diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Cultura escrita, literatura e historia”, más que “conversaciones”, expone una larga entrevista, realizada por cuatro “lectores” profesionales del libro, al historiador francés Roger Chartier, sobre la relación entre lectura y escritura y las posibilidades de armar una historia al respecto que tenga en cuenta diversos espacios, geográficos, sociales, técnicos y económicos. En el interior, el texto se inicia con un subtítulo diferente al de la tapa: “Coacciones transgredidas y libertades restringidas. Conversaciones de Roger Chartier con Carlos Aguierre Anaya, Jesús Anaya Rosique, Daniel Goldin y Antonio Saborit. Edición de Alberto Cue”. Este subtítulo apunta, sin ninguna duda, al núcleo problemático y a la vez enunciativo en el cual se han de resolver, valga la paradoja, casi todos los trayectos posibles trazados por la conversación de Chartier acerca de esa misteriosa relación entre la lectura y la escritura o, mejor dicho, acerca de cuáles son las condiciones de posibilidad para que se produzca esa misteriosa relación entre lectores y escrituras. Relación donde intervienen no sólo, y tal como podríamos pensar en primera instancia, autores y ocasionales lectores, sino toda una serie de personajes intermedios tan fundamentales como aquellos, e incluso determinantes en alguna oportunidad, a fin de ocasionar finalmente una lectura: el escriba, el copista, el tipógrafo, el cajista, el impresor, el editor, el corrector, el distribuidor, el librero, el bibliotecario, el maestro, el crítico, el traductor, el periodista, el técnico y, podríamos agregar aunque no está dicho explícitamente, el programador de programadores de texto, cuando Chartier se refiere largamente a los usos del texto electrónico.
Una advertencia preliminar explica que la colección “Espacios para la lectura”, en la que se incluye este libro preciosamente editado por el Fondo de Cultura Económica, quiere ir más allá del ámbito de la didáctica o de la investigación universitaria para que maestros y profesionales dedicados a la formación de lectores perciban las imbricaciones de su tarea en el tejido social. Simultáneamente quiere ser un espacio para el público en general. Así, estas conversaciones con Roger Chartier irán tocando los múltiples puntos que traman la posibilidad de un estudio acerca de la historia de la lectura y de la escritura sin por ello convertirse en un exhaustivo análisis pormenorizado de cada cuestión. Tal como en el final explica el mismo Chartier, se trata más bien de plantear problemas, establecer comparaciones, delinear mapas de trabajo, barajar hipótesis, acercar nuevos marcos teóricos, hacer confluir diferentes disciplinas, con el fin de ir cercando ese extraño objeto de trabajo que parece establecerse en nuevos términos: la historia de la relación entre lectura y escritura sin ponerse en el extremo puramente sociológico, que operaría sobre los materiales y los actores involucrados, ni en el del escrupuloso análisis textualista que se ocuparía sólo de la diversa potencia lingüística, en todos sus niveles, encerrada en cada texto, sino en ese intermedio, sin nombre teórico todavía, que pretende observar la “articulación” en el objeto y en los modos de trabajo. En la línea explícitamente foucaultiana, Chartier se muestra decidido a encontrar aquellas reglas que permitan plantear la “articulación”, hacer la arqueología y la genealogía de su objeto, puntuar las discontinuidades propias a su historia.
No es la primera vez que Chartier habla de estas cosas. Director de estudios en ciencias sociales de l’École des Hautes Études, director del centro internacional de Synthè-Fondtion pour la Science, ha trabajado como historiador de la educación desde sus inicios hasta las más recientes reflexiones en torno a las nuevas tecnologías. Ha publicado, en esta línea, con Domique Julia y M. M. Compière “L’Éducation en France du XVIe au XVIIIe siècle” (1976); con J. Le Goff y J. Revel, “La Nouvelle Historie” (1978); con H.J. Martin “Historie de l’Édition Française” (1982), “Lectures et lecteurs dans la France de l’Ancien Régime” (1987), “Les Origines culturelles de la Revolution française” (1990), “L’Ordre des livres. Lecteurs, auteurs, bibliothèques en Europe entre XIVe et XVIIIe siècle” (1992); en tanto, en castellano han aparecido “El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural” (1992), “Escribir las prácticas. Foucault, De Certeau, Marin” (1996), “Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero” (1997) e “Historia de la lectura en el mundo occidental” (1998) en colaboración con Guglielmo Cavallo, entre otros textos y multiplicidad de artículos.
