diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres: los desertores de la coalición
El tiempo vacío de la ficción. Las novelas argentinas de Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres, de Alejandra Laera, Fondo de Cultura Económica, 2004, 342 páginas.

El tiempo vacío de la ficción. Las novelas argentinas de Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres de Alejandra Laera tiene origen en su tesis doctoral, presentada en la Universidad de Buenos Aires a fines del año 2001.

Consagrado a la emergencia de la novela en la Argentina en la década de 1880, este estudio parte de la comprobación de que hasta entonces la novela era un género ausente -pero a la vez gravitante- de nuestra literatura. De todas las ficciones escritas en esos años, la autora recorta dos series: la “novela popular” de Eduardo Gutiérrez y la “novela moderna de la alta cultura” de Eugenio Cambaceres. Las obras de estos autores resultarían las más innovadoras, las más resistentes a “la manipulación cultural que las asimila sin más a las instituciones y a la lógica estatal” y en ellas sería más visible la voluntad de producir ficción encarnada en la “largamente frustrada y postergada figura del novelista”.

Tanto Gutiérrez como Cambaceres habrían producido lo que la autora denomina acertadamente “ficciones liminares”, es decir, textos inscriptos en una zona fronteriza entre lo real y lo ficcional, que constituyen a la novela como género porque “sin antecedentes ni genealogía, el espacio de la ficción debe ser inventado en los propios textos”.

El recorte del objeto implica, por lo tanto, una serie de operaciones críticas que tienen que ver con un reacomodamiento del canon literario nacional. En primer lugar, separa aquello que suele presentarse junto: desestimando, por ejemplo, las continuidades y filiaciones entre las obras de Mitre, V.F. López y Mármol de mediados de siglo y las novelas del ochenta; y oponiendo el novelista patricio Cambaceres al resto de los escritores de la elite letrada. En segundo lugar, reúne aquello que suele presentarse separado: encolumna tras el rol de novelista tanto a Gutiérrez como a Cambaceres a pesar de las diferencias entre las series popular y culta de la novela nacional. Finalmente, reconfigura el sistema literario del ochenta al asignarle a la novela una función dominante. De este modo, cuando Laera lee a Miguel Cané privilegia la novela inconclusa De cepa criolla y sus reseñas de las novelas de Cambaceres, es decir, echa luz sólo sobre aquella zona de la obra de Cané vinculada con el género novelístico. Este recorte implica, además, la decisión metodológica de reponer la categoría de autor, dejada a un lado en los estudios literarios desde el estructuralismo. De manera tal que este libro, como dijimos, es acerca de la emergencia de la novela, pero también sobre la obra de dos autores, sus imágenes de artista y sus contextos de producción y recepción. Más aún, la muerte de ambos, en 1889, es la fecha elegida para clausurar este período de emergencia y constitución del género.

El libro está organizado en dos partes. La primera, conformada por tres capítulos, se consagra al estudio del género en relación con las condiciones de producción y de recepción. Mientras que en los tres capítulos de la segunda parte tiene lugar una lectura más centrada en los textos.

El capítulo 1 es un estudio de campo literario dedicado a la configuración del novelista en la década de 1880 en relación con su posición social, las figuras de escritor delineadas en sus textos y paratextos, las imágenes que de ellos construyen los críticos y el papel fundamental que desempeña la prensa como administrador de bienes culturales. Mientras que Gutiérrez elabora una imagen de escritor profesional sobre la base del investigador cronista que trabaja en el periódico, Cambaceres crea una imagen de escritor “amateur” basado en el ocio del rentista. Pese a la aparente contradicción, estas imágenes serían semejantes debido a que comparten tres propiedades básicas del novelista moderno: la renuncia a cualquier actividad pública estatal; la inversión del tiempo de la escritura, la producción de novelas como actividad distintiva y diferenciada.

En el capítulo 2 la autora se detiene en “la novela popular con gauchos” de Eduardo Gutiérrez, donde encuentra la primera matriz histórica de la cultura popular masiva. Su lectura contempla la definición de “lo popular” en cuanto a los materiales utilizados, pero también en cuanto al destinatario. En otras palabras, analiza las obras de Gutiérrez considerando el éxito alcanzado en la prensa y a su vez “los vínculos con la tradición popular rural que está comenzando a configurarse en medio del proceso de modernización”. De esta manera, explica cómo se constituye en el marco de la prensa el primer folletín de Eduardo Gutiérrez, Antonio Larrea o un capitan de ladrones, a través de la confluencia del “fait divers” y las novelas populares de bandidos. Estos dos modelos reaparecerían en Juan Moreira en la construcción del gaucho perseguido como héroe popular y en la combinación de lo verídico con lo interesante. Finalmente, indaga las vinculaciones de los folletines de Gutiérrez con la tradición nacional y las disputas de las que participan: oralidad y escritura; gauchesca y poesía culta de tema rural; verso gaucho y prosa folletinesca. Resulta particularmente estimulante para repensar los puntos de contacto entre lo ‘alto’ y lo ‘bajo’ -siguiendo el camino trazado por el trabajo pionero de Adolfo Prieto- el análisis de las relaciones intertextuales del Juan Moreira con el Lázaro de Ricardo Gutiérrez, donde Laera concluye que “la constitución de los folletines con gauchos no radica solo en la modificación de las condiciones de distribución y recepción de la literatura gauchesca sino en la reelaboración de ciertas matrices de escritura de la poesía culta de tema rural”.

