diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Lenguas rojas de la infancia
La lengua absuelta, de Elías Canetti. Barcelona Muchnik, 2001, 338 páginas.

Elías Canetti nació en 1905 en Rustschuk, un antiguo puerto de Bulgaria a orillas del Danubio, donde en un día se escuchaban siete u ocho idiomas. Turcos, búlgaros, sefardíes, griegos, albanos, armenios y gitanos circulaban por esta orilla mientras que del otro lado del Danubio venían los rumanos y ocasionalmente los rusos. Canetti fue el mayor de los tres hijos de Jacques Canetti y Mathilde Arditti, ambos de familias judías sefardíes venidos de Estambul. Como todos los varones primogénitos de su familia, Elías llevó el nombre de su abuelo paterno y pudo contarse entre el círculo de nietos más apreciado por este personaje singular. A pesar del reconocimiento de que gozaron sus textos, la fama tardó en llegarle. Sólo a los 76 años, cuando en 1981 inesperadamente, según se dice, Canetti recibe el Premio Nobel de Literatura, su obra alcanzó una mayor difusión. Había terminado sin embargo en 1959 su ensayo fundamental, "Masa y poder", que le llevó veinte años de investigación, y había publicado además una novela, "Auto de fe" ("Die Blendung": literalmente "El deslumbramiento", 1935) censurada por el nazismo en el momento de su aparición; un libro de viajes: "Las voces de Marrakesh" (1967), un ensayo: "El otro proceso de Kafka" (1969) y los tomos de su autobiografía: "La lengua absuelta" ("Die Gerettete Zunge" (1977), traducida al inglés como "The tongue set free" y al francés como "La langue sauvé"), "La antorcha al oído" (1980), tres obras de teatro y la colección de notas y aforismos que comenzó a escribir como vía de escape en forma paralela a sus investigaciones para "Masa y poder", y que posteriormente se recogieron en los volúmenes "La provincia del hombre. Carnet de notas, 1942-1973", "El corazón secreto del reloj", "El suplicio de las moscas" y el recientemente traducido "Apuntes, 1973-1984". "La muerte es mi plomada, y me ocupo desesperadamente por no perderla", se lee entre estos Apuntes. Canetti murió en Zurich, en 1994. Antes de hacerlo fijó un plazo de 25 años para la apertura de sus archivos personales. En el curso del año 2001 se volvió a publicar en Barcelona, en una edición del Círculo de Lectores dentro de su colección "Ensayo contemporáneo", dirigida por Fernando Savater, el ensayo "Masa y Poder", precedido a modo de prólogo por una conversación radiofónica entre Elías Canetti y Theodor Adorno, que puede leerse fragmentariamente en web (ver www.geocities.com/revistaperversos/canetti.htm). También en febrero del 2001 Muchnick, su editor español, incluyó una nueva edición de "La lengua absuelta" (publicada en español por primera vez por esta editorial en 1980) en su colección de "Modernos y clásicos".

