diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Una voluntad desmedida de escritura
Muerte y transfiguración de Martín Fierro: ensayo de interpretación de la vida argentina, de Ezequiel Martínez Estrada, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2005

0 – Nota previa. Si es posible creer que la distribución de los objetos en el espacio alguna vez trasciende el azar o el antojo humano, la vidriera de una pequeña librería en Bahía Blanca crea por estos días un cuadro significativo. Rodeados de libros de menor tamaño, se disputan el centro dos volúmenes de similares dimensiones, como una contienda de pesos pesados: la edición aniversario de Don Quijote que publica Alfaguara y la edición de Muerte y transfiguración de Martín Fierro que publica en un solo volumen Beatriz Viterbo. Ciertamente el azar, la pericia del librero o hasta el mismo peso de los libros pueden haber llevado a la construcción de ese cuadro, pero de todos modos no deja de perturbar mi lectura aquella vista previa de dos textos que suman voluntades desmedidas de escritura.

1 – El volumen. La edición de Muerte y transfiguración de Martín Fierro. Ensayo de interpretación de la vida argentina que publica Beatriz Viterbo, con prólogo de Adolfo Prieto, supone un traslado al objeto de las dimensiones y alcances del ensayo. Las ediciones anteriores requerían varios tomos. La de 1948 en Fondo de Cultura Económica se distribuía en dos, con la inclusión del texto íntegro de José Hernández. La segunda, también de Fondo de Cultura, es diez años posterior, y en ella Martínez Estrada redistribuye los materiales que forman el ensayo, suprime el poema y escribe un epílogo. En 1983 la edición de Centro Editor de América Latina divide el ensayo en cuatro tomos, uno por cada parte: “El Poema”, “Los valores”, “La frontera” y “El ‘mundo’ de Martín Fierro”. La edición de Beatriz Viterbo reproduce la segunda edición en un solo volumen y señala desde el prólogo uno de los rasgos distintivos de esa publicación: Adolfo Prieto invita a “leer desde el Epílogo”. El epílogo es uno de los aspectos claves para pensar la significación que alcanza Muerte y transfiguración… como episodio cultural y como un análisis que trasciende de manera singular el contexto en que se publica. En ese prólogo, Prieto señala que el ensayo de Martínez Estrada es un vastísimo índice que va del poema al contexto en continuidades no deterministas ni miméticas, y que el lugar que hasta ese momento se le había asignado en la literatura argentina obturaba la posibilidad de esa lectura. La decisión de re-editar, modificado, el ensayo (que, señala, había tenido un alcance limitado en tanto acontecimiento cultural) podría tener diferentes lecturas. Una sería la de que la publicación de la segunda edición supone una decisión vinculada con las respuestas que había generado, tanto positivas como negativas, que se traducen en un reclamo editorial, por un lado, y en una serie de objeciones críticas, por otro. Sin embargo, la redistribución que hace Martínez Estrada de las partes que conforman el ensayo, y la escritura del epílogo nos ponen frente a la confianza que tenía en la capacidad de interpelación de la obra. El epílogo trasciende el ensayo y señala: hacia atrás (señala la incapacidad de sus lectores anteriores para leer el ensayo en toda su dimensión), hacia el contexto (los cambios ocurridos desde el peronismo en que se publica la primera a la decantación del golpe del 55 que es el marco de la segunda), hacia la obra misma (sobre la que traza nuevos matices de luces y sombras). El “ensayo de interpretación de la vida argentina” se proyecta sobre los parámetros inciertos en los que se sostiene la búsqueda de un escritor, y toma la forma de una profecía sobre un horizonte colectivo. Martínez Estrada despliega esa búsqueda en diversos ensayos, y el del poema de Hernández no es el único que convoca esa búsqueda. Había escrito a propósito de Facundo , lo haría luego también a propósito del mundo de Guillermo Enrique Hudson. Precisamente, el epílogo se cierra señalando el valor de las obras de Guillermo Enrique Hudson y José Hernández, que Martínez Estrada ve como construcciones antagónicas y complementarias, indispensables para imaginar la posibilidad de un destino:
“Con estos dos autores, esencialmente argentinos, tenemos dos baquianos dignos de confianza para el reconocimiento del país en su vasta, ilimitada frontera, y para poder trazar la ruta que pueda seguirse hasta en la noche. Cuando sepamos qué país habitamos y con quiénes, sabremos lo que somos y lo que debemos hacer”.
La invitación a leer desde el epílogo propone tener en cuenta el pensamiento que se dispara a partir de la obra de Hernández, y que tiene como horizonte una comprensión de la vida argentina tendiente a una intervención en ella desde la confianza en las potencias del intelecto que no tendría un cierre con la publicación de la obra. Martínez Estrada relee su ensayo y encuentra que todavía es significativo: en 1958, dice, las condiciones sociopolíticas argentinas se ajustan aún mejor a las profecías negativas que encierra el texto de Hernández. Diez años después de su primera publicación, también da cuenta de una obra que se piensa incesantemente.

