diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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I
“Rosa Mística” es el tercer libro de relatos eróticos de Marosa di Giorgio. Al igual que los títulos anteriores, pertenece a ese género así como “Los papeles salvajes” (1989 y 1991), el título que reúne su producción, son parte de la poesía o que “Reina Amelia” (1999) es una novela: de una manera absolutamente libre, sin hacer caso de pautas establecidas o verosímiles literarios. Si un texto convencional trata, en este campo, de la seducción, el deseo o la relación sexual, di Giorgio aborda la ceremonia de iniciación, la orgía y el acople con seres o formas de diversos órdenes en una perspectiva doble: el erotismo como principio de la creación, incluso poética, y como via crucis de la mujer.
El libro presenta dos partes. La primera, `Lumínile´, incluye cuarenta relatos breves; la segunda da título al volumen y es una nouvelle. Los personajes, el ambiente y las historias pertenecen a la zona de ensueños en que transcurre toda la obra de la autora. El centro de gravitación es la casa familiar, que mantiene una rara tensión con el exterior, un bosque encantado donde pueden manifestarse criaturas maravillosas y seres que son observados con temor o que portan amenazas, así como asustan los ogros en los cuentos de hadas. En ese escenario se asiste a un drama vivido y soñado por mujeres. La edad de las protagonistas resulta incierta. Son señoras-niñas: el objeto del relato, o más bien de la alucinación, es una y otra vez la iniciación sexual. Es el momento de la consagración de la mujer; sin embargo, las doncellas preservan la inocencia, en sentido amplio y sobre todo respecto a la mirada y a la percepción de las cosas (con frecuencia los personajes parecen surgir de un cuento infantil); por medio de intervenciones mágicas, recuperan su virginidad y vuelven a ofrecerla, inscribiendo un ciclo que reproduce el movimiento de la naturaleza. En el sistema temporal de esta poética, se cumple así “la edad de desovar, de fornicar y de empollar”. Los términos se dan en una sucesión ajena al orden corriente: es un mundo en que no hay desarrollo de las cosas sino (a)pariciones esplendorosas de presencias plenas.
La relación sexual supone aquí la unión de animales, plantas, seres humanos y formas indefinidas en ceremonias donde se asocian la comunión religiosa y el aquelarre. “Acepté a un ser no muy grande –se lee en `Lumínile´-. Nos metimos en el hueco de un tronco, y nos enlazamos a copular”. El Hurón, los higos, el señor Zorro, el Diablo, el Peón de Chacra, un planeta, el macho de cebra, un santo, La Sombra, una araña de largas patas, el hibisco y el hongo son otros partenaires que entran en acción en esos relatos; en `Rosa Mística´ aparecen el murciélago, “un toro, una especie de vacuno o caballo”, el espión, “una figura”, un joven con aspecto de oveja, el jardinero. Tales presencias son observadas con cierto temor, por oposición a las figuras de lo familiar, un espacio femenino (ocupado por la madre, las tías, las primas y también las plantas), pero sobre todo porque la protagonista está siempre en trance de ese suceso que es el desfloramiento. La entrega de la señora-niña es una consagración de su cuerpo; el sentido religioso del acto se afirma tanto en que ella, como quien se inmola en un altar, se presenta ataviada, adornada con prendas y paños litúrgicos (en `Rosa Mística´ cubre su rostro con una mascarilla) como en que la relación consiste en una veneración del cuerpo, en recibir una nueva vestidura (de flores y frutos, no de ropas). El ambiente se transforma vertiginosamente, como si el acto sexual se desplegara a través de ondas expansivas: de pronto hay manzanas y azucenas, resplandores de azúcar y sal, “el vino volaba a través de puertas y ventanas”, del cielo caen guijarros, biscuits “y otras cosas imposibles de describir”, allí mismo “volaban unos gigantescos caballos fulgurantes”, etcétera. Semejantes prodigios tienen su punto de irradiación en la fertilidad de la mujer: el amor transforma su cuerpo, lo cubre de dones y lo fecunda. La atención está puesta en el sangrado, en el descubrimiento siempre nuevo de la menstruación y del desfloramiento. “De cada pecho se le cayó también una gotita de sangre, y luego, un huevo de paloma”, dice en un pasaje de “Rosa Mística”; lo que mana de los pechos y del sexo es inagotable. El cuerpo es tan poderoso que en ocasiones no necesita de ningún compañero (“soy capaz de lograr sola un embarazo”).