"La lengua absuelta" abarca los primeros 16 años de la vida de Elías Canetti. Lleva como subtítulo "Autorretrato de infancia". Nada más alejado en el texto, sin embargo, que la idea de un autorretrato. La infancia vuelve en el texto traída acá y allá por los recuerdos como fragmento, como perspectiva y como sensación. Canetti no muestra un rostro infantil ni sucesivos rostros de infancia sino a un niño que sólo puede ofrecerle el recuerdo del cansancio de sus piernas cada sábado, en el ir y venir aterrado desde el patio central al que acaban de entrar los gitanos, hasta su madre en la cocina en el patio trasero, sólo el recuerdo de ese cansancio sirve para tomar conciencia de la extensión de la casa; otro Canetti es aún más pequeño cuando recupera un color rojo que baña su recuerdo más remoto y el hecho de "estar en brazos"; otro Canetti es un poco más alto cuando mira desde la cocina el brazo del armenio levantando y dejando caer un hacha y cantando hermosas canciones de exiliado. Huidiza por naturaleza, la infancia no retorna en la identidad de un rostro, sino en sus condiciones: los pasos del niño dentro y fuera de la casa; la estatura que una vez le deja la nariz justo al borde de las bolsas de granos en el almacén del abuelo, y otra, confundido en el bosque de piernas de los mayores durante la llegada del cometa, le trae el recuerdo extraordinario de estar en la noche fuera de la cama y del dolor en la nuca por mirar tan alto, al cielo; y otra lo vuelca, liviano, al primer empujón, dentro de los piletones del agua hirviendo. Las carreras que miden el patio, y las escapadas del otro lado del portón que lo cerca, para ver a la distancia, gigante en su espectacularidad y a la vez demasiado pequeña, una casa durante un incendio y a los ladrones que como hormigas se pierden entre el humo y las llamas en la oscuridad. Velocidades, pesos, estaturas y medidas traducidas en el cansancio del cuerpo o en el respirar agitado es lo que trae la infancia en lugar de la imagen fija en el rostro como autorretrato. Algo disperso que en la vida del adulto volverá como repetición: "Este espectáculo, que se me quedó grabado, indeleble, lo volví a encontrar tiempo después en la obra de un pintor, de forma que nunca más pude distinguir la imagen original de las pinturas. Tenía diecinueve años cuando en Viena contemplé los cuadros de Brueghel. En el acto reconocí los innumerables y pequeños personajes de aquel fuego de mi infancia. Aquellas imágenes resultaron tan familiares como si siempre me hubiera movido entre ellas. [...] Brueghel se me convirtió en el pintor más importante, pero no llegué a él, como más tarde a muchos otros, por la contemplación o la reflexión. Lo hallé en mí como si me esperara desde hacía tiempo, seguro de que tendría que encontrarle."

"La lengua absuelta" está dividido en cinco partes, que marcan el derrotero de la infancia del escritor: Rustschuk (1905-1911), Manchester (1911-1913), Viena (1913-1916); Zurich - Shceuchzerstrasse (1916-1919) y Zurich - Tiefenbrunnen (1919-1921).

En las dos primeras partes, inigualables, Canetti vuelve a sus primeros años de vida, en Bulgaria y a los dos años transcurridos en Inglaterra. De la "bárbara" Bulgaria a la "civilizada" Inglaterra, el derrotero se extiende desde su primer recuerdo "bañado de rojo" hasta la llegada junto con su madre a Viena. Si en el primer recuerdo un niño de dos años es sometido todas las mañanas a una amenaza que todas las mañanas se ve postergada, por un joven extraño: "¡Enseña la lengua" [...] "Ahora le cortaremos la lengua", sobre el final del segundo capítulo, -cuando ya se ha inmerso en las dos lenguas maternas, el búlgaro y el ladino, y ya las ha abandonado para aprender en Manchester a hablar y escribir y a leer en Inglés-, el niño se encuentra en Lausana en el momento en que "comenzaba un hermoso período. Mi madre empezaba a hablar alemán conmigo" . Esa era la lengua secreta, la lengua del amor que unía a los padres y expulsaba al niño en Rutschuk. Para que el niño acceda a esta lengua fue necesario que poco tiempo antes, precedida por un renacimiento y una solemne maldición, la muerte del padre tuviera lugar.

Es esa muerte -y todos los mundos que el intento de interpretar su súbita irreversibilidad sucesivamente construyen y anulan- el centro en torno al cual se arremolinan todos los relatos que van desenrollando sus recuerdos, como si cada capítulo, que tiene por sí mismo las virtudes de una narración cerrada y abierta a la vez, fuera, implacable y mansamente, arrastrado por el terso girar de las aguas del Danubio, que accidentalmente lo llevaron a orillas de la muerte una vez. Pero el río no es el mismo, aclara el joven Canetti en "La antorcha al oído".

