diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Andar con los ojos bien abiertos
Prefacios a la edición de Nueva York, de Henry James. Traducción, prólogo y notas de Milita Molina e Isabel Stratta. Buenos Aires: Santiago Arcos editor, 2003, 311 páginas.

Hacia el final de un ensayo sobre Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916) que publicó en The Little Review en 1918, Ezra Pound afirmó que James "no constituye exactamente un modelo para los novelistas del género narrativo, para los jóvenes escritores de ficción; ni siquiera un tema de estudio en tanto no logren superar su sentido crítico o por lo menos estén preparados para andar con los ojos bien abiertos, siempre en guardia, siempre alertas" (Ensayos Literarios). Apenas a dos años de la muerte de James, Pound afirmaba que se lo leía "menos que antes", y el propósito de su ensayo no era explicar las causas de esta merma, sino exponer las razones por las cuales creía que debía leérselo más.
Pound se concentró en el tema de la comprensión -o, más bien, la carencia de comprensión- como el principal obstáculo que impedía la fama duradera del escritor. En su opinión, "los americanos no han comprendido un pepino" y no tenían idea de la pérdida sufrida. Fue quizás Pound el primero en expresar la limitativa idea de que "sólo aquel que ha vivido en ambas márgenes del Atlántico está en condiciones de poder apreciar cabalmente a Henry James." Esta idea, aunque en parte sea correcta, sin duda se originó en su intención de provocar, de cambiar las "calumnias sobre el estilo de James" que estaba harto de oír por palabras de elogio. Por otra parte, esta idea reivindicaba su propia posición ventajosa de norteamericano exiliado en Inglaterra, como el mismo James.
Enrique Luis Revol, sin embargo, nos advierte que sólo en 1875, a la edad ya madura de treinta y dos años, James decidió establecerse definitivamente en Europa, probando la vida parisiense antes de optar por Londres como su lugar residencia (Literatura inglesa del siglo XX). Para entonces, "había quedado marcado para siempre por las preocupaciones espirituales que sobre todo en el siglo XIX diferencian categóricamente la literatura de Estados Unidos de las literaturas de Inglaterra y Francia." Una crítica de tendencia nacionalista, encabezada por Van Wyck Brooks (en The Pilgrimage of Henry James, 1925) y continuada por Granville Hicks (en The Great Tradition, 1933) enjuició al escritor por su desarraigo; la verdad es que la obra de James se destaca más bien por el llamado "tema internacional," el análisis de las zonas limítrofes y las diferencias insalvables entre las costumbres y sociedades de Europa y de su país natal.
La producción que James dejó a su muerte era numerosa: veinte extensas novelas, ciento doce narraciones más breves (nouvelles y cuentos), doce obras de teatro, dos autobiografías, y un gran número de ensayos sobre escritores, pintores y costumbres. Después de repasar las características de su estilo (la ausencia de los autores clásicos, el juego de fuerzas épicas, el análisis de los rasgos nacionales, los personajes bibelots, la técnica de microscopía, etc.), Pound concluía que, debido a esa abundancia, parte de la obra sería inevitablemente desechada como "mala literatura" (algo que justifica diciendo de "todos los artistas que descubren algo están propensos a cometer deslices"), otra parte es solamente "tan deliciosa como el caviar," pero la mejor parte sería "literatura perdurable."
En un ensayo posterior, Pound afirmó que, en sus notas a La torre de marfil, James había dejado "una especie de tratado sobre el arte de escribir novelas." A continuación, enumeraba las reglas de este mini-tratado de la estructura novelística en una lista cuyo número se elevaba a dieciocho fórmulas, con sus correspondientes subdivisiones: "La escrupulosidad de los detalles de este plan, el complicado conocimiento que allí se pone de manifiesto, nos da la medida de la superioridad del autor como artista consciente por encima del novelista británico normal." Para Pound, este bosquejo tan profuso constituía "un hito en la historia de la novela escrita en inglés."
No sería el único en pensar lo mismo: años más tarde, el crítico Richard Blackmur, que compiló los prefacios escritos por James en un solo volumen con el título de The Art of the Novel (Charles Scribner's Sons, New York, 1934), comenzaba su ensayo introductorio con un elogio de ese novedoso gesto crítico: "La crítica no ha sido nunca más ambiciosa ni más útil. No ha habido nunca un corpus tan eminentemente apropiado para la crítica como la ficción de Henry James, y ciertamente nunca ha habido un autor que se diera cuenta de la necesidad y tuviera la habilidad de criticar específicamente y en profundidad su propia obra." En este sentido, James marcaría el nacimiento de la teoría literaria moderna.
Desde abril de 1900, la edición conjunta de las obras de ficción de Henry James había sido asunto de conversación entre el agente del escritor, James B. Pinker, y el editor de la editorial neoyorquina Charles Scribner's Sons, Edward L. Burlingame. No fue sino hasta 1904 cuando el proyecto se puso en marcha, no sin grandes obstáculos que sortear: problemas de derechos de copia de textos previamente publicados por diversas editoriales, problemas económicos, la selección de la tabla de contenidos, ya que se descartó desde el comienzo la idea de publicar la obra en su totalidad. Así comenzó el largo proceso que daría como resultados los veinticuatro volúmenes de la llamada "Edición de Nueva York". Los dos primeros volúmenes aparecieron a fines de 1907 (James tenía sesenta y cuatro años), y los últimos en julio de 1909.
