diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La enumeración del título del libro de Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, es engañosa. La sucesión parece introducir un tratamiento igualitario de los tres términos y de hecho esto se anuncia en el “Preámbulo” de la obra. Ricoeur dice que la memoria, la historia y el olvido tienen en común constituir una representación del pasado y, por ello, propone un desarrollo de la obra en el que los tres conceptos organizarán un índice. En primer lugar, presentará un abordaje fenomenológico de la historia; en segundo lugar, una epistemología de la historia y, finalmente, una hermenéutica del olvido. Sin embargo, hacia el final se descubre que un cuarto término –el perdón– es el verdadero tema tratado y en el marco de una “política de la justa memoria”.
La memoria es el problema que se impone al de la historia y al del olvido porque antes que la representación del pasado lo que está en juego es, en palabras de Ricoeur, una “escatología”. Lo que importa es la memoria, en relación con la historia, como expresión de una fidelidad al pasado (y a resguardo del olvido) y como “sello de lo anterior” en la “representación presente de una cosa ausente” que es el tiempo del perdón. Por lo tanto, la verdadera pregunta de las más de seiscientas páginas no es cómo conservar el pasado o cómo perderlo, en las sombras del olvido, sino cómo perdonar: su dificultad.
Ricoeur diferencia tres tipos de memoria: la memoria impedida, la memoria manipulada y la memoria obligada. A la primera le corresponde un tratamiento individual, en el terreno de lo patológico; aquí se ocupará del recuerdo como herida o cicatriz y en el contexto de la teoría freudiana de la represión (Ricoeur escribió, en 1965, una interpretación de la teoría psicoanalítica en Ensayo sobre Freud). La memoria es el componente temporal de la identidad en tanto reúne en sí la evaluación del presente y la proyección del futuro. Por otro lado, la memoria manipulada es netamente política porque se relaciona con la selectividad de una “historia oficial” que se escribe, por cierto, en complicidad con un “querer no saber”. La tercera es el deber de memoria como deber de justicia contra la que tiene la prevención del “abuso de memoria”. Al respecto, dice que es “útil” poner un límite a la revancha de los vencedores y evitar añadir “los excesos de la justicia a los de la lucha”. Más que nada es “inútil” reafirmar, por ejemplo, la unidad nacional “mediante la liturgia del lenguaje, prolongada por el ceremonial de los himnos y de las celebraciones públicas”.
El horizonte común de este cuarto término introduce en el discurso una forma de ambigüedad que se inscribe entre la disertación académica indiscutiblemente erudita y la reflexión moral que tiene muchas veces las inflexiones de una voz íntima y otras, la estridencia del púlpito. En este punto no se puede soslayar la doble condición de Ricoeur que escribe entre la filosofía hermenéutica y la teología. Esto se vuelve palpable cuando el perdón se convierte en materia de los últimos capítulos y, para desgracia de la lucidez del conjunto de la obra, el tono se parece mucho al de un sermón.
De hecho hay más de una “lección” en este libro, con lo bueno y lo malo que ello pudiera representar. Otro caso es el del ejercicio de la memoria. Ricoeur se detiene a reflexionar acerca del descrédito en el que cayó la memoria como recurso pedagógico y se pregunta si no se ha ido demasiado lejos en la guerra contra el “de memoria”. Frente a los reclamos de ciertos cognitivistas y de la pedagogía contemporánea que rechazan el “recitado”, Ricoeur cree dichoso a quien pueda recitar mentalmente un poema o recuerda las declinaciones del griego y del latín.
La obra de Paul Ricoeur se caracteriza por una heterogeneidad pertinente en la que el psicoanálisis, la literatura y la filosofía, entre otros discursos, encuentran un lugar en la trama prolija del análisis interpretativo de corte hermenéutico. En La memoria, la historia, el olvido sigue sorprendiendo un pensamiento minucioso que establece diferencias y organiza clasificaciones y series a partir de lecturas extensas y variadas que componen un tejido admirable. En esta oportunidad, la escritura de la obra se justifica en un texto breve al que llama “Nota de orientación” y que precede cada uno de los capítulos. Es, por un lado, una suerte de introducción al tema tratado pero, principalmente, la ocasión para una extensa conversación con el lector en la que el autor cuenta su proyecto, comparte sus dudas y se previene justificando sus elecciones.
