diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Retratos de un país/ Retratos de artistas
Limbo. Argentina 2002. Un relato en imágenes, de Martín Kovensky, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, Colección Tezontle, 2002; 159 páginas.

I. “Limbo” de Martín Kovensky* se abre antes del 0, con imágenes, como corresponde al libro de un dibujante. Un mapa de la Argentina con trazos infantiles, una fotografía de un fragmento oxidado de una estanciera y un primer plano de otra foto digitalizada, con los puntos abiertos y marcados, de la cara del coreano que vimos por televisión una y otra vez después de los episodios de diciembre de 2001. Todo está aquí, en este inicio, en este antes del 0: como objetos, los rostros y las cartogarfías, como temas, el del dinero convertido en basura que cae por el embudo del Río de la Plata y el del óxido, que reaparecerán en otras secciones del libro. Esta apertura también pone en juego algunos de los procedimientos o técnicas de composición de las imágenes en “Limbo”, la ampliación de un detalle (de la camioneta), los tratamientos de la fotografía en computadora, la convivencia de distintas oficios, el especial cuidado de las texturas.

Lo que sigue es un recorrido por secciones, desde el 0 (diciembre de 2001) hasta el 12 (diciembre de 2002).** El ‘fuera de campo’ se repite en el cierre, ya que después del 12 hay un epílogo que da las distintas acepciones del término “limbo”. Esto es interesante también para pensar cómo encara un libro un dibujante y fotógrafo. Las definiciones del limbo, de esa zona que se irá diseñando en cada imagen, son visuales. El concepto es la imagen y sólo al final estará encerrado en la palabra. Los breves escritos de Kovensky que abren cada sección son sólo una entrada, una especie de apostilla en una libreta, y no un programa. El resto de los textos, el de Leila Guerriero, “La edad de merecer” de Martín Caparrós y “Elogio de la LOW TECH” de Rodrigo Alonso, comparten el espacio con la imagen, que es claramente la base de “Limbo”. Por eso los agradecimientos están al final, antes del dibujo de Nina K., un ramo de nomeolvides, y de la dedicatoria. Intercalada entre éstos, la fotografía de una colección de boletos capicúa, que multiplica y redimensiona el que lleva el número 20002 en la primera página del libro, antes incluso del título.

II. Las dos composiciones que abren “¡Crack!” (el cero de “Limbo”), están divididas en cuatro; ambas son conjuntos de fotos públicas, sacadas directamente de la pantalla de televisión o del diario y la operación es la del contrapunto. Se podrían definir como tetralogías porque tienen un alto contenido dramático. No sólo porque retraten la angustia de la crisis que terminó con la huida de De la Rúa de la Casa de Gobierno; no sólo porque aparezca allí la violencia, sino porque la elección del álbum permite pensar los distintos lugares en los que se produjo el 20 de diciembre – la calle pero también la televisión- y sus distintos actores: el comerciante coreano y los manifestantes, los saqueadores y la policía custodiando el supermercado Coto en la primera serie; las mujeres bien vestidas del primer cacerolazo, un joven con el torso desnudo tirando piedras, un bombero en acción y la cara de triunfo de Rodríguez Saá el día que asumió como presidente, en la segunda. La disposición de las fotos habilita, además, lecturas en varios sentidos. Si se miran en línea horizontal, la cara del manifestante que grita con el cuerpo de otro joven de fondo en el piso, es una versión del mismo motivo del coreano que llora; y la foto de los saqueos se cierra (gráficamente) con la de la policía que blinda la propiedad privada. Si se miran las fotos verticalmente, en cambio, al rostro del coreano le corresponde el saqueo (que él sufrió) y el cadáver de la otra foto encuentra abajo a sus asesinos. En la segunda serie de fotos, las relaciones también pueden leerse en diagonal: el gesto adusto de las mujeres mayores, por ejemplo, estalla contra la sonrisa de Rodríguez Sáa.

El dramatismo está en la imagen retratada pero también en la disposición, en la puesta en común de lo distinto y lo parecido. El resto de las particiones en cuatro de la página o de la doble página, no plantean el conflicto sino que muestran variaciones de lo mismo, como en la sección “No Logo” que yuxtapone fotografías de inmensos carteles publicitarios vacíos, o en “La tierra baldía” que expone conjuntos de objetos o espacios desgastados. En ambos casos la cámara parece girar alrededor de la idea de limbo como vacío positivo o como espacio en el que se pueden reciclar materiales e historias. La posibilidad se reconocería en el carácter artístico de lo fotografiado, aquél que el mismo Kovensky anuncia cuando dice que mira como “un flâneur estético y compensador”.

