diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En Polonia, el 2004 fue declarado “Año de Gombrowicz”. En la Argentina, la editorial Seix Barral inicia, con Ferdydurke, Cosmos y Transatlántico la reedición de la obra del autor en una biblioteca que lleva su nombre. Si, por un lado, estos homenajes parecen justos y necesarios para un autor y una literatura que se ha leído poco pero se recuerda mucho en relación con otros autores y otras literaturas, constituyen asimismo una verdadera paradoja. Nada parece más ajeno a una celebración de Gombrowicz que un decreto legislativo y una colección después de tantas páginas escritas contra las imposiciones de la Forma. Pero, como se dice en Ferdydurke, “El mundo sólo existe gracias a que siempre resulta demasiado tarde para retroceder” y hay que agradecer a estas “formalidades” que hagan posible que hoy vuelva a hablarse de Gombrowicz y que sus libros circulen en las librerías.
La obra de Witold Gombrowicz es la peor pesadilla que pudiera imaginar un historiador de la literatura: se trata de un escritor nacido en Polonia (en 1904) que vivió 24 años de su vida en la Argentina (entre 1939 y 1963) y murió en Francia, en 1969. Reconocido, hoy en su país natal como un escritor “nacional” (después de años de prohibición bajo el régimen comunista), en la Argentina hay, no obstante, quienes sostienen, como Ricardo Piglia, que “la novela argentina sería una novela polaca”. El tratamiento del absurdo y la problematización del género en Macedonio Fernández; la lengua sometida a las tensiones del acento extranjero, en Roberto Arlt; la subversión del sentido, de la lengua y de las jerarquías, en Oliverio Girondo; la legitimación de una tradición paralela a la europea, en Borges, serían sólo algunas de las resonancias de la literatura witoldiana (como le dice Juan José Saer por extensión del apodo de Gombrowicz en la Argentina: “witoldo”) en la literatura nacional.
Ferdydurke, su texto más reconocido – publicado en Polonia en 1937 y por primera vez en la Argentina, en español, en 194– puede definirse como novela sólo haciendo caso omiso de sus otras posibilidades: “memorial, parodia o libelo, una variación sobre temas de fantasía, un estudio (…)”. De hecho, la novela admite ser leída como libelo contra la forma o el artificio y la pose. También, como un ensayo sobre la madurez, la inteligencia y la idiotez. Hay quienes han reparado en la estructura “cervantina” de Ferdydurke por los relatos incluidos, "Filifor forrado de niño" y "Filimor forrado de niño". En cuanto a la memoria, el protagonista lamenta no poder deshacerse de ella para olvidar quién se es y cómo uno se ha convertido en lo que es aunque, ante su imposibilidad, no pueda evitar contarlo. Sin duda, estas dificultades y contradicciones que surgen cuando se quiere clasificar o caracterizar la obra de Gombrowicz son sólo algunas de las muchas estrategias desplegadas por él mismo en su “lucha personal contra la forma”. La Forma es, en Gombrowicz, el nombre de toda y cualquier determinación que se quiera imponer a los sujetos: formas de la pertenencia social, nacional o familiar; formas del estilo literario, del comportamiento social, de la moda; formas de ser o de parecer. En esta militancia de Gombrowicz contra la forma, la crítica a la institución literaria ocupa un lugar central. La ironía y el sarcasmo del texto alcanzan su punto más alto cuando se trata de satirizar las exigencias del estilo, el sistema de consagración de las obras y los autores, los presupuestos de las literaturas nacionales o las expectativas de los cenáculos literarios. En este contexto, se destacan las clases de Literatura del profesor Pimko, empeñado en la enseñanza de los clásicos polacos a través de un discurso tautológico que consiste en afirmar que los clásicos lo son … por su clasicidad. Sus clases recrean la afirmación de Barthes según la cual la escuela convierte a la literatura en un “recuerdo de infancia”. Justamente en Ferdydurke la principal advertencia sobre la tontería, asociada a la escuela, es acerca de las consecuencias definitivas de la peligrosa “infantilización” que ésta promueve.
Mientras que la narración acerca de “cómo se llegó a ser el que se es” es una completa tradición literaria que se llama “novela de aprendizaje o formación”, proviene del siglo XIX y particularmente de Alemania, Ferdydurke cuenta el camino inverso: “cómo se dejó de ser el que se era”. La novela es la historia de un personaje que a los treinta años súbitamente vuelve a tener dieciséis y se encuentra nuevamente preso de la vida escolar y de la adolescencia. “En la mitad del camino de mi vida me encontré en una selva oscura … Y algo peor aún aquella selva era verde.” Gombrowicz parafrasea y parodia los versos de Dante en la Divina Comedia para dar cuenta de esta transformación y anunciar un camino – otra vez, paródico – de búsqueda de sí mismo de Pepe, el personaje, en la que revisará irónicamente la madurez de los que se consideran maduros ahora que “ no era ni esto ni aquello –era nada– ”: ni hombre ni adolescente.
