diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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"-¿Para qué sirve conversar?" pregunta Giancarlo Macaluso en una entrevista para el Giornale di Sicilia. Benedetta Craveri contesta: "-Para entender a los otros y a nosotros mismos, para informarnos, para instruirnos, para distraernos, para divertirnos y quizás también para ser felices."
Quizás esos mismos motivos hayan llevado a Craveri a escribir La cultura de la conversación. En las primeras décadas del siglo XVII, la élite nobiliaria francesa descubrió un terreno inexplorado, a medio camino entre la corte y la iglesia, y lo bautizó "le monde", dotándolo de reglas propias y un código de comportamiento autónomo, en cuyo centro reinaba el arte de conversar, practicado en los "salons". Estas décadas son el terminus a quo de la investigación, cuyo propósito explícito es trazar la historia de este concepto, su desarrollo, sus fuentes y sus motivos. El terminus ad quem es la Revolución Francesa (1789), que marca un punto irreversible al poner fin a los privilegios de la nobleza.
No es una casualidad, por lo tanto, que los primeros estudios sobre el tema de la "société polie" hayan surgido en la época de la Restauración: en 1835 un revolucionario arrepentido, el conde Roederer, publicó sus Mémoires pour servir à l' histoire de la société polie en France. Desde ese trabajo pionero, los eruditos no han dejado de explorar la compleja red de intercambios e influencias entre savants (filósofos) y mondains (la gente de la sociedad mundana). Craveri justifica su propia investigación frente a un tema tan estudiado previamente con una nueva perspectiva: en su opinión, la división entre los siglos XVII y XVIII, común entre los historiadores, que se reparten cada siglo como especialidad propia, es artificial. Contra tal división propone la autora, en cambio, una continuidad de estilo y de tradición, un lugar de utopía y dilettantismo mundano cuya unidad está asegurada por el ideal de cortesía que representa la conversación.
Dentro de estos estudios culturales, el tema de la conversación como rasgo característico de la civilización francesa del Antiguo Régimen comenzó a despertar interés en los historiadores en la década de 1970, nos cuenta la autora en la bibliografía anotada del capítulo XVII, citando los estudios de Bernard Beugnot, Claudia Henn-Schmölders, André Pressel, Carlo Ossola, Elizabeth C. Goldsmith, Peter Burke, Delphine Denis, Gérald Cahen, Alain Milon, y Marc Fumaroli, entre otros.
Como el propósito del libro es contar "la historia de un ideal" -"un ideal de sociabilidad bajo el signo de la elegancia y de la cortesía"- y reconstruir la historia del esprit de société en términos de larga duración, Craveri decidió hacerlo en un lenguaje cuyo estilo no fuera académico y en una secuencia predominantemente narrativa que sin embargo no deja afuera la descripción, la explicación y la argumentación propias de una exposición erudita. Su deuda con investigadores previos, reconoce la autora, es muy extensa. Los materiales y métodos de que se vale para desarrollar su tesis son variados: citas de textos fundadores, análisis de episodios de la gran y la pequeña historia, testimonios y declaraciones recogidos en manuales y misceláneas, fisgoneo en los papeles privados, cartas y declaraciones de las figuras involucradas, entre otros.
Aunque hay que reconocer que la figura femenina es objeto de un creciente número de estudios históricos y culturales, la novedad de la investigación de Craveri reside en una situación insólita; como la autora misma lo expresa, "en la sociedad mundana del Antiguo Régimen eran las mujeres, y no los hombres, quienes legislaban y establecían las reglas del juego". Así, desfilan por las páginas de este libro las mujeres más influyentes de ambos siglos, las puertas de cuyos salones Craveri abre de par en par para revelarnos la otra historia de Francia: la marquesa de Rambouillet, que se ganó el significativo sobrenombre de "Arthénice" (ca. 1588-1665), Charlotte Marguerite de Montmorency, Madame la Princesse (1594-1650), Angélique Paulet, llamada Lyonne (1592-1651), las duquesas de Montausier (1605-1671) y de Longueville (1619-1679), la marquesa de Sablé (1598-1678), la Grande Mademoiselle, Anne-Marie Louise d'Orléans, duquesa de Montpensier (1627-1693), la marquesa de Sévigné (1626-1696), amiga de la condesa de La Fayette (1634-1693), la marquesa de Maintenon (1635-1719), Anne Laclos, llamada Ninon (1620-1705), la marquesa de Du Deffand (1696-1780) y Julie de Lespinasse (1732-1776), por nombrar sólo a algunas. A pesar de todo, Craveri advierte, en la bibliografía anotada al capítulo XVI, que existen otras perspectivas diferentes de la suya respecto del papel de los salones y las mujeres: especialmente, Robert Darnton ha abierto algunos interrogantes.