2 – Las partes: descripción imposible. El ensayo se divide en cuatro partes. Cualquier descripción o intento de síntesis que vaya más allá de la constatación de esa evidencia que se puede ver en el índice tropezará con una organización textual con vocación de abarcar una totalidad que desborda cualquiera de los elementos que pone en relación. Un libro, una obra, una geografía, una idea del ser nacional, una concepción de lector infatigable y de escritor que piensa escribiendo hasta la desmesura, todo eso está puesto en juego en un ensayo que piensa y se piensa a cada párrafo. De todos modos, a los fines de una presentación, hacemos un seguimiento lineal y resumido.
La primera parte, “El Poema”, consta de siete partes, que trazan un recorrido desde la información biográfica de Hernández a las esencias que se ponen de manifiesto en el poema. Como se ve, el arco es amplísimo para imaginar una línea de razonamiento. Precisamos: el nudo es el Poema (las mayúsculas son de M. E.) y allí revisa en capas sucesivas todos los niveles que se pueden poner de manifiesto en un análisis centrado en el texto: las relaciones de sentido en la proyección del Autor, las características de los personajes, la morfología del poema, las estructuras de la Obra, la lengua con que se construye. El ensayo se ajusta, entonces, y se desplaza hacia dos categorías interpretativas: lo gauchesco y la realidad esencial que se pone de manifiesto entre líneas. “Las esencias”, era precisamente el final de la primera edición, y es el punto en que se articulan los ensayos de interpretación más significativos de M. E., desde Radiografía de la Pampa a La cabeza de Goliath. Vemos ahí un pesimismo esencial en la obra que deja traslucir los “invariantes históricos”, esa matriz interpretativa que define al menos una parte del pensamiento del ensayista. La síntesis da la falsa impresión de una linealidad que va de lo material a lo espiritual mediado por un uso intensivo de lenguaje: la lectura de las 286 páginas en las que desarrolla este análisis permite ver que las operaciones interpretativas son mucho más complejas. Estas se proyectan en zonas inesperadas y hasta funcionan, en muchos casos, como ideas que se destacan por su lucidez más allá de lo que aporten al desarrollo de todo el ensayo. El estilo del Autor es lo que aglutina estos materiales heterogéneos evitando la posible asimilación de Martín Fierro con cualquiera de las categorías interpretativas (genéricas, formales, sociológicas) en las que se podría recostar una lectura identificatoria. Martínez Estrada las revisa para reconocer esta singularidad que se vuelve una clave interpretativa para lo que desarrolla en las partes que siguen.
La segunda parte desplaza el eje hacia un horizonte axiológico. Los valores que se ponen juego en la obra forman uno de los ejes que vertebran el ensayo. En efecto, la exhaustividad de la primera parte sostiene la tensión con la cristalización del Poema en las sucesivas lecturas que se habían hecho hasta ahí. Martínez Estrada despliega las lecturas posibles de la obra para arrancarla de una lectura mitificadora, que la condene a un privilegiado lugar alejado de su capacidad de interpelación. El sistema de valores que despliega vuelve a atravesar el poema desde la heterogeneidad: tanto sus valores como obra literaria como los valores propuestos en el universo narrado; también los efectos y rebotes de los valores que la obra tensiona están puestos en juego en su lectura.
En la tercera parte despliega, a propósito de ese universo narrado, una cartografía minuciosa de la frontera en la que se desarrolla la historia del gaucho. Martínez Estrada entra y sale del poema recorriendo la frontera en su geografía, presentando sus habitantes, caracterizando ese mundo en función de la idea de mestizaje, cargándolo con la dimensión diacrónica de que ese gaucho tiene una historia en esa tierra, situándolo en relación a un mundo que rodea el desierto. El ensayista envía la obra al mundo material en función del modo en que esa obra ha captado el núcleo de verdad de ese mundo que devuelve irremediablemente transformado. Ciertamente hay una biblioteca entera con obras de distinto tipo que desde el siglo XVIII se dedican a analizar las características de la pampa y del gaucho, de las condiciones sociopolíticas que permiten, de sus esencias, de las costumbres que engendran, de su valor simbólico. Martínez Estrada no desconoce esta bibliografía, pero no la proyecta como matriz explicativa que dé sentido a un mundo que cobra una significación más potente en función del trabajo de estilo de Hernández. La frontera que el Poema dibuja (y desdibuja, en ese recorrido que va del territorio al sentido de la historia, de los ranchos, la vaca y el caballo como elementos centrales en la configuración del espacio a un análisis del carácter arbitrario del poder) no es solo la que se imagina entre civilización y barbarie, sino también entre la obra y el mundo.
La cuarta parte, finalmente, recupera temas que no habían podido ser incluidos en los grandes apartados anteriores, establece relaciones de sentido con otras obras literarias, cubre de alguna manera todo el espacio que no por carecer de significación en el desarrollo anterior perdería la capacidad de llamar la atención de este lector febril. Si en cada una de las tres primeras partes podemos imaginar un eje vertebrador (el mundo y la lengua como materia prima que el Autor aglutina en una obra singular, la relación de la obra con un sistema de valores heterogéneo, las entradas y salidas del mundo en una obra que capta y se relaciona con sus núcleos profundos), en la cuarta parte sorprende un apartado cuyo título es “Miscelánea”. A la vista, la utilización de esos restos de lectura, más o menos organizados, contrasta con la solidez omniabarcativa de las partes precedentes. Sin embargo, y volvemos a leer desde el Epílogo, señalan el trabajo del escritor. Revisarlo todo, hasta los restos, no trabajar con estructuras cognoscitivas ni discursivas que subordinen los elementos que pueda encontrar, aún en los rincones, en los versos que cueste integrar en el cuerpo de los argumentos mayores, puede haber un rastro, una hebra brillante que ilumine fugazmente el pensamiento. Si recorremos hacia atrás el ensayo, veremos que ya hacía este trabajo, aún cuando construía grandes unidades expositivo – argumentativas. Cruz, en la primera parte, o Vizcacha, en la segunda, trascienden su condición de ser partes de una unidad mayor y cobran entidad independiente.
La descripción, como dijimos, es prácticamente imposible: el esfuerzo que supone su intento nos da la pauta de las dimensiones y la complejidad del ensayo.