III. Como ejercicio de composición también es importante revisar el enlace de las secciones. Nada parece azaroso, más allá de la cronología y el almanaque que nos indica, de manera persistente, que pasamos de un mes a otro. El dibujo que cierra la sección “¡Crack!” anticipa la siguiente, “El corralito”, con un banco que contiene en collage una figura invertida de señor típicamente inglés y, enfrente, una figura humana-vegetal, un hombre cactus que brota alterado de una maceta y en su estómago tiene un cartel que dice “La deuda es”. Las secciones que siguen funcionan por contraste ya que se pasa de un banco tapiado con metal (foto de Ana Gilligan) a los paisajes abiertos de la naturaleza en “La tierra de los argentinos”. Esta sección, por ejemplo, cierra con una inmensa foto de una maleza artística (amarillo sobre cielo azul y un aura que rodea el vegetal mediante intervención de la fotografía) y es la imagen perfecta para pasar a “Underground”, a los espacios cerrados, a los registros de la gente en el subterráneo.

Hay ilaciones aún más complejas, como las que se dan entre las secciones “Hormigas” y “Redes”. Sólo dos dibujos de Kovensky (grupo humano disgregado y, luego, personajes indignados) y un texto de Leila Guerriero, “Gen”, conforman la primera. En “Gen” se introduce el relato periodístico de la megacolonia de hormigas argentinas que se asentó hace tiempo en el norte de Europa como resultado de viajes marítimos. Lo inquietante y extraño de esta historia es que una especie de insectos que se devoraban entre sí, al emigrar, dan cuenta de un proyecto colectivo y de cooperación. En “Redes” se arma el rompecabezas de esta sentencia, pero no en la migración sino en las imágenes de los que se quedaron: los cortes de ruta en el collage inicial, las fotografías de los afiches de las fábricas ocupadas o los tickets del trueque.

Sin embargo, el carácter asertivo de estas imágenes no llega a adquirir los costados claros de un proyecto político consumado. El dibujo cuyo acápite dice “Es muy difícil unir los puntos” propone, en un juego de banderas, rostros y números, la complejidad de una trama en proceso. De este modo, tanto los dibujos como las fotografías de Kovensky, escapan al rol estrictamente documental. Hay una intervención (equiparable a la intervención técnica sobre muchas de las fotografías, o al armado de un collage) del artista que mira la realidad y pone en crisis no sólo los relatos televisivos. Hay formas de la violencia que deben ser redimensionadas a partir del ejercicio de composición; hay formas de la cooperación que no constituyen una secuencia ordenada. En fin, hay formas del limbo que, como todos saben, no es el paraíso.

Lo que sucede es que Kovensky no piensa su práctica sólo en términos sociales, sino también en términos individuales.*** En realidad se trata de un perfecto equilibrio, por eso incluye en la sección “8: cuaderno Rivadavia” sólo sus dibujos, en los que el arte tiene que ver con lo que sucede en el país pero, además, es pensado como diario íntimo. Hay una percepción peculiar de lo colectivo, subjetiva, que impone el propio trazo. Tal vez esta idea de diario de artista que Kovensky resume en una frase -“Digo, uno respira a diario pero no siempre le interesan las noticias”- permita pensar mejor dos de las secciones en las que la naturaleza se impone sobre cualquier otro paisaje. Árboles, flores, horizontes y cielos lilas o violáceos son lo enfocado por la cámara en “La tierra de los argentinos”; nunca desechos o multitudes. Y la sección “Desde el balcón” está íntegramente constituida por detalles orgánicos: ocho tomas casi minimalistas de plantas, a cargo de Ana Gilligan, y un suelo cubierto de hojas en el que apenas avanza la punta de unos pies descalzos. El contraste con otras series es obvio.

Sin embargo, más allá del aspecto compositivo basado en el equilibrio que recubren, estas fotografías proponen otro objeto que podría pensarse como una estrategia de resguardo o como un atisbo del paraíso. No es gratuita su inclusión en “Limbo”. Los lugares tradicionales de la belleza no son descartados, aunque en relación a lo ciudadano aparezcan como dos líneas que no se juntan. En una de ellas, puede leerse tanto el retrato de un país como el del artista, en la otra, más que nada el segundo.

