diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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I. Una investigación afectiva
“una memoria enterrada que yo
exhumo en tiras, en franjas y en fragmentos para
vos”
Arturo y yo (1984)
“Tratado de las sensaciones” (2002) es un libro importante en la obra de Arturo Carrera (1948). En el prólogo el autor señala que fue escrito como una continuación de “El vespertillo de las parcas” (1997), su libro anterior, “como un intento para que alguno de los dos, o ambos libros, se transformen en mi vida”. La relación entre uno y otro no tiene secretos; los dos indagan los lazos de parentesco: “El vespertillo”, en la línea de las mujeres (madres, abuelas, tías, hermanas), y “Tratado”, en la de los varones (padres, abuelos, tíos, primos).
Sin embargo, la identidad y las filiaciones son obsesiones que recorren toda la obra de Carrera, y no meramente sus dos últimos títulos. “La partera canta” (1982), “Arturo y yo” (1983) y “Children's corner” (1989), por citar sólo algunos, bucean también esa zona que va desde los más sutiles recuerdos de infancia, hasta el nacimiento de los hijos (Fermín y Ana) y el asombro del padre que los mira crecer (“El sol se extingue bruscamente y un insectito/ con lunares negros, bruscamente anaranjado/ se posa en mi muñeca: “Mirá, papá./ Una vaquita de sanatorio´ -dice Ana”).
Los libros de Carrera nunca se presentan como fruto de una gestación más o menos azarosa; por el contrario, suelen proponerse casi como el resultado de una investigación. El uso de prólogos donde se explicita la idea que guió la elaboración del volumen, es revelador de esa especie de impulso programático que anima la labor creativa del autor. Teniendo en cuenta su alto grado de conciencia respecto de las búsquedas que recorren su obra, así como también el hecho de que ya ha superado con creces la decena de libros publicados, no sorprende la coherencia con que en “Tratado” retoma algunos de los núcleos más significativos que sus textos han ido planteando. El principal de ellos es el de “las sensaciones”, que enseguida abordaremos; a modo de adelanto se diría que encierra una “filosofía de la composición” que ilumina toda su producción.
Ahora bien, ¿cómo debe entenderse la propuesta de corte autobiográfico en un escritor tan poco ingenuo como Carrera? Ante todo, como una ficción, único modo de vincularse con aquello que es, en última instancia, inasible. Si “El vespertillo” era la ficción matriarcal de la autobiografía, “Tratado” es la ficción patriarcal. Lo destacable está en que no se aborda la infancia para reconstruir los hechos como realmente fueron. Lo que late en los poemas es, más bien, fe en la imaginación: la esperanza de que esa facultad productora de imágenes ofrezca una chispa, una sensación, que anule la distancia entre el pasado y el presente en un instante. “La sensación –dice el autor en el prólogo- como sentido de los afectos”.
II. Fragmentos de lujo y desnudez
“soy fragmentos
reunidos por mis fragmentos”
Escrito con un nictógrafo (1972)
“Me has enfrentado al lujo insoportable
de mi desnudez”
Arturo y yo (1984)
“Tratado” está estructurado en cinco partes (La construcción del espejo, Serie de los faunos, Carporrestos, Las sensaciones y Otros faunos); en la última de ellas, un poema titulado “El grillo” lleva un epígrafe de Baldomero Fernández Moreno. Desde su libro “Arturo y yo”, Carrera ha mostrado un interés por esa tradición sencillista de la escritura poética. Tal interés es heredero del giro que dio la poesía tras la Segunda Guerra Mundial. Como es sabido, fue a partir de los ´50 que, bajo la motivación de fenómenos sociales, comenzó a reivindicarse una lírica de lo cotidiano: poemas alejados de las torres que visitan las Musas, “poemas humanos”.
