diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Recuerdos del imperio de la letra
Diseñar una nación. Un estudio sobre la edición en la Argentina del siglo XX, de Leandro de Sagastizábal, Buenos Aires, Norma, 2002; 159 páginas.

El “Anuario bibliográfico de la República Argentina” (1880-1888) fue una publicación cuya importancia como fuente documental resulta tan notoria como las expectativas grises que su título sabe provocar. Fue un registro bibliográfico anual que se propuso abarcar todos los textos publicados en Argentina. Todo o casi todo: los libros, pero también los más insignificantes folletos; los libros y los folletos, pero también las publicaciones periódicas; las publicaciones periódicas de Buenos Aires, pero también las del resto del país; los textos históricos fundacionales de Mitre o V. F. López, pero también los cantares del payador de salón Gabino Ezeiza o las traducciones de las novelitas discretamente pornográficas de Paul de Kock; las tesis de derecho o medicina, pero también los calendarios; las narraciones escandalosas de Eduardo Gutiérrez o Cambaceres, pero también los mensajes del presidente en sus cuatro idiomas, las memorias ministeriales o los presupuestos de cada municipalidad; los manuales militares sobre el uso de un novedoso proyectil llamado torpedo, pero también las novenas en honor a (digamos) la gloriosa Santa Gertrudis; los muy vendidos textos para la enseñanza de la lectura, pero también sonetos en ediciones de sólo tres o cinco ejemplares escritos por alguno de los lánguidos poetas de la década; los libros absurdos con los que se probaban los numerosos aspirantes a escritores en una época en que la figura de autor se democratizaba, pero también los folletos con los que hacían `lobby´ las recién llegadas empresas telefónicas; los estatutos y reglamentos de los más heterogéneos clubes, círculos y sociedades, pero también libros de viajes y exploraciones. Ubicado en el marco de una sociedad donde todo pasaba por los medios de la cultura letrada, o donde al menos todo parecía dejar allí algún indicio, el “Anuario” produce, como efecto, las previsibles dichas y agobios de un documento inagotable.

Ciertamente, su valor documental está potenciado por la coincidencia entre los años de su publicación y los de la etapa inicial del proceso de modernización en la Argentina, pero también por algunas singularidades de su fundador y primer director, Alberto Navarro Viola (1856-1885). Casi todos los artículos aparecidos tras su muerte recordaron su insólita capacidad de trabajo. Podemos creerles. Hacia 1880, la expansión y diversificación de los saberes ya contradecía la posibilidad de una bibliografía no especializada. Casi sin colaboradores, Navarro Viola agregó, al ya desmesurado proyecto de una bibliografía completa de las publicaciones nacionales, la voluntad de que esa bibliografía fuera crítica: leía y comentaba, muchas veces extensamente, con un sentido obsesivo de la información precisa y una erudición que parece haber dejado muy atrás la de su rival Ernesto Quesada, prácticamente todos los folletos y libros publicados –en los últimos años del “Anuario” bajo su dirección, correspondientes a la producción de 1883 y 1884, el número de títulos ya superaba los 800, y apenas algunas decenas quedaban sin anotar. Por sus dimensiones, la crítica de Alberto Navarro Viola sobresale entre la de sus contemporáneos: sólo las reseñas que escribió en la relativamente módica sección `Literatura´ se dejan comparar con los trabajos de García Mérou, uno de los principales críticos de la generación del 80. Pero dispuso además de las ventajas del juicio crítico acertado (es decir, más o menos coincidente con los criterios de gusto actuales): fue uno de los pocos que no se asustó ante el naturalismo, descubrió en una primera mirada y entre tantas mediocridades prominentes a los que valían (Paul Groussac, Cambaceres) y nunca consiguió retener la carcajada frente a Calixto Oyuela. Perteneciente a una de las familias de mayor protagonismo en la vida cultural argentina de la segunda mitad del siglo XIX, Alberto Navarro Viola era abogado y daba clases en la Facultad de Derecho. Fue secretario de Roca durante los cinco años iniciales de su primera presidencia y estaba por obtener un cargo de diputado cuando falleció a los 28 años. Desempeñó muchas otras funciones y colaboró en innumerables periódicos, como todos los miembros de la élite de 1880. Escribía, al parecer con plena conciencia de sus limitaciones líricas, poemas muy malos. Fue una de las tantas jóvenes promesas arrebatadas prematuramente por la muerte, según se decía entonces, salvo que en su caso el título parece haber sido bastante más que un cliché de nota necrológica.

El `Anuario´ es el tema del nuevo libro de Leandro de Sagastizábal. No es superfluo aclararlo, porque ni su título ni su subtítulo permiten advertirlo. La trayectoria del autor en el campo de las editoriales, su libro anterior (“La edición de libros en la Argentina.. Una empresa cultural”, 1995) y el reducido interés que presumiblemente es capaz de despertar un estudio sobre la publicación fundada por Alberto Navarro Viola explican tal vez este desvío. Su justificación, en cambio, resulta más problemática. En no pocas páginas, Sagastizábal invoca el concepto de mediación (entre la producción de materiales escritos y el público) para aproximar la actuación de Navarro Viola en su “Anuario” a las tareas propias del editor. El argumento sería aceptable si la mediación fuera una operación privativa de los editores, o al menos no tan ampliamente compartida por otros actores culturales. Mucho más que a la historia de la edición, el “Anuario” pertenece a las historias de la bibliografía y la crítica.

