diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
1. Un decamerón de este siglo
Empecemos por el título: el observatorio, es decir, ese lugar que sirve para examinar con atención, contemplar o estudiar un objeto o campo determinado, será visitado, en este libro, por doce “observadores” de diferentes procedencias: cuatro argentinos y ocho españoles, que tienen en común el hecho de haber llevado a cabo experiencias académicas (y de vida a secas) en otros lugares del mundo: Inglaterra, Estados Unidos, México, Alemania y Rusia, por dar breves ejemplos. Algunos de ellos vienen desde los territorios de la filosofía, las matemáticas y la física; otros, del estudio de la literatura, la historia y la cultura. Estas doce voces irán poniéndonos en contacto con ciertos aspectos y problemas que emergen como importantes a la hora de tratar de comprender y vivir este nuevo siglo.
El título ya lo anuncia: no nos situamos en los finales del siglo veinte sino en los comienzos del veintiuno; “dos formas de decir lo mismo” podrán acotar; pero no: este posicionamiento da cuenta de un punto de vista más relacionado con lo que podemos hacer en el presente y hacia el futuro que con lamentar pérdidas o idealizar pasado alguno. Este posicionamiento, reitero, nos coloca sin miramientos en el lugar donde estamos: este siglo XXI que parecía tan lejano, sobre el que tantas ficciones, temores y deseos habían ya dado cuenta el cine, la literatura y la prensa de divulgación (y hasta especulación) científica, por décadas y, aunque parezca paradójico, hasta no hace tanto tiempo. Recientemente, la televisión por cable brindó una retrospectiva del cine del director Stanley Kubrick y allí estaba, otra vez, “2001, odisea del espacio”: sus imágenes no habían perdido potencia estética, pero esa fecha (2001) que pudo parecer medianamente lejana no sólo ha llegado sino que ha sido ya superada. Como sucede tantas veces, cosas largamente anunciadas y esperadas cuando llegan nos toman por sorpresa. De ahí que mirar en detalle y analizar algunas de las empresas que se nos plantean en este comienzo de siglo sea una excelente idea.
La convocatoria a los doce especialistas también es una buena estrategia; de este modo, evitamos generalizaciones y lugares comunes y, en cambio, acercamos nuestro microscopio (o telescopio, como gusten) a temas tales como el rol que cumplen las industrias de la información en la reorganización de la cultura; qué es lo que pasa con la democracia y la división de poderes en una sociedad crecientemente informatizada; si cabe o no plantearse límites éticos a las casi infinitas posibilidades que nos abre la tecnología genética; si, en fin, sigue teniendo vigencia o no el concepto de progreso en estos tiempos de globalización y caída de los grandes relatos que en otras épocas supieron dar respuestas a todas las preguntas del hombre o, al menos, intentaron hacerlo. Pero si, por una parte, como dijimos, la intervención de los diferentes autores escapa de la generalización estéril (que dice todo y, por eso mismo, no dice nada), tampoco tenemos que temer el hecho de toparnos con un lenguaje difícil o que aleje al lector no especializado. En tal sentido, de una manera más lograda en algunos artículos que en otros, cada una de las doce entradas temáticas que componen este libro está escrita en una prosa ágil y accesible. Tal vez, esto tenga que ver con que antes de ser artículos fueron conferencias e intervenciones orales que tuvieron lugar en salas del Centro Cultural de España, bajo el título de “Foro de pensamiento, siglo XXI”, como parte de un proyecto que, precisamente, tuvo como objetivo instaurar un espacio de debate y reflexión acerca del mundo y la sociedad actuales. De todos modos, este no es un libro que, para ser comprendido, exija que se lo lea desde el principio hasta el final. En tal sentido, si en el clásico “Decamerón”, cada cuento puede ser leído de manera aislada del resto sin que eso nos impida disfrutarlo, aquí, cada artículo podrá ser tomado de acuerdo con nuestros intereses sin que ello implique leer, de un tirón, el libro entero. Asimismo, y siguiendo con este gesto comparativo, si cada cuento del “Decamerón” está agrupado con los otros diez de su respectiva “Jornada” de acuerdo con una temática o acción que los relaciona, también tenemos en nuestro “observatorio” el hilo conductor que pone en diálogo estos diferentes artículos: los problemas, logros, miedos y desafíos que significan para la humanidad ser testigos y/o actores de estos comienzos del siglo XXI.