Este libro, ya se ha dicho, tiene su origen en el encuentro de la obra de Chartier y cuatro lectores mexicanos con diferentes formaciones profesionales (Carlos Aguirre Anaya, antropólogo; Jesús Anaya Rosique, editor y traductor; Alberto Cue, historiador y editor; Daniel Goldin, profesor de lengua y literatura y editor; y Antonio Saborit, profesor de literatura, historia y realización cinematográfica), y está destinado tanto a viejos lectores de sus textos como a quienes se quieran acercar por primera vez a su obra. En definitiva, a quienes tengan un interés especial por la cultura escrita, al decir de Daniel Goldin. Por otra parte, el mismo Chartier explicita en el prólogo la modalidad de este tranquilo pero a la vez productivo encuentro: “Como en las antiguas comedias españolas, este libro se desarrolla en cinco jornadas” donde se muestran por escrito las conversaciones mantenidas en torno a una “experiencia magnífica y difícil”. Magnífica, por la confrontación de un trabajo en desarrollo, el de Chartier, junto a las reflexiones e inflexiones de los otros profesionales. Difícil, por el diálogo amenazado por la imprecisión y la repetición de la oralidad. Experiencia que vale la pena porque implica en la forma de la obra dos ideas fundamentales para comprender la cultura escrita en su complejidad y en su historia: un libro fundado en una serie de conversaciones supone la multiplicidad de mediaciones e intermediarios entre las palabras enunciadas y la página impresa, el registro de los cambios, su transcripción, la corrección del manuscrito, su relectura, la composición, la impresión y la edición. Este libro pondría en práctica una de las frases que contiene: “No hay mejor manera de mostrar que los autores no escriben los libros, sino que éstos son objetos que requieren de numerosas intervenciones”.
En este sentido, Chartier explica que desde mitad del siglo XV el proceso de producción del libro impreso marca una diferencia en Occidente respecto de Oriente por el trabajo del taller tipográfico: las técnicas cambian y con ellas los protagonistas de la fabricación del libro, por lo que el texto de un autor no puede llegar a un lector sino cuando muchas decisiones y operaciones le han dado forma. Este texto, “Cultura escrita, literatura e historia”, quiere mostrar el corte que separa la palabra viva del texto escrito, paradójicamente en una transcripción de lo oral que permita su difusión, sin borrar del todo lo que hay de específico en la práctica oral: “un encadenamiento más espontáneo de las ideas, un menor temor a las digresiones y los rodeos, una expresión menos restringida de las opiniones y los pensamientos”. Por eso, también se trata de poner en escena la contradicción compartida por todos aquellos que se esforzaron, y lo siguen haciendo, en reproducir y transmitir las palabras dichas: capturar las palabras en vivo conduce a inventar sistemas de transcripción que reproduzcan cada vez mejor, a través de lo escrito, la fuerza viva de lo oral, desafiando la imposible y, por tanto, necesaria, fijación de las palabras que, en su forma oral, desaparecen tan pronto son pronunciadas.
El título de la obra indica las dos preguntas fundamentales que se hacen Chartier y sus interlocutores: ¿cómo comprender los cambios de la cultura escrita en una perspectiva de larga duración? y ¿cómo situar a la literatura en el conjunto de discursos que produce y recibe una sociedad? Cada una de las Jornadas irá fijándose diferentes aproximaciones.
La primera –“La cultura escrita en la perspectiva de la larga duración”- intentará señalar y fechar los principales cambios que en diversos momentos han transformado la forma del libro o del objeto escrito, las técnicas de producción y de reproducción, las modalidades de publicación y las prácticas de lectura. Ello permitiría identificar las revoluciones más importantes de la cultura escrita en el momento en que los discursos contemporáneos versan sobre la pérdida de este mundo de objetos: el libro impreso y la lectura. Lo que se considera inmediato puede ser relativizado en una trayectoria de larga duración mostrando que la cultura textual resiste y se fortalece en los nuevos medios de comunicación sin olvidar que los textos no existen fuera de alguna materialidad y que el papel del lector debe ser historizado.
Tras la perspectiva de la larga duración viene el inventario de los lugares. La Segunda Jornada –“Los espacios de la historia del libro”- tratará de trazar el mapa de la historia del libro en un doble sentido: espacios historizados de producción y de circulación de los impresos y la geografía de la contemporaneidad. Se introduce allí, necesariamente, una doble dimensión comparativa, en tiempos y espacios, en torno a las evoluciones paralelas o discordantes entre el Viejo Mundo y el de las sociedades americanas, el de las antiguas colonias y el mundo árabe o el de África. Allí, también, una historia de las diversas formas de la educación que implicaría, en realidad, una historia de las capacidades de lectura y escritura vinculadas, además, a las posibilidades ofrecidas por nuevas técnicas y soportes de transmisión.
