diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Oye cómo va, mi ritmo”
Tito Puente, “Oye cómo va”
“Gira la noche sobre sus invisibles ruedas”
Pablo Neruda, “Soneto LXXXI”
1. RITMO. La historia que cuenta la novela se desarrolla en el transcurso de siete días, durante un febrero de carnaval. El protagonista, Carmelo, es un ser que vagabundea, tanto por la geografía de la ciudad como por sus recuerdos, y en ese deambular se construye una experiencia vital íntimamente ligada a un compromiso: el de Carmelo y la música o, mejor, el de Carmelo y la Creación: “Sólo tenés que olvidarte de todo y escribir, poner lo máximo de cuerpo posible, invocar a las sirenas y correr el riesgo, largarte a escribir”. ¿Pero qué quiere escribir el protagonista? No una novela, no un cuento, no poesía: música. Carmelo es un ser sumergido en lo musical: la presencia continua en su vida de grandes músicos del jazz como Charlie Parker, Telonius Monk y otros, o de grandes pianistas, como Glenn Gould (Carmelo es pianista) signan continuamente las páginas de la novela. De hecho, mientras leía Gira la noche, la idea de ritmo se me hizo sensiblemente consciente, una y otra vez. Por momentos la historia en sí es tapada, sobrecubierta por el discurso: capas y capas de imágenes que se suceden unas tras otras –imágenes que, a veces, alcanzan una prosa que podríamos calificar como “poética- llevan a que, en ciertas ocasiones, la historia de Carmelo se desdibuje un tanto, desaparezca o deje su lugar a favor de un conjunto de figuras que se ocupan de describir la marginalidad, los espacios de circulación del personaje o el vago rumor de sus recuerdos. Algo fatigado al principio por este ritmo que se me antojaba un tanto agobiador, descubrí una peculiaridad en mi lectura, algo que ya me había pasado en alguna otra ocasión (por citar una, de un texto absolutamente distante al de Mazzinghi, con las Soledades de Góngora): la necesidad de leer el texto en voz alta. Descubrí una sonoridad, un otro ritmo que dejaba de importunar mi lectura para instaurarse en un terreno diferente, el de la fluidez sonora, el del encabalgamiento de los vocablos. Así, la historia de Carmelo, un músico, comenzó a recubrirse de sonoridad, de un ritmo propio y peculiar.
2. SOLEDAD. Carmelo está solo, esencialmente solo. Puede que comparta algunas noches con amigos, prostitutas o que haya tenido una mujer, pero el reino de Carmelo es la soledad. Algo que nos habla, a su vez, de la creación. Porque Carmelo necesita crear para creer, para creer en esa vida que se le escapa, por momentos, que se le diluye. La música y su creación son, para él, la representación de la libertad, una experiencia que “también puede ser una experiencia mística (…) Solo. Solísimo. Deambula errático siempre en la frontera, paga el precio de la diferencia, está implícita una tremenda desprotección, siempre se paga un precio, no se puede zafar. No hay justificativos, es la música y punto. Es cierto que algunas cosas pueden elegirse y otras, no. Seguir, seguir, las razones no alcanzan, son poca cosa, muy poquita cosa, es la música y punto, seguir cabeza dura, ilusionado con el demente inexplicable deseo de expresar, contra cualquier esencia, contra toda eficacia pero siempre la alegría, la alegría es la clave, es clave, la única manera de echar por tierra el mal gusto y la solemnidad, la única manera de ser libre”. Contra todo riesgo, contra toda murmuración de los que lo ven deambular por la ciudad nocturna, como un zombie o un paria social, Carmelo elige la música que, para él, es el último refugio vital.
3. NOCHE. “seguir seguir aunque duelan los huesos aunque la lluvia golpee duro aunque no existan respuestas tan solo las sombras comiéndose los contornos de las cosas”. Las sombras de la noche lo envuelven todo. Acaso porque Carmelo se nutre del mundo nocturno antes de sus incursiones creativas: el bar, la cama de la prostituta, sus propios sueños: “soñó ruidos, no imágenes”. El terreno nocturno más personal, el del sueño, refugio último de la intimidad y la soledad, se puebla para Carmelo de sonidos sin imágenes. Podríamos pensar que es la imagen del despojo pero no: para él es la saturación absoluta, la continuidad con el terreno de la vigilia. Carmelo no cesa nunca de componer: ni despierto, arrojado sobre su piano o caminando por las calles entre las máscaras del carnaval; ni dormido: sueña con sonidos, con ruidos, como los que marcaron el ritmo de su infancia (el clac clac de las fichas de dominó de sus padres). Componer es, para él, un ejercicio –una experiencia vital- irrevocable, incesante.
4. “Gira la noche” es el título de la novela y, también, el primer verso de un tango de 1944, “La madrugada”, de Cátulo Castillo. Quizás en esa letra encontremos otra clave de lectura para el texto de Mazzinghi. Vale la pena citar in extenso el tango en cuestión:
Gira la noche en el horario
del desvelado y triste
reloj del campanario.
Rueda la pena de un tranvía,
que solitario viste
de azul melancolía...
Y un fantasma de neblina
envuelve de fina
penumbra al café.
Llora la noche en su agonía.
¿Qué busco...? ¿Dónde voy…?
No sé... No sé...
¿Será la triste y lejana
Margot, que fue
como una luz en mis sombras?
¿Será su vieja ventana?
¿Será su voz que me nombra?
¿Será el amigo vencido
que ayer nomás
me dio un abrazo llorando?
Yo no sé que ando buscando sin cesar,
que en tu penumbra he de hallar...
Quiero cruzar la madrugada
buscando entre brumas
la que no fue olvidada...
Viejas estrellas del hastío
la luz del alba alumbra
muriendo dentro mío.
Sortilegio con que me ata
la luna de plata
y el turbio café...
Llora la noche en el rocío.
¿Qué busco ...? ¿Quién soy...?
No sé... No sé...
La letra del tango parece una clave de lectura para la propia vida de Carmelo, que se conforma a partir de un cúmulo de recuerdos y búsquedas: su Margot es Olga, la mujer que un día lo abandonó sin más preámbulos; en el continuo fluir de imágenes que nos permiten reconstruir su pasado encontramos recurrentemente la figura de algunos amigos (Villalba, Roy Saavedra), último enclave de pertenencia antes de la soledad más absoluta, la que lo llevaría, justamente, a las preguntas tácitas pero claves que rodean y ahogan a Carmelo: “¿Qué busco? ¿Quién soy?”. La novela, vista así, entonces, podría pensarse desde un punto de vista existencialista que abarca tres grandes focos de atención: la posición del sujeto frente a la creación, el amor y la soledad. Carmelo sumergido en la noche, su noche personal: tiempo de oscuridad e introspección en ese tiempo nocturno que “eternamente recomienza”, como dice una de las últimas líneas de la novela.
(Actualización julio-agosto 2012/ BazarAmericano)