Casi sobre el final del primer capítulo Canetti de "La lengua absuelta" cuenta un altercado con su compañera de juegos, Laurica, que termina en un grave accidente doméstico. Estando el padre ausente por un viaje, Canetti cayó de cuerpo entero, salvo la cabeza, dentro de las calderas donde hervían el agua del Danubio, destinada a ser bebida por la familia. A riesgo de perder la vida el niño se vio despojado de toda la piel y a pesar de los cuidados de la madre y del médico familiar no lograba mejorar. De ese episodio Canetti no recuerda el dolor físico pero sí la desolación que le causaba la ausencia del padre. Sólo con su llegada, cuenta, de manera milagrosa, las heridas cicatrizan rápidamente. Ese episodio, que él denomina su milagroso "renacimiento" y que en palabras del médico había sido más difícil que todos los nacimientos que había atendido, está en la última página del capítulo uno y precede al traslado de su familia a Inglaterra. Ese traslado es casi una fuga ya que es resistido por el abuelo hasta tal punto que no se hace sin que solemnemente éste maldijera a su hijo delante de toda la familia, para horror de quienes escuchaban. El "renacimiento" es el centro de una doble deuda de Elías con su padre Jacques, que "le había dado la vida dos veces". Y si la maldición del abuelo y la partida del hijo hacia una vida nueva cierran el paraíso bárbaro de la primera infancia en Rutschuk, y abren la promesa de una vida nueva, el capítulo dos violentamente comienza con un corte: "Durante algunos meses después de la muerte de mi padre dormí en su cama. Era peligroso dejar sola a mi madre. No sé quién tuvo la idea de convertirme a mí en custodio de su vida. Lloraba mucho y yo la escuchaba llorar. No la podía consolar porque era inconsolable. Pero cuando se levantaba y se dirigía a la ventana, de un salto me ponía junto a ella, la estrechaba entre mis brazos y no la soltaba. No hablábamos, estas escenas ocurrían sin palabras. La sujetaba con fuerza y si se hubiera tirado por la ventana lo hubiera tenido que hacer conmigo. No tenía valor para suicidarse y matarme con ella". La muerte del padre no sólo cierra el paraíso de la infancia. Abre y cierra todos los mundos de la vida que Canetti elige contar en "La lengua absuelta": "En el centro de cada uno de los mundos en que me encontraba, estaba la muerte de mi padre. Cuando años después me enteraba de alguna novedad, el mundo anterior se derrumbaba en torno mío como un decorado, nada volvía a encajar, todos los argumentos parecían falsos, era como si alguien me arrancara violentamente de una creencia".

La muerte de ese hombre generoso a quien el hijo -que a la hora de escribir sus recuerdos ronda los 70 años y hace escasos tres años que ha sido padre, por primera vez, "le debe la vida dos veces"- viene a sellar la infancia del escritor con los gritos enloquecidos de la madre: "Hijo mío, juegas y tu padre está muerto! ¡Juegas, juegas y tu padre está muerto! ¡Está muerto! ¡Tu juegas y tu padre está muerto! (...) Con sus gritos penetró en mí la muerte de mi padre, y ya no me abandonó jamás." Pero el tono que esa muerte transmite al relato no es el del duelo sino el que va de la prohibición a la absolución, a la salvación y de la salvación a la liberación, en las tres traducciones de "Die gerettete zunge": la lengua absuelta, la lengua salvada, la lengua liberada.

 

I. LA LENGUA ABSUELTA.

"La prohibición primigenia de mi existencia fue la prohibición de matar" -dice Elías Canetti casi sobre el final de sus memorias de infancia, cuando vuelve sobre "el atentado" que marcó su fin: el intento de matar con un hacha a su prima Laurica al son de su propio canto ladino: "¡Agora vo a matar a Laurica!". Nadie entiende cómo este niño tan dulce de pronto se vuelve un monstruo capaz de partir la cabeza de la compañera inseparable de sus juegos en el paraíso de Bulgaria, sólo porque Laurica se rehúsa a dejarle tocar sus cuadernos de escuela y le recuerda que "ella sabe" y "él es muy pequeño".

De haber muerto Laurica, -dice Canetti- el castigo hubiera sido vivir encerrado en la caseta del perro, sin aprender a leer y escribir, y sin ir a la escuela. Llorando y suplicando para que Laurica volviera. "Pero no había perdón para ese crimen pues ya no estaba el muerto para concederlo". Por haberlo deseado, por haberse dejado llevar por la tentación, también hubo otro castigo: la prohibición alimenticia de no comer sesos ni tocar despojos de animales. Y ese otro castigo también duró toda la vida porque el niño del deseo infausto tampoco estaba allí para recibir su absolución.

