diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Las contradicciones del Dr. Sarland
La lectura en los jóvenes: cultura y respuesta, de Charles Sarland, México, Fondo de Cultura Económica, 2003. Colección Espacios para la lectura; 302 páginas.

“Espacios para la lectura” es una colección de Fondo de Cultura Económica que intenta reunir diversos trabajos, ya sean ensayos o investigaciones, en torno a los problemas que atraviesan la reflexión teórica acerca de la lectura. Si bien se percibe la voluntad editorial de atender a distintas perspectivas disciplinarias en relación con los posibles abordajes de la lectura como objeto de estudio, voluntad pluralista por demás loable, es de señalar también que no todos sus títulos suponen la misma solvencia a la hora de desplegar sus aportes a la prolífica serie de estudios que explicarían en qué consiste la lectura. En este punto interesa señalar otra característica de esta colección basada en el hecho de divulgar investigaciones que hasta el momento se hallaban circulando únicamente por los ámbitos académicos en los que se produjeron.

En esta línea de los trabajos desconocidos para quienes se interesan por la investigación sobre la lectura y, más específicamente, sobre la lectura de textos literarios, se inscribe la publicación de La lectura en los jóvenes: cultura y respuesta de Charles Sarland (Doctor en Educación y profesor e investigador de la universidad de East Anglia, Norfolk, Reino Unido). El texto presenta las tesis más relevantes de Sarland que intentarían explicar por qué los jóvenes de su país prefieren leer lo que él denomina “literatura popular” (literatura destinada a un gran público, comercial, menor) y no la valorada por la institución escolar. Con este recorte del problema, Sarland consigue desligarse de debates más vinculados con el valor de la literatura en el campo literario en sentido amplio, ya que no le interesa efectuar un ejercicio de crítica que determinaría la calidad o no de este tipo de producción literaria. Por el contrario, Sarland dirá insistentemente que su estudio se basa en el tipo de lecturas que los jóvenes generan a partir de estos textos sin implicar su mirada de lector “culto” o experimentado, dado que entorpecería el acceso a los significados que estos lectores desplegarían en sus prácticas de lectura.

Consciente de la necesidad de presentación que merece su figura como especialista en temas referidos a la lectura y también cubriendo la necesidad de justificar el tipo de investigación que ha desarrollado frente a la comunidad pedagógica inglesa, Sarland comienza su libro con un extenso relato de su formación como educador básicamente en la Inglaterra postacheriana. Así, se dará a conocer como un “maestro formado en los principios del liberalismo inglés con ideas marxistas”, un maestro que creyó en las políticas educativas estatales en tanto su intención de incluir al alumnado juvenil en el juego social y que luego descubrió casi con desencanto que dichas políticas tan sólo tendían a preservar y a ratificar esos valores liberales. En este marco, Sarland historiza el curriculum del Reino Unido y la formación docente en el área de lengua materna para explicar los motivos que subyacen a las selecciones de textos literarios que efectúan los docentes en las escuelas.

De este modo, el trabajo despliega un primer eje de análisis que explicaría esa tensión liberal/marxista de su autor: la contradicción. Sarland, lee las contradicciones en las argumentaciones de los docentes que ha entrevistado acerca de las razones para elegir textos, contradicciones que revelarían por un lado, la convicción disciplinadora de esos docentes en tanto que le conceden a la literatura canónica escolar un poder evangelizador y, por otro cierta sensibilidad social que apuntaría a incorporar las voces de los alumnos en esas selecciones, a atender sus intereses.

Sarland mismo se presenta desde esa contradicción y nos relata cómo se hizo más evidente para él a la hora de ampliar su formación incluyendo en ella la lectura de los estructuralistas, del Barthes de S/Z, de teóricos de la recepción alemanes como Iser o del modelo semiótico de Eco, los trabajos de Althusser, Eagleton, Freire y los más actuales de Henry Giroux. Según Sarland, este recorrido teórico le confirió una mirada cultural en torno al problema de la enseñanza de la literatura y de la lectura que le ha permitido poner en suspenso la tradición iniciada por Leavis hacia las primeras décadas del siglo XX. Esta perspectiva conservadora y meramente valorativa de la literatura estaría caracterizando a la enseñanza de la literatura como disciplina escolar en el Reino Unido.

