diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Evita: mito y modernidad periférica
Rostros y máscaras de Eva Perón. Imaginario populista y representación, Susana Rosano, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 2006.

 

I

Rostros y máscaras… abre con un cita de César Aira (“Eva Perón es un mito para argentinos: un cuento  que todos conocemos y que no nos cansamos de que nos vuelvan a contar”) y cierra con una invocación a la obra de Daniel Santoro (Manual del niño peronista) y a la concepción del propio Santoro del Estado Maternal y del papel que Eva Perón tuvo en su gesta.  Resulta tentador avanzar sobre el aura de minoridad en la que están envueltas ambas fórmulas, insistir sobre el arquetipo demoníaco del “niño peronizado” (modelado de las almas, cooptación de generaciones, etc.), pero para considerar al libro de Susana Rosano lo mejor será retomar aquello que sugieren ambos autores en las citas: la proliferación de representaciones, la circulación de relatos sobre Eva Perón,  en ámbitos distintos,  a través de diversas lenguas  y múltiples valencias políticas. Se trata de definiciones menos iluministas del mito. A partir de esa certeza –Eva como fuente de producción simbólica- Rosano se pregunta: ¿Cuál es el exceso de sentido que las sucesivas renarrativizaciones de la figura de Evita impiden cristalizar? Su respuesta, a través de un concepto rector como es el de melodrama, apuntará a pensar ese resto como interpelaciones cambiantes al campo popular y a la modernidad.  Se trata de imaginarios en pugna en la Argentina contemporánea: ¿es posible que ese territorio haya sido afectado irremisiblemente por el ingreso de Eva Perón al campo político en los orígenes de la conformación de un nuevo sensorium frente a la muchedumbre (como ha señalado la autora en otro texto)? ¿O se trata, Eva Perón, de una casilla vacía sobre las que se detienen ciertas voces en el fluir de las narrativas itinerantes del populismo? Para Rosano, distintos registros narrativos trabajan con los imaginarios en torno a Evita, y ese trabajo pulsa sobre los saberes de tales narrativas. La autora toma distancia, entonces, de “los contenidos” de los debates y se aproxima a los regímenes de producción de sentido –aunque esa distinción ponga en dificultades el status mismo de los contenidos. 

 

II

El melodrama, dice Brooks y remite Rosano, puede ser visto como un antídoto a la intemperie a la que la modernidad arroja a los hombres. Rostros y máscaras…sujeta esa reflexión a partir de un enfoque menos culturalista que el que podría dar origen una mirada que se regodee con las oposiciones, las condensaciones, las versiones de un nombre… y se interroga siguiendo a Krasniauskas acerca de las escoriaciones que la literatura produjo sobre el peronismo.  Y no es un tejido pobre el del melodrama: se trama en sordina en los orígenes, sofocado por las voces tonantes de la libertad por un lado y de la justicia social por el otro; ata rumores, maleficios, suspicacias, fragmentos miopes del poder; y entonces se inscribe en la prensa antiperonista, en los primeros libros sobre los gobiernos de Perón, en las primeras biografías demonizantes de Evita. Con el tiempo se multiplica en los márgenes, y al reivindicarlos, ocupa, pretende su fiesta de San Juan: el sirviente servido, el pobre propietario, la evita macho, la evita montonera, la evita falopera.  Y se prolonga en el cadáver que viaja o es escondido, en el aciago augurio que promete. Rosano no nos lista las máscaras y los rostros: se detiene más bien a pensar las  matrices que las producen. Rosano se encuentra con las preguntas de una modernidad desigual, de una modernidad polarizada, y al concebir al peronismo como una formación cultural, puede moverse con ellas asumiendo el tinte existencial de la definición de melodrama, el que revoca toda la aquiescencia de entrever en el concepto apenas el marbete de un anaquel, la clase, la especie, el género.