La cotidianeidad es, sin duda, el mundo al que apuesta “Tratado”. Carrera no busca las sensaciones en hechos extraordinarios, sino en puerilidades de la vida doméstica: el tío Pedro observando el reloj de manecillas, el tío Salvador junto a la enorme radio de madera, las discusiones femeninas en torno al color de ojos de tío Alfredo, la aventura de bañarse con los primos, el abuelo que corta unas hojas para el puchero siciliano.
No obstante, hay que desconfiar de que un fanático de Lezama Lima sea capaz de soportar tanta sencillez junta. “Sólo lo difícil es estimulante”, decía Lezama, y algo de esa lección reverbera como un eco leal en Carrera. Su poética obtiene buena parte de su fuerza del contraste entre registros; de ahí precisamente que hasta la escena más pedestre -un tío cocinando churros, por ejemplo-, esté llamada a convivir con la cita más artificiosa: “y como un día festejamos con risa burlona las/ formas imperfectas de esos churros,/ muy serio explicaste: ´Los griegos inventaron los/ churros, ¡qué carajo! en tiempos de Demóstenes./ Los llamaban euchytés. Y esas formas chirriantes/ inesperadas, servían para adivinar/ el porvenir” (“Tío Alejandro”). Delicado cultor de la impureza, Carrera coloca en un mismo poema el giro vulgar del habla coloquial (“no vuelvo a tomar más birra, boludo”) y la referencia culta, preciosista, caprichosamente ornamental (“en la perla rojeante apenas amarilla de la margarita/ de la luna del Dante”).
Esa ductilidad para moverse de un registro a otro y producir con ello un potente efecto estético –la luminosa colisión entre fragmentos heterogéneos-, constituye uno de los mayores encantos de su obra. La misma posee, como pocas, la capacidad de asimilar poéticas disímiles: puede unir a Fernández Moreno y Lezama Lima, a Osvaldo Lamborghini y Mallarme, a William Carlos Williams y Rubén Darío. Por otro lado, el carácter fragmentario de su escritura -repleta de saltos que dejan suspendidas en el aire relaciones implícitas, para adivinar- favorece su empleo de las citas, tan incesante como ecléctico, y a menudo les da a sus poemas una cierta apariencia de collage, mosaico de imágenes y voces, intensidades distintas, rompecabezas de sentidos para armar y desarmar (“no son acaso como las piezas del rompecabezas/ las palabras, siempre nuevas en su inclusión/ y su desamparo”).
Los materiales de “Tratado” corresponden a un sencillo repertorio de anécdotas de la infancia. Pero lo importante, lo que quiere perdurar, no es la anécdota en sí misma sino las complejas sensaciones que ella convoca. Tal intención aparece, incluso, declarada: “anécdota: esa nada intenta conmoverme/ este verano/ Y esa nada me exige la sensación/ que es parecida al sueño de un recuerdo”. La anécdota funciona simplemente como punto de partida, permite trazar un mapa de elementos que al tocarse emitirán la sensación, ese “sentido sofocado que estalla/ entre pasiones sutiles como el cri de un grillo”. Por su naturaleza chispeante, fugaz y absoluta, los fragmentos se revelan entonces la forma más adecuada para capturar sensaciones.
III. Las sensaciones
“lo indiscernible del amor con que miro la foto
está en mis manos que parcamente tiemblan”
El vespertillo de las parcas (1997)
El intento de construir un mundo de sensaciones resulta inseparable de una invitación a liberarse de lo que William Carlos Williams llamó “la cháchara del pensamiento”. La sensación es, al igual que la poesía, un centro de intensidad que no puede durar demasiado y que, al mismo tiempo, se erige como un pequeño escándalo lógico.