3 – Martínez Estrada ensaya. ¿Qué escribe Martínez Estrada a lo largo de más de 800 páginas acerca de un poema? ¿Cuál es la obsesión que lo conduce a esa empresa desmesurada? Martínez Estrada ensaya: escribe para pensar, piensa escribiendo. Encuentra en el poema de Hernández una cifra, una posible clave de interpretación del ser argentino, una marca que permita imaginar con mayor precisión una idea de destino colectivo. Revisa las cristalizaciones que no permitirían a la obra revelar esa clave: la muerte está en la canonización de la obra por sumisión a las fuerzas que la misma obra podría poner en crisis. La transfiguración aparecería cuando alguna de esas fuerzas pudiera liberarse e interpelar nuestro ser en las fibras más íntimas, de manera que se direccionen en un mismo sentido las fuerzas de nuestra historia y las de un destino distinto. Martín Fierro pone a la vista las marcas que hacen visibles las profecías pesimistas de este ensayista. Pero el pesimismo de la perspectiva contrasta con la voluntad que requiere el esfuerzo de desmenuzar en múltiples lecturas un mismo texto. En la segunda parte Martínez Estrada clasifica las lecturas posibles del poema, desde las lineales y primarias hasta las incompletas y sesgadas, pasando por las pertinentes, lúcidas y completas. En su ensayo propone un desarrollo de todas, capa sobre capa presenta su experiencia de lector exhaustivo y pertinaz. No se cuida de no equivocarse: de hecho, intentar la aventura de escribir semejante cantidad de páginas no es apto para los que necesitan las seguridades del pensamiento que sabe de antemano que va a encontrar la nimiedad presupuesta. No se cuida de buscar complicidades con el lector por simplificación: escribe incesantemente en esa organización que no acompaña, refiere a bibliotecas inmensas y heterogéneas, sigue el recorrido que la obra (y no una organización estereotipada) le exige. Martínez Estrada se apasiona: su odio a Cruz destempla el análisis de los personajes, pero deja ver hasta qué punto le pone el cuerpo a la lectura del poema y a la escritura del ensayo. Se piensa mientras piensa la obra, y deja las huellas de ese ejercicio en la escritura. Escribe completando aspectos que otros ensayos no habían cubierto, pero se deja devorar por el poema que es su ocasión para pensar. Entonces ambos salen modificados en una interpretación de la vida argentina que, a pesar de sus continuidades con los textos con que se identifica a Martínez Estrada, tiene un valor distintivo singular.