No solamente la ascendencia de las mujeres es una nota nueva, sino también el hecho de que "la sociedad nobiliaria francesa será un fenómeno único en Europa gracias precisamente al elevado grado de compenetración entre los dos sexos." En esta conjunción del perfeccionamiento del arte de la sociabilidad y las afinidades recíprocas entre hombres y mujeres que pretendían ser iguales encuentra Craveri la razón profunda y personal de su atracción irresistible por los siglos XVII y XVIII, especialmente al compararla con nuestra época, "donde modelos de comportamiento postizos, fijados desde fuera, se suceden a ritmo imparable, rayanos muchas veces en la caricatura." Aunque sentir nostalgia por una época que distaba mucho de ser justa para todos no tiene demasiado sentido, resulta interesante leerla como una especie de manual del cual se pueden extraer lecciones de buenas maneras, comportamiento y cortesía en el trato.
Sobre todo, lecciones y modelos que nos den la capacidad de transformar la cháchara ininteligible de la mayoría de nuestros intercambios verbales en mensajes significativos: la conversación, ideal y arte por excelencia de aquella sociedad civilizada, nació como un juego destinado a la distracción y al placer recíproco, pero "obedecía a leyes severas que garantizaban la armonía en un plano de perfecta igualdad", leyes de elegancia, claridad, mesura, respeto por el amor propio ajeno, según las cuales "el talento para escuchar era más apreciado que el talento para hablar, y una exquisita cortesía frenaba la vehemencia e impedía el enfrentamiento verbal." ¿Suena familiar? No lo creo. Este arte sabía conjugar la ligereza con la profundidad, y elevada pronto al status de rito central de la sociabilidad, alimentada de literatura, curiosa por todo, se fue extendiendo progresivamente hacia la historia, la meditación introspectiva, la filosofía, la ciencia, la crítica y evaluación de las ideas.
Pero si bien la conversación nació como un puro entretenimiento (numerosas anécdotas lo atestiguan), pronto alcanzó también -y sigue teniendo en nuestros días- una dimensión política: "dado que Francia no estaba dotada de un sistema representativo ni de un espacio institucional donde la sociedad civil pudiese manifestar sus opiniones, la conversación mundana se convirtió en un lugar de debate intelectual y político, en la única ágora a disposición de la sociedad civil." Que este género coloquial haya pasado de ser un mero arte privado para convertirse también en un arte público de debate de temas civiles, religiosos y políticos, es una muestra de su capacidad de adaptación, un proceso cuya curva analiza Craveri magníficamente.
Un somero repaso de la biografía, de los ensayos y de las reseñas de esta escritora italiana basta para convencernos de que no hay nadie mejor preparado que ella para escribir un libro sobre la conversación. Nacida en Roma en 1942, Benedetta Craveri
-nieta del filósofo Benedetto Croce- enseña Lengua y Literatura Francesa en la Università della Tuscia (Viterbo) y en el Istituto Universitario di Suor Orsola Benincasa (Nápoles). Casada con un diplomático francés, reside en Bruselas. Ha traducido la poesía de André Chénier y ha editado las Lettere de Mademoiselle Aïssé (1984) y La vita privata del Maresciallo di Richelieu (1989). Escribió un libro sobre Madame du Deffand e il suo mondo (1982). Ha dirigido varios programas culturales de Radio Rai y colabora en las páginas culturales del diario romano La Repubblica. La lista de sus reseñas de libros en la revista New York Review of Books, donde también colabora, habla por sí misma: L'art de la conversation, editado por Jacqueline Hellegouach, De l'air galant et autres conversations, editado por Delphine Denis, Cartesian Women, de Erica Harth, Watteau's Painted Conversations, de Mary Vidal, A History of Women in the West, editado por Natalie Zemon Davies, y The Honest Courtesan, de Margaret F. Rosenthal -adaptado para el cine con el título Dangerous Beauty- indican claramente la zona histórica que le interesa a Craveri.
No es de sorprender que la idea de escribir un libro sobre el género coloquial haya nacido de conversaciones que tuvo la autora con amigos y colegas. El libro surgió, en primer lugar, por una invitación de Eugenio Scalfari en 1987: escribir para La Repubblica una serie de artículos sobre los salones del Antiguo Régimen, y en segundo lugar, por una propuesta de Roberto Calasso: reunir esos artículos, seguidos de una pequeña antología de textos, en un instant book. No resultó ser tan instantáneo, ya que le llevó a la autora quince años completarlo.
