diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Este libro recoge una serie de artículos de Robert Darnton con prólogo, selección y traducción de Antonio Saborit y Alberto Ramón. Hermosamente editado por el FCE en la colección “Espacios para la lectura” –de la cual ya había sido reseñado el libro de Roger Chartier, Cultura escrita, literatura e historia – se elige como título El coloquio de los lectores, con el subtítulo de Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores, en clara alusión al poema de Rubén Darío pero trastocando centauros por lectores: ese nuevo sujeto/objeto de trabajo e investigación que, poco a poco, se ha vuelto una obsesión de la historia cultural. Es este sujeto, finalmente difícil de aprehender, el objeto que dibujan y al que intentan dar vida los trabajos de Darnton. No cualquier lector, mucho menos todos los lectores, sino, con precisión, los lectores del Antiguo Régimen y entre ellos, las más de las veces, el lector/autor de libros prohibidos, el lector/editor de libelos infamantes, el curioso lector de los bajos fondos parisinos.
La colección de artículos no se presenta en orden cronológico según fueron apareciendo* sino, más bien, según un armado metafórico en cuatro partes que reúnen ensayos escritos entre 1985 y el 2002 –“Memorias de abajo”, “De la Ilustración a la Revolución”, “Ángelus Novus” y “Aproximaciones y reintegros” – precedidas por un largo “Aviso” a cargo de Saborit que inscribe a Darnton en una genealogía de historiadores remontable a los clásicos humanistas como León Battista Alberti.
Robert Darnton (Nueva York, 1939), quien realizó sus estudios universitarios en Harvard y Oxford y actualmente es docente en Princeton y, como invitado, en otras universidades de Estados Unidos y Europa, es ya un viejo conocido entre nosotros por La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (FCE, 1987). Si allí nos había impresionado con la reconstrucción vívida de ciertos acontecimientos históricos relacionados, siempre, con la irrupción, perseverancia o desaparición de algún libro –entre ellos el más amplio proyecto cultural y económico en materia de impresos, la Encicopedia, retomado en su The Business of Enlightenment: A Publishing History of the Encyclopédie, 1775-1800 –, aquí vuelve a deslumbrarnos en esa misma línea pero a través de una especie de antología que arma un retrato de Darnton, al mejor estilo Darnton: mostrando, en cada artículo, cómo lee el escritor, el historiador, el documentalista, el intelectual philosophe, el lector, el crítico, lo que los lectores del Antiguo Régimen leyeron e hicieron con lo que leyeron. El escritor-historiador deslumbra especialmente en la primera parte: allí circulan libros pornográficos, biografías no autorizadas, libros de lugares comunes, chismes, canciones, poemas, libelos, cartas, interrogatorios policiales... Para decirlo sintéticamente, “lo menor” de finales del siglo XVII y el XVIII a través del lugar que el mercado literario le asignó a los autores, editores, libreros, vendedores ambulantes y otros intermediarios en la comunicación cultural y la edición como negocio político cultural antes de que la Revolución suceda. La segunda parte, “De la Ilustración a la Revolución”, por caminos parecidos, resulta el panegírico de la Ilustración –La France littéraire con sus “almanaques burlescos” incluidos-, contra una Revolución puesta en manos de unos salvajes furibundos sans-culottes que, con anterioridad, habían aparecido como el objeto de burla de los almanaques, aunque finalmente parezcan tener toda la razón. La tercera parte, bajo el benjaminiano título de “Ángelus Novus”, presenta un Darnton preocupado por insertar su presente, su país y la política de su país, EEUU, en la mejor tradición ilustrada para terminar, en la cuarta, “Aproximaciones y reintegros”, con trabajos que aluden a la “nueva era” del libro electrónico en correlación a “Una de las primeras sociedades informadas: las novedades y los medios de comunicación en el París del siglo XVIII”, con la reproducción de éste, su primer ensayo electrónico.
Si bien los artículos de Darnton están escritos con un estilo voluntariamente antiacadémico que enseña, entretiene y hace que una le crea todo lo que dice, –sin duda una huella de su paso por el periodismo –, junto al rigor de la fuente citada a pie de página, hay cierto entusiasmo a ultranza por la Ilustración que no se termina de entender hasta que se llega, por lo menos, a la tercera parte de esta compilación. Más allá de las reconstrucciones casi cinematográficas de la producción y lectura de esos libros clandestinos, nunca incluidos en los programas académicos, tan menores y tan ricos a la vez para ver cómo la “gente común” vivía o se ganaba la vida alrededor de ese extraño objeto llamado libro, hay en Darnton un entusiasmo en El coloquio de los lectores por los finales del siglo XVII y el principio del XVIII, hasta 1789, que perturba. Resulta ser que la Ilustración francesa, Voltaire, Molière, los philosophes, mujeres y hombres de los bajos fondos literarios y de los otros –parece que era lo mismo en definitiva para Darnton–, incluso Luis XIV y Luis XV, con todos sus defectos y con todas sus amantes, sobre todo por sus defectos y amantes, es lo mejor que pudo haber pasado en esta larga historia hacia el siglo XX y el XXI. Contra la Escuela de Frankfurt, contra Habermas, contra el marxismo, perdonándole algunas cosas a Foucault por algunos aciertos arqueológicos y algunas más a Chartier, por bien intencionado, Darnton coloca el siglo XVII como el gran siglo de la cultura occidental e, incluso, como el gran siglo más allá de Occidente porque, según él, allí la República de las Letras no hacía distingos y pretendía cobijar a todos los seres humanos bajo el cielo protector de Voltaire o los derechos humanos universales, antirracistas, cosmopolitas, antinacionalistas, globalizados avant la lettre.
