diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La mayoría de los relatos del nuevo libro de Hebe Uhart se relacionan con la experiencia del viaje. Sea porque constituye la materia de la historia, o porque se encuentra en su punto de partida, el viaje pone en marcha la narración. Lo que importa no parece tanto lo nuevo que pueda revelarse sino la forma en que una determinada persona se sitúa y trata de entender algo por lo común mínimo pero que ocurre fuera del orden habitual. Se plantea una cuestión de conocimiento y en este sentido, definitorio de la escritura, surge el vínculo con otro tema, secundario pero insistente: las historias de animales.
Para los personajes de Uhart los cambios y desajustes que implica un viaje se convierten en motivos de desconcierto y de interrogantes que oscilan entre lo cómico y lo angustiante. “No acierto con lo que debo hacer”, dice la protagonista de “Teresa”, una boliviana que llega a la Argentina y no sabe cómo enviar una carta ni subir a un ascensor. La escritora que narra la historia de “Congreso”, a propósito de la invitación a participar en un encuentro en Alemania, comienza por declarar su extrañeza. “Me suena como haber sacado la lotería sin haber jugado billete. ¿Quién lo sacó y no me avisó? (...) No puedo preguntar a los otros escritores, no soy amiga de ninguno”, dice. Al margen de las exageraciones (que por otra parte no hacen sino resaltar rasgos distintivos), parece claro que el personaje es una proyección de la propia Uhart y de la manera en que se sitúa en la literatura nacional. El relato describe ciertas maneras del mundillo de los intelectuales pero también habla de la mirada de los otros (escritores) hacia esa desubicada que prescinde de las costumbres al uso: hay allí una pareja que es “experta en congresos” y sabe cómo comportarse, para “tener el don de la oportunidad y decir las cosas adecuadas en el momento preciso y en el lugar indicado”. Así como algún otro personaje se siente instantáneamente radical cuando otro afirma ser peronista (y a la inversa), tal actitud provoca el deseo irreprimible de decir lo insólito. También la narradora de “Diario de viaje”, ante una interlocutora acartonada, se siente en falta y con “la necesidad de decir algo inoportuno”. Y tal vez no es casual que el personaje más rescatable de “La colecta”, entre editores, poetas y funcionarios académicos, sea un chico que duda entre ser corredor de autos o bioquímico y que realiza su aprendizaje de lo que sería la cultura.
“ Uno viaja para ver si son verdaderos el Coliseo, el Vesubio y el Papa en su balcón”, dice la narradora de “Del cielo a casa”, el cuento que da título al libro. La observación comienza después de constatar tales hechos y atañe a los detalles, a las particularidades que no tienen valor histórico ni turístico, que no son bellezas naturales ni construcciones humanas pero que “cocinan”, con su vitalidad y su frescura, el sabor de lo literario. La escritora que viaja a Alemania quiere mirar a la gente, no los lugares de presunto interés cultural. Y sobre todo quiere oír, hacer una escucha diferente. Se trata, como dice Uhart en un reportaje, de “tomar el tono”. El resultado, en principio, puede ser absurdo, o insignificante. Lo que se oye retorna a veces en un ritintin: “Hans, tribauss, mackaussen”, es la versión del alemán de la escritora de “Congreso”; algo que recuerda al “tute muse, musaie” que se farfullaba en el hogar familiar (ver “Mudanzas”) a propósito de los asuntos más diversos. El lenguaje, propone Uhart, se pronuncia y se escribe como suena, como a uno le gusta y no como enseña tal o cual preceptor. “De manera caprichosa, me invento una pronunciación para inventarme a mí misma”, dice.
Una simple charla puede ser tema de relato, como en “Conversación en la terminal”, diálogo entre “una señora de pueblo y un gaucho viejo”, donde uno habla de algo que no termina de entender (que el lector entiende mejor) y el otro trata de responder abriéndose paso entre muletillas. La historia de la mujer boliviana (“Teresa”) es secundaria, lo notable es el modo en que ese personaje nos habla directamente, con sus palabras. Una sola frase puede hacer girar un relato o condensar su historia: en “No tengo alas”, el título remite a la frase que un pobre hombre dice y repite para justificar su impotencia ante una situación que lo sobrepasa; este cuento asocia dos líneas magistrales de la narrativa de Uhart, más bien ausentes en su última producción: los cuentos de maestras (hay una “señora directora” de por medio) y los de mujeres locas (cuyo personaje emblemático es María, la protagonista de “Mudanzas” y que aquí retorna en otra criatura imprevisible). La protagonista de “La visita del domingo a la tarde” enfrenta un problema que formula con una frase hecha: “no sabía qué hacer cuando el tiempo era largo para corto y corto para largo”
La parodia de los discursos de divulgación científica (“Animal Planet”) indica que Uhart propone una mirada diferente también sobre los animales. Y esa mirada consiste en enfocarlos como individuos. No en el alienado sentido corriente (exhibido en “Navidad en el parque”) sino en una perspectiva que los coloca en confrontación con las personas. Los animales son una excusa o una forma en que las personas se relacionan; hay algo artificial, algo hueco en tales vínculos, porque mientras los animales se comportan simplemente como tales y por consiguiente son más expresivos, las personas desarrollan conductas ridículas o impostadas (por ejemplo, las pretensiones de una chica por “educar” a su perro, en “La visita del domingo a la tarde”). La presencia de los animales descubre que esas personas hablan sin escuchar a las demás ni a sí mismas y están aisladas cada una en su “mundo”. La cronista de “Diario de viaje” encuentra “notable el hecho de que alguien hable y crea que el otro registra todo lo que dice”; pero ese desacople es el origen de los malos entendidos, con frecuencia el motor de la narración. Al revés de lo común, el relato no humaniza lo animal sino que, en todo caso, descubre la animalidad de lo humano: el protagonista de “Organización de eventos” dice que, después de tratar con diversas personalidades y figuras, “empecé a pensar en las personas como en animalitos que tienen ciertas costumbres”. A la vez, en “Congreso” se dice que “Los miembros de un congreso son como náufragos que van a una isla desconocida, y cuando no se conocen, deben estudiarse como los animales para saber con quién pueden estar, quién es peligroso o irrelevante”.
Los equívocos de la interpretación tienen su mayor desarrollo en “El holandés errante”, la historia de un viajero confundido por el diccionario y la literalidad del lenguaje, que ignora, como se dice en otro relato, que “el lenguaje tiene sentido según los tonos de voz, el interlocutor, la carga que se ponga”. El holandés en cuestión huye de Buenos Aires para recalar en un pueblo de provincia donde, con sobresaltos, se inicia en el lenguaje más que en los usos del lugar y alcanza a captar alguna de esas frases hechas que son el ruido de fondo y a veces la música de la conversación. No hay solo ironía sino también el reconocimiento de un valor. En “Chapita”, por ejemplo, una familia de vacaciones en Mar de Ajó adopta por unos días a un anciano y cuando lo pierde, tan misteriosamente como lo conoció, la narradora queda algo trastornada. “Entré a pensar en otra cosa, en cómo las cosas aparecen y desaparecen”, dice. El suceso ha producido una fisura, que el lugar común viene a cerrar: “entonces digo: El destino lo trajo y el destino se lo llevó”. Y en “El holandés...” el viajero confundido termina su recorrido con un interrogante sorprendente: “Cómo voy a volver de donde nunca me he ido”. Esa manera de quebrar la obviedad puede dar una clave de la narrativa de Uhart.
(Actualización diciembre 2003 - enero febrero marzo 2004/ BazarAmericano)