Tal vez sea el momento de brindar los nombres propios de las doce voces mencionadas; se trata de Beatriz Sarlo (“Sensibilidad, cultura y política: el cambio de fin de siglo”), Jesús Mosterín (“El final de la utopía –límites del conocimiento y de la acción”), Eugenio Trías (“Filosofía del límite –una propuesta para el cambio de milenio”), Javier Echeverría (“Democracia y sociedad de la información”), Javier Sádaba (“Dilemas de la bioética”), Nicolás Casullo (“La memoria de las cosas”), Carlos Thiebaut (“Una mirada irritada y empática a la filosofía del siglo XX”), Eduardo Rabossi (“Acerca de la globalización, la supranacionalidad y los derechos humanos”), María de Corral (“El arte en este fin de siglo”), Osvaldo Guariglia (“Concepciones de la buena vida”), Jorge Wagensberg (“El progreso: ¿un concepto acabado o emergente?”) y Fernando Savater (“Globalización de los valores”). Los títulos de los artículos son elocuentes y explícitos acerca de las temáticas abordadas. En cuanto a los autores, estos nombres propios que aluden a una cierta trayectoria académica e intelectual, a elecciones de vida y posicionamientos en el campo del pensamiento, serán más o menos conocidos por los posibles lectores del libro. Y como en otros juegos de la vida, algunos irán, primero, hacia el encuentro de los que ya han leído en otros trabajos, de quienes ya tienen una experiencia previa, mientras que otros, quizá, elijan empezar por los que hasta el momento desconocen. Cualquiera que sea la opción (hasta la muy aplicada de ir por el orden de aparición) implicará el comienzo de una aventura: la de salir, que mal no viene, de nuestros kafkianos trámites bancarios, del bombardeo negativo y sensacionalista de nuestros informativos, etcétera, etcétera, para pensar en la relación que hay entre conceptos como los de globalización, transnacionalidad y supranacionalidad respecto de posibles logros en el terreno de los derechos humanos, en cuál es la experiencia del arte hoy en día, si más allá de las ciudades conocidas cabe hablar de una suerte de ciudad virtual de redes, si podemos pasar del miedo a la manipulación genética a pensar cómo la clonación y otros avances científicos pueden ayudar a vivir mejor a todas las personas, a, en fin y por qué no, volver a recorrer las concepciones sobre la “buena vida”, filosófica y éticamente hablando, se entiende. La propuesta no es la de entretenerse mientras se huye de la peste; se trata, más bien, de no renunciar, en medio de la vorágine de lo cotidiano, a la posibilidad de distanciarse un poco y recoger el guante de uno de los mayores desafíos con el que siempre se enfrenta el hombre: el de pensar su propia época, el de llevar la reflexión ahí mismo, hacia el límite de lo posible.
Así, en “Sensibilidad, cultura y política: el cambio de fin de siglo”, Beatriz Sarlo llama nuestra atención acerca del tipo de percepción que predomina respecto del tiempo: se trata de una pulsión hacia lo actual, que poco conoce de diferir necesidades, placeres o, en fin, objetivos desde un presente que los reconoce, anida o planifica hacia un futuro cuando serían logrados o alcanzados. Esta urgencia, esta impaciencia, poco entiende de tiempos burocráticos, jurídicos o de cuerpos colegiados, con el agravante de la crisis que atraviesa la idea de la representación política. ¿Cómo se articulan política y cultura con la dimensión subjetiva de la sensibilidad en este siglo? Sarlo recuerda que ya se ha hecho un lugar común el afirmar el predominio de la imagen visual; para ella, en cambio, es más sugerente observar cómo los comunicadores sociales, desde el seno de las grandes compañías, han desplazado a los intelectuales, académicos, artísticos o provenientes de la esfera política, aunque se alimenten con esquemas producidos por ellos. “Estas ideas, –dice Sarlo- cambiadas de un espacio a otro, conforman el patrimonio no original de la industria comunicacional y de sus actores. Ellos están colocados en ese lugar de máxima visibilidad que asegura una escucha social y proporciona una base [...] a la representación de los ciudadanos”. Desde esta perspectiva, los “grandes relatos” no habrían desaparecido sino que habrían desplazado su lugar de origen; hoy en día, las creadoras de los grandes relatos son las industrias informativas. Podrá decirse que estos relatos son menos épicos, pero no por ello menos débiles: la noción de globalización, por ejemplo, no queda a la zaga de la de imperialismo. Por otra parte, la autora pone sobre su mesa de trabajo la cuestión de Internet y zarandea algunos mitos: la red es democrática en el sentido de que cada cual sale de ella de acuerdo a cómo antes entró; hace falta mucha competencia lectora y habilidades conceptuales, observa, para tener una búsqueda que dé sus frutos. En tal sentido, Sarlo describe algunos fenómenos, matiza ciertas afirmaciones y pone otras para su discusión, se interroga, en fin, sobre si tendremos la capacidad imaginativa suficiente para no quedar encerrados en alternativas empobrecidas y, en cambio, poder crear con fuerza nuestras imágenes de sociedad futura.