Los vínculos entre el “Anuario bibliográfico” y la historia de la edición, sin embargo, no son irrelevantes. Una de las tantas transformaciones de la modernización literaria en la Argentina hacia 1880 fue la emergencia y consolidación de la figura del editor. Como para muchos otros aspectos de ese proceso de modernización, el “Anuario” es la mejor fuente documental. De sus nueve tomos puede extraerse un mapa verdaderamente exhaustivo del campo editorial (si se acepta este rótulo demasiado moderno para una época en que las imprentas de los diarios y las librerías aún ocupaban una posición dominante, y la figura del editor sin librería ni imprenta propia era incipiente) en la Argentina de la década de 1880. Las propias páginas de los últimos números del “Anuario”, siempre interesadas en reducir la información a fórmulas estadísticas, propusieron cuatro cuadros, uno de ellos reproducido en el libro, que bajo el título `Editores´ inventariaban las imprentas, librerías y editoriales, con sus direcciones, cantidad de títulos y hasta número de páginas impresas. (Significativamente, estos cuadros no son confiables en razón de los criterios ya anticuados usados por los directores del “Anuario”, que continuaron privilegiando la función de la imprenta sobre la instancia editorial, corroborando así una novedad en la figura del editor que la propia publicación, por otra parte, ponía en evidencia). Aunque esta cuestión no está ausente en “Diseñar una nación”, que propone al respecto observaciones interesantes (como la progresiva especialización de algunos impresores en ciertos géneros, disciplinas o áreas temáticas), el lector podría esperar, considerando el desvío antes mencionado y los antecedentes del autor, un tratamiento más extenso y detenido.

En “Diseñar una nación”, el “Anuario” aparece concebido como “uno de los mecanismos utilizados por el Estado en su proceso de consolidación”. Alberto Navarro Viola, miembro de la élite de la generación del 80, fue secretario de Roca; la publicación del “Anuario” coincidió con lo que suele llamarse “constitución definitiva” del Estado; en la Argentina, sin la presencia de una burguesía poderosa, fue ese Estado en su etapa de consolidación el que impulsó el proceso modernizador; una de las dimensiones de esa modernización fue la democratización de la cultura letrada; letra y orden son categorías tradicionalmente vinculables. A partir de estas premisas, la lectura de Sagastizábal queda centrada en las operaciones de índole estatal instrumentadas a través del “Anuario”. No lee el “Anuario” como una publicación cuyo significado se agote en el cumplimiento de ciertas funciones estatales ni, mucho menos, como una publicación oficial. Pero el eje de su estudio se deja resumir en una de las definiciones que propone para describir la publicación de Navarro Viola: “Es una recopilación bibliográfica completa y nacional que pertenece al mismo orden de cosas que otras prácticas totalizadoras que está llevando a cabo el Estado, tendientes a la concentración de poder: información de todo tipo, censos de poblaciones, estadísticas, elaboraciones de códigos, etc.” `Controlar´, `dirigir´, `modelar´ y, sobre todo, `ordenar´ son palabras claves de su lectura, y el objeto de esas operaciones es el proceso de modernización o, más específicamente, la producción cultural. El hecho de que las premisas sobre las que se organiza esta lectura hayan sido muchas veces transitadas no debería ser una razón para restarles credibilidad o interés. Entre esas premisas y la lectura que Sagastizábal efectivamente aplica al “Anuario”, sin embargo, no siempre se advierte la convicción capaz de articularlas con felicidad. Allí donde se esperaría encontrar un análisis minucioso del índice de la publicación que examine el orden clasificatorio de los saberes propuesto por el “Anuario”, se encuentra una minuciosa reproducción de la polémica entre Alberto Navarro Viola y Ernesto Quesada. Es cierto que el tema de la polémica es el índice, pero esto no implica una garantía de que esa disputa, por lo demás fuertemente personal, proporcione los elementos más adecuados para comprender el problema planteado. Allí donde se esperaría encontrar una observación sobre las reducidísimas dimensiones de la sección `Política´ y la generosa amplitud de la sección `Administración´, se encuentra un descuido en la información que pone en duda la importancia otorgada por el propio estudio a este problema.

Con una escritura afable, más proclive a la descripción que a la explicación, “Diseñar una nación” dedica su primer capítulo (“Un inventario cultural”) a un recorrido por las diferentes secciones del “Anuario” a través del cual se detalla la estructura interna de la publicación. El segundo capítulo (“Bibliógrafos, impresores, editores”) se ocupa de “la dimensión editora de Alberto Navarro Viola”, y el tercero (“Un hombre de la elite”) ofrece una reconstrucción de la biografía del fundador del “Anuario”. Los improbables lectores del “Anuario bibliográfico” saben que su lectura puede ser contradictoriamente tediosa y fascinante. Detrás de las monotonías de un registro bibliográfico que se deja visitar como un gran cementerio de la cultura letrada, se lee la historia de una sociedad que, por primera vez, experimentó aquella buena frase de Marx en que todo lo sólido se disolvía en el aire. Simultáneamente, y sin paradoja, esa sociedad pudo también tener la certeza de estar viviendo la construcción de una nación. En el libro de Sagastizábal no se adivina el tedio y queda la fascinación: a pesar de su brevedad, logra capturar la pululación de energías, voluntades y transformaciones que se trasluce en las páginas del “Anuario” y que, para nuestra mirada, habituada a otros paisajes nacionales, ya puede resultar melancólicamente legendaria.

 

(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2002/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646