diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
I. Washington Cucurto es uno de los nombres que usa Santiago Vega (Buenos Aires, 1973) y tiene una biografía inventada que puede leerse en “La máquina de hacer paraguayitos” (1999): “Nació en San Juan de la Managua, pueblito costero del sur de Santo Domingo, República Dominicana, en 1942.” Este dominicano, según Santiago Vega que se presenta aquí como su compilador, también suele usar el seudónimo Humberto Anachuri, el paraguayo de la serie. El gesto de la invención es muy fuerte en el caso de Vega que se preocupó, desde sus primeras publicaciones y en algunas entrevistas, por agregar datos falsos a un nombre. El suelto que acompaña esta edición es uno más de los papeles que lo identifican. “¿Quieres ser Cucurto?” es el título del desplegable que marca una evolución darwiniana (la figura de Santiago Vega desde una posición en cuatro patas hasta la del homo erectus), que básicamente se ríe de las imposturas de autor (aunque juega con otra). Las lecturas disímiles (“Bomba en la catarata salvaje” y “El Antiedipo”) y escuetas que acompañan cada uno de los pasos evolutivos parecen decir todo el tiempo: cuidado, esto no es serio. Y esta falta de seriedad no es extraña en alguien que dice, cada vez que puede, que escribe para divertirse. De todas maneras, no habría que dejarse engañar por los decires de Cucurto: entre sus textos y su gestualidad burlona se sitúa una forma distinta de la lectura.
II. “Cosa de negros” es otro de los libros de las cuidadas y elegidas ediciones de Interzona, el nuevo sello que dirige Edgardo Russo y cuenta con la edición de Damián Ríos. Es, por otra parte, el primer texto narrativo de Washington Cucurto, compuesto por dos cuentos largos o nouvelles: ‘Noches vacías’ toma el título de una canción de Gilda y nunca había sido publicado; ‘Cosa de negros’ apareció por entregas en el sitio de internet “laideafija.8k.com”. Las historias se instalan, en ambos, en el mundo de la cumbia, un mundo de negros y negras –paraguayos, dominicanas, bolivianos- con una topografía propia, el Samber de ‘Noches vacías’ ubicado en el “San Miguel proleta”, y el barrio Constitución donde se encuentran los conventillos de ‘Cosa de negros’.
Habitantes del ‘yotibenco’, travestis, repartidores de gaseosa, paraguayas que tienen un oso hormiguero de mascota, representantes, un paródico presidente, cumbianteros varios son los personajes de estos relatos. Todos se mueven en un circuito luminoso, bailan y cantan bajo las estrellas. No hay miserabilismo posible en el mundo cucurtiano. Se trata de reyes y reinas marginales que transforman todos los márgenes en centro. Y acá es importante destacar que la de Santiago Vega no es una pose, no habla de un mundo que no conoce. Lo popular no está sometido a una mirada etnográfica, ni sociológica. No hay presentación paródica de lo popular. La exageración del personaje de ‘Noches vacías’ que dice “Bailé. Bailé, bailé. Me duelen las pantorrillas de tanto girar negras. Explotan las llagas de agua de los dedos de mis pies. El talón rajado, abierto como una zanja”, es una marca de la festividad, o del carácter festivo y fiestero con el que Cucurto relata.
