diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Propaganda fascista y memoria
Ensayos sobre la propaganda fascista; Psicoanálisis del antisemitismo, de Theodor W. Adorno, Buenos Aires, Paradiso Ediciones, 2005.

Tal como se anuncia sin ninguna ambigüedad en el título, el libro ofrece una compilación de ensayos de Theodor W. Adorno sobre la propaganda fascista. Aunque se trata de una antología de textos breves concebidos en forma independiente, el volumen logra aventar el fantasma de la fragmentariedad que con frecuencia amenaza a este tipo de compilaciones. Por el contrario, gracias a la acertada selección de los ensayos y al orden cronológico dispuesto,* el conjunto alcanza la organicidad de un libro mediante el desarrollo del tema de un modo progresivo y gradual, cuyo tratamiento se podría dividir en dos partes compuestas simétricamente por dos textos cada una. La primera, esencialmente analítica se refiere a la naturaleza de la propaganda fascista y la psicología de las masas; la segunda introduce la dimensión ética del problema a través de la construcción de la memoria.

La primera parte se abre con “Antisemitismo y propaganda fascista”, un ensayo escrito en colaboración con Leo Lowenthal y Paul W. Massing, que corresponde al período del exilio estadounidense en el que Adorno colaboró en diversos proyectos de investigación realizados por el Research Project on Anti-Semitism, bajo los auspicios del Institute of Social Research de la Universidad de Columbia. Aquí, se introduce el tema a través de dos cuestiones preliminares: la especificidad de la propaganda fascista y la relación entre el agitador y la audiencia. Con un marcado carácter sumario, como en una “conclusión”, presenta de un modo breve y conciso -prácticamente sin ejemplificar y omitiendo toda referencia a casos particulares- los resultados extraídos del análisis de un extenso corpus (constituido por la transcripción estenográfica de las emisiones radiofónicas, panfletos y publicaciones semanales) de la propaganda antidemocrática y antisemita ejercida en Estados Unidos. El resumen de estas conclusiones consiste en el desarrollo de la tesis de que la propaganda fascista es esencialmente de orden psicológico. Su principal interés radica en la observación acerca del papel preponderante que adquieren en este tipo de discurso los estímulos psicológicos dirigidos a la audiencia, sobre la formulación de ideas, planes o argumentos. La superioridad de dichos estímulos es señalada como el rasgo específico de este tipo de propaganda, tanto de su naturaleza (los discursos son fascistas en tanto cuentan con la presencia de estos estímulos) como de la finalidad que los identifica (la propaganda fascista pretende influir sobre los mecanismos inconscientes de las masas). Con pareja insistencia se subraya la desproporción entre los estímulos y el contenido lógico-argumentativo, y se denuncia la naturaleza ilógica y pseudo-emocional de la propaganda fascista concebida en términos psicológicos y no objetivos.

Desconociendo validez a interpretaciones trilladas como la que explica la relación entre agitador y audiencia en los términos de hipnosis de masas, se examina este vínculo desplegándolo en toda su complejidad más allá de los lugares comunes desde una perspectiva historicista y materialista, como cuando se analiza la propaganda fascista en el contexto de la cultura de masas y a través de esta puesta en contacto se revela la gravitación que tienen las condiciones sociales en este tipo de neurosis fuertemente transformada “en mercancía”: “el agitador fascista es habitualmente un vendedor magistral de sus propios defectos psicológicos”. Leída a la luz de las condiciones imperantes en la sociedad de la época también se revela el carácter problemático que adquiere la pretendida irracionalidad de la propaganda fascista: “El término irracionalidad resulta demasiado insuficiente para calificar adecuadamente un fenómeno psicológico tan complejo. Ante todo, sabemos que la propaganda fascista, con toda su lógica retorcida y sus fantasiosas distorsiones, está planificada y organizada conscientemente. Se puede hablar de una irracionalidad, se trata de una irracionalidad aplicada y no espontánea, una especie de reminiscencia psicotécnica de los efectos calculados en la mayor parte de las manifestaciones de la cultura de masas, como en el cine o en la radiodifusión”. Igualmente interesante resulta la conexión que Adorno establece entre “el ritual propagandístico fascista” y la religión. Según su perspectiva, el ritual propagandístico fascista está impregnado de premisas y lenguaje religiosos; se glorifica el liderazgo como tal, desprovisto de cualquier objetivo o idea manifiesta y se fetichiza la realidad y las relaciones de poder establecidas.

