hace de la experiencia de la guerra su posibilidad poética, se pregunta por qué Caso Rosendi demoró (al igual que el propio Raninqueo, podríamos agregar) más de veinte años en escribir sobre aquella historia. Y responde: “tal vez se escriba porque se ha perdido una experiencia inefable, y al escribirla se realiza una experiencia del lenguaje”. Raninqueo no menciona a Benjamin, pero resulta inevitable pensar que ambos están hablando de algo muy parecido: Benjamin decía que la guerra empobrece la experiencia y que los soldados vuelven mudos de las trincheras. Ese silencio inicial -un silencio que pareciera, aloja a esa experiencia que cualquier palabra desmiente- se intuye en estos haikus junto con una puesta en palabras de la percepción (“Nadie a la vista/salvo el viento/jugando con una olla”).
Esta búsqueda se refuerza con el formato elegido que obliga a la escritura a moverse entre la concisión y la adivinanza, desplazándose de los supuestos del relato histórico, de una poesía testimonial o de denuncia. Se trata de un sujeto que transforma en imágenes lo que ve y escucha y compone una voz que busca comprender esas percepciones. En este sentido, los pequeños poemas producen la impresión de ráfagas de memoria con imágenes que se acumulan, se suceden o superponen. A su vez, en ese deseo de estar en otro lugar que mencioné al comienzo, en cierta incomodidad que sugiere la voz que habla, también se trama algo –tal vez, algo bastante específico– de la experiencia de la guerra.
Simultáneamente, la forma del haiku intensifica un efecto de atemporalidad que también construye la selección de la palabra poética. Por momentos, Raninqueo utiliza un lenguaje clásico que si desde el punto de vista de la poesía que se escribe en Argentina en los últimos años podría leerse como un anacronismo, en verdad produce una atemporalidad que instala a los haikus en una dimensión mítica, donde lo que se enfatiza es la experiencia de un soldado. Este énfasis en esa experiencia particular que, sin embargo, elige una palabra con tradición poética (“¡Brama, fusil!/ Festeja con nosotros/ el fin de la guerra”) confiere un tono atemporal que permite disputar con otra mítica: la patriótica. Esto es, los haikus de Raninqueo (como antes los poemas de Caso Rosendi, aunque de distinto modo) proponen una versión de la guerra de Malvinas que discute con el discurso que iguala, bajo la misma etiqueta de “caídos por la patria”, a los represores y a las víctimas. Así, el único haiku que lleva una especie de título alude a las torturas que sufrían los conscriptos:
(el estaqueado)
Sobre la turba
ramita verde
muriéndose de frío.
En la aclaración que encierran los paréntesis parece emerger la tensión entre el hermetismo del haiku y la necesidad de testificar una experiencia (aquí la de los estaqueos) que no forma parte, en el presente, de la memoria colectiva sobre la guerra de Malvinas, o la forma menos, y que reenvía al Martín Fierro y en todo caso, a las campañas al desierto del siglo XIX. La necesidad de aclaración para no permitir que se produzca, en este caso, un vacío en la escritura, podría pensarse menos como una búsqueda de transparencia que como una respuesta a un vacío provocado en otro lado: el silencio colectivo y el vacío legal. Los responsables todavía no fueron juzgados por esos delitos (estaqueos y torturas a los soldados) y mientras tanto, parecen decir estas escrituras, no hay palabras que sobren. Y si Raninqueo confía en la eficacia de sus imágenes cuando no encuentra necesario que los haikus incluyan la palabra “Malvinas”, en cambio, pareciera querer controlar posibles ambigüedades cuando sus imágenes suscitan evocaciones que podrían diluir algo muy específico de la experiencia que construyen.
Sin embargo, significativamente, es en la superposición de temporalidades y en la imprecisión que esa superposición provoca, donde residiría la eficacia política de ese haiku: el momento en que la imagen deja de remitir unívocamente a la guerra de Malvinas para evocar también, otros estaqueos, y entonces la fragilidad de ese soldado (“ramita verde/muriéndose de frío”) deja de ser solamente la de un adolescente en la guerra de Malvinas, para superponerse a la de otros oprimidos y resistentes.
2.
Haikus de guerra, a su vez, se inscribe en un fenómeno que lejos de disminuir con las nuevas tecnologías, parece extenderse: los libros de artista. Entre la amplia y heterogénea oferta de estos materiales, algunos tienen una elaboración artesanal muy cuidada que ofrece a los lectores una reformulación de las clásicas ediciones de autor al reunir arte y literatura. En este caso, entre cada haiku, impreso en una hoja suelta, se intercalan las minuciosas xilografías de Julieta Warman (1975). Julio Fuks, apunta que estos grabados hacen algo más que comentar y acompañar los poemas porque el trabajo de Warman “adecúa las formas y las potencia en una nueva dimensión” (El naufragio del monito sabio, 2012).
(Actualización mayo – junio 2013/ BazarAmericano)