diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Lo que se oye y se cuenta en el fogón
Croquis y siluetas militares, de Eduardo Gutiérrez, Buenos Aires,  Emecé, 2001, colección Memoria argentina, 272 páginas.

La primera edición de Croquis y siluetas militares. Escenas contemporáneas de nuestros campamentos apareció en Buenos Aires en 1886. El autor, Eduardo Gutiérrez, contaba con conocimientos propios en el tema que abordaba, ya que había actuado en el ejército hasta poco tiempo antes. En 1874, después de desempeñarse en la Inspección de Milicias, se enroló como oficial y combatió contra el indio en la línea de frontera bonaerense. Seis años después, obtenido el grado de capitán, abandonó las armas por circunstancias políticas del momento y se dedicó a su actividad de escritor. Al momento de la publicación del libro, era ya conocido como autor de folletines, que publicaba desde 1879 en el diario La Patria Argentina y donde reelaboraba, en base a expedientes judiciales y con un gesto que acaso inaugura el periodismo de investigación en la Argentina, episodios marginales de la crónica policial.

Estas circunstancias pueden ser significativas respecto de la composición del libro. Gutiérrez presenta 42 relatos breves que evocan las figuras de oficiales y soldados del ejército, de alguna manera precursoras de las "biografías sintéticas" de Jorge Luis Borges, y que describen anécdotas de la vida en los campamentos y sucesos de los campos de batalla. El tiempo que media entre su abandono de las tropas y el momento de la escritura mide el desarrollo de un proceso en el terreno de las ideas que se percibe como problemático. El propósito básico de la escritura es entonces el de hacer una reivindicación. Se trata, dice el autor, de "levantar del olvido (...) como ejemplo de abnegación y patriotismo, la figura luminosa de aquellos que cayeron como buenos en cumplimiento de un deber". Los personajes invocados "son figuras que se pierden detrás del sepulcro y nosotros cumplimos el grato deber de ir levantándolas una a una, para mostrarlas con todo el brillo, con todo el fulgor de que estuvieron rodeadas en su vida gloriosa"; en el ejército, en fin, "hay muchas fojas de servicios que permanecen ignoradas y que nosotros iremos mostrando a la luz de sus propios destellos".

Hay que decir todavía que Gutiérrez habla de un sector determinado del ejército y del pasado militar circunscripto al período en que él lo conoció. En algunos pasajes, los textos asumen el carácter de memorias. Los personajes rescatados en esa travesía son aquellos que combatieron contra el indio, en Cepeda y Pavón, en la guerra del Paraguay y contra las montoneras de Chacho Peñaloza y Ricardo López Jordán. Conforman una elite de oficiales, cuya cohesión aparece sellada por el servicio de las armas. No hay discusiones políticas ni diferencias ideológicas. En el campamento se habla de la guerra y la precariedad de los medios de vida plantea las preocupaciones elementales: las hambrunas y la falta de agua son problemas recurrentes, con los que, por otra parte, Gutiérrez trama varios de los argumentos de sus mejores Croquis. Los momentos de ocio transcurren alrededor del fogón, con las conversaciones donde esos mismos hechos retornan como relato y memoria, y en el campamento, con bromas y juegos: es decir, situaciones que reafirman al grupo en su unidad. Puede citarse como excepción una conversación con el general Racedo, ya que el oficial hace una demostración de cultura un tanto insólita (repite citas de Shakespeare, la Biblia y "uno de los clásicos", como quien exhibe una colección de objetos extraños). Pero con eso aún se perfila como militar, ya que esa referencia califica un nuevo valor en tanto tal.

El olvido que Gutiérrez procura reparar es el indicio de un cambio de circunstancias políticas que se percibe como desfavorable para el ejército, o al menos para ese sector que ocupa sus memorias. El pasado que se evoca es el de "aquellos buenos tiempos en que la juventud más distinguida ingresaba en el ejército". Los militares han perdido el lugar de preeminencia que ocupaban entonces en la vida social. Este desplazamiento tiene su símbolo en el hecho de que las tropas de línea ya no pueden desfilar a su antojo por las ciudades; el paso de estas formaciones supone un elemento de alteración en el intercambio pacífico que regula ahora la vida de los habitantes de los centros urbanos.