III. “Coloraje, Colorío. Luminiscencia, exhuberancia. Colorío caché, cabrón, barroco gritador”, dice también el personaje de ‘Noches vacías’. Lo destacable es el adjetivo que acompaña a barroco. Hay, me parece, dos puntas para pensar esta idea. Una tiene que ver específicamente con el barroco de Lezama o de Severo Sarduy, con su estilo o más bien con la exhuberancia y la proliferación en los modos de nombrar las cosas y de proceder con la imagen: “la posesión inescrupulosa del colibrí sobre el rosal setembrino” dice el narrador de ‘Cosa de negros’ ante una instancia amorosa; sin embargo este fraseo y esta iconografía de inocultable origen se mezclan con otros elementos en una serie que desentona, que pierde la línea: “Un olor a borgoña del centro de la tierra; un ruido a reto de luciérnagas mangadas de vaya a saber qué galaxias; un ruido a roce de rouge y de bigote”. El manto que recubre, que rodea, permite el ingreso de elementos dispares, pero además sobre la abundancia como estilo, aparece lo desmesurado del relato, siempre del lado del desafuero. Por eso, más que de un barroco en tono estético (poético) se podría hablar de un barroco a los gritos, extremado hasta un grado en el que lo exhuberante puede convertirse en elemento cómico: “Y afuera en la pista, un bosque, una selva misionera. Cardenalas ambarinas, cotorras, catitas, morochas, pelirrojas, moviendo culos. Desmuellando caderas, mangullando pantorrillas. ¡Juncas envenenadas!”. Acá, en este punto, es cuando el texto de Cucurto parece ubicarse más cerca de Copi o de Laiseca (y también de “Un mundo alucinante” de Reinaldo Arenas) que de Carpentier o Sarduy. En este sentido, puede leerse la sucesión de acciones que parece no acabar nunca e impacta, sobre todo, en los momentos de pelea o de sexo. La apoteosis de la escena de Cucurto, el “Sofocador de la cumbia”, y Arielina (su recientísima novia adolescente) en la cocina de una pizzería, el desmadre orgiástico que termina implicando a varios personajes, es uno de los puntos clave de esta modalidad. Y también el relato del verdadero origen de Arielina, hija legítima de Evita y de Perseo (supuesto abuelo) que forma parte de un excéntrico ejército revolucionario dominicano. La política, en los textos de Cucurto que mencionan a Perón con asiduidad, es parte de la trama de enredos. Casi podría decirse que se equipara cumbia y peronismo como dos términos equivalentes. Por eso el “Sofocador de la cumbia” juega con una conocida frase que se le adjudica a los peronistas, “yo no tengo nada que ver con la política. Soy un músico de cumbia. No sé nada de lo que me hablan, ni me interesa.” Por eso el presentador de los números espectaculares de canto y baile de ‘Cosa de negros’ dice: “Como bien decía el General, para un paraguayo nada mejor que un argentino y viceversa... ¡Paraguaí jaipotáva!...”. Se trata de un peronismo paraguayo o dominicano cuyo punto más saliente está en la identidad de las acciones (“No hay que llorar/ Que la vida es un carnaval”, cantaría Celia Cruz) y no en una clase social.
La otra punta para pensar este “barroco gritón” está ya en la apertura de ‘Cosa de negros’ que comienza con una presentación circense o de feria: “Señoras y señores, bienvenidos al fabuloso mundo de la cumbia. Están por ingresar con boleto preferencial (y en una Ferrari) al magnífico barrio de Constitución, cuna de la mejor cumbia del mundo, lugar donde todo es posible.” Así parece anunciar también el relato del Samber (del pasado del Samber) el que cuenta la historia en ‘Noches vacías’, que no es “más que un negro que ama la cumbia y le encanta levantarse minas en el baile”: “ ‘Narrá todo’, me dijo el comisario. Narrá, qué palabra. Narrá te lleva al fondo de las oscuras aguas de la muerte, de las cuales no regresás. Si yo nunca narré; apenas cuento, y si me acuerdo.” Efectivamente, lo que se hace en “Cosa de negros” es contar, dar rienda suelta a determinados sucesos, sin ninguna jerarquía narrativa, casi podría decirse, sin ninguna estructura. Se trata de personajes que cuentan cómo y con quién bailaron, cuáles fueron sus encuentros, sus maratones con el alcohol y sus detalladas y pantagruélicas escenas sexuales. Estos hitos relatados con una voz desbocada son más importantes que los itinerarios espaciales y temporales. Es más, los rigen.
Pero acá lo que importa es un tono, más que lo sucedido. Tanto el narrador en primera persona de ‘Noches vacías’ como el que relata en tercera persona en ‘Cosa de negros’ están más cerca de la oralidad que de la escritura y ésta es una marca del estilo cucurtiano, el lugar por el que su escritura destella. Una jerga que mezcla latinoamericanismos con términos (y hasta grandes parrafadas) en guaraní, más una jerga de autor. Así, el barroco pierde sus costados tersos y se convierte en declamación, en exclamación permanente: “¡Ah, el hermoso cuenco bucal de la bailarina es el hogar de estas generaciones que no serán! ¡Ah, la maternal vasija de saliva, calcio y sarro de la mejor cumbia del mundo! ¡Generaciones enteras que nunca bailarán! ¡Morochitas que nunca exhibirán su belleza en el fragor de una bailanta! ¡Músicos que nunca compondrán! (...) ¡La maliciosa boca de una mujer terminará acabando con generaciones enteras! ¡Sin duda, deliciosas criaturas perfumadas! ¡En el beso de sus boquitas pintadas se esconde el triste destino de la humanidad!”. Es este tono, que ya estaba presente en “Zelarayán” (1998), lo que envuelve al lector de “Cosa de negros”, lo que se lo lleva puesto hacia una escritura que se distingue del resto de la narrativa de los 90.
(Actualización agosto- septiembre - octubre - noviembre 2003/ BazarAmericano)