R. W. B. Lewis dice que en estos años James se hallaba en uno de sus recurrentes períodos de auto-evaluación (self-appraisal), en los que "era consciente de estar moviéndose hacia una fase nueva -no del todo claramente percibida- de experiencia y actividad, y en consecuencia sentía la necesidad de conectarse consigo mismo, con ese yo conocido de sus fases previas." Lewis ubica esos períodos en 1869, en 1881, y los años comprendidos entre 1906 y 1908, cuando James se ocupa de redactar los prefacios.
Casi tres décadas más tarde, apareció un número de la revista Hound and Horn (abril-junio de 1934) enteramente dedicado a Henry James, con colaboraciones de Edmund Wilson, Glenway Wescott, Marianne Moore, Stephen Spender, Francis Fergusson y Newton Arvin. El responsable del dossier fue Blackmur, que publicó un ensayo sobre los prefacios de James. Al poco tiempo, la editorial Scribner editaba los prefacios de James reunidos por Blackmur en un solo volumen.
Esta compilación constó de dieciocho prefacios, algunos de los cuales eran comentarios sobre más de una narración, ya que la cifra total de las novelas y cuentos de la Edición de Nueva York es de sesenta y siete relatos. Siete de los dieciocho prefacios (que comentan diecinueve novelas o cuentos) han sido retenidos para el libro objeto de esta reseña: Roderick Hudson, Retrato de una dama, Lo que Maisie sabía, Los papeles de Aspern, El altar de los muertos, Las alas de la paloma y Los embajadores. Los prefacios restantes se refieren a El americano, La princesa Casamassina, La musa trágica, La edad del pavo, “The Spoils of Poynton”, “The reverberator”, Lady Barbarina, La lección del maestro, El autor de Beltraffio, Daisy Miller, y La copa dorada. No he podido hallar en los ensayos de Molina ni de Stratta una alusión a los criterios que se usaron para elegir los textos. Quizás la selección haya sido guiada por la calidad e inclusividad de conceptos de los prefacios, o quizás por la asequibilidad en versiones castellanas de los relatos a que aluden.
¿Qué hacen los Prefacios? ¿Indican la génesis de los relatos? ¿Dibujan el contorno de su estructura? ¿Justifican "errores" a posteriori? ¿Cuáles son los usos posibles de este libro? ¿Como reliquia útil al experto en genética literaria? ¿Como vademécum para narradores, una especie de manual que puede consultarse independientemente de las novelas prologadas? ¿O se trata en cambio de una serie de observaciones sólo útiles en tanto se las lea de manera ancilar, después de la lectura de las narraciones jamesianas? ¿Sirven los conceptos para ser aplicados a las narraciones de otros escritores? El lector (concepto que incluye al escritor, al crítico y al profesor de literatura) lo decide.
Stratta propone ocho funciones de uso de los prefacios: relatos míticos de la historia de la literatura, tratados sobre el arte de narrar, guía de lectura de la obra jamesiana, manifiesto post festum, autobiografía en clave, testamento, performance autoral o ejercicio de control paternalista sobre los textos propios. Para James, las funciones de los prefacios eran claras, y así lo enuncia en un meta-metacomentario del prefacio a Roderick Hudson: "El arte de la representacion está erizado de cuestiones cuyos verdaderos términos son difíciles de aplicar y de apreciar; pero aquello que lo hace arduo lo hace, afortunadamente, ilimitado, y hace que su práctica, con la experiencia, se expanda a nuestro alrededor... Es por eso que la experiencia tiene que organizar, porque es conveniente y alentador, algún sistema de observación... Por eso cuando uno mira hacia atrás, la historia privada de cualquier obra sincera, no importa cuán modestas hayan sido sus pretensiones, se cierne con sus propia completud... Estas notas representan la continuidad, durante un transcurso considerable, del empeño de un artista, el crecimiento de su conciencia operativa y, mejor quizá, su propia tendencia a multiplicarse, con el consecuente enriquecimiento de su memoria."
Para Blackmur, los prefacios eran el equivalente de un "libro de referencia completamente exhaustivo de los aspectos técnicos del arte de la ficción," y por lo tanto él se limitó a enumerar y comentar brevemente, del mismo modo como Pound lo había hecho con las notas a La torre de marfil, los principios fundamentales que regían estos textos: "todo lo que un comentador puede hacer es indicar por medio de ejemplos y un poco de análisis, con una especie de índice razonado provisorio, cómo los contenidos de su ensayo pueden hacerse más asequibles." Desde entonces, esa sistematización efectuada por Blackmur ha permanecido como el índice obligado de las categorías que la crítica maneja al hablar de James.