Los propósitos reivindicativos explican la idealización que se hace de las principales figuras convocadas. Los retratos de los oficiales carecen por lo general de fisuras, son portadores de los valores que se definen como positivos. No se observa ningún aspecto censurable o problemático en sus conductas, todo lo contrario: se habla de héroes, vidas ejemplares. El coronel Borges es "flor y nata del Ejército Argentino", el coronel Morales aparece como "el heredero de la gloriosa tradición del antiguo batallón de Patricios", Racedo "posee una rapidez de concepción asombrosa y una audacia infinita para la ejecución de sus concepciones". Los malos tratos a los soldados y los abusos de las levas son remitidos a un pasado remoto, que incluso ha sido reparado por los propios protagonistas: el general Rivas fue "el primero que hizo oír su voz viril en contra de las penas infamantes que degradan al hombre sin corregir al soldado". La excepción está dada por el relato del caso de un teniente que cayó en la enajenación poco después de ser castigado, en una brutalidad característica de la disciplina militar. Se desprende del texto que el episodio ha sido ampliamente divulgado por la prensa, y Gutiérrez se limita a comentarlo con el fin de dar una explicación y reducirlo a un hecho extraordinario y en definitiva ajeno a la camaradería del ejército. Lo que sorprende no es esta defensa acrítica de la clase militar sino el hecho de que quien la manifiesta es el mismo escritor que, por caso en la novela de folletín Hormiga Negra, denunció al mismo tiempo las arbitrariedades de los reclutamientos y las persecuciones de las poblaciones marginales, quienes "tienen dos caminos forzosos para elegir: uno es el camino del crimen; otro es el camino de los cuerpos de línea, que le ofrecen su puesto de carne de cañón".

En contraposición, la visión de los soldados parece más verosímil. Es posible hacer bromas con ellos, reírse de su aspecto, de sus características, de sus torpezas y escasas luces, que destacan, por contraste, las cualidades de los oficiales. Los soldados se emborrachan y entregan a los "vicios", aunque estos desbordes no son sino las infracciones lógicas que mantienen y reafirman las normas de la obediencia y la disciplina. La mirada del narrador reproduce las jerarquías del orden militar. Sin embargo, nunca es despectiva al recorrer los escalones más bajos y reconoce las penurias de la vida de frontera, el destino miserable que espera a los soldados una vez que regresan a la sociedad. La historia de Gregorio Carrizo se vuelve paradigmática en este sentido: reclutado a la fuerza en la época de la revolución, "juró a su oficial una lealtad de perro" y dedicó su vida a servirle, sin otra retribución que la de ser reconocido en ese lugar infrahumano.

Las formas narrativas de Gutiérrez se corresponden con sus asuntos y aluden a una escritura concebida para el consumo rápido y la publicación inmediata, y que en consecuencia debe presentar excusas. El término croquis procede del lenguaje militar y designa el diseño provisorio de un terreno o posición, que se realiza sin instrumentos geométricos; la silueta, acuñada por el periodismo, alude asimismo a una visión fugaz e incompleta. Cada relato suele reducirse a la narración de un episodio, al que se le adjudica valor demostrativo, o que presenta una anécdota definitoria del personaje en cuestión.

Los mejores textos de Gutiérrez surgen cuando la reivindicación y el espíritu de cuerpo militar ceden a los rigores de la vida material, al sufrimiento de los cuerpos y a la verdad de la muerte. La desesperación por la comida, las costumbres bárbaras a que se ven obligados para sobrevivir, las emociones ante la batalla, muestran a soldados y oficiales bajo una luz más humana. "Presentimientos de muerte", por ejemplo, es una notable recreación del miedo que puede acometer a las personas ante una circunstancia límite. Hay observaciones inesperadas: "no se podía ya pronunciar la ñ, que es el colmo de la sequedad de la boca", dice en "Un banquete en las caronas", un divertido croquis cuyo título se entiende por antífrasis. Las descripciones de acciones de la guerra del Paraguay hacen presente asimismo el realismo que se ha reconocido al autor como marca de estilo, y resultan mucho más convincentes para dar cuenta de los personajes, como en "El comandante Heredia", donde un grupo de soldados enfrenta a un enemigo superior hasta ser aniquilado. Por otra parte tiene la ventaja de haber sido testigo e incluso protagonista de alguno de los episodios. Conoce los hechos que narra por su propia experiencia, en doble sentido: como oficial del ejército y como narrador, ya que escribe aquello que ha oído y contado en el fogón.

Eduardo Gutiérrez (1851-1889) es mejor escritor de lo que pensaba Borges ("su prosa es de una incomparable trivialidad"). Su nombre está ligado el folletín Juan Moreira, que empezó a publicar en 1879. Las proyecciones de ese texto ocultan la percepción de una obra todavía desconocida.

 

(Actualización diciembre 2001 - enero febrero marzo 2002/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646