diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Cuando era niño, Claudio Magris escuchó una historia que, según confesaría ya adulto, lo dejó fascinado por mucho tiempo. En Trieste, su ciudad natal, vivía un hombre que era dueño de un puente. El extraño caballero pasaba su vida cuidando el Museo contra la Guerra y cuando un puente de la ciudad se derrumbó, no dudó en reclamarlo. Para el niño, la idea de que un puente pudiese tener propietario era algo tan fantástico como el más imaginativo de los cuentos, y para el adulto Magris, una muestra de la inteligencia del cuidador del museo, quien seguramente pensaba que la historia podía ser escrita a partir de los puentes, construidos tanto para conocer como para invadir a los vecinos. En su lógica, entonces, un puente era material indispensable para el museo.
La fascinación de Magris por el puente, con sus dos caras de acercamiento y destrucción, es una clave para entender la obra de este escritor triestino nacido en 1939. "El Danubio", probablemente su libro más conocido, parte de esa intuición sobre las fronteras revelada en la infancia y los ensayos de su libro "Utopía y desencanto", editado en italiano en 1999 y traducido al castellano en 2001, comparten esa filiación.
En un texto escrito para el 50 aniversario del Consejo de Europa ("The man who wanted a bridge for a present", 1993), Magris dice que un puente es como un poema épico, una obra cuyo autor se olvida porque pasa a ser, de alguna forma, una pieza coral creada por la humanidad, donde se ponen a la par la astucia y la paciencia humanas. En los ensayos de "Utopía y desencanto", el autor investiga y reconstruye un mar de historias, muchas de ellas a las que nadie se le hubiese ocurrido poner en contacto; otras que parecen los rezagos patrimoniales del imperio austro-húngaro, y otras que están en los márgenes de eso que alguna vez se llamó, pretenciosamente, cultura de occidente.
"Utopía y desencanto" reúne ensayos escritos entre 1974 y 1998, muchos de ellos publicados en el diario "Corriere della Sera". En su mayoría, reflexionan sobre la literatura y sus relaciones con la realidad. Indagan en los límites que la literatura traspasa y también en los que fija. Es decir, se dedican al tema de las fronteras, al enfrentamiento con lo distinto, al paseo por las dos orillas de un puente, por la cercana y por la que está del otro lado y que, por desconocida, parece la peor. Aunque la próxima esconda su barbarie, su violencia, en el hecho de ser cotidiana.
"No sólo existen las fronteras entre los estados y las naciones -escribe Magris en "Desde el otro lado", uno de los ensayos de "Utopía y desencanto"-, establecidas por los tratados internacionales, es decir por la fuerza. También la pluma que garabatea diariamente, como dice (Italo) Svevo, traza, desplaza, disuelve y reconstruye fronteras; es como la lanza de Aquiles, que hiere y sana. La literatura es por sí misma una frontera y una expedición a la búsqueda de nuevas fronteras, un desplazamiento y una definición de las mismas. Cada expresión literaria, cada forma, es un umbral, una zona en el límite de innumerables elementos, tensiones y movimientos distintos, un desplazamiento de las fronteras semánticas y de las estructuras sintácticas, un continuo desmontar y volver a montar el mundo… Todo escritor, lo sepa y lo quiera o no, es un hombre de frontera, se mueve a lo largo de ella; deshace, niega y propone valores y significados, articula y desarticula el sentido del mundo con un movimiento sin tregua que es un continuo deslizamiento de fronteras".
A pesar de esa declaración, tan rica como peligrosamente programática, los ensayos de Magris logran ampliar las fronteras de la literatura para los lectores con la misma naturalidad con que se respira. Un ensayo de Magris hace sentir al autor abordado como parte del horizonte del que lee, como parte de las melodías que ocupan sus días. En "La canoa y la muerte" el escritor italiano aborda un poema de autor desconocido, escrito por un anónimo indio de la comunidad piaroa, un grupo de unos tres mil pobladores que vive en la selva tropical ubicada en el Alto Orinoco. El breve poema habla de la muerte y de su irrepresentabilidad , de la radical separación del ser amado, llegando al corazón y dejando sin aliento. El poeta no habla del dolor ni del amor que sentía por el muerto, sólo expresa su asombro frente al hecho de que la belleza y la cotidianidad del mundo continúan siendo cuando lo amado ya no es. Es la misma impresión, aunque menos intelectualizada, que siente el narrador de "El aleph", de Jorge Luis Borges, cuando después de la muerte de Beatriz Viterbo advierte en el cambio de un cartel de publicidad y comprende (el verbo es de Borges) que "el incesante y vasto universo se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita". Sorprendentemente, el cuento de Borges es de 1949, y el poema del indio piaroa fue revelado en 1956 por un trabajo del antropólogo Giorgio Costanzo.
Trabajar en los límites tiene que ver con desplazar nociones aceptadas, por ejemplo, qué es literatura y dónde se la puede ubicar. Por eso Magris no duda en escribir sobre la poesía de un indio del Alto Orinoco, sobre un narrador esquimal de Groelandia, sobre Alce Negro, el guerrero y poeta sioux, sobre Johan Turi, el primer "escritor" lapón, o sobre la inmensa noción de humanidad que da la película "Merry Christmas, Mr. Lawrence", de Nagisa Oshima. Todo ello junto a los ensayos sobre Goethe, Theodore Fontane, Thomas Mann, Hermann Hesse, Hermann Broch, Nietzsche, Stevenson o Borges, y los viajes por ideas y gustos que aúnan a escritores, filósofos y anécdotas personales, como aquella en la que Primo Levi le contó a Magris por qué había omitido en un libro el nombre de un profesor francés que negaba la existencia de las cámaras de gas en los campos de concentración nazi. "Es un tipo que tiene esa idea fija en la cabeza y por esa causa ha perdido la cátedra -le dijo Levi a Magris- y ha mandado al traste su familia, así que no me parecía el caso de ensañarme". Magris había escrito con ferocidad sobre el profesor francés. Después de hablar con Levi entendió la lección que el escritor le estaba dando, sin necesidad de alzar la voz: "Estuvo en Auschwitz y no sólo resistió aquel infierno, sino que no permitió que aquel infierno alterase su serenidad de juicio y su bondad, que le instilase un sin embargo legítimo odio, que ofuscase la claridad de su mirada", escribió Magris sobre la falta de odio que convierte a Levi en un escritor excepcional.
