diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Excelente idea de Editorial Corregidor la de iniciar la Colección Archipiélago Caribe, dirigida por María Fernanda Pampín, con la novela Simone de Eduardo Lalo. Desde el prólogo, Elsa Noya, una de las investigadoras argentinas más destacadas en el ámbito de la literatura caribeña, nos invita a conocer más de cerca la trayectoria de Lalo: poeta, narrador, ensayista, profesor universitario y artista plástico puertorriqueño. Datos, estos, que, con el avance de la lectura, nos permitirán identificar al autor con el innominado protagonista de la novela.
En Los pies de San Juan, un texto publicado en el año 2002, el mismo Eduardo Lalo se pregunta si una ciudad sin literatura es una ciudad. Una de las primeras respuestas que elabora es que una ciudad sin literatura es una ciudad sin consuelo. Simone es una novela anclada en San Juan de Puerto Rico pero de marcados tintes universales. El narrador pisa las calles de la ciudad con ojo de cronista y con la destreza de quien sabe dónde está y al mismo tiempo la ciudad se adapta perfectamente a lo que él quiere contar y a su manera de hacerlo. Muchos de estos espacios (la Avenida Ponce de León, la Plaza de la Convalecencia, el Cine Paradise) ya fueron narrados, descriptos y fotografiados por el autor en otros textos y lejos de pretender darle un toque de color local los posiciona en un eje global. Así, San Juan comparte su destino con otras ciudades del mundo y se hace eco de los dichos de uno de los personajes: “otros las fundan, las construyen y dominan, pero los escritores son los que inventan las ciudades”.
Partiendo de una premisa simple y atractiva -un escritor puertorriqueño abrumado por la soledad y la desesperanza, cuya escritura es la bitácora del paso del tiempo, comienza a recibir anónimos, supuestamente de una mujer, que lo sacarán de su habitual estado de pesimismo existencial– la novela adquiere una densidad y un calado mucho más profundo de lo que se observa superficialmente. Aunque el hilo narrativo es absolutamente lineal, la inicial escritura fragmentaria, reflejo, a su vez, de una existencia fragmentada, despliega piezas de un puzzle que de a poco se irá armando, detalles o nombres que en principio pasan desapercibidos adquieren importancia, se refuncionalizan y orientan la estructura y el sentido del relato. Sin ser una novela de misterio la intriga recorre el texto de principio a fin, no sólo los mensajes anónimos, también las zonas grises en la vida de alguno de los personajes centrales, esos personajes extraordinariamente delineados, enfrentados al dolor, desolados, extraviados, con un vacío en el corazón. Hasta el paisaje urbano parece ponerse de acuerdo con una compleja y apasionante historia de amor para generar más preguntas que respuestas:
Los postes del alumbrado creaban la ilusión de levantarse, hasta formar por unos segundos dos gigantescos signos de interrogación a cada lado de la avenida, con la certeza mágica de las ilusiones ópticas.
(...)
-Lo siento. Te debo haber llenado la cabeza de preguntas. Si te sirve de consuelo, no tienes idea de cómo tú lo has hecho conmigo.
-Esta noche está repleta de las preguntas más difíciles.
-Lo sé y quizá no tengan respuesta.
(...)
-¿Qué quieres hacer?
La sentí buscar la respuesta, mantenerla un segundo en su mente y atreverse a decirla
-Llévame a tu casa. Sólo te pido que no me penetres.
Cuando el lector comienza a adquirir algunas certezas, la petición que da título a esta reseña aparece como una amenazante sombra que avanza desde el pasado y se proyecta sobre el presente y el futuro manteniendo la intriga in crescendo. Además, al ser tan sexualmente explícita exige al autor el manejo de un lenguaje depurado y sumamente estilizado que dé cuenta precisa de la sensualidad y el erotismo que emanan de la historia, con un cuidado y atención a los detalles que sorprende y cautiva.
Ahora bien, más allá de los límites del relato, del amor y la intriga, la novela sigue siendo rica en complejidad y matices. El personaje del escritor Máximo Noreña, completamente inesperado, profundiza en esta riqueza. Esta suerte de alter ego del protagonista esgrime la hipótesis tan audaz como perturbadora de que el mundo de las grandes editoriales rechaza el talento creativo en busca de otros valores y comienza a percibir a los escritores como técnicos y, así como la industria discográfica mató a la música, la industria de los libros está en proceso de aniquilar a la literatura. Enlazadas con esta reflexión surgen inquietudes acerca del papel que desempeñan las editoriales y el gobierno españoles, de la verdadera función del escritor y la idea de que la literatura constituye un lugar de lucha. Pero el autor no sólo arremete contra las industrias editoriales, sino que también, como si portara un escalpelo, inspecciona cierto sector del mundo universitario con mirada impía. Así, describe con humor e ironía una fiesta en la que desde el rector a los profesores que allí se encuentran están dominados por la codicia y el egoísmo, por una visión anquilosada y miope de la existencia que les impide ver más allá de sus propias narices.
Por último, independientemente del placer estético que produce su lectura, Simone es, además, una novela ideal para comenzar a leer a Eduardo Lalo, porque en poco menos de doscientas páginas, sus personajes de ficción destilan los pensamientos del autor, en cuanto a lo que él llama invisibilidad de algunas sociedades –sobre todo la puertorriqueña–, la literatura, la industria editorial, el arte en general y su autorizada mirada de la ciudad de San Juan y su particular punto de vista del amor y de la vida.
(Actualización mayo-junio 2012/ BazarAmericano)