diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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1. Con una frecuencia cuya medida sería bueno calibrar, por si allí se esconde el número 22 que tanto significaba para él, cada tanto aparece un elemento que mantiene viva en la Argentina la legendaria figura del escritor polaco Witold Gombrowicz. Ahora ha sido el turno de las cartas que le enviara desde Europa a su amigo Juan Carlos Gómez.
Cuando Gombrowicz parte de Buenos Aires, en abril de 1963, tiene muchas dudas y apenas dos certezas: la primera es que no puede desaprovechar la oportunidad de regresar a Europa; la segunda es más abstracta y enfática: sencillamente no lo puede creer. Ambas convicciones se reiteran en estas cartas, bajo diversos motivos y aludiendo a distintas situaciones. En general, los mensajes se explayan alrededor de temas prácticos: el reenvío de correspondencia, pagos y gestiones con los amigos, relaciones ante terceros y editores, etc. Hay también un vacío que las cartas, como ningunas otras, pueden llenar: la ausencia. En especial durante el primer año, Gombrowicz está ávido de detalles y noticias del día a día de su barra porteña. Esta cosa de afectuosa amistad y organización práctica brinda al epistolario un matiz de inmediatez en el que se borran, sin percibirse, los 35 años transcurridos desde entonces. Las cartas no parecen pertenecer a un muerto del pasado, sino a alguien cuyo trazo todavía admite sin violencia el apelativo de "póstumo".
En ese lenguaje que se deleita con los giros del habla coloquial, donde se adivinan los mandatos de la lengua polaca y se impone el canon formal de la tertulia culta, Gombrowicz demanda acciones y ofrece descripciones. Las cartas ponen de manifiesto a alguien muy preocupado por las relaciones públicas y los efectos de escritos y declaraciones. Eran momentos en que la coyuntura imponía, para quien quisiera asumirlo, un delicado equilibrio. Invitado a Berlín por la Fundación Ford, no en última instancia como ingrediente de la propaganda anticomunista, Gombrowicz está muy advertido de su nueva ubicación geográfica y de los compromisos políticos asumidos. Y a la vez, es testigo y motor de su propia consagración literaria. Para quien estaba acostumbrado en la Argentina a permanecer "instalado en el anonimato", según pusiera en el Diario, el éxito europeo significó una mezcla de confort moderno y reconocimiento intelectual. De ahí la reiterada conclusión durante las primeras cartas: "Ojalá dure"; una letanía en la que se mezcla el sorprendido desconcierto ante tanta abundancia y la ambigua idea, todavía firme, de volver a la Argentina. También, pero sin énfasis, las cartas van perfilando la declinación física de Gombrowicz. Solamente al final verificamos que los problemas de salud eran serios, y que habían quedado disimulados entre la pudorosa reserva de Gombrowicz y su escansión verbal juvenilista.
La correspondencia se interrumpe definitivamente en 1965 con acusaciones cruzadas, clausurando la amistad. Gombrowicz ya estaba seguro de que por uno u otro motivo no regresaría a la Argentina; es probable que su larga residencia en el país le siguiera pareciendo una de esas largas pesadillas que solo pueden visitarse con la evocación. Por su parte, Gómez cierra el epistolario con la única carta del volumen que le pertenece, donde expone con menos comprensión que despecho.
2. Con los años se ha hecho habitual leer a Gombrowicz en clave argentina: este escritor aislado e irreverente -aunque no menos ignorado que tantos contemporáneos- habría dicho más y mejor, en todo caso distinto, sobre el país que muchos otros, nacionales o extranjeros. Las interpretaciones sobre el sentido de las miradas de Gombrowicz no se hacen cargo del prurito provinciano que se siente partícipe del mundo sólo cuando puede ser testigo del "cómo nos ven". Prueba de ello es que precisamente no se refieren a una obra sino a cierta situación, una acción demorada en el tiempo como un viejo panorama, la "escena Gombrowicz": el exilio casual, el anonimato naturalizado, la argentinidad obligada. La parábola de Gombrowicz diseñó en los 70 y 80 una metáfora adecuada para interpretar al país. Una mirada estetizante, como corresponde a la de un extranjero, creaba paradójicamente sólidos límites estéticos. Acaso sin quererlo, se volvía a la escena estradiana cuando en el siglo XIX los cronistas ingleses descifraron en la superficie aquello que para los nativos resultaba invisible. A la vez, quizá haya habido demasiada confianza en la literatura de Gombrowicz, y exagerada certeza respecto de la oquedad local, al decir que a través suyo Europa leía a la Argentina. Para Gombrowicz la Argentina fue un no-país, un territorio que ponía de manifiesto los límites antes que su contenido. Esta noción pudo entusiasmar al amargo e irónico localismo de nuestras letras, pero también implicó volver a escenas de interpretación propias del siglo xix.
Esclavo contemporáneo de los desplazamientos, Gombrowicz desarrolló una "metafísica territorial" que buscaba en la ubicación topológica la definición existencial. La Argentina es una situación antes que un lugar, como por ejemplo es el Uruguay en "El uruguayo" de Copi. "Retiro", "Venezuela", "Santiago", "Tandil", "Ocampo", "Rex", remiten de manera insuficiente a entidades físicas o geográficas; la otra mitad está dada por el contenido metafísico y experiencial. La diversidad se alinea según la capacidad sintética del nombre de las locaciones. Así, el encanto de Gombrowicz no consistió tanto en haber propuesto una versión imposible de la Argentina sino en haber hecho de ella una ecuación abstrusa, como siempre resulta la representación de las zonas periféricas. Estas cartas a Juan Carlos Gómez son el registro devaluado de las operaciones públicas de Gombrowicz, tanto las prácticas como las literarias. Podemos ver cómo también a su regreso en Europa localizaba hitos desde donde se irradiaba la experiencia, del mismo modo como enviaba los croquis de las nuevas viviendas que ocupaba. Creo que sería un error seguir viendo a este autor como un argentino sin nacionalidad, no tanto porque la fórmula se ajuste o no a la verdad, sino porque con ello no se hace más que propinarle un mito nativo.
Originalmente publicado en "El Ciudadano", suplemento "Grandes Líneas", Rosario, primavera de l999.
(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2001/ BazarAmericano)