La infancia, la experiencia de la infancia, que vuelve así en las memorias de este escritor maduro, es torbellino y también es vértigo. Pero más aún, es lo que lo saca de madre y le devuelve una lengua materna formada otra vez por el vaivén entre el alemán -que el niño les escucha hablar con codicia y del que se apropia con todos los sentidos, imitando de memoria sus frases y sus tonos a solas en su cuarto, u olfateando las hojas del diario que el padre lee con tal interés que ni siquiera posa su vista en el niño, ese alemán en que Canetti eligió escribir, el alemán que es la lengua del deseo, la lengua secreta en la que hablaban los padres entre sí y que es la lengua que violentamente la madre le enseña a hablar en Viena para retomar con él las conversaciones sobre cultura una vez muerto el padre, (cuando el niño ya había pasado y abandonado por el ladino, el búlgaro y el inglés)- y el búlgaro de los cuentos que le contaron las criadas (en que niños son raptados por gitanos o donde se ve todavía la lengua colorada de los lobos hambrientos), y el ladino de los mayores, ese "español poco evolucionado" de la lengua familiar que quedó sepultada a partir de la fuga de los padres a Manchester, desterrada al mundo de los más viejos del clan, y que vuelve en las memorias sólo para nombrar "los acontecimientos dramáticos, muertes u homicidios, y los peores terrores, [que] se [le] han grabado en ladino de manera exacta e indeleble".

Si aquella traducción de los más tempranos recuerdos y vivencias que debió haber escuchado en búlgaro o en ladino y ahora recuerda en alemán, ligados a palabras que en ese entonces no conocía, es un misterio que Canetti no quiere "inspeccionar" por temor a "destruir" esos recuerdos de infancia, esta permanencia intraducible de las experiencias más inquietantes o dolorosas en ladino es el núcleo incontestable de su intensidad. En esa lengua vuelve no sólo su canto homicida sino los prejuicios del orgullo familiar: Es "de buena familia", o los gritos enajenados de la madre que se le vuelve otra durante el parto de su segundo hermano: "¡Madre mía querida!", o el cacareo con que las bandadas de chicos acorralaban a un vagabundo que se vuelve gallina: "¡Kako la gallinita!", o el del niño ante la llega amenazante de los gitanos: "¡zínganas!, ¡zínganas!", o la primera canción infantil que se vuelve prototipo del objeto amado: "¡Manzanitas coloradas las que vienen de Stambol!", o las acusaciones que caían sobre el abuelo Arditti: "es mizquin, mezquino" o sobre el pícaro abuelo Canetti: "¡Falsu!, ¡Es mentiroso!". Y quizá sea esta la lengua que se absuelve en la autobiografía de infancia. La lengua terrible que queda para siempre manchada por la pasión: la del abuelo de la voz hermosa que maldice al desertor, al hijo que se va, el padre capaz de modular otra voz para cantar la vida de otro desertor en alemán: un Lied que narra la historia terrible de la ejecución de un desertor, que muere siempre contra toda esperanza del niño en el final de cada repetición del canto, y que es para Canetti "el primer muerto en quien yo confiaba" .

II. LA LENGUA LIBERADA.

"Serás lo quieras ser'", me dijo, con una ternura tan grande que ambos nos quedamos parados por un momento. "'No tienes por qué ser comerciante, como el tío o como yo. Estudiarás y llegarás a ser lo que más te apetezca'".

