diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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I. EL RELÁMPAGO.
El ejercicio del pensamiento suele asociarse a un tiempo extenso y, también, a cierta posibilidad de aislamiento. El título del libro de Abraham instala, entonces, una paradoja o más bien un oxímoron, al articular dos términos que trasmiten ideas opuestas o, por lo menos, convencionalmente lejanas. La tapa ilustra esta figura: un rayo eléctrico cruza una porción de cielo oscuro. ¿Así debe ser, entonces, el pensamiento? La respuesta es ya una declaración de principios que se explicita en el prólogo. El inicio de la secuencia argumentativa podría ser resumido en un par de frases: "La Argentina es un país en el que el plazo ya no existe" y también "padece fuga de ideas". Varias críticas en el medio, a los académicos que -según Abraham- piensan sólo el pasado, a los periodistas que se han convertido en los nuevos sofistas de la sociedad (porque la información ya no existe y la noticia "es la cicuta del pensamiento"), a los intelectuales "progresistas", a los que no pueden escapar de las redes disciplinarias. La filosofía, sin embrago, pareciera ser la única de todas las disciplinas que es capaz de pensar el presente, de rodear el oxímoron y tentar versiones aunque sean erróneas: "La filosofía tiene el desafío de la aceleración. Debe enfrentar un tema de hoy que quizás no será mañana. La realidad es un duelo, exige esgrima, fintas, decisiones intelectuales y singulares. Por eso el filósofo de hoy no tiene la misión de buscar la verdad, y menos de enunciarla, sino de equivocarse con la mayor precisión posible. Una inteligencia del error."
II. CONTRA LA CIENCIA.
Tomás Abraham nació en Rumania en 1947. Su familia emigró en 1950; comenzó sus estudios universitarios en Argentina y los abandonó tras el golpe de Onganía. Se trasladó a Francia y continuó sociología en la Sorbona -en medio del mayo francés- y paralelamente estudió en Vincennes, donde Foucault dirigía el departamento de Filosofía. Su diploma es, en realidad, de Sociología urbana. Sus libros -"La ley mayor" (1982), "Foucault y la ética" (1984), "Pensadores bajos" (1987), "Batallas éticas" (1995) o "El último oficio de Nietzsche" (1996)- abordan temas más cercanos a la filosofía.
Porque la sociología, a pesar de el lugar de privilegio que tuvo en la formación de Abraham, es descartada como perspectiva ya que, tal como afirma en un reportaje que le hizo la revista Alcibuper de Santiago del Estero en el año 2000, "pertenece al positivismo" y no puede dejar de pensarse a sí misma como ciencia. Se pierde, según Abraham, en un papel, en tanto la "filosofía sirve para hacer algo".
Esta idea, obviamente, está lejos de la del pensador (a la que él se refiere irónicamente con la estatua de Rodin) que se ocupa de asuntos metafísicos, ajenos a la realidad.
La mayor parte de los artículos que conforman "Pensamiento rápido" (sobre todo los de la primera parte "El cazador de costumbres"), hablan de lo que está sucediendo: la caída de Maradona, alguna serie televisiva como "Vulnerables", las discusiones sobre la eficiencia del Ciclo Básico Común de la Universidad Nacional de Buenos Aires, una película, ciertos hechos o debates de la política argentina. Los textos, por cierto, fueron publicados "cuando el acontecimiento aun estaba en carne viva" en distintos medios periodísticos, en El Porteño, Babel, El Amante, La Caja, Clarín, Página/12, Tres Puntos, etc. La cronología va desde 1987 hasta el 2001. ¿Cómo hablar de lo que pasó ayer y a la vez distanciarse? Abraham continúa respondiendo con la filosofía: "La filosofía le agrega al periodismo su vejez, y una discapacidad, la presbicia: necesita alejarse para ver mejor."
Abraham no piensa la filosofía como una disciplina, sino más bien como un punto de vista, como una perspectiva (perteneciente al campo de la cultura) que permite poner en evidencia una incomodidad intelectual; formular preguntas, pero no proporcionar soluciones. Por eso el género privilegiado es el ensayo. El filósofo, dice, "trabaja para opinar y mostrar" partiendo de "los documentos y los testimonios que circulan en sus nuevos simulacros". De aquí la falta de centralidad de la literatura que "no vehiculiza información" y la postura despiadada ante los críticos literarios, los que escriben libros sobre Arlt, Mansilla o Sarmiento.