Luego de este extenso alegato, el libro comienza a desarrollar el trabajo de campo que articula toda la investigación. Sarland realiza una serie de entrevistas para los años ‘80 en una escuela pública de Inglaterra que recibe a jóvenes de familias proletarias, desocupados e inmigrantes africanos y asiáticos, como así también a cierta clase media a la que distingue como propietaria de sus viviendas. Aquí, las distinciones socioeconómicas son confusas, cuestión que Sarland aclara, pero que dice incorporar como necesarias para avanzar sobre las dictaminadas por el sistema escolar: alumnos de nivel “bajo”, “medio” y “alto”. Éstas provendrían de arbitrarios exámenes de aptitud que el autor discute en principio pero que luego funcionan en su trabajo en tanto lugar más que cómodo para realizar conclusiones del tipo: “los alumnos de nivel bajo no pueden leer juegos narrativos en los textos”. En realidad, este es uno de los tantos ejemplos acerca de cómo ciertas expectativas que el libro inaugura quedan truncas cuando se avanza en su lectura. Si en su inicio, se halla una voz autoral que pareciera cumplir con las tareas del buen etnográfo, esto es, dar cuenta de su etnocentrismo a la hora de abordar el campo con el que trabajará, sincerar los marcos teóricos en los que se sitúa para luego generar hipótesis, etc., hacia su final el lector ya habrá comprobado que ese campo tan sólo se constituye como una empiria manipulada que le ha servido al investigador para extraer “pruebas”, como él mismo las llama. Sarland reúne a los jóvenes en sesiones que registrará y/o grabará en las que los interroga acerca de los libros que “han elegido para leer”. Estos libros provienen de un corpus que él les ha suministrado y que ratifica, por lo general, elecciones anteriores. Por ejemplo, los alumnos eligen leer Carrie de Stephen King pues han visto su versión cinematográfica, lo mismo ocurre con First Blood de Morrell, texto en el que se basa la película Rambo. Algo similar sucede con The Fog de Herbert que aparece como una lectura adolescente de circulación extraescolar. Además, el corpus está conformado con textos pertenecientes a la literatura infantil y juvenil, es el caso de Stranger with my face de Duncan o Super Gran de Wilson.
En el relato de lo ocurrido en cada sesión Sarland analizará la “respuesta” de estos jóvenes de entre 11 y 15 años de edad a estos textos. La “respuesta” es la lectura que ellos efectúan de estos textos y en ella Sarland centra distintos significados que estarían señalando las características del vínculo que los jóvenes establecen con esta clase de literatura. Pero antes de conocer estas respuestas se asiste a lo que Sarland dijo que no haría: se deberá leer el análisis literario que el investigador hace de los textos y los comentarios acerca de qué le han producido como lector. Así, el argumento de los textos es puesto de relieve junto con algunas lecturas psicoanalíticas y otras del orden de lo simbólico (los personajes que “simbolizan”). Lo que se quiere indicar es que se aprecia ese recorrido teórico literario clásico (por llamarlo de alguna manera) que Sarland ha dicho que maneja, sumado a comentarios impresionistas acerca de su experiencia lectora: los textos intentaban “manipularlo” o “terminaban provocándole placer”. Luego, la respuesta de estos jóvenes es cotejada con la lectura del investigador quien más allá de haber acordado con Barthes que los textos plurisignifican o que la literatura es ideología en términos de Eagleton, acaba situándose más en las posiciones discutibles de los modelos de la estética de la recepción, sobre todo en la versión de Eco de quien toma sus prescripciones para establecer cuándo “hay lectura” y cuando no.

