diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Durante la edición 2010 del Bafici, tras ver el estreno de Ocio, la película de Alejandro Lingenti y Juan Villegas basada en la nouvelle de Fabián Casas, el primer comentario que se le escuchó a Martín Rejtman mientras salía de la sala fue “Una película muy generacional, ¿no?”. Casas cuenta que Alejandro Lingenti decidió largarse a filmar después de ver Rapado en un festival cubano. No sabemos efectivamente si Rejtman conoce o no el dato pero cuando se le pregunta si en alguno de sus libros quiso decir algo sobre una generación, la respuesta concisa y lapidaria que da es: “No”. Intenciones autorales aparte, quien haya seguido su narrativa y su filmografía sabe que Rejtman ha dado forma a un universo estético que testimonia una manera de estar en el mundo signada por una sensibilidad particular.
Tres cuentos, el cuarto libro de relatos del escritor y cineasta, llega luego de siete años de silencio y de espera. A caballo entre cuento y nouvelle, estos textos (“Este - Oeste”, “Eliana Goldstein” y “El diablo”) entablan una relación de continuidad evidente con Rapado, Velcro y yo y Literatura y otros cuentos mientras actualizan el universo de objetos culturales que atraviesan el repertorio de manías habituales; ahora los personajes negocian ventas de inmuebles por Skype y deciden dar clases de yoga luego de ver unos videos en YouTube.
Sería inútil volver a hablar de esos personajes sin densidad psíquica, de la incidencia de la estructura del guión cinematográfico en la narración literaria, del recurso a las quintas del extrarradio para las escenas de idilio y nostalgia, del modo en que las situaciones se le van imponiendo imperceptiblemente a los personajes, de la delectación con que parece elegir la banda sonora de cada historia, de la precisión quirúrgica para el detalle y para la construcción de las escenografías, de la aspiración a tipificar un universo de clase media, de los innumerables puntos de azar que atraviesan las tramas, de esas acciones inexplicables de algunos de los protagonistas (como cuando en el reciente “Eliana Goldstein” el narrador no puede resistirse al impulso de agregar cuatro dientes de ajo y dos chiles rojos al plato de algunas de sus invitadas). Todo eso ya lo sabemos desde el principio, desde los cuentos de Rapado.
Si, como aseguraba Nicolás Rosa, el escritor escribe siempre sobre los mismos fantasmas, podemos reconocer en este nuevo libro variaciones sobre escenas, gestos y conductas ya conocidas, al tiempo que todo parece haberse puesto un poco más oscuro y denso. Ahí está, entonces, la pareja de profesores de Hot Yoga que parece vivir en una película de ciencia ficción y cuyo secreto fin es apoderarse del departamento de los protagonistas en “Este – Oeste” o ese personaje de “El diablo” que nadie sabe bien de dónde viene y que siempre está presente cuando el mundo empieza a convertirse en pesadilla. Rejtman parece visitar motivos conocidos: la búsqueda del padre que emprende Lara en “Este – Oeste”, la atmósfera siniestra que hace de “El Diablo” un cuento de terror, la invasión sonora que hace del protagonista de “Eliana Goldstein” un silenciero edición siglo XXI. Cada uno de estos motivos, no obstante, escapa por una tangente de imprevisibilidad hacia zonas hilarantes. Basta decir que, en su intento de evadir los ensayos del pianista del piso de arriba, el protagonista de “Eliana Goldstein” descubre que existe una variedad de marihuana que al combinarse con los sonidos de las teclas de ese pianista resulta en un efecto de placer inigualable y se arroja a la búsqueda desesperada de la única dealer que la distribuye. El resultado es este:
Un día, mientras estaba completamente sumergido en los arabescos del piano de mi vecino, empecé a perseguirme con la idea de que tarde o temprano la chica iba a terminar encontrándose con su dealer y le iba a hablar mal de mí. No tardé ni un segundo en agarrar el teléfono y encargar una cantidad grande para cubrirme, al menos por un tiempo. Pedí un kilo y medio. Bajé al cajero porque no tenía tanto dinero encima y cuando volví a mi casa la moto del delibery ya estaba en la puerta, seguramente el centro de distribución quedaba cerca y yo era el primero del recorrido. Pagué y me dieron el encargo en una bolsa de supermercado, pero cuando llegué al departamento y abrí el paquete no tardé casi nada en darme cuenta de que la marihuana estaba adulterada; lo que me habían mandado era orégano viejo. Se lo veía muy seco y ya no tenía olor; de tan pasado ni siquiera servía como condimento.
Si no fuera por el recurso a un humor sutil y despiadado que reconocemos como motor de cada página, aquel “realismo idiota” del que hablara Graciela Speranza parecería disgregarse hasta situarnos en una tragedia contemporánea en la que las coincidencias hiperbólicas tendrían el valor del Deus ex machina. Si nos animamos a reconocer que el referente último es ese universo cotidiano por el que nos manejamos todo el tiempo, es porque Rejtman tiene la gentileza de recordarnos a cada instante que la risa es un salvoconducto infalible contra la atrocidad del mundo.
En veinte años de publicaciones salteadas pero contundentes, Rejtman se erige como una voz inconfundible que ha hecho de su educación sentimental materia de relato. El rock como sistema de referencias, la alta cultura como telón de fondo, la novela familiar como estructura de relato y la familia disfuncional como modelo único, la herencia utópica de los sesenta como refugio, la incorporación de las drogas a lo cotidiano y la apelación a la soledad irrenunciable que nos constituye son algunos de los elementos que Rejtman siempre está reordenando para contar historias en las que esos elementos reaparecen modificados bajo la coartada de ponerlos al día. Si en “House plan with rain drops”, de Rapado, y “Ornella”, de Literatura y otros cuentos, se multiplican los episodios en torno a ventas y alquileres inmobiliarios, en “Este – Oeste” y “Eliana Goldstein” el dilema de la vivienda vuelve como motivo central que propicia la circulación indefinida de diversos personajes por los mismos espacios (quizá valga decir “locaciones”); si todo empezó con el robo de la moto de “Rapado”, ahora estamos en el incendio del scooter del protagonista de “Eliana Goldstein”, a quien acusan de comprar una moto robada. Libro tras libro, Rejtman renueva la apuesta tejiendo en el tiempo un texto mayor al que cada nuevo episodio añade una dosis de actualidad y la esperada ratificación de que una experiencia generacional puede ser una visión de mundo.
Como si haber fundado hace veinte años un Nuevo Cine Argentino le adosara un estigma de extranjero o como si dos docenas de cuentos no bastaran para llamar la atención, su literatura crece al borde del sistema literario argentino. Una frase de C. E. Feiling transcripta en la solapa trasera de Tres cuentos parece despachar el asunto con ingenio: “Quizá haya que reconocerle a Rejtman el mérito de dar por perdida de antemano la mediación de los críticos y apelar directamente a la inteligencia de los lectores”. Escritor sin más tradición que una singularidad a prueba de balas, Rejtman permanece inasible. Si no pareciera exagerado, diría que dejar de lado la literatura de Martín Rejtman debería estar tipificado como delito.
(Actualización marzo – abril 2013/ BazarAmericano)