III. LOS ESPEJOS.
En 1925 aparece el texto de Antonin Artaud, "El poeta negro". Allí está presente la forma de un exceso y también, la ausencia de humanitarismo compasivo. "Los ojos se enfurecen, las lenguas giran" reza el primer verso de la última estrofa y el de cierre lanza una imagen en la misma estela "duros corazones de vinagre". La segunda parte de "Pensamiento rápido" lleva por título (tal vez aludiendo lejanamente a Artaud) "El ensayista negro" y aquí aparece como apertura, otra vez, una declaración de principios, o tal vez, un manifiesto, que es el editorial de la revista "La Caja!, que Tomás Abraham creó en el año 1992, años después de fundar la escuela Argentina de Filosofía que aun continúa sus actividades. Ahora, aparece la relación inalienable entre la escritura y la vida, porque "las palabras se entrelazan en la aorta". El ensayista negro es un personaje incómodo que desajusta todas las previsiones, que busca la incomodidad en todos los órdenes, así estos provengan del oficialismo, de las revoluciones o de los anarquistas. Ningún credo, parece ser el lema del ensayista negro, sólo dureza: "cuando alguien dice que aquello es duro, es música para mis oídos".
En esta sección del libro aparecen varios retratos que podrían armar una galería con ciertas identidades. Es más, retoman algunos tópicos o enunciados que permiten volver a la primera declaración de principios, a la del prólogo, en donde se hablaba de la necesidad de escribir sobre el presente con cierto grado de presbicia. La galería es un tanto irregular, un periodista escocés pero que vive en la Argentina, James Neilson, al que Abraham llama "el loco del periodismo", y del que destaca algunas ideas como esa de que "un mundo que no tenga una cuota suficiente de pensadores no científicos no tardará en hundirse en la barbarie"; Gilles Deleuze, Régis Debray, Nietzsche, Foucault, Paul Veyne y Peter Browne entre otros. ¿Cuál es la relación? En todas las semblanzas se destaca el carácter negro o asistemático (anticientífico y antiestablishment) de los pensadores. Pero además suelen tener otro punto en común: el pensamiento sobre el presente, incluso cuando se toman elementos del pasado (según Abraham la historia es una buena amiga de la filosofía).
Esta es una lectura entre líneas que puede hacerse sobre ciertos sujetos, pero también a través de distintos ensayos del libro, con fechas diversas. Es, obviamente, un ejercicio de lectura de la propia práctica en otros escritores: una lectura en espejo y de algún modo, el armado de un álbum familiar (aunque la idea de álbum posiblemente no le guste a Abraham).
El aire de familia es casi la repetición de un estribillo; así de Nietzsche dice que es "un filósofo que hace de la erudición, es decir de una disciplina de lectura, un arma polémica, una crítica del presente" y de Debray, que para él "pensar la política es escribir un ensayo de actualidad, es decir una literatura de ideas cuyos nombres, fechas, acontecimientos, mitos y epopeyas se comentan en los medios de comunicación y en la prensa cotidiana"; también comparará el modo de leer de Debray con lo que Foucault define como "una historia del presente" y equiparará esta última noción con el devenir deleuziano.
IV. LAS DISTANCIAS
Bien, se trata entonces de leer el presente. En esta instancia Abraham propone una figura propia, la del doxólogo ilustrado, cuya "característica será rapsódica, híbrida, ficcional de a ratos pero siempre pública y testimonial. La filosofía prolonga hoy la red de los medios de comunicación, torsiona la literatura de actualidad, es parte de ella. Asume el corto plazo y sus textos padecen el riesgo de la fecha de vencimiento". La mayoría de los artículos que retratan filósofos, no parecen plantearse este objetivo. Aunque uno podría decir, se trata de andar por el presente de la filosofía, o por filosofías en las que el presente aparece con fuerza (tal como ya se ha visto en el álbum de familia). Pero no, aun así, el ensayo que se titula "El nacimiento de la dama" que es sobre el amor cortés, e incluso algunos como "Althusser, la filosofía como problemática", que se encuentra bajo el subtítulo "Actualidades filosóficas" en la segunda parte del libro, no está hablando de este presente en el que es preciso intervenir con la celeridad del plazo que se agota.