En el segundo ensayo, “La teoría freudiana y los esquemas de la propaganda fascista”, Adorno retoma el análisis de la propaganda fascista pero introduce la obra Psicología de las masas y análisis del yo, de Sigmund Freud, como marco teórico de referencia que le permite ampliar y comprender mejor los recursos propios de la propaganda de este tipo. No presenta conclusiones como en el ensayo anterior sino que desarrolla de modo analítico varios de los aspectos fundamentales en torno de la cuestión de la psicología de masas. Porque más que condenarlas (como tradicionalmente se hace cuando se las designa como chusma) a Adorno le interesa alcanzar una explicación satisfactoria, es que encuentra en Freud una valiosa guía para reorientar la cuestión. A partir de la teoría de Freud, Adorno puede formular, a veces solo, otras con él, algunas de las preguntas imprescindibles en torno a este fenómeno complejo. Pensemos, por ejemplo, en las ventajas que aporta una pregunta como “qué hace que las masas llegan a ser masas” para el análisis de la psicología de masas. En primer lugar, este planteo rechaza de plano cualquier explicación determinista pero además exige la incorporación de alguna hipótesis de orden sociológico. Otra de las preguntas cruciales es “¿por qué las personas aman lo que se les parece y odian lo que es diferente?”; esta es, como se ve, una cuestión esencial sobre la cual Adorno se lamenta, con razón, que rara vez se aborde con la seriedad necesaria. El texto de Freud arroja una temprana e inquietante advertencia acerca del carácter generalizado y arraigado de esta conducta: “la dicotomía entre pertenecer al grupo y estar fuera de él es de una naturaleza tan profundamente arraigada que afecta incluso a aquellos grupos cuyas ‘ideas’ aparentemente excluyen reacciones de este tipo”. Otra de las preguntas decisivas apunta al corazón de la naturaleza psicológica del vínculo entre el agitador y las masas; precisamente la cuestión es “¿cómo pudieron los agitadores fascistas, primarios y escasamente formados, acceder a los conocimientos de los mecanismos de manipulación?”. La respuesta que Adorno encuentra en Freud (la identificación básica del líder y del seguidor) desmitifica simultáneamente dos lugares comunes fuertemente consolidados como las referencias a la influencia de Mein Kampf de Hitler, y “la idea de Goebbels como intelectual sofisticado y ‘radical’”: “un examen de sus discursos y fragmentos de sus diarios, de reciente publicación, dan la impresión de una persona lo bastante astuta como para seguir el juego de la política de poder, pero completamente ingenua y superficial con respecto a las cuestiones sociales o políticas que pudiera haber tras sus propias muletillas y editoriales de periódicos”. Por último, se interroga “¿por qué la psicología de masas aplicada, de la que aquí se trata, es característica del fascismo más que de los otros movimientos que buscan el apoyo de las masas?”. En este punto, Adorno se distancia de la teoría de Freud por encontrarla insuficiente ya que ésta se refiere a las masas en general sin diferenciar entre los objetivos políticos de los grupos implicados. Recordemos que los sombríos pronósticos políticos de Freud aluden específicamente al socialismo. Como vemos, a través de estas preguntas se diseña un campo de problematización, el que anulando definitivamente una resolución dogmática, permite examinar el fenómeno en toda su complejidad. Sin duda, entre los mayores aciertos de este ensayo de Adorno, se destaca la formulación de estas cuestiones, que aun hoy después de cincuenta años mantienen intacta su vigencia, presentadas además de un modo tan claro como inequívoco.

Tan interesante como el propio análisis de la psicología de masas resulta la justificación que hace Adorno de su elección del texto de Freud, escrito en 1922, por lo tanto levemente anacrónico, como marco de referencia para estudiar un fenómeno posterior como la propaganda fascista. “A pesar de haber sido escrito bastante antes de que se hiciera evidente el profundo peligro que comportaba el fascismo alemán. No es una exageración decir que Freud, aunque estaba apenas interesado por la vertiente política del problema, anticipó claramente la expansión y la naturaleza de los movimientos fascistas de masas en categorías puramente psicológicas”. Como se ve, Adorno es capaz de reconocer el espesor histórico de los procesos sociales que subyace en el diagnóstico de la neurosis contemporánea de Freud. Precisamente su interés por este estudio en particular, y por la obra de Freud en general, radica en el registro de los rasgos históricos que encuentra en “el progreso de su propio trabajo, de la elección de los temas y de la evolución de los conceptos clave de su obra”. Paradójicamente, estos ensayos de la primera parte y otros similares de Adorno se convirtieron en objeto de controversia bajo la acusación del excesivo énfasis puesto en las causas psicológicas y subjetivas del fascismo, sin comprender la constante y profunda preocupación por los aspectos sociológicos que los caracteriza.