Y ahí está el punto, la perturbación, puesto que la defensa de la Ilustración francesa apunta directamente a la defensa del nuevo orden estadounidense. La Francia de Luis XIV no era imperialista, según Darnton, sino cosmopolita, así como hoy, si estamos dispuestos a soportarlo, se puede escuchar que EEUU es agente de una acción democratizadora del planeta. Si bien los artículos de Darnton reunidos en este libro, por cronología, no tienen en el horizonte de su producción la era de George W. Bush, hoy –tampoco antes, pero hoy meno– podemos desconocer a dónde conduce aquel discurso que con la mejor predisposición podríamos llamar cándido y optimista. Dice en un momento: “Los íconos, desde luego, son para el culto, pero el Washington icónico al que se venera en Estados Unidos es el que nos observa desde los billetes de un dólar. Ahora bien, a lo mejor el culto al dólar no es tan malo. Es limitado su alcance emocional pero no mortal. A diferencia del nacionalismo, éste inspira el interés personal más que la autoinmolación, la inversión más que el lanzamiento de bombas. Y pese a su tosquedad, es ecuménico: el dólar de una persona es tan bueno como el de otra. Ese principio se deriva también de la Ilustración, de la rama que reúne a Mandeville y Adam Smith. El interés personal ilustrado tal vez no sea tan sublime como Libertad, Igualdad, Fraternidad; pero hizo posible una nueva vida en el Nuevo Mundo a millones de inmigrantes y tal vez a la larga renueve a Rusia, en donde el dólar se ha convertido en la moneda efectiva” (pág. 307).
Por el contrario, si se dejan en suspenso las afirmaciones referidas al presente, el estilo de hacer historia de Darnton, sin duda, resulta exquisito y atrapante. Enseña a leer en la minucia un mundo de autores y lectores apasionados por su historia contemporánea, capaces de contrabandear libros que cuentan las intimides de alcoba del rey y sus amantes, por toda Europa o huir, años tras años, a través de ella para no ser arrestados por haberlos escrito. Incluso sus conclusiones sobre la Ilustración, el Antiguo Régimen, producen cierta envidia respecto de nuestros tiempos informados pero a la vez saturados de detalles que hacen difícil pensar en un compromiso de vida o muerte por parte de los lectores en torno a una lectura. Pero, al mismo tiempo, creo, Darnton exagera una panorámica idílica donde toda actividad clandestina parece un juego divertido de niños malcriados. Allí nadie es torturado – los interrogatorios son confesiones entusiastas de los arrestados– y las andanzas malidicentes cambian de autor, puesto que éstos desaparecen subrepticiamente en las cárceles y siguen con vida propia la alegre vía de construcción de la opinión pública. Casi no se entiende, sino porque se trata de amargados iletrados que sospechan de todos los intelectuales, el porqué del odio revolucionario hacia una sociedad plena de buen gusto y altamente refinada, capaz de producir los mejores libros, los mejores pensamientos y ofrecernos la explicación, en sus aspectos, más positivos que negativos, de nuestro mundo contemporáneo.
No por nada Voltaire junto a Jean-Jacques Rousseau son las figuras principales en el friso darntoniano. Si uno aporta el irónico optimismo de Cándido, el otro brinda el mejor perfil intelectual para acomodarse a los nuevos tiempos cínicamente revolucionarios. Ambos parecen haber encarnado en el historiador que apunta a la globalización como al mejor de los mundos posibles aunque salvaguardando, a la vez, al “ancestro tribal”, el estafador de la “inocencia perdida”, que hoy resulta tan políticamente correcto.
* Primera parte: “Sexo para pensar”, de 1994; “Madmoiselle Bonafon y La vida privada de Luis XV”, “Lugares comunes fuera de lo común” y “Las bibliotecas. Una mirada retrospectiva al futuro”, de 2000. Segunda parte: “La Revolución literaria de 1789”, de 1989; “La ejemplar carrera literaria de André Morellet”, de 1993; “La vida social de Jean-Jacques Rouseau”, de 1985; “Siete malas razones para no estudiar documentos”, de 1993-94. Tercera parte: “La dentadura postiza de George Washington”, de 1997; “¿Qué siglo americano?”, de 1999; “La unidad de Europa: cultura y cortesía” de 2002; “Nuevas pistas para la historia del libro”, de 1996. Cuarta parte: “La nueva era del libro”, de 1999; “Una del las primeras sociedades informadas en el París del siglo XVIII”, de 2000 y “Cómo leer un libro”, de 1996.
(Actualización diciembre 2004 - enero febrero marzo 2005/ BazarAmericano)