El “período de la inmadurez” provee a Gombrowicz de una imagen para ensayar una poética y una ética cuya principal proposición es procurarse una forma propia sin tener en cuenta otra cosa que no fuera una realidad interna: “¡Expresarse!” “¡Que mi forma nazca de mí, que no sea hecha por nadie!”, grita un eufórico Pepe al inicio de su metamorfosis. Esta afirmación de soberanía “contra todo y contra todos” encuentra su representación alegórica en el conflicto entre adolescencia y vida escolar. El adolescente Pepe luchará contra el implacable maestro Pimko que “como una vaca” se alimenta de su “verdor”.
La lectura de Ferdydurke tiene la dificultad propia de todas las obras singulares. Sorprende la lengua marcada por el registro extranjero del español de Gombrowicz y una historia tan absurda como admonitoria al mismo tiempo. Por un lado, la traducción al español de la novela ya pertenece a la memoria mítica de la literatura argentina, señalada como pocas por la mezcla de lenguas y estilos. Gombrowicz reescribe al español– que apenas conoce– su propia obra y colaboran con él sus amigos del bar Rex entre los que se encontraban el cubano Virgilio Piñera y los argentinos Adolfo de Obieta y Alejandro Rússovich. La traducción remeda las inflexiones del español oral de Buenos Aires y se divierte con la creación de neologismos, algunos de los cuales nacen de la pronunciación errada, en español, de palabras y nombres propios del polaco y otros hoy han pasado a formar parte del habla coloquial de Polonia como es propio de las grandes obras, que –de acuerdo con Borges– son las que “ensanchan el idioma”. En cuanto a la historia, pocos textos de la literatura argentina (los de Macedonio, los de Marechal, acaso) saben de las complejas relaciones del humor con lo serio; del absurdo con la tesis: un estilo que Ezequiel Martínez Estrada caracterizara como de una “gracia trágica”. La crítica a los maduros, por ejemplo, aparece a través de los personajes del profesor Pimko o de la familia de los Juventones cuya hija, la Moderna, vive la juventud como una edad definitiva. Así, si Gombrowicz, por un lado, hace que sus personajes “vivan” el absurdo que los anima –los discursos pedagógicos de Pimko o la seducción de la Moderna serían muestra de ello–, también ensaya sus tesis desde la voz del narrador con juegos tipográficos que distinguen los datos de la trama de las declaraciones de principios que le subyacen: “La juventud no era para ella (para la Moderna) una edad transitoria, para la moderna, la juventud constituía el único aceptable, cabal y debido período de la vida humana – despreciaba la madurez o más bien la inmadurez era para ella madurez”.
La literatura de Gombrowicz no hizo escuela: no podía ser de otro modo. Sus seguidores, de haberlos habido, hubieran tenido que ignorar su defensa de la originalidad y la crítica feroz a cualquier tipo de “escolaridad”. Para Gombrowicz, el arte era lo contrario de la creación de “obras perfectas” y en Ferdydurke se llama a romper de una vez con la palabra “arte” y también con la de “artista”. En el prólogo a la primera edición castellana, dice que es menester esforzarse en escribir libros “tontos – y malos e indolentes–”, lo que sería un disparate pero el único modo de permitr que el hombre manifestara directamente su propia “realidad inmadura” condenada, de otro modo, “al eterno mutismo”. El arte de los artistas tributaría la “semiinteligencia” de los “semibrillantes mundanos” del “demi-monde de la cultura” que emite su “juicio tial” (el neologismo con que designa a los críticos o “tías culturales” las que, como las tías biológicas, insisten para que se madure y tome el buen camino). Por eso, también, buena parte de la violencia de las páginas de Ferdydurke está destinada a castigar al medio intelectual argentino (particularmente a los escritores de Sur) que no estimó su literatura o simplemente, la desconoció.
Hay sólo dos señales visibles de su presencia en la literatura de otros: notas en el diario de Macedonio, según consigna Saer, y Nanina; otra novela “rara” que escribió Germán García en 1968 y que es un homenaje a Ferdydurke y, particularmente, a la adolescencia de su protagonista y a la teoría de la cultura que se lee en sus páginas. Entonces, al pensar a Gombrowicz en el seno de la historia literaria argentina, se lo descubre al margen y en el ejercicio de esa peculiar influencia de los escritores excéntricos que consiste en revelarse por omisión. * El libro contiene el Prólogo a la edición argentina de Ernesto Sábato (1964) y el Prólogo para la primera edición castellana de Gombrowicz (1947), más un Epílogo de Rita Gombrowicz. La traducción es de Witold Gombrowicz y se incluye una Nota sobre la traducción.
(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2004/ BazarAmericano)