Estos dos principios –el artístico y el documental- también están presentes en el cierre del libro, en la doceava sección. Allí aparecen obras sobre la crisis de otros autores: Res, Kuitka, Marcia Schwartz, Liliana Maresca, Mario Gemín, Raúl La Cava y Carlos Masoch, entre muchos otros. Lo colectivo no está sólo en lo que retratan estos trabajos diversos, sino también en el pasaje al ámbito de la creación de aquello que está tan presente en la sección “Redes” como premisa social y política: después de todo, uno podría pensar este cierre como una verdadera asamblea de artistas. Lo individual, por su parte, tiene su espacio en el muestrario de las diferencias: tintas, fotografías, collages, pinturas, dibujos e instalaciones forman uno de los costados de la pluralidad, que también se verá registrada en las distintas líneas o escuelas que se muestran, desde la versión naïf con tintes orientales de la pintura de Mariano Grassi hasta las formas más tradicionales de Remo Bianchedi o las caricaturas de Maitena.

IV. La tapa de “Limbo” reproduce una de las fotografías de la serie “No Logo”: un inmenso y altísimo cartel publicitario en blanco con una pequeña escalera que lo atraviesa en su costado izquierdo. Esta es, a la vez, la imagen de apertura del sitio www.kovensky.com; la diferencia es que allí la animación permite que una hormiga cruce sobre la superficie vacía. El limbo puede ser atravesado como un gran desierto por un pequeño insecto, que en el libro representará la posibilidad de armar redes, de pensar proyectos colectivos. La última foto de “Limbo”, la que cierra la sección 12, es de Ana Gilligan y está compuesta por dos puertas blancas cerradas. Como en los relatos mágicos, alguna de ellas podría abrirse y permitir la salida de ese “estado de las almas que, no habiendo merecido el infierno, no pudieron, antes de la redención, entrar en el cielo o son excluidas de él por el pecado original no perdonado”. El arte, parece decir Martín Kovensky, es un intento (uno de los tantos posibles) de abrir las puertas, de cubrir las superficies vacías. Para reforzar esta idea no hace falta más que mirar el libro de atrás hacia adelante.


* Martín Kovensky (Buenos Aires, 1958) desarrolla su obra como artista múltiple de la imagen desde la pintura, el dibujo en medios masivos, la fotografía digital y la realización de objetos electro-mecánicos. Vive y trabaja en Buenos Aires. También lo hizo en otros años en San Pablo, Nueva York y San Marcos Sierra. Fue docente en la carrera de Diseño Gráfico de la UBA, y colaborador de numerosos medios gráficos como “Tiempo Argentino”, “El Porteño”, “Página/12”, etc. Desde 1998 es dibujante en el diario “La Nación” de Buenos Aires. Realizó exposiciones individuales y colectivas en galerías y museos de Argentina y Brasil. (Galerias Paulo Figueiredo, Alberto Elía, Centro Cultural Recoleta, Museo Nacional de Bellas Artes, Museo de Arte de Sao Paulo, etc.) Desde la gráfica comienza a investigar el uso de la tecnología digital para generar imágenes en la revista “Página/30” de la cual fue director de arte entre los años 1993 y 1996. En 1999 la editorial La Marca, edita el libro “Kovensky 4.0” donde presenta una retrospectiva de su obra entre 1983 y 1999. Todos los datos biográficos están tomados literalmente del sitio www.kovensky.com que recomendamos visitar.
** Las secciones del libro se titulan: “0: ¿Crack!”, “1: Corralito”, “2: La tierra de los argentinos”, “3: Underground”, “4: Hormigas”, “5: Redes”, “6: No Logo”, “7: Desde el balcón”, “8: Cuaderno Rivadavia”, “9: La tierra baldía”, “10: Outubro”, “11: ¿Estamos como estamos porque somos como somos?” y “12: El arte es sustentable. Al final habrá buena fortuna”.
*** Esta idea está en la reseña de Cecilia Soca, “El año que vivimos en peligro”, en “Página/12”, Buenos Aires, 15 de diciembre de 2002.

 

(Actualización diciembre 2002 - enero febrero marzo 2003/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646