5 – El epílogo: persistencia de la obra. Leer desde el epílogo también es leer desde las fechas. Si la primera edición es de 1948 y la segunda de 1958, resultaría pertinente la pregunta por la significación de la obra en su contemporaneidad. El marco de la primera lo puede dar la tradición nacionalista que se sostenía en torno del mito de Martín Fierro, el peronismo, otros ensayos sobre el mismo texto. Respecto de la segunda, ya señalamos, las condiciones que supusieron los cambios políticos del golpe que derrocó al peronismo, y la sensación de autocumplimiento de una parte de la profecía pesimista. La tercera edición es de 1983: más allá de que haya formado parte de una colección, la significación de la fecha ahorra comentarios. La de 2005, entonces, ¿será casual? ¿Qué potencial de significación tiene en este tiempo un ensayo que ahora leemos desde el prólogo que señala el epílogo, desde infinidad de veces que anteceden calificando el nombre de Martínez Estrada cada vez que nos enfrentamos a la persistencia que ponen de manifiesto sus últimas reediciones?

6 – Nota posterior: el Quijote y Martínez Estrada. No es necesario, pero de la pequeña librería bahiense me dirijo a la casa de Martínez Estrada. Ahí está la mesa, pequeña en relación a la biblioteca, en la que debe haber trabajado en estos proyectos desmesurados en los que la literatura y el mundo confluían en una búsqueda empecinada cuyo derrotero se daba en la escritura. La clave que en una obra articule la historia, el ser nacional y un destino colectivo podría parecer esa Dulcinea imaginaria que con gusto cambiaríamos por los pragmatismos, las resignaciones y la aceptación de algunas derrotas que toman la forma de la tosca campesina real.

 

(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2005/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646