Ni siquiera los intentos de "liberar" los prefacios de esa unidad monolítica y esa autoridad conferida por su reunión en un solo volumen (Isabel Stratta menciona al crítico Herschel Parker como el representante de este vano intento desconstructivista) han logrado despejar la codificación estricta del ars narrandi jamesiano, a la que también contribuyeron Percy Lubbock en 1921 con su libro The Craft of Fiction y en 1961 Wayne Booth con The Rhetoric of Fiction. Nadie puede sustraerse a los conceptos, que en el "vacío teórico" deslumbraron a personas como Pound y Blackmur, de "punto de vista" (que ha pasado a ser categoría principal de la narración), "ficelle," "reflector," "inteligencia central," "disponibles" y así sucesivamente. Tales conceptos son ya acepciones ineludibles del diccionario del aprendiz de narrador.
Varios aciertos editoriales hacen de este libro un compañero útil para el lector de James, el profesor universitario o el estudiante de literatura. Un primer acierto es que los prefacios están profusamente anotados a pie de página. Las notas establecen o proponen conexiones posibles entre las obras, sugieren bibliografía crítica y teórica complementaria, y aclaran cuestiones.
Un segundo acierto es la introducción, que consta de dos ensayos: "Henry James", de Milita Molina, que es una especie de biografía intelectual, y "Los Prefacios o El Arte de la Novela", de la traductora, Isabel Stratta, que describe, analiza y evalúa la historia de la publicación, la fortuna teórica y las consecuencias críticas de los prefacios. Me interesa señalar en particular dos observaciones de Molina y Stratta, no sin antes hacer la salvedad de que en sus ensayos se encontrarán muchos otros pasajes de análisis incisivo e iluminador.
Molina compara la obra de James con un tablero de posiciones en el que se juega la suerte de fuerzas diversas: el catolicismo y el protestantismo, el tema internacional y las virtudes de la vida provinciana, el derroche lingüístico y el peso del puritanismo. El pasaje más intenso de este ensayo ocurre cuando Molina hace una previsión contra esa pintura cristalizada de James como el esteta satisfecho con la belleza de su propia obra, que no advierte la fisura que se infiltra en sus narraciones: "en las distintas apreciaciones que subrayan el esteticismo de la vida y la obra de James radica una suerte de malentendido radical" que tiende a "aplacar la ferocidad de su obra, al dejarnos suponer que la belleza de una villa romana o la paz de un jardín en la campiña inglesa -ahogados los gritos por la incontestable y mullida pared del confort y la riqueza- puede deparar un destino más apacible para los apetitos de la bestia que nos acecha..." . Para un puritano como él, "lo que aparece como bello no es necesariamente una señal del Bien."
Stratta separa su ensayo en secciones con títulos que ayudan a ubicar fácilmente los temas que analiza, por ejemplo "El nacimiento de la teoría," "El constructor," "Punto de vista," "Lo verosímil." Para ella, uno de los méritos de los prefacios fue su pionerismo: dieron al discurso sobre los problemas de la narración "un status técnico y teórico poco usual para su época" . En la interpretación de estos textos como "repaso total de una carrera" halla dos fases del autor que descuellan: el James coleccionista de gérmenes de anécdotas y el James constructor que las transforma, muta o somete a combinaciones por medio de un riguroso método compositivo. Es en esa prioridad de las leyes del artificio, en esa opción por el Método, y no en la preferencia por escenarios como "villas romanas" o "jardines ingleses," donde radica -a su entender- el mal comprendido esteticismo del autor.
No sé cuántos de los relatos de James han sido vertidos al castellano; no es extraño suponer que su obra completa se halle traducida, aunque dispersa en ediciones y casas editoriales diferentes, y por obra de traductores también provenientes de diversos países hispanoparlantes. Un ejercicio saludable consistiría en reunir las obras a que aluden los siete ensayos aquí seleccionados, a fin de leer ambas series de manera paralela y comprobar la eficacia de los prefacios jamesianos, tanto como ejercicios de teoría y crítica literaria cuanto como aptos prólogos de sus narraciones.
El arte de narrar era para el autor un asunto serio. En su ensayo sobre "The Art of Fiction" (1884), señaló que "hay un punto en que el sentido moral y el sentido artístico están muy próximos entre sí: a la luz de la verdad muy evidente según la cual la cualidad más profunda de una obra de arte será siempre la cualidad de la mente del creador... Jamás saldrá una novela valiosa de un espíritu superficial." La intensidad con que James sometió a juicio su propia labor da cuenta -sin lugar a dudas- de que no era un espíritu superficial. Una rápida pero incompleta investigación en bibliotecas me ha dado como resultado esta lista provisoria de tales títulos traducidos: Retrato de una dama; "Los papeles de Aspern" (trads. Aída Aisenson y J. Kogan Albert, Ed. Losada, 1996; y otra traducción de José María Valverde); "Otra vuelta de tuerca"; "La casa natal", traducida como "El lugar del nacimiento," y "La vida privada" (trad. José María Valverde); Las alas de la paloma (trad. Alberto Vanasco, Editorial Troquel, 1967). Mi única objeción a este libro es que no se hayan incluido los otros once prefacios que formaban parte de la recopilación original de Blackmur. ¿Deberíamos esperar un segundo volumen?

 

(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2003/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646