Hay otros ensayos, sobre todo los de la primera parte, los que fueron escritos cuando "el acontecimiento estaba en carne viva" en los que la idea de pensamiento rápido toma una resolución más clara. Me refiero a "La Argentina del realismo trágico" en donde Abraham desarrolla la idea de la nueva figura omnisciente del campo cultural, la del economista (eje de su libro "La empresa de vivir"), a "Elogio de la política", o a los artículos reunidos bajo el subtítulo "Fútbol, pasión de multitudes" o "La tele y otras artes visuales". Aquí, en esta elección de objetos puede verse coincidentemente una diversificación de la mirada.
Digo, si la perspectiva de la filosofía permite convertir algo en incomodidad intelectual, esta puede leerse sin problemas en los ensayos que hablan de economía, de política o de educación. ¿Por qué? Porque allí Abraham avanza sobre el sentido único, provenga de donde provenga. Por ejemplo, en un momento en que la política está absolutamente devaluada, el pensamiento rápido pone en escena los baches de un mantra repetido, "que se vayan todos". Abraham se interesa por la corrupción en la política (y no sólo allí porque dice que la sociedad civil también es corrupta), precisa términos al distinguir entre ética y moral y se arriesga (acá funciona como un ensayista negro) a ir en contra de la corriente, ya que opina que la política deben hacerla los políticos profesionales, que hay que revalorizar a los políticos con ideas y que con los cacerolazos no se llega a ninguna parte. Su discurso puede sonar conservador hoy en día, pero en realidad hace posible un desplazamiento del lugar en el que parece estar instalada la gente. Abraham analiza razones objetivas cuando dice que "el ejercicio de la política hace tiempo que se ha transformado en un sistema de alianzas y lobbies modelados por los intereses corporativos de la sociedad civil", o cuando se refiere al rol hegemónico de los medios masivos y dice que el periodista se ha transformado en "un educador pago. Forma al ciudadano y denuncia los males de la democracia". Y pone en escena, también, razones subjetivas, al afirmar que el que descree de las formas de organización de la política "refuerza sólo el poder de las armas y el dinero como únicos instrumentos de dominación". El elogio de la política es el elogio del sistema democrático y Abraham considera que es perjudicial la falta de distinción. Por eso da nombres (no por afinidad ideológica) que van desde Carrió, a Béliz, Alvarez o Llach. Todos los artículos sobre política, sobre ética (que para Abraham es, en nuestro país, una consigna política) o sobre educación generan polémica. Establecen la distancia necesaria de la presbicia (no ya de la filosofía sino del pensamiento crítico en general). Abraham arenga, narra, informa, ironiza, pregunta (rescata la mayéutica socrática). Todo para salir del lugar de la comodidad intelectual, de la frase repetida.
Sin embargo, cuando habla de fútbol y, sobre todo, cuando habla de la televisión la distancia parece perderse. Ahí Abraham se transforma en un televidente más, o como dice él mismo, "en un espectador convencional". Como si no pudiese despegarse de lo que mira. Quizás un buen ejemplo de esto sea la adaptación del propio discurso al televisivo: estos ensayos están escritos bajo la presión del zapping. No hay un todo, hay fragmentos. Tal vez la estrategia, la forma, sea la que Abraham destaca en Alfredo Casero "que empieza una frase y luego mete cualquier palabra y ahí comienza su trabajo de imaginación. Liga el comienzo de una historia sin final con una palabra extraída de una serie distante". Pero cómo se resuelve esto en los ensayos: pasamos de Suar a Milosevic, o de Suar a Coppola y Kusturica. O de la política a una serie televisiva. Lo que queda es, al menos para mí, un puro juego de la inteligencia, una pura ironía. Y, sobre todo, el gusto personal y (aunque se la caricaturice permanentemente) el juicio de valor de la cantidad de dedos o estrellas o puntos. Allí, el cerco está cerrado. No hay incomodidad, no hay ensayista negro, sino un gesto de esta figura casi convertido en tic vacío.
(Actualización abril - mayo - junio - julio 2002/ BazarAmericano)