El filósofo dice que este libro es producto de preocupaciones privadas y públicas. Entre las privadas está en juego su tiempo vital: el haber “reflexionado largamente” en su “larga vida” (Ricoeur nació en 1913; la edición original es del año 2000). Entre las públicas, la obra responde a una “laguna” que reconoció entre los tres volúmenes de Tiempo y narración y la publicación de Sí mismo como otro. En estos libros la experiencia temporal y su narración son “cotejadas de modo directo y activo a costa de un estancamiento respecto de la memoria y, peor aun, respecto del olvido, niveles intermedios entre tiempo y narración”. No obstante, la referencia a su bibliografía no está completa porque podría pensarse que el problema del perdón recupera una preocupación mucho más antigua, la de Finitud y culpabilidad de 1960; uno de sus primeros escritos.
Tiempo y narración es sin lugar a dudas la obra que está en el origen del reciente auge que tomara la narración como concepto interpretante de una serie de realidades diversas en el pensamiento de las humanidades y las ciencias sociales. La narración es el marco desde el que se piensa a la Historia, como disciplina; a la identidad personal o nacional como fabulación; a la conciencia individual como una experiencia temporal. En este sentido, podría relacionarse a Ricoeur del lado del llamado “nuevo historicismo” (por ejemplo, Haydn White y su propuesta de un “contenido de la forma histórica”) sin embargo, Ricoeur está lejos de aceptar la posibilidad de concebir a la historiografía como un “artefacto”, como ficción. Esto se sospecha en Tiempo y narración y se declara explícitamente en conferencias posteriores y en este último trabajo. Si Ricoeur realiza una descripción fenomenológica de la conciencia histórica lo hace a partir de una interpretación hermenéutica que al tiempo que sostiene la naturaleza narrativa de la comprensión histórica niega que el contar sea un sustituto de la explicación. Ante la “aporía de la memoria” que es la relación entre una cosa ausente que puede ser reproducida por una imagen actual que reclama “ser imagen de”, Ricoeur toma posición y dice que la historia es más creíble que la memoria porque la narración forma parte de la tercera etapa de la operación historiográfica: antes están la documentación y la fase explicativa. Ricoeur advierte sobre el “peligro” de una “ficcionalización” del discurso histórico cuya principal consecuencia es ética. La imaginación no es memoria repite y fundamenta extensamente el autor en la primera parte de La memoria, la historia, el olvido. La forma narrativa representa una fuente de inteligibilidad pero para ciertos eventos que constituyen los “argumentos” (plot) de la escritura de la historia.
En general, sus puntos de partida teóricos son en este libro, como en el resto de su obra, Aristóteles, San Agustín y Husserl pero, sin lugar a dudas, el gran contrapunto de La memoria, la historia, el olvido es Leteo. Arte y crítica del olvido, del filológo Harald Weinrich (Ediciones Siruela, 1999). Ricoeur vuelve más de una vez sobre las apreciaciones del alemán acerca de la posibilidad de constituir un ars oblivionis al lado de un ars memoriae. Como Weinrich, Ricoeur afirma que la posibilidad de olvidar supone el ejercicio pleno de la memoria sin paradoja alguna. Si Weinrich dirá que el recuerdo y el olvido son los dos resultados posibles de toda operación mnémica, Ricoeur propiciará una política de la “justa memoria” que es el ejercicio de una “memoria feliz” que incluye el olvido y el “difícil perdón”. Para ello, frente a la culpabilidad criminal “con motivo de los crímenes que entran dentro de la categoría de lo injustificable”, opondrá el lema de “comprender y no vengar” que era el propósito de la comisión “Verdad y Reconciliación” solicitada por Nelson Mandela y Desmond Tutu en Sudáfrica. En este sentido, sostiene que el modo gramatical más apropiado de esta “memoria feliz y sosegada” es el “optativo del deseo, a igual distancia del indicativo de la descripción y del imperativo de la prescripción”. En buena medida se trata de una fórmula (Ricoeur habla de una “ecuación”) según la cual se puede preservar en su integridad la frontera entre amnistía y amnesia: un trabajo de memoria, completado por el duelo y guiado por el espíritu del perdón.
(Actualización diciembre 2004 - enero febrero marzo 2005/ BazarAmericano)