 

III

Carlos Monsiváis cita a Mae West en un artículo publicado en el número 1 de la revista Nómada: “Estoy tan absolutamente establecida como personalidad sexual que con frecuencia se me acusa de ser capaz de añadirle doble sentido a la simple demanda de una taza de café”. Así pudo haber dicho, nerviosamente, Eva Perón, como si la frase se la dictara Copi.  El estudio de la producción incesante de sentidos, de representaciones, de sesgos en torno a Evita, sin embargo, no se lleva tan bien con esa fórmula: ¿por qué suponer una potencia en la simple demanda de café, si la multiplicación emerge del doble sentido, de la ambigüedad de la escucha antes que de la certeza que habita en la carencia original inscripta en la requisitoria? Rosano vuelve sobre la cada vez más opaca distinción entre los contenidos del debate y los regímenes de producción de sentido de tales polémicas. La pregunta ¿pidió una taza de café? remite a la pretensión de verdad de la requisitoria; la indagación sobre las diferencias y persistencias en los sentidos asignados al reclamo refiere a modalidades de inteligir. Se hace más opaca porque a cada iteración la interpretación cruza el campo hasta segundas requisitorias, aclaraciones, digresiones, etc., y se carga de sentidos.  Por varias y distintas razones podría utilizarse esa clave para leer algunas problemáticas ya instaladas en los estudios sobre Eva Perón.  Rosano acepta ese ritmo impuesto: la permanente consulta a textos reconocidos de la historiografía local y del constante distanciamiento de las pretensiones de verdad histórica de tales textos dibujan los límites y las posibilidades de la tensión inelástica y sorda que soportó el historical turn, acometido principalmente por los estudios culturales.  Rostros y máscaras… traza el mapa de la dispersión de sentidos que operaron sobre Eva Perón y sus avatares; recorre a tal fin textos de distintas tribus: los de Borges y Bioy, los de Lamborghini, los de Martínez Estrada, los de Perlongher, y la lista sigue.  Pero la intersección del cuestionario del historiador y el del crítico literario no puede ser establecida: como si cada vez que ha de fijarse un domicilio, uno o ambos mapas, uno o ambos archivos, se movieran rajantemente.  El trabajo de Rosano, en ese sentido, es osado: no deja nada a un costado, aún si, como dijimos, el huso político y el hilvanado de las retóricas en demasiadas ocasiones desarrollen nudos ciegos. ¿Se trata de un sendero lineal el que nos lleva desde la Eva Perón  de la leyenda negra y de su espejo oficial, pasando por la Evita camp de Perlongher, hasta el peregrinaje de su cadáver? ¿Somos guiados, por el contrario, por esos meandros con el ovillo de las luchas populares y la interpelación política? ¿Los cauces por los que las voces circularon y sus tópicos más instigantes: el estado, el antiperonismo, los márgenes del camp, los márgenes tanatológicos… poseen su propio orden jerárquico, su propia precedencia?  Si por momentos la autora acepta balizar su quehacer crítico con presupuestos que sujetan lo real, ese arcano de los historiadores y sociólogos -y lo hace sin preguntarse demasiado si, precisamente, no son esas fórmulas galvanizadas de cientificidad las que apagan y naturalizan el reverberar de las pequeñas unidades de sentido que horadan a Evita-, en otros su trabajo desestabiliza las razones que no aceptan la complejidad dialógica y su centro en la cuña del género:  desde otros lugares se nos hace saber, hasta el hartazgo, que las narrativas antiperonistas y también las peronistas no escaparon de la grilla patriarcal: pero eso significa justamente la modulación patriarcal, una jaula de hierro de la que sólo escapan voces menores y blasfemas. Rosano se pregunta si las representaciones de esa mujer no tensan los bordes de esa prisión. 

 

IV

 

Probablemente, dice la autora,  el legado más importante del peronismo…haya sido  una nueva cultura política. Más que legado –y Rostros y máscaras… da buena cuenta de ello

– se asiste a una irrefrenable sucesión de performances que hacen las veces de ataduras de notables clivajes programáticos, derivas ideológicas, correcciones estructurales, movimientos brownianos en el paraguas del movimiento político peronista (allí, podría decirse, nadie parece heredar nada).  A partir del trabajo de Rosano podemos seguir los modos en que las reescrituras del mito Eva Perón socavan distintas capas de ese mito

–cincel y escultura, corrección y resto al mismo tiempo– pero no al punto de quedarse con toda  la escena, de borrar lo que el enfoque sobre el mito del Barthes de Mitologías consideraba  bajo la grilla de la verdad y la mentira, sino al punto de otorgarle sentidos históricos a una mujer, un enigma, un cuerpo, una esfinge, en fin, a cualquiera de los avatares. En ese sentido, Rosano historiza el mito, y nos permite reponer en la proliferación de las performances las líneas directrices de la modernidad periférica tan tonal que dibujó y dibuja la cultura política del niño peronista de Santoro o la de la biología peronista que supone Aira en El tilo.

(Actualización abril - mayo - junio - julio 2007/BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646