diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Ropa vieja, de Francisco Bitar, Buenos Aires, Ediciones Stanton, 2011.
La obra poética de Bitar (Santa Fe, 1981) es parsimoniosa, discreta, delicada. El autor lleva editados tres libros desde 2007 por el mismo sello: Ediciones Stanton. Y este hecho, sumado a las particularidades de su proceso estético, hace que puedan leerse como una unidad.
En Ropa vieja hay un relato y un laboratorio deslumbrante de vida y escritura que sigue el hilván de cierto sistema de objetos que van ingresando (en el discurrir atemporal, presente, de los poemas) a la dimensión de signos: el viento, las variaciones de la luz, los jardines colgantes en patios insolados de cemento, los autos, los edificios, las botellas, un hombre y una mujer. Novela.
Una novela de tono bajo, bajado a propósito para controlar el verso, no quemarlo con la pasión que está cifrada en la decena de porrones que circulan en el libro, y así la saga pueda ir y volver desde el final, buscando un curso.
El final de un romance en sincronía con los hechos del tiempo, un sujeto en primera persona que por momentos se borra en el impersonal. NO DRAMATIZAR, reza el poema DECÁLOGO. Cautela, versos cortados antes del 10 para asegurar su ronroneo regular de motor en marcha. Un motor doméstico. De heladera más que de automóvil.
“A MEDIDA que la noche avanza
las piedras del jardín
se oscurecen en su lugar
como poemas inéditos.
Me aplasto junto al cantero
entre las fuerzas que mantienen
derechas estas plantas
y por la luna reflejada
en el agua negra de las macetas
sé que también mi conciencia
está hundida en un tono oscuro
articulado y en movimiento.”
Una mujer, su repentina ausencia, llena de signos la pista que circula este campeón solitario de los poemas de Ropa vieja. Un sujeto abierto a una intemperie peligrosa, en la que los objetos y los fenómenos del tiempo se incluyen prácticamente sin distancia ni jerarquía en el destino de ese devenir suspendido que inaugura toda pérdida.
No hay reclamos. La voluntad funciona como un piloto automático pero persistente hacia la luz de una nueva estrella.
Hay también un sistema de proporciones entre verso y experiencia, entre conocimiento, felicidad y pérdida que da tono y estructura a los poemas.
“Es la ruina de todo conocimiento
cuando la luz se retira de la escena
llevándose también
la época de oro de las cosas.”
Y
“Los distintos ingredientes
perdieron unidad al desvanecerse
el elemento que los juntaba”
Este sistema de proporciones entre eventos físicos y movimientos de conciencia, sentimientos y escritura presupone e instaura una alquimia, una mecánica trascendente que abarca varios planos y les otorga cohesión en una suerte de investigación fenomenológica por momentos delirante.
“No es necesario
que el límite vegetal de la casa
restrinja además
el largo del verso”
En este tercer volumen alienta una premonición de cierre. “Magia y Pérdida”, y la vuelta final que nos devuelve al principio: el sol, la estrella que permanece y pone orden en ese continuo interín que va de lo nuevo a lo muerto. El pelo cortado, ropa vieja abandonada en un balde podrido, son metonimia.
“Del sol baja un orden que nos toca
y pone cada cosa en su lugar.”
(Actualización julio-agosto 2012/ BazarAmericano)