En los ensayos sobre temas de la literatura de "Utopía y desencanto" hay algunos memorables. "Nievo y las 'Confesiones de un italiano'" trabaja sobre la idea de los grandes libros "generosamente imperfectos". Para Magris, la novela del título, escrita por Ippolito Nievo en el siglo XIX, se ve abrumada por su misma riqueza, pero ello no le impide ponerse a la par de las obras de Stendhal o de "Los novios"·, de Alessandro Manzoni. En "Los puntos suspensivos de Montale", la idea con la que arranca el ensayo se refiere a la "literatura jamás escrita", a los libros realizados con páginas en blanco, a las obras no escritas en las que sin embargo más de un autor sintió que allí vivía su creación más personal. Estos ensayos continúan la línea abierta por "Itaca y más allá" (editado en castellano por Monte Avila en 1998), y arman un mapa de lectura que no existía antes de la escritura de Magris.
Otro acercamiento a Magris es posible a través de su obra narrativa, con novelas como "Otro mar", "Conjeturas sobre un sable" y "Microcosmos", todas ellas traducidas al castellano. Para una relación por ahora poco investigada, también se puede abordar la labor de la ex mujer de Magris Marisa Madieri (murió en 1996). Magris escribió el postfacio de "Verde agua", la novela donde Madieri relata sus experiencias como emigrante de Croacia, cuando el mariscal Tito les pedía para quedarse en su país que se declarasen yugoslavos, y los italianos rechazaban a los croatas como inmigrantes, derivándolos, en el mejor de los casos, hacia Trieste. "Verde memoria" fue traducida en España por la editorial Minúscula.
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James Joyce aterrizó en Trieste después de una catastrófica experiencia en la ciudad de Pola junto a Nora Barnacle. En Trieste solía emborracharse hasta perder el sentido y caer en la cloaca más cercana, de donde solía rescatarlo su hermano Stanislaus. En la misma ciudad Italo Svevo vivió convencido de su fracaso como escritor, y cuando las cosas empezaban a cambiar murió en un accidente automovilístico. Umberto Saba se refugió en el pasado en su Librería Anticuaria, y olvidaba el terror que sintió porque en su ciudad se pudiese difundir la experiencia homosexual relatada en su novela "Ernesto", en la que se ocupaba de mostrar cómo a pesar de una experiencia con un hombre el narrador podía después llevar una vida "normal" con una mujer. También Quarantotti Gambini sintió una extraña relación con Trieste, que lo llevó a esconder la belleza de algunas de sus novelas como "La estela del crucero". Evidentemente, por más publicidad que hoy tenga como residencia de escritores, Trieste no fue ningún paraíso para los escritores, como probablemente no lo sea ningún sitio.
El fracaso personal y los logros de escritura de estas figuras literarias bastan para que Trieste haya sido vista como una literatura más que como una ciudad. Una literatura donde los límites se expandían y permitían, por ejemplo, que un irlandés hallase la punta del ovillo de "Ulises", una obra que marcó a la literatura del siglo XX, o que un paciente escribiese un brillante diario donde su burlaba de las groserías tipificadas del psicoanálisis ("La conciencia de Zeno", de Svevo). Magris responde con sus ensayos a ese espíritu literario de Trieste pero evita siempre el color local. Es la identidad de esa ciudad porque sabe que, como dice en "La astilla y el mundo", la identidad "no es un rígido dato, sino que es fluida, un proceso siempre en marcha, en el que continuamente nos alejamos de nuestros propios orígenes, como el hijo que deja la casa de sus padres, y vuelve a ella con el pensamiento y el sentimiento; algo que se pierde y se renueva, en un incesante desarraigo y retorno. Quien mejor ha expresado el amor a la patria, siempre pequeña y siempre grande, no ha sido quien celebraba bárbaramente el terruño y la sangre, olvidándose de que ésta es siempre mestiza, sino quien ha tenido experiencia del exilio y de la pérdida y ha aprendido, de la nostalgia, que una patria y una identidad no se pueden poseer como se posee una identidad. Los sobrevivientes del imperio habsbúrgico, que en los estados nacionales que vinieron después siempre se sintieron unos ex, enseñan, incluso más allá de su destino y del de su mundo, que el amor a las propias raíces necesita insertarse en un horizonte más grande".
Magris es fiel a Trieste porque es diverso, y en su diversidad se inscribe en el territorio de la literatura, que permite conservar un aire de infancia, como cuando se tienen diez años, y la distancia sentimental que da la experiencia, según un poema de Umberto Saba. Sin embargo, cuando Magris se propone ser fiel a la ciudad en la que enseña literatura, es menos convincente, se aleja de su centro creativo y decepciona, como ocurre en el libro que escribió sobre Trieste, y que aún no se tradujo al castellano; pero, bueno, esa es otra historia y una paradoja que el propio Magris previó en su ensayo "Los lugares de la escritura: Trieste", en "Itaca y más allá", un libro de ensayos que merece leerse a la par de "Utopía y desencanto". ¿Aunque quién dejaría de leer un libro sobre Trieste escrito por Magris?
(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2001/ BazarAmericano)