diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Esto no es un mapa
Gerhart Schröder y Helga Breuninger (comp.). Teoría de la cultura. Un mapa de la cuestión. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2005. 192 págs.

Un mapa resulta ser la representación de cierta superficie delimitada por el genitivo que la acompaña. En este caso, el título del libro alude a la cultura toda. Y, en realidad, más que de un mapa, cabría hablar aquí de una guía turística. Este libro se anuncia con toda la pompa a la que remite el vocablo “Teoría”, en singular y con mayúscula –su título original en alemán es mucho más preciso- pero, en verdad, sólo compila una serie de conferencias, brindadas por diferentes estudiosos, sobre diversos objetos de estudio, bajo una mirada de análisis que podría denominarse cultural. El libro reúne las conferencias presentadas entre fines de 1996 y comienzos de 2001 en el marco de un ciclo organizado por el Centro de Ciencias de la Cultura y Teoría de la Cultura de la Universidad de Stuttgart, en colaboración con la Fundación Breuninger, sin que la preocupación por plantear una teoría de la cultura quede manifestada en alguna de ellas. Cada conferencia, bajo la advocación de un epígrafe de Verdad y Método de Hans-Georg Gadamer, reiterado y expandido en la primera comunicación, del mismo Gadamer, ronda algún aspecto que podría colocarse bajo la etiqueta de la preocupación cultural pero, de ninguna manera, plantea un acercamiento a la proposición de una teoría. En todo caso el lector, a partir de cada intervención, puede reconstruir diferentes tendencias y modos puestos en juego en el trabajo con algo denominado “lo cultural”. Pero incluso una definición de “lo cultural” queda pendiente de la mirada lectora puesto que si se recorren algunos de los títulos del índice ya se advierten las múltiples posibilidades: “Lenguaje y música. Escuchar y comprender”, “El Renacimiento italiano y el desafío de la posmodernidad”, “El lugar de Egipto en la historia de la memoria de Occidente”, “Paleoarte o cómo los dinosaurios irrumpieron en el MoMA”, “Azul, de Krzystof Kieslowski, o la reconstrucción de la fantasía”, entre otros.
En todo caso, el ciclo de conferencias está armado a partir de ciertas figuras prestigiosas que hablan sobre sus preocupaciones de investigación, las que obviamente siempre serán, con mejor o peor suerte, culturales.
Si se quiere encontrar un hilo que recorra las conferencias será la idea de Europa como matriz forjadora de una idea de cultura y, a partir de allí, todos los cuestionamientos siempre, una vez más, desde Europa. Libro de europeos, para europeos, en la mayoría de los casos se pregunta por la construcción del imaginario “cultura europea”, donde se incluye como novedad “lo norteamericano” –obviamente Estados Unidos, nunca Canadá- frente y desde sus concepciones, siempre cuestionadas y cuestionables, de “lo otro”.
El objetivo de las conferencias, según Gerhart Schröder que las prologa, es “presentar planteos para una teoría de la cultura” y la idea conductora “en vista de la problematicidad de los grands récits sobre la historia”, dar lugar a las diferentes disciplinas para observar los planteos que en ellas se están gestando. De allí al planteo de una teoría de la cultura falta hacer correr mucha agua todavía. Sin embargo, cada artículo en sí mismo es una buena muestra de aproximación diversa, a lo acostumbrado, a objetos culturales, también diversos a lo acostumbrado, dentro de las disciplinas de origen de cada uno de los conferencistas.
Así, Hans-Georg Gadamer filosofa acerca del escuchar y el comprender en torno a la pregunta que se hiciera Kant en 1784 sobre lo que “sucede propiamente”. Peter Burke recupera, desde el punto de vista del historiador, la crítica producida desde y sobre el “Renacimiento” como comienzo de la “modernidad”, precisamente, en el punto de constitución del eurocentrismo que considera la historia universal como historia del progreso, iniciada en el “descubrimiento de América” conjuntamente al relato triunfalista del desarrollo de la civilización occidental. La posibilidad abierta por lo que ha venido a llamarse posmodernidad, puesto que permite releer la historia no sólo como sucesión de acontecimientos sino también como invención, permitiría un cambio importante en el lugar de la percepción al ofrecer una perspectiva nueva del pasado. Edward Said hace lo propio contraponiendo la forma reduccionista de concebir la cultura en un contexto profundamente eurocéntrico, en especial a partir del siglo XVIII, en estrecha relación con el ascenso y caída de los poderes imperiales de Europa, frente a su tesis de concebir toda cultura como híbrida y, en este caso particular, en su inevitable relación con las culturas no occidentales. La construcción de una identidad europea, que recorre los siglos XVIII, XIX y XX, estaría signada por la construcción de “el gran otro”, iniciada con la conquista napoleónica de Egipto y reforzada continuamente en lo que Said llama red cultural (intelectual, etnográfica, moral, estética y pedagógica) propia y específica de los imperios británico, francés, ruso y, posteriormente, norteamericano, que acompaña, determinándolo, lo puramente económico o político. Jan Assmann confronta la supervivencia de la cultura egipcia en la construcción histórica de una memoria de Europa frente a los estudios arqueológicos que, en principio, abrieron Egipto a Europa. La arqueología revisa para corregir, enderezar o suprimir las representaciones fantásticas, en tanto la historia de la memoria pone entre paréntesis el pasado “tal como ha sido” para concentrarse en las formas que ha tomado en la dinámica que se da entre el recordar y el olvidar. Allí, la metodología inversa de una y otra disciplina, e incluso la prevalencia de una u otra, sirve a