diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Estaba sucediendo. En ese momento”. La novela de Meruane se despacha desde su inicio con la construcción de un presente. En pretérito. Un estado, que es al mismo tiempo una determinación y una zona difusa. Porque el presente que se erige no es el de la certeza sino el de la oscilación. Un punto desde el que se observa al pasado como amenaza y al futuro como su concreción.
Sangre en el ojo cuenta el momento exacto en que Lina Meruane, una escritora chilena que vive en Nueva York, sufre un derrame ocular, consecuencia esperable de la enfermedad congénita que padece. Queda temporalmente casi ciega, a la espera de una operación que se propone como la única esperanza posible de salvarla de la oscuridad eterna. Ese es el momento de la novela: el de la espera. La incertidumbre, la falta de promesas alentadoras, un diagnóstico que se desdibuja a futuro. No sólo la experiencia cotidiana del personaje se transforma, sino también su relación con su entorno: las exigencias de y a su pareja, y a través de ella al amor, los reclamos de y a sus padres, a sus hermanos y amigos.
La protagonista asume, además, la voz narrativa del relato. La historia se construye a partir de su punto de vista, lo que resulta particularmente curioso si se piensa en las circunstancias: la mayor parte del tiempo lo que Lina ve es sangre, “La sangre más estremecedoramente bella que he visto nunca. La más inaudita. La más espantosa”. Ese manto oscuro es, entonces, el filtro del otro lado del cual la trama coagula y se ofrece al lector para ser reconstruida
Autobiografía, autoficción, suenan como espacios desde los que fácilmente puede pensarse esta novela. La protagonista tiene muchos puntos en común con su autora: ambas portan el mismo nombre, son escritoras, llevan adelante una carrera académica, son chilenas, viven en Nueva York, sus padres son médicos. A diferencia de Lina Meruane (la escritora), en el caso de Lina Meruane (el personaje) su nombre responde a la abreviación de Lucina, y ha sido elegido por ella para firmar sus escritos, de modo que es llamada por los otros personajes a veces Lina, o Lucina, y hasta Luci. Marcando ese punto de inflexión entre la ficción y la realidad sobre el que se trabaja: Lina Meruane es y no es Lina Meruane.
La tradición literaria en relación con la ceguera es vasta. Poetas ciegos, personajes no videntes, la oscuridad como objeto. Homero y Borges, Tiresias y Edipo, el amo del Lazarillo de Tormes, Sábato, Saramago, Wells, Carver. Sangre en el ojo pone en evidencia la necesidad de abordar la enfermedad como tema, en su aspecto personal pero también para pensar la historia de Chile. Una enfermedad privada que describe, de modo alegórico, el estado de un país que revisa su pasado para imaginar su futuro: en ese punto de inflexión entonces, Chile tampoco es Chile.
El espacio del relato es, también, un movimiento. En los pocos meses que corren entre el momento del derrame y la consulta final al médico, Lina se traslada. En primer lugar, se muda de departamento inaugurando en un mismo momento su estado minusválido y su vivienda que, en tanto desconocida, le resulta hostil. Esperando la operación decide viajar a Chile, donde se reencontrará con su familia, amigos, lugares y climas que describirá desde su mirada vacía.
Casi ciega sin saber serlo, casi impedida sin permitírselo, Lina relata su entorno. Describe su enfermedad pero, específicamente, lo que le sucede al mundo con ella enferma. Los combates que Ignacio, su pareja, libra consigo mismo, con ella, con los médicos. El ataque defensivo que Lina emprende contra esos combates. La imposibilidad de su padre y de uno de sus hermanos de enfrentar el problema, la “doble vida” de su madre (madre y médica) en tensión constante, abren la puerta al personaje para la revisión de su propia historia, de su infancia en Chile, de su enfermedad eterna: “Mamá, le digo, arreglándome el pelo bajo un elástico descosido, ¿me quieres decir cuándo fui yo una niña? No recuerdo haber tenido ni un solo momento de infancia.”
Parada en ese punto, como en el resorte de una bisagra, revisa la construcción de ese diagnóstico, el deber vivir con la precaución de, por si, y al mismo tiempo la necesidad de saber si podrá resolverse, la exigencia de un pronóstico para que eso suceda, que apenas si asoma tibio de la boca de la ciencia. Este punto de inflexión desde el que se mira hacia atrás y hacia adelante (si es posible pensar el tiempo en términos espaciales) es asumido en algunas escenas de la novela a propósito de cuestiones tangenciales. Manuela, la amiga de Lina, trabaja cuidando a la hija de un matrimonio “en transición”, porque el padre ha descubierto que era mujer y está pensando en operarse, pero la madre ya no sabe si quiere estar con él/ella, que no deja de ser la misma persona, en definitiva, con la que ha estado viviendo. La situación de esta familia es también la de lo que pone en funcionamiento una bisagra: ya no son padre y madre, y aún no son madre y madre. Otro ejemplo de la novela para pensar el presente como un punto de fuga aparece, aún más lateralmente, en una de las descripciones que hace Lina Meruane (la narradora, y a través de ella, la escritora) del médico: “Lekz se revolvía la tupida cabellera en busca de una calva futura” y enseguida “carraspeó, su pulmón haciendo memoria de los infinitos cigarrillos que había consumido en su vida anterior”. Esto es, el presente imposible de asir, de ser representado si no es mirando hacia el pasado que lo construyó, o hacia el futuro que será su consecuente.
Sangre en el ojo es entonces la novela de un momento. El presente no existe y esa fugacidad es la que se relata, es la que pone lo anecdótico en segundo plano. Lina está viviendo aquello que, desde pronósticos más o menos aventurados a lo largo de su enfermedad, había temido siempre. Queda, luego del derrame, a la espera de una operación cruenta que puede ser su salvación, o un pacto con las tinieblas del que no quiere hablar. “Sentirás el ojo a reventar” le dice el médico después de la intervención. Y con el ojo, la mirada, y con ella, la voz, y la escritura. Se pregunta Lucina cómo hará para escribir sin ver, y en qué caja de su mudanza habrá quedado su colección de palabras.
Meruane ha expresado la idea de que se está transitando un cambio en la literatura latinoamericana, cuya etapa previa habría sido clausurada por Bolaño. Todo hace sistema entonces en la reflexión sobre un presente que no se mira a sí mismo, sino al pasado que lo construyó y a las hipótesis sobre los futuros caminos que abre. Esta novela, podría concluirse, puede pensarse también como aquello que hace funcionar una bisagra. La propuesta de una escritora joven que apuesta a nuevas formas, que propone nuevas discusiones. Acompañar como lectores esta transición, como decía el padre de un amigo hace algunas décadas, en este presente que nos ocupa, está siendo un privilegio.
(Actualización julio-agosto 2012/ BazarAmericano)