Carrera debe compartir con Hume la convicción de que las ideas son apenas el precario reflejo de las sensaciones en el pensamiento y el razonamiento. De hecho, para trasmitir sensaciones prefiere la elocuencia instantánea de la imagen por sobre el rigor de la idea: “la imprevista delicia:/ la mano pequeña que todavía pasa a contrapelo/ por el cabello del hermano menor/ que cortaron al rape/ Figura/ en las sensaciones/ sí/ la presencia/ sí/ que todavía se interesa/ en estallar” (“Segunda sensación”). “Tratado” se centra en el registro de esas sensaciones para las cuales no tenemos conceptos. Explora una zona de indeterminación, una superficie de afectos complicados de nombrar sin caer en vaguedades discursivas, y que son esenciales porque encarnan el momento en que la experiencia se inscribe en el cuerpo. Es ése el momento que anula la distancia entre pasado y presente con un estallido que se sale del tiempo. Íntimo entrecruzamiento del que siente y lo sentido, la sensación, perpetuamente en fuga, supone un paso de lo finito a lo infinito.
Cada vez más propenso a retomar la vieja vinculación entre poesía y filosofía, Carrera se la pasa citando pensadores; entre ellos, Wittgenstein, Virilio, Teofrasto, Deleuze. Mencionado al comienzo del prólogo, éste último es quien se halla más presente en la concepción del libro. La noción de la obra de arte como “bloque de sensaciones”, compuesto de perceptos y afectos, según la definición de Deleuze, vibra en los versos de Carrera y se confunde con su propio modo de entender la especificidad de la escritura poética. Tal noción redunda en una búsqueda de la sensación como aquello que emerge entre el objeto que la produce y el sujeto que la experimenta –sin pertenecer a ninguno de los dos-, siempre inquietante en su extrañeza afectiva y sensorial.
Por eso, el desafío de capturar sensaciones encierra una filosofía de la composición: una filosofía empirista, que trabaja a partir de la experiencia (se apoya en la anécdota), pero que de ninguna manera se detiene en ella. Esto va unido a una creencia en la poesía como marcación de un territorio benéfico, labor en pos de preservar y dar cuenta de esa zona afectiva ante la cual los conceptos no son suficientes. Así, Carrera se acercaría a una concepción afín a la de autores como Bonnefoy y Michaux -a quienes ha traducido-: la poesía como aquello que va más allá del saber gramatical, hacia la inmediatez del ser sensible, un terreno donde los significados desaparecen devorados por las evidencias.
IV. El dolor como pregunta estética
“como quiso Teofrasto,
el teórico de las sensaciones:
toda sensación va acompañada de dolor”
El vespertillo de las parcas (1997)
“Partera única será quien se lleve las palabras...
Quien nos lleve lejos, muy lejos a escuchar
las cascadas de un cuerpo”
La partera canta (1982)
“Tratado de las sensaciones” es, por un lado, un título que Carrera le ha “robado” al abate y filósofo Etienne de Condillac, y por otro un título que llama a buscar en los poemas reflexiones, por así decir, más o menos significativas con respecto al conjunto de su obra. ¿Cómo no buscarlas si “tratado de las sensaciones” fue el primer significado de la palabra “estética”, conforme a la etimología del término “aisthesis”?
La dimensión reflexiva que promete el título se encuentra presente en diversos fragmentos el libro. El primer poema comienza aludiendo al dolor, y no es casual. A medida que avanzan las páginas, el dolor va revelándose como la Sensación en torno a la cual converge todo lo demás. “Sólo el dolor se confunde con el tiempo de la poesía”, escribió Lautréamont, y los versos de Carrera adscriben.