En el capítulo 3 aborda las “novelas modernas de la alta cultura” de Cambaceres en relación con una polémica sobre el naturalismo que comienza con la llegada de Naná de Emile Zola en 1880 para clausurarse, luego de diferentes inflexiones, con la última obra de Cambaceres en 1887. Al igual que las novelas populares con gauchos de Gutiérrez, las novelas modernas de la alta cultura de Cambaceres son localizadas en el contexto de la prensa. Pero en este caso la operación crítica requiere de cierta audacia, puesto que tan solo su última novela, En la sangre, apareció publicada en folletín antes que en libro. Para ello, reconstruye el itinerario de Cambaceres por la prensa, que se inicia con las polémicas desatadas en los diarios porteños a raíz de sus dos primeras obras, continúa con los anticipos en las páginas de la prensa periódica de algunos capítulos de Sin Rumbo, junto con una fuerte promoción mediante sueltos y avisos, y concluye con la venta de su última novela al Sud-América para ser publicada en el folletín.

El capítulo 4, que abre la segunda parte, está dedicado a las relaciones entre novela y ciudad, confrontando los textos de Gutiérrez y Cambaceres con otras novelas del período. Laera observa que la mayor parte de las novelas de la década de 1880, pese a estar localizadas en la ciudad, tienen un registro débil de los cambios materiales que la afectan. Por eso, “antes que describir ampliamente la ciudad, las novelas del ochenta narran el modo en que los cambios de la ciudad afectan a sus habitantes tradicionales, alterando la relación que entablan con ella y también con sus nuevos pobladores”. Por este motivo, la autora, en vez de detenerse en las descripciones de las transformaciones materiales del espacio urbano, va a indagar en las tramas novelescas “las nuevas y contradictorias posibilidades de movilidad que ofrece la ciudad”. Mediante la noción de “movilidad”, tanto social como espacial, explora los itinerarios y localizaciones que ponen en escena toda una problemática social vinculada con la modernización.

En los capítulos 5 y 6 vuelve a la obra de Cambaceres y Gutiérrez respectivamente. En este caso, la clave del análisis textual es la noción de reproducción, en todas sus acepciones y variantes. Por un lado, atiende todo un conjunto de representaciones de sujetos aberrantes e identidades anómalas que se manifiestan desde Pot-pourri hasta En la sangre. Por otro lado, enfatiza los sistemas de reproducción folletinesca de los procedimientos narrativos de la novela popular con gauchos de Eduardo Gutiérrez y realiza una lectura política de la serie que se abre con Juan Moreira en 1879 y se cierra con Pastor Luna en 1886, considerando al gaucho como un sujeto de pasiones violentas.

Más allá de los aciertos críticos que puedan apreciarse en estos dos últimos capítulos, quisiera detenerme en un aspecto que contribuye a delinear lo que, a mi juicio, constituye una lectura profundamente innovadora que no vacila en revisar y discutir las creencias más arraigadas de la crítica argentina, como aquella que asimila todos las novelas populares de Gutiérrez al Juan Moreira. La obra del menor de los Gutiérrez, por su carácter de literatura popular, trivial o de entretenimiento, adopta el esquema de la producción en serie, de manera que cada obra nueva sería una réplica del modelo: leer una obra equivaldría a leer todo el conjunto. Por el contrario, Alejandra Laera, acostumbrada a moverse entre los préstamos, apropiaciones y desplazamientos entre las culturas alta y popular, recorta el corpus de Gutiérrez como si fuera el de un autor del circuito de la alta cultura, esto es, considerando cada una de las partes del conjunto. Esta operación, en consecuencia, le permite ver en la serie de folletines con gauchos, la historia del “gaucho porteño” de 1820 a 1880, así como también el giro político que va del primer folletín al último, de la denuncia al reformismo.

En suma, la fórmula del ensayo es sencilla y convincente: leer las obras de Gutiérrez y Cambaceres reponiendo el marco de enunciación de la prensa periódica. En torno de los debates, escándalos y polémicas promovidas por estas obras y desplegadas en las páginas de los diarios, reconstruye el proceso de configuración de la imagen pública del escritor como novelista, signo inequívoco de la emergencia del género novelístico. En este sentido, resulta fundamental la incorporación del riguroso estudio de la prensa periódica como administrador de bienes culturales y, por lo tanto, agente mediador entre los distintos niveles de cultura. Este análisis resulta un aporte invalorable a los trabajos sobre la prensa del siglo XIX, que desde los campos de la crítica y la historiografía han abierto el camino en los últimos años de un territorio no demasiado explorado.

Por último, quisiera subrayar el retorno a la saludable consideración del género novelístico como una práctica que indaga las problemáticas sociales del presente mediante la representación ficcional. Este aspecto crítico de la literatura parece desdibujarse en algunos trabajos recientes que conciben al discurso literario hispanoamericano del siglo XIX como un espacio fecundo para la configuración de identidades colectivas imaginarias que contribuyen a la formación de un consenso para las políticas modernizadoras de los flamantes estados nacionales. Para Alejandra Laera, por el contrario, la novela “opera sobre los restos y los huecos que el Estado modernizador de los años ochenta practica en la reconfiguración de lo nacional”. Por esta razón, prefiere detenerse “en las figuras desviadas de Cambaceres que alarman a los miembros de la elite o en los gauchos que en los folletines Gutiérrez convierte en héroes populares”.

 

(Actualización diciembre 2004 - enero febrero marzo 2005/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646