¿Hace falta decir que aumentó su volumen? La versión en español tiene 610 páginas. Sin embargo, como dice Macaluso, "è un libro que non deve spaventare per la sua mole", ya que sus páginas "si leggono con delizia". Además de un preámbulo seguido de 17 capítulos y notas, tiene una bibliografía temática anotada y un índice onomástico con breves biografías. Estas dos últimas secciones resultan de gran utilidad para el erudito que desee seguir investigando en los numerosos temas secundarios de que trata el ensayo y para el lector que se pierde entre tantos nombres históricos y necesita una guía.
Las ilustraciones, en su mayoría retratos, son un complemento ideal del texto, aunque el papel en que están impresas no es el mejor. Como lector, uno siente curiosidad por ver los numerosos rostros que pueblan esta historia, y se lamenta de que falten algunas ilustraciones, como el Hôtel Rambouillet o la Eva Prima Pandora de Jean Cousin, a la que la autora dedica casi un capítulo.
La traducción de César Palma, con excepción de algunas palabras que suenan de modo extraño ("desapercibida" por "inadvertida", "viudedad", "habituales" para designar los visitantes frecuentes), deja translucir el estilo de Craveri, elegante, rico en adjetivos, que a veces de la impresión de querer imitar el estilo de la misma conversación y la escritura francesas que son objetos de su estudio.
Tres son las características de este libro que me parecieron más atractivas: la definición de ciertas palabras claves que constituyeron la red conceptual por las que se rigieron los siglos XVII y XVIII, el seguimiento y entrelazamiento de episodios de la gran historia de Francia que aparecen como el trasfondo de la investigación de la cultura de los salones, y el entramado de anécdota y argumentación que le permite a la autora explicar ciertos fenómenos propios de esta sociedad.
En primer lugar, conceptos claves de la sociedad de los salones son definidos y puestos en contexto, tales como "honnêteté", "monde", "politesse", "conversation", "aristocratie", "noblesse", "galanterie", "bienséance", "courtoisie", "ruelle", "petimetre". La autora decidió no traducir algunas de estas palabras al italiano cuando le pareció que podrían prestarse a confusión o ambigüedad, pero como cada una es definida meticulosamente, no resulta problemática para el lector.
En segundo lugar, a menudo el lector encuentra historias entrelazadas por lugares, motivos y temas comunes: por ejemplo, la Estancia Azul, el salón de Madame de Rambouillet en la calle Saint Thomas du Louvre, es un leitmotif que recorre los capítulos I a V; el debate religioso abierto por la diseminación del Jansenismo comienza en el capítulo VI y alcanza al capítulo VIII; la participación de las mujeres en la Fronda es otro tema constante en la narrativa del ensayo.
En tercer lugar, no menos interesantes son las explicaciones y las anécdotas, contadas desde la fresca perspectiva de la autora, que aclaran enormemente ciertas ideas y situaciones de la época estudiada. La anécdota de Chamfort y Voiture, por ejemplo, explica mejor que cualquier teoría la ambigua posición del intelectual en la sociedad mundana, del mismo modo que lo hacen la anécdota sobre las canciones colectivas que ilustra el "pecado del nacimiento" que padecía el plebeyo y la broma de Madame de Rambouillet respecto de los géneros literarios menores y el papel de la improvisación. Otras anécdotas se relacionan con la también inestable posición de la mujer, como lo demuestran las irónicas observaciones sobre las "ventajas" del estado de viudez, los paralelismos entre la vida real y la simulación , el control férreo ejercido por la société sobre las costumbres de sus miembros, las funciones de las alcobas femeninas y las ruelles, la educación de la mujer según Madame d'Epinay, o la relación entre las mundanas y las Preciosas y la explicación de por qué Descartes redactó su Discours de la méthode en francés y no en latín. Finalmente, algunas anécdotas y observaciones se relacionan con la posición y el papel de los hombres en esta cultura: las ideas sobre la misoginia, la amenaza que la influencia de la mujer significaba para la virilidad, las ideas corrientes sobre la ideología nobiliaria, el valor y el linaje y su inevitable redefinición frente a la avasallante cultura burguesa.
Para quien se interesa por los fenómenos literarios, este libro implícitamente propone un debate respecto del lugar y la valorización de los llamados "géneros literarios menores" respecto de los géneros "mayores". Cualquier profesor de literatura francesa sabe que no es posible diseñar un programa de estudios de su asignatura que no contemple las cartas de Madame de Sévigné o las máximas de La Rochefoucauld. Pero la conversación ocupa el centro del argumento: Craveri le otorga con este libro carta de ciudadanía propia -tanto en la historia como en la literatura- en tanto que género discursivo específico que se impone y sigue sus propias reglas, sus tópicos, su estilo y su estructura.
(Actualización abril - mayo - junio - julio 2005/ BazarAmericano)