La iniciación sexual desencadena, una y otra vez, un proceso idéntico: apenas consumada la relación, las pequeñas señoras se casan o bien dan a luz. El sentido final está dado por esa fecundación que se multiplica de manera asombrosa. Sin embargo, por un sistema de razonamientos que conduce a un antiguo mandato materno, el embarazo remite generalmente al aborto y al acto de comer los propios hijos. Lo sexual, a la vez, se manifiesta con una mezcla de expresiones pudorosas (insisten las alusiones al “pecado”) y de poético desenfreno, términos relativos a la situación de alimentarse (“hincar”, “morder”, “aderezar”, “probar”) y al trabajo agrario (“hozar”, “hendir”). De la misma manera que los personajes se acoplan entre sí, pueden llegar a nutrirse unos de otros: el rito de la alimentación surge en el lugar del acto sexual (el desfloramiento se consuma entonces con la ingestión del himen o de los frutos maravillosos que manan del cuerpo) o como paso siguiente a la parición, un fenómeno que aquí remite más al orden animal que al humano (se devora a los propios hijos).
El erotismo, en estos relatos, rehace el mundo y funciona como principio de una poética que también se desprende de lo sexual: en pleno éxtasis, la señora-niña pronuncia “gemidos, pequeños gritos, palabras inventadas”. Se descubre un lenguaje: “Por la ladera y hasta el agua, se sentía el perfume de flores de los bosques. El único idioma era el de ahí”.
II
En el origen de `Rosa Mística´, la nouvelle que integra la segunda parte del libro, la protagonista pasa de un sueño a otro: el relato comienza con su despertar, que es el acceso a un mundo maravilloso. El suceso puede compararse a un nacimiento, aunque en el instante mismo de surgir el ser ha alcanzado la plenitud. Por una circunstancia misteriosa, que recuerda a las maldiciones de los cuentos fantásticos, el personaje carece de nombre. En realidad, el nombre de la protagonista es un secreto que guarda la madre, personaje que aparece aquí como una especie de bruja. La cuestión se plantea también en los relatos de `Lumínile´, donde los nombres parecen ser las diversas máscaras de una sola mujer (que se reconoce, al pasar, en nombres que aluden a un ser leve y fulgurante: Glicina Mariposa). La travesía que inicia la protagonista –un via crucis, a la manera de Marosa di Giorgio- conduce a la revelación de un nombre.
En el bosque que rodea la casa familiar la protagonista se encuentra con el murciélago (criatura ya aludida en relatos de otros libros), “extraño marido”, cruza de ave y hombre, que la desvirga. Pese a tomarla por esposa, el murciélago la abandona en el acto, para ser reemplazado por otros dos pretendientes de apariencia más humana. Lo importante es que se plantea el interrogante acerca de la “integridad perdida”: la protagonista “esperaba un gran día (...) se acercaba lentamente la fecha triunfal”, pero la entrega de la virginidad parece ser una condición ineludible. Mientras tanto da a luz dos niños que mueren y que ella entrega a la bromelia, planta que aparece como una figura tutelar, sustituta de la madre: las criaturas, se supone, pasan a ser parte de la bromelia, en una nueva fusión de lo humano y lo vegetal.
En la espera del suceso, mientras se casa, enviuda y recibe de modo febril a nuevos amantes, la protagonista descubre “otros aconteceres, todos menudos pero insólitos; los quería escribir y no era posible, no podía escribir”. Entonces se dedica a elaborar un dibujo, una anunciación cuyo motivo permanece como enigma hasta el final. Mientras tanto hay un gracioso suspenso respecto a lo que puede ocurrir. “Buscó en los libros si sería revisada”, se lee en un pasaje, y en otro se formula una pregunta donde se percibe el miedo y el deseo: “¿Iba en verdad a ser reina?”. La respuesta se encuentra en aquel dibujo: la protagonista ha bocetado una corona, pero es la corona de espinas, el ícono del martirio y la consagración, y, para ella, la gloria de confundirse con la naturaleza y alcanzar lo divino, “rosa de la eternidad”.
(Actualización abril - mayo - junio - julio 2003/ BazarAmericano)