El hecho de que, a esta altura de las cosas, alguien se anime a traer a colación la palabra “progreso” puede despertar la curiosidad de más de uno. Esto es, precisamente, lo que lleva a cabo Jorge Wagensberg en su exposición. A partir de diferenciar la materia animada de la inerte, el autor comienza a jugar con una noción de progreso relacionada con el análisis de la menor o mayor independencia que un organismo vivo tenga frente a su entorno. El progreso, entonces, es un hecho observable en la historia de la materia viva sin que ello implique considerarlo una suerte de fuerza motriz relacionada con la evolución. Es interesante ver cómo ciertas cuestiones, como es la de este caso, requieren los aportes de diferentes campos del saber: la termodinámica del no equilibrio, de la física, por una parte, y la teoría matemática de la información, por la otra. Asimismo, la afirmación acerca de que todo progreso que no progrese acabará regresando: “un progreso tiende a preparar futuras regresiones” dice el autor. Esto nos lleva a desvincular la noción de progreso de la imagen de una recta siempre en avance hacia una meta superadora. Wagensberg tiene la virtud de brindar múltiples y variados ejemplos que ayudan a comprender el curso de su exposición. Hacia el final, el autor apuesta a que tanto la filosofía política como la política en sí logren crecer en el conocimiento de la noción de progreso. “La política – dice- es la clase de conocimiento que intenta organizar la convivencia humana”, de ahí la importancia de su definición y uso. En especial, y no nos viene mal recordarlo, en épocas de campañas políticas cuando todos lo invocan y dicen que hay que lograrlo (algunos hasta arriesgan cómo alcanzarlo), pero casi nadie sabe muy bien cómo definirlo.
Si Sarlo habla de la percepción del tiempo actual como pura urgencia a satisfacer ya mismo, Casullo hará de la memoria el eje de su reflexión. “La memoria de las cosas es ese lazo cotidiano que tenemos esencialmente con la vida [...] vivimos de hacer presente lo que estuvo, lo que ya no está, lo que nunca estuvo, lo que debiera estar o quisiéramos que esté.” Ahora bien, ¿de qué está hablando Casullo cuando habla de memoria? No de esa que nos ofrece el mercado al estilo de los `shopping center´ donde todo parece estar al alcance de la mano: los dinosaurios, Giordano Bruno, Picasso y Cohn Bendit. Es por eso que llama a sospechar de ciertas políticas del mercado editorial que impulsan las biografías, las historias noveladas, etcétera, etcétera. Esto, en realidad es poner las cosas en un cementerio: acérquense, está muerto, ya no muerde. En tal sentido, Casullo parte de tomar distancia del modelo “Titanic” que todo lo disuelve y brega por una memoria activa que lejos esté de hacer del pasado un ritual, por una memoria que, de alguna manera, es una suerte de campo de batalla. Una memoria, en suma, que seríamos nosotros mismos: nosotros como memoria de las cosas.
2. El objeto – libro
La edición de “Observatorio siglo XXI” es cuidadosa y brinda al lector de adecuados y útiles contextos, que, sin duda, contribuyen a su mejor comprensión. En tal sentido, José Tono Martínez, su compilador, inmediatamente a continuación del índice (ubicado al comienzo del libro) pone a nuestra disposición los datos biobibliográficos imprescindibles acerca de cada uno de los autores de los artículos. Asimismo, José Tono Martínez escribe un “Prefacio” donde da cuenta de los antecedentes de la publicación (las conferencias y debates ya mencionados), el criterio de selección y una breve reseña acerca del contenido y punto de vista de cada uno de los artículos que lo conforman. Dice el compilador: “El corte presentado, en cualquier caso, es suficientemente abierto como para que el lector avisado comprenda que se ha buscado aunar el rigor con la variedad, la plasmación de valores ya consagrados en nuestro ámbito cultural con la originalidad temática”. Hacia el final, la entrada que corresponde a Fernando Savater se abre en un diálogo, un concierto a varias voces, que va desde la de alguno de los autores hasta la de un anónimo del virtual “público”, que repone, a nuestro entender, el tono de los intercambios que durante dos años estos pensadores argentinos y españoles mantuvieron en la ciudad de Buenos Aires.
“En cuanto al libro que el lector tiene entre manos –escribe Martínez- nadie saldrá defraudado”. Luego de su lectura, creemos que podemos acompañar al compilador en su apuesta.
(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2002/ BazarAmericano)