Assmann para leer la utilización de Egipto con fines propios a la orientación de valores relativos a la identidad, deteniéndose en dos momentos clave, el Renacimiento y el siglo XVII, a través del Corpus Hermeticum y la tradición de los hebraístas. W:J:T Mitchell muestra el desarrollo del arte moderno, en el Museo de Arte Moderno (MoMA), donde moriría la idea de progreso y donde se superaría la distinción de arte “superior” y arte “trivial”, entre arte y naturaleza, a partir de la entrada de la imagen del dinosaurio. La historia y el sentido de este museo, emparentado con las narrativas de lo nuevo, habilita pensar un corte entre lo moderno y lo posmoderno precisamente cuando admite la entrada de esta imagen -“Spiral Jetty” de Robert Smithson (1959). Estrictamente moderna en el arte posmoderno, esta imagen plantea el problema de lo monstruoso de la modernidad desde dentro de la modernidad. Con ella se inaugura el arte que Mitchell llama “paleoarte”, opuesto radicalmente a la percepción visual del gran modernismo, y que transforma el ámbito del arte en un taller de paleontología. Stephen Greenblatt presenta una crítica al pragmatismo cientificista, sentando las bases para la construcción de una historia de los sueños o, por lo menos, de una hipótesis de construcción de la historia donde los sueños ocupan un lugar constituyente de la historia. Greenblatt muestra cómo el trabajo con los sueños, a través de los sueños de dos ciudadanos de la Alemania nazi y también de los sueños incluidos en las tragedias de Shakespeare, especialmente el Ricardo III, proponen la necesidad, y la utilidad, de plantear una historia de los sueños, sobre todo porque ellos representan la forma más concreta del fantasma. Slavoj Žižek, desde una perspectiva psicoanalítica, por el contrario, adjudica a la producción de fantasmas, en el ámbito de la fantasía, el detalle perverso, el fetiche, –a través del análisis del film Blue- una importancia central, como un escudo protector entre el sujeto y la cruda realidad. Lorraine Daston, por otro lado, pone en cuestión el concepto de objetividad científica a partir de su puesta en contexto dentro del nacimiento, histórico científico, de la scientif community, en el siglo XIX, y con ella la idea de comunicabilidad en la ciencia, separándose de manera definitiva de la comunidad artística. El criterio de comunicabilidad no sólo habría servido para separar lo objetivo de lo subjetivo sino también la ciencia del arte y lo conceptual de lo intuitivo. La reconstrucción de esta historia muestra que la comunicabilidad no es coextensiva de lo real ni de lo exacto y que la comunidad científica está haciendo un nuevo lugar a lo intuitivo, la experiencia y otras formas de lo indecible. Desbaratada la ilusión de objetividad científica, Bernhard Waldenfels pone en jaque otra ilusión, más nueva, la de la “comunicación mundial”, según un nuevo modo de habitar el espacio a través de la comunicación virtual. Allí se pone en cuestión la relación entre cuerpo y espacio redistribuyendo una nueva semántica para el “aquí” y los ejes espaciales que lo atravesarían (cercanía y distancia, adentro y afuera, completud y vacío) hasta llegar a la concepción del no lugar. Finalmente, Norbert Bolz, más allá de las “grandes teorías”, reafirma, a través de un discurso sumamente irónico frente a los que plantean el fin de la historia y la muerte de la teoría, la perduración inevitable del pensamiento teórico como manera práctica, valga la paradoja, de pensar de otra manera. La teoría estaría para mostrar que se puede pensar de otra manera, especialmente, cuando las personas que toman decisiones afirman que no hay otra alternativa para lo que hacen.
De tal suerte, entonces, podría pensarse un reagrupamiento de las conferencias en torno a tres cuestiones, tan amplias sin embargo como la que pretende decir que el libro resulta un mapa de la teoría de la cultura: “construcción de imaginarios”, “teoría” y “modernidad/posmodernidad”. Ninguna intervención se aboca directamente a alguna de ellas sino que, tangencialmente, responden, de alguna manera, sobre ellas. Si bien la discusión contemporánea, según los compiladores, acerca del concepto de cultura, vinculado con la ciencia de la cultura y la filosofía de la cultura de las primeras décadas del siglo XX, hoy no se postula sólo en el contexto de las contradicciones internas al desarrollo europeo, sino que se extiende en un contexto global marcado, sin embargo, decisivamente por la contradicciones europeo-occidentales. Lamentablemente el concepto de lo europeo occidental sobrepasa Europa sólo para incluir a los Estados Unidos, en tanto “lo otro”, que está dentro de lo global, reconocido en su colonización, subalternidad histórico cultural y explotación económica, sigue siendo excluido del ciclo de conferencias, tanto sea por la nacionalidad de los expositores como por lo expuesto, en el anhelo de sentar las bases para pensar posibles teorías de las culturas que lo incluyan. El problema, en definitiva, no es de la Universidad de Stuttgard y sus conferencias sino de una línea editorial que elige traducir, publicar y distribuir este texto bajo el título de Teoría de la cultura. Un mapa de la cuestión cuando no es necesaria demasiada erudición para ver que allí faltan muchos, muchísimos, nombres, propuestas y enfoques para llegar a ese título, sintomáticamente además, situados en ese inabarcable espacio de “lo otro” que tanto preocupa a los europeos.
Si permanentemente los artículos cuestionan la desviada representación que en la constitución de una idea de cultura se hizo de “lo otro”, el reconocimiento insiste en dejarlo fuera puesto que no lo llama a la exposición, mucho menos al debate.

 

(Actualización abril - mayo - junio - julio 2005/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646