Aquí el trabajo de Sarland presenta una gran dificultad metodológica y epistemológica que empaña lo interesante del problema abordado, puesto que se puede afirmar que no existen investigaciones serias que aventuren explicaciones de rigor teórico en torno a las relaciones entre los jóvenes y estos productos de la cultura de masas o como se prefiera denominarlos. En este sentido, Sarland va desplegando en su análisis una serie de tesis parciales interesantes en torno a la dimensión cultural que atraviesa el acto de leer. Por ejemplo, el capítulo en el que desarrolla cómo unas chicas leen Carrie a partir de su construcción de género alcanza una complejidad teórica que permite atender cómo dichas jóvenes inscriben este relato en una serie cultural mayor, esto es, cómo las sociedades determinan qué deben ser las mujeres y cómo deben posicionarse frente a los hombres. Lo mismo ocurre cuando Sarland interpreta las maneras diferentes de ambos géneros a la hora de dar significado a una escena de homosexualidad en The Fog, puesto que se aprecia que el conservadurismo femenino es más permeable a leer este tipo de “desvíos” que el masculino. Pero, Sarland hará sopesar en su sentido de la respuesta la teorización en torno a cómo estos textos, en definitiva, ratifican un orden de cosas cultural, presentan relatos en los que los jóvenes hallan tipificaciones culturales en torno a la sexualidad, el poder, las configuraciones del bien y el mal. De ahí que el vínculo, sus comentarios acerca de si les interesó o no el texto leído refieran tan sólo a si los personajes se conducen correcta o incorrectamente en la trama que los envuelve. Estos comentarios se producen, cabe aclarar, por la direccionalidad de las preguntas del investigador quien de manera recurrente interroga a los jóvenes diciéndoles: “¿y tú harías lo que hizo x personaje?”, etc. Sarland interpretará como hecho positivo estas respuestas confiriéndole ese valor a esta producción literaria: los jóvenes se “reconocen” en estos textos, se “identifican” con ellos y así pueden “aprender” sobre la vida. Y este “aprender” sobre la vida debe ser capitalizado por las escuelas del Reino Unido, pues le permite a los jóvenes incorporar sus identidades en el diseño curricular como motor de aprendizaje, puesto que los alumnos leen tan sólo los textos en los que “se encuentran” (y aquí la adscripción absoluta al modelo de la recepción de Umberto Eco). Entonces, si los alumnos del “nivel bajo” se encuentran en textos como First Blood puesto que se identifican con la marginación que sufre el personaje de Rambo al volver de Vietnam, este texto debe ser incorporado en el canon escolar junto con los clásicos o los considerados alta literatura ya que vehiculizan la posibilidad de leer y no así los otros.

En definitiva, Sarland pareciera no resolver aquella contradicción señalada por él mismo al inicio de su libro puesto que este tipo de conclusiones no dejan de inquietar y de generar preguntas o incomodidad acerca de la posición ideológica que suponen. Porque aunque la investigación no contemplara el análisis de las lecturas que estos jóvenes podrían haber hecho de otros tipos de textos literarios, seguramente de un canon escolar inglés, resulta difícil no dejar de apreciar en estas tesis de Sarland cierto determinismo social que puede verse, además, cuando a lo largo del libro insistentemente el autor hace comentarios en torno a cómo están escritos estos textos, al hecho de que por su sencillez permiten ser leídos, etc. Pareciera que Sarland no puede escapar de las trampas en las que caen varios estudios de impronta pedagógica que dicen ubicarse en miradas culturales que rescatarían a los sujetos de las objetivaciones de sus “aptitudes”, “capacidades”, etc., pero que luego incurren en las demagogias de homologar el hecho de repensar las prácticas de enseñanza en función de la “facilitación”. Es decir, que una cosa es plantear una investigación que tome como problema la lectura de textos pertenecientes a estas literaturas destinadas a un gran público por parte de jóvenes y, de este modo, estudiar cómo son leídas en tanto sus modos de constituirse y otra es diseñar una investigación que tiende a comprobar la supuesta validez de hipótesis referidas a las posibilidades de acceso a los bienes culturales, valga la redundancia más “accesibles”, por parte de los jóvenes. La primera posibilidad de investigación se halla en el libro de Sarland y es lo que lo hace más interesante. En esa línea de trabajo el autor se libera de lógicas clasificatorias según el modelo teórico que cite y produce conocimiento en torno a este tipo de literatura en un movimiento muy interesante que consiste en desvincularla de la literatura en tanto institución para estudiarla más bien como relato popular, como parte de las ficciones que toda cultura occidental pone en circulación por medio de diferentes productos o formas de la narración (TV, cine, anécdotas, mitos, etc.). Pero esta decisión que permitiría evitar el sesgo evaluativo para con este tipo de literatura, y así superar las discusiones estériles acerca de su calidad, se ve empañada como ya se ha señalado por ese análisis literario entre estructuralista y esencialista, anticuado si se permite el término, que lleva a Sarland más por los caminos de los juicios que de la comprensión teórica del problema que intenta abordar. Hay demasiada confianza en los modelos teórico literarios propios de los ’70 y ’80, demasiada adscripción a que las teorías de la recepción han explicado el fenómeno de la lectura de textos literarios con sus categorías de lectores implícitos o de encuentros ideológicos entre autores y lectores que indicarían lecturas ajustadas o desajustadas de los textos. En definitiva, el trabajo de Sarland carece de cierta actualización teórica necesaria, hoy por hoy, a la luz de los avances de investigaciones que abordan el problema de la lectura a partir del estudio de lectores “reales” desde perspectivas socioculturales que él mismo dice asumir, pero que socavarían varias de sus presunciones.

 

(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2003/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646