Las dos Jornadas siguientes –“Literatura y lectura” y “Prácticas privadas, espacio público”- sitúan los diversos usos estéticos, privados o públicos de la escritura y de la impresión, apuntando al enfoque que restituye el papel del lector como aporte a la comprensión de una obra. La observación borgeana “Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación es otra” (1978) le sirve a Chartier para plantear la necesidad de explorar ese acto efímero y misterioso que es la apropiación de un texto que cada vez, en cada momento histórico y personal, se produce de manera diferente. Obra y autor suponen, siempre, una historicidad y condiciones concretas de definición así como resulta imprescindible reconstruir los sistemas de recepción historizando, también, las maneras de leer. Al poder poético y secreto del libro se añade el público y crítico en la Cuarta Jornada retrotrayéndose a los hombres de la Ilustración, el surgimiento de la opinión pública que supuso la circulación intensiva de lo escrito, el intercambio epistolar, los cafés y los jardines, los clubes y los periódicos del siglo XIX, la lectura crítica y la formulación de juicios. En cada comunidad hay ciertos textos y maneras de leerlos que definen el canon de lectura y una relación de poder respecto del lector, y construyen un paradigma del libro. A su vez nuevas intervenciones, por apropiación y/o imposición, producen actualizaciones que modifican las maneras de conceptualizar o representar el tiempo, el individuo o el sujeto. También aculturaciones que consiguen nuevos monopolios sobre la formación y circulación de los discursos. La lectura se inscribe, de esta manera, dentro de los usos públicos como herramienta política por lo que es necesario definirla, en cada momento, dentro de las relaciones sociales que definen un mundo.
A partir de aquí, en la Quinta Jornada –“La revolución del texto electrónico”- se reven las modalidades de constitución y control de la opinión sucedidas por nuevas prácticas de lectura instauradas desde la Revolución Francesa y, más tarde, por las transformaciones de la prensa periodística hacia mediados del siglo XIX. Así hasta el presente donde se observan los efectos producidos por la revolución del texto electrónico sobre las prácticas, los usos y las concepciones de lo escrito. “¿Cómo pensar allí, en esta nueva economía de la escritura, la creación estética, la identidad del texto, la sumisión o la libertad del lector y, finalmente, la definición del espacio público y la relación con los poderes” dice Chartier, respecto de la cuestión que nos reclama como lectores, intelectuales y ciudadanos. Es decir, la necesidad de plantear diversas posibilidades para el armado de una historia de la cultura impresa radica, finalmente, en el problema de definir el lugar del intelectual como ciudadano, el lector crítico, en el presente y en una sociedad democrática, mediado por las nuevas tecnologías y los nuevos espacios que con ellas se abren.
Tal como en una buena comedia, el libro se cierra con un Epílogo destinado a captar la benevolencia de los espectadores: una reflexión en torno a las maneras de escribir la historia y la responsabilidad de los historiadores en lo que comparten con los novelistas a fin de proponer un conocimiento más adecuado de lo que hicieron hombres y mujeres del pasado. Este conocimiento, según Chartier, sería capaz de revelar las falsificaciones que los poderes quieren producir así como de destruir las falsas ideas que alteran nuestra relación con la historia.
La primera trama de estas conversaciones encuentra su coherencia en una forma de pensar la creación literaria, el trabajo del historiador y las prácticas de lo escrito. En cada caso se trata de comprender cómo los significados impuestos son transgredidos pero también cómo la invención se ve siempre refrenada por aquello que imponen las capacidades, las normas y los géneros. Contra la idea de pasividad se recuerda el aspecto creativo de la recepción así como el productivo del consumo. Sin embargo, contra la perspectiva inversa que postula la absoluta libertad de los individuos y la fuerza de la imaginación sin límites, se recuerda que toda apropiación está encerrada en la condiciones de posibilidad históricamente variables y socialmente desiguales. Así, en contextos diversos y mediante prácticas diferentes, se establece el entrecruzamiento de restricciones transgredidas y libertades restringidas tal como indica el subtítulo interior de este libro.
La segunda trama surge con la pregunta acerca del papel de los “practicantes de las Ciencias Humanas y Sociales”. Lejos del viejo modelo del retiro del mundo, también del intelectual profético, se busca algo distinto: “¿Cuáles son las condiciones para que los conocimientos particulares de análisis especializados, puedan procurar los instrumentos críticos y los modos de inteligibilidad aprovechables para comprender mejor las realidades a menudo, crueles o inquietantes, del presente?” Esta pregunta explica por qué en el libro se discuten conceptos y categorías de análisis (apropiación, aculturación, representación) capaces de desplazar nuestro conocimiento tal como estaba establecido y fundar visiones diferentes, posiblemente más lúcidas.
(Actualización agosto - septiembbre - octubre - noviembre 2001/ BazarAmericano)