Elías Canetti dedica "La lengua absuelta" a su hermano menor, Georges Canetti, cuyo nacimiento fue tan poco problemático que pronto nadie se ocupó de él, pero cuyo nombre, que mentaba a un rey de Inglaterra en lugar de a un personaje de la Biblia, fue ocasión de la declaración de guerra del joven matrimonio Canetti contra la tiranía del abuelo Elías. Georges Canetti, el hermano menor con quien Canetti dice haber tenido desde siempre una comunidad espiritual*, nació cuando Elías tenía cinco años y medio, fue médico y se especializó en el estudio de la Tuberculosis. En 1969 descubrió una rama extraña de la enfermedad que lleva su nombre (Mycobacterium canettii TB). Llegó a ser una autoridad reconocida y murió de esa enfermedad en 1971. A Georges estaban dirigidas las últimas palabras que Canetti cuenta haber escuchado de su padre, cuando jugaba a enseñarle al niño a hablar: "'Georgie' dijo, 'Canetti' respondió el pequeño, 'two', mi padre, 'three', el pequeño, 'four', mi padre, 'Burton', el pequeño, 'Road', mi padre, 'West', el pequeño, 'Didsbury', mi padre, 'Manchester', el pequeño, 'England', mi padre, y yo, redundante y en voz muy alta, dije para finalizar, 'Europe'. Así quedó nuevamente montada nuestra dirección. No hay palabras que haya retenido mejor. Fueron las últimas palabras de mi padre". Esas últimas palabras no sólo son un juego. Montan "nuevamente" una dirección: la dirección que para Jacques Canetti implicaba la salida de Bulgaria y libertad ganada, aún a costa de la maldición. Porque si el abuelo Canetti maldice a su hijo Jacques por abandonar Bulgaria para irse a Inglaterra, donde "se podía confiar en la palabra de los hombres y no era necesario estrechar la mano", Jacques Canetti, muerto súbitamente a los treinta años le deja a su hijo la libertad como un único don. Habían ido a Inglaterra, le dijo, porque allí eran libres. En Manchester llevaba a su hijo al zoológico y fue él quien lo inició en los animales, "sin los cuales la infancia no vale la pena". En Manchester también Canetti aprende en la escuela a leer y a escribir y su padre lo inicia en la lectura de los primeros libros: "Las mil y una noches", los "Cuentos de Grimm", "Robinson Crusoe", "Los viajes de Gulliver", "Cuentos de Shakespeare", "Don Quijote", Dante, (que fue la ocasión en que por primera vez el niño oyó la palabra libertad) y un libro sobre Napoleón escrito desde el punto de vista Inglés, que Canetti terminó de leer después de la muerte del padre y que quedó fijado como la primera idea que tuvo del poder. "Nunca he podido oír el nombre de Napoleón -escribe- sin relacionarlo con la repentina muerte de mi padre. De todas las víctimas de Napoleón, mi padre fue la más grande y la más terrible". "Sería fácil decir que todo lo que después he sido estaba ya en aquellos libros que leía por amor a mi padre a los siete años de edad." En esos libros y en la muerte del padre está la sustancia más específica de la que está compuesto: la rebelión contra la muerte. "Rebelándome contra la muerte he adquirido el derecho al brillo, riqueza, miseria y desesperación de cualquier experiencia. He vivido inmerso en esta rebelión infinita", dice en "La antorcha al oído". Canetti fija en los primeros libros que leyó con su padre el origen de esa libertad y en el último, e incluso en aquel libro que no llegará a leer, la promesa del triunfo. Se lee en "Apuntes, 1973-1984": "Tendré que comprar libros hasta el último instante de mi vida (...). Creo que es también parte de la rebeldía contra la muerte. Nunca quiero saber qué libros entre ésos se quedarán sin leer. Hasta el final no está determinado cuáles van a ser. Tengo libertad de elección, puedo elegir en cualquier momento entre todos los libros a mi alrededor, y por ello tengo en mi mano el curso de la vida".

* El otro hermano de ambos, Jacques (o Nissim), nacido cuatro años después que el mayor y muerto en 1997, empezó pegando etiquetas en los discos de vinilo, en París, y llegó a ser una de las figuras más influyentes de la industria discográfica, los cabarés parisinos y la radio. "The naugthy boy", según lo recuerda Canetti en "La lengua absuelta" por su capacidad inagotable de inventar travesuras, produjo contrariando consejos de su jefe de Polydor, los primeros discos de Edith Piaf y organizó algunos de los primeros conciertos de Duke Ellington, Louis Armstrong, y Cab Calloway en Francia.

 

(Actualización diciembre 2001 - enero febrero marzo 2002/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646