diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Corazones cautivos más arriba
El espríritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de Patricio Pron, Buenos Aires, Mondadori, 2012.

Hay vidas que son como la lluvia.

La lluvia es también el testimonio

de corazones cautivos más arriba.

Roberto Juarroz

 

El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia se construye en función de una cadena de olvidos. El protagonista, un escritor argentino radicado en Alemania, olvida que alguna vez tuvo una patria, una casa y una familia. Tampoco su padre, Cacho Pron, recuerda quién es: olvida desde cumpleaños y aniversarios hasta la dirección de su propia casa. El hijo lee los olvidos del padre como un descuido y prescindencia de su propia familia. Sin embargo, constatará que la elaboración de ese juicio se relaciona con los huecos de su propia memoria.

La aparición de un acontecimiento dramático, la enfermedad del padre y el retorno a la Argentina del hijo, le dará la oportunidad al protagonista de revisar su propio relato. Es entonces que encuentra una carpeta que contiene los rastros de una investigación periodística y personal de su padre. Se trata de la desaparición de un antiguo compañero de colegio de Cacho Pron en un pequeño pueblo santafesino. Un hombre de 60 años había sido asesinado; aparentemente el móvil de sus victimarios habría sido sustraerle el dinero de una indemnización. Paradójicamente, esta indemnización estaba vinculada a otra muerte: la de su hermana en Tucumán durante la dictadura.

El hijo concluye que la obsesión de su padre en relación al caso policial de Alberto Burdizzo se cifra en la simetría con el de su hermana treinta años atrás. Es decir, Patricio Pron intuye que el padre aparece atraído por el horror de dos hermanos desaparecidos con treinta años de diferencia. El interés por la solución al enigma de la desaparición de Alberto Burdizzo –recopila notas periodísticas sobre el caso, elabora un mapa del pueblo para señalar los lugares posibles para esconder el cuerpo– lo remite a otra desaparición que nunca ha logrado superar: la de su amiga y compañera de militancia Alicia Burdizzo muerta a manos del gobierno militar en Tucumán. De esta manera, la carpeta contiene las huellas intercaladas de ambos casos como si para el padre se tratara de dos muertes que no pueden escindirse.

Paralelamente, el interés del hijo por reconstruir los fragmentos dejados por el padre en relación a la familia Burdizzo se vincula con la recuperación de la importancia de la militancia para Cacho Pron, y de esa manera, el significado de su propio hueco en los recuerdos y de la sensación de terror internalizada hasta el olvido. Es decir, el protagonista parece haber ocluido sus recuerdos de infancia. El pánico de los padres y el borramiento de su militancia aparecían ante los ojos del hijo como una historia que no era de su incumbencia. El hallazgo de las ruinas del pasado lo confrontó con el hecho de que esa historia era también la propia y que sus temores y angustias que parecían inmotivados no podían no estar vinculados a las experiencias traumáticas de la niñez.

Patricio Pron se vale de dos procedimientos para la construcción de su novela. El primero es el uso de fragmentos dejados por su padre en relación al caso policial de Alberto Burdizzo y la desaparición de Alicia Burdizzo. De esta forma se acumulan notas periodísticas, recordatorios en Página/12 de la muerte de Alicia, el discurso del padre en el entierro de Alberto, fotografías ampliadas infinitamente hasta que sus protagonistas desaparecen, la lista de los participantes de la primera revista política creada por el padre, entre muchos otros. El segundo procedimiento se vincula a una reflexión constante en torno a las posibilidades y los límites de la escritura de una novela sobre este tema. Nos encontramos frente a una operación en la que el autor se pregunta por el rol que cabe a su generación en la construcción de la memoria de sus padres: “Al procurar dejar atrás las fotografías que acababa de ver comprendí por primera vez que todos los hijos de los jóvenes de la década de 1970 íbamos a tener que dilucidar el pasado de nuestros padres como si fuéramos detectives y que lo que averiguaríamos se iba a parecer demasiado a una novela policial que no quisiéramos haber comprado nunca”. El resultado, entonces, aparece como paradójico. La novela parece tomar tópicos propios del policial, pero paralelamente, negar la posibilidad de escribir la historia en esta clave. Pron construye un relato de ruinas en el que incluye los elementos fragmentarios dejados por el padre y sus reflexiones ante la imposibilidad de escribir esta historia. La reconstrucción minuciosa del pasado en un relato ordenado aparece para Pron como lo tranquilizador: el hijo escribe la historia que su padre no puede y de esta manera ambos reconstruyen su identidad y su vínculo. Por el contrario, lo que Pron intenta decirnos es que nos encontramos ante una estética de las ruinas en la que el relato es imposible y por eso él solo nos propone sus huellas desordenadas. La propia imposibilidad de contar aparece entonces como el eje que mueve un relato disperso.