Los trabajos de la memoria
La introducción del tema de la memoria, sin duda, representa un punto de inflexión en la experiencia de lectura. Mientras en la primera parte la aguda perspectiva de Adorno es la fuerza propulsora que mantiene vivo nuestro interés, en la segunda, en cambio, la presencia de inquietudes tan acuciantes como actuales (con inevitables resonancias locales) nos lleva a sentirnos interpelados, nos acerca a un estado de inquietud similar al que se reconoce en el tono de la escritura de los dos últimos ensayos, concebidos además para ser leídos como conferencias. Dominados por la exigencia ética de que el horror del genocidio no se repita nunca más, “¿Qué significa elaborar el pasado?” y “Para combatir el antisemitismo en la actualidad” son textos urgentes pero no apresurados ya que ofrecen una profunda y meditada reflexión acerca de un “problema tan delicado como cargado de responsabilidad”, como es la construcción de la memoria colectiva. El carácter urgente se corresponde con la preocupación que suscita en Adorno el “peligro concreto” que reconoce en la supervivencia del nacionalsocialismo y del antisemitismo en la Alemania de posguerra. A partir de esta constatación, hace un llamamiento a favor del desarrollo sistemático de una pedagogía democrática esclarecedora que incluya entre sus objetivos principales la elaboración correcta del pasado y el combate del antisemitismo en la formación temprana del carácter y de la personalidad de los individuos. Esta pedagogía debe apuntar al “refuerzo de la autoconciencia y del yo” del sujeto antisemita, para tal fin, debe valerse de la teoría psicoanalítica de Freud todavía reprimida en Alemania en ese momento, como un recurso teórico decisivo ya que el psicoanálisis freudiano consiste precisamente en “el autoconocimiento crítico que saca de quicio a los antisemitas”, por eso, advierte Adorno, “el odio del psicoanálisis está directamente unido al antisemitismo”.

En “¿Qué significa elaborar el pasado?” reclama el deber inexorable de “afrontar el horror con la fuerza necesaria para comprender incluso lo incomprensible”. Tan lúcida es su reflexión global acerca de cómo se debe elaborar el pasado, como descarnada la revisión de lo que efectivamente significa la elaboración del pasado hasta ese momento en Alemania. Resulta en extremo sugerente el análisis de lo que presenta como el “espíritu de época” marcado por la tendencia a olvidar o morigerar los horrores padecidos, a partir de las hipótesis de que algo no ha sido superado en el plano psíquico, tal como se demuestra en la “idiotez” con que se niega o intenta morigerar la enormidad del crimen que implica el asesinato de millones de personas inocentes, ya sea a través de miserables cálculos que discuten que fueron cinco y no seis millones de judíos aniquilados, de la pretensión de no haber visto ni sabido nada de lo que estaba ocurriendo, o de la extendida equiparación de la culpa. Sin embargo, el debilitamiento del recuerdo y el olvido preconizado por el nacionalsocialismo –precisa Adorno- deben explicarse por la situación social general más que por una psicopatología, ya que estos comportamientos no son racionales en sentido estricto pero sí lo son en el sentido de que se apoyan en tendencias sociales.

En “Para combatir el antisemitismo en la actualidad” esboza los lineamientos generales de un programa tendiente a contrarrestar en verdad y con sentido el antisemitismo todavía vigente. El pilar fundamental del programa es la ilustración y su objetivo principal, el esclarecimiento de la estructura de los argumentos y los mecanismos aplicados por el antisemitismo. Con feroz lucidez, Adorno advierte acerca del riesgo de caer, a la hora de replicar, en el terreno del enemigo, donde siempre se está en desventaja; por esto se debe evitar, por ejemplo, la construcción de una imagen publicitaria de los judíos. Con la misma lucidez reclama firmeza para combatir el antisemitismo: “Cuando se trata de los procesos formadores de la personalidad, esto es, de la educación en su sentido más extenso, hay que contrarrestar con toda firmeza la formación del carácter ligado a la autoridad y comportarse de forma consecuentemente antiautoritaria en el sentido que indican los resultados de las modernas ciencias de la educación”.

Sabemos que los libros de Adorno suponen siempre un trabajo exigente de lectura del que volvemos fortalecidos por el rigor de su pensamiento y por su ética implacable. En el caso particular de los Ensayos sobre la propaganda fascista nos enfrenta con una consigna que deberíamos asumir como inclaudicable en nuestras presentes y futuras reflexiones acerca de la memoria: “No se deben simplificar los fenómenos allí donde las realidades son complejas y llenas de contradicciones”.

*Los dos primeros ensayos fueron escritos en inglés durante el exilio de Adorno en Estados Unidos, en 1944 y 1950 respectivamente; los dos últimos escritos en alemán después del regreso a su país natal, en 1959 y 1962 respectivamente.

 

(Actualización diciembre 2005 - enero febrero marzo 2006/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646