El dolor parece originar la reflexión sobre la escritura y, en particular, sobre la figura del poeta. Resulta oportuno destacar que en casi todos sus libros el autor recupera tópicos que han dominado la poesía desde el romanticismo -la infancia sentida como patria, la eternidad del instante, el poeta en tanto ser singular, etc.-; pero los trabaja de un modo no convencional, quebrando las figuraciones codificadas en exceso. En muchas ocasiones la ironía le sirvió de anti-climax, como se advierte, por ejemplo, en la siguiente estrofa: “No hace mucho le/ dije a Emeterio: No he fundado ningún sistema/ nuevo de lectura; nada original: ni siquiera,/ volverme imperceptible.../ (No dijo nada y después/ pensando que iba al mar con los chicos dijo:/ `Comprate una sombrilla, es algo que puede/ durarte años´)”. Otras veces Carrera ha quebrado el lugar común romántico con salidas más radicales y bizarras, irónicas también: “¿Recuerdas que dijiste que la prioridad del artista/ estaba en hacerse reventar por los chongos/ de Floresta y después `narrarlo´ mientras/ se posa, ante un pintor, como una mariposa/ americana?”. Por el contrario, la ironía está prácticamente ausente en “Tratado”. Predomina un tono melancólico (“Hace días que no escribo/ ¿A quién le importa?”), y un ritmo lento y sereno que en nada se parece al de libros como “La partera canta”. En esa atmósfera introspectiva y sosegada, los tópicos adquieren sentido en relación con el dolor.
Presencia universal que los antiguos percibían hasta en los gemidos de las cosas, el dolor es una sensación que forma parte de todas las sensaciones. Su rasgo distintivo es justamente su ubicuidad. El dolor se encuentra en todos lados, pero, sobre todo, está tejido en el tiempo, se desliza a través de los minutos, los días, los años... En varias partes de “Tratado” dos célebres personajes, mentados por Leopardi, pasean por los versos. Se trata de la Muerte y la Moda, que constantemente nos avisan que estamos sujetos a la tiranía del tiempo y, por ende, resultan enemigos de la poesía y la memoria.
La dupla “poesía y memoria” merece pensarse con atención en el caso de Carrera. A menudo se ha leído su obra como una “novela familiar”; pero, ¿detenerse en ese punto no es quedarse en una de las más superficiales líneas de lectura que sus textos nos proponen? Basta abandonar el plano de la anécdota para percibir un proyecto más ambicioso. Su obra parece tender a constituirse como memoria del cuerpo, a través de una búsqueda que se sustenta en el poder de la poesía para sustraerse del tiempo y desplazarse como un “submarino estratégico”. Un submarino al que sólo le basta, dice el autor en el prólogo, “mantenerse visible en su constante invisibilidad, sin salidas ni llegadas, solo en un viaje circular absoluto”.
Leídos como hijos de esa búsqueda, sus poemas exceden con mucho el marco de lo autobiográfico. No se dirigen al pasado para interrogar la verdad del origen, no sondean un íntimo enigma, ni siquiera le cantan a la infancia perdida; antes bien, susurran a viva voz sensaciones sin tiempo, el dolor eternamente renovado de los seres humanos, y su protesta recreada cada vez en la desmesura del goce, el amor, la risa, la emoción ante un detalle. Forjar una memoria del cuerpo supone prestarle atención a los sentidos: dedicarse a capturar esos aspectos invisibles e instantáneos de situaciones que, siendo personales, tienen sin embargo una validez general. En esa línea, la ficción autobiográfica cumpliría básicamente la función de poner de relieve que una vida -suya, nuestra, de cualquiera- bien puede verse a partir del continuo fluir de los afectos y esas formas fugaces del sentido que son las sensaciones.
“A ti recurro -decía Cavafis- arte de la poesía que sabes de remedios, tentativas de adormecimiento del dolor por la imaginación y por el verbo”. “Tratado de las sensaciones” recupera esa antigua apelación a la poesía como forma de atenuar el dolor, de sublevarse contra el tiempo de la historia y la gramática para preservar, con el arte más gloriosamente inútil y más necesario, la escucha de un rumor que ellas opacan. Acaso por eso los poetas se insinúan en el libro bajo la apariencia de cigarras, grillos y ranas: “Criaturas cuya música de vestigio pliega y amplifica/ nuestra risa lejana. El rumor de las pasiones/ que caben todavía en esta tierra oscura”.
(Actualización diciembre 2002 – enero febrero marzo 2003/ BazarAmericano)