Vemos cómo Pron escribe la novela que pudiera haber querido escribir el padre –pero que a la par hubiera aborrecido contar como un policial– en tanto se piensa y piensa en una escritura hecha de silencios y de fragmentos que, paradójicamente, se presenta como lo inacabado y lo profusamente elaborado. La escritura de Pron tiene la forma de una minuciosa construcción a partir de los restos. Se detiene en los pequeños detalles: la casa familiar y las sensaciones que evoca, las sencillas rutinas y sus sentidos, la descripción detallada de antiguas fotografías descoloridas. Y sin embargo, ese relato preciosista intenta no apelar a lo emotivo de forma fácil. La enfermedad del padre, el cuarto del hospital y su autoexilio son narrados de forma detenida pero neutra; con la precisión de un etnógrafo que observa una cultura ajena, con el cuidado de un arqueólogo que analiza las ruinas del pasado meticulosa y desapegadamente.

Para comprender mejor el trabajo de Pron resulta indispensable colocar su novela dentro de una serie conformada porlos escritos que una nueva generación, que vivió su infancia en dictadura y llegó a la adultez en los ’90, está forjando sobre la dictadura. Nos referimos a novelas como la de Ernesto Semán Soy un bravo piloto de la nueva China, Laura Alcoba La casa de los conejos, Félix Bruzzone Los topos, entre otras. Estos trabajos se constituyen a partir de pactos de lectura ambiguos ya que son a la par relatos que se recortan en un horizonte autobiográfico, pero que se construyen con los procedimientos de la novela. Estos autores parecen recurrir a los recursos de la novela para generar un extrañamiento hacia aquello que se cuenta, como si quisieran eludir una primera persona autobiográfica que los colocara en el lugar de víctimas narrando sus propias desgracias. En cambio, la novela les permite un distanciamiento crítico de aquello que se narra en el que las opciones de los padres pueden ser puestas en duda.

Al analizar esta nueva perspectiva generacional vemos que si las novelas de hace diez o quince años le daban la voz a los militantes, las novelas de la literatura argentina reciente dan la voz a los hijos. En este itinerario la dictadura aparece como una serie de marcas en el inconciente que condicionan el presente a partir de la interiorización del miedo. Ese terror paralizante era para aquellos que vivieron su infancia en dictadura un miedo sin nombre y sin forma constituido por gestos y silencios. La memoria y el olvido se entretejen en un espacio que parece cubierto por un velo. De esta manera puede explicarse un estética común que tiene que ver con los fragmentos, con las ruinas del pasado, con el trabajo con una memoria que se sabe influida por el presente. Aquello que se recuerda está mediado por todos los relatos de la dictadura. Es por eso que para la generación de los hijos la historia íntima de la dictadura es a la par un relato necesario y una labor imposible. El terror que los padres transmitieron a los hijos forma parte de la cadena de olvidos construida. Es tal vez por eso que Pron concluye su novela reflexionando: “A veces nos recuerdo a mi padre y a mí deambulando por un bosque de árboles bajos y pienso que ese bosque es el del miedo y que él y yo seguimos allí y él sigue guiándome, y quizá salgamos de ese bosque algún día”.

 

(Actualización julio-agosto 2012 / BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646