diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Julieta Novelli
/  María Eugenia López

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Diseño

Matías Moscardi

Asimetrías del vacío
Los estantes vacíos, Ignacio Molina, Entropía, Buenos Aires, 2006.

 

[...] intentando imaginar una cara para la voz que acababa de oír. Una sensibilidad asimétrica abre Los estantes vacíos, el primer libro de cuentos de Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976), publicado por la editorial entropía, en 2006. Dos personas –el narrador y una chica recostada a su lado– comparten los auriculares de un walkman, en el micro. De un lado, conectado, el narrador escucha los graves de la música y se pregunta si por el otro audífono, simultáneamente, estarán entrando en la cabeza de Manuela los sonidos agudos. Como si el lenguaje de la mirada fuera siempre parcial, trazando por defecto una zona hipotética, un contrapeso narrativo que irradia de la suspensión, en equilibrio con lo explícito, con el alcance cómodo y efectivo de lo visible. Los personajes hacen de lo que miran y escuchan una insuficiencia que necesita ser decodificada o constatada. Por ejemplo: el narrador de “El sistema”, que en el medio de un recital de “cumbia romántica”, intenta descubrir los acordes que ejecuta un bajista sobre el diapasón; o la narradora de “Diapositivas”, que tira un papel plateado en un cantero con la promesa de comprobar su permanencia, al día siguiente. Pero los personajes no pueden traspasar, ni en sus percepciones ni en sus acciones, la línea que divide el saber de lo supuesto. Por eso, las notas quedan en un espacio de desciframiento y nadie vuelve a constatar la existencia del papel plateado.

 

[…] me gustaba pensar que, mientras yo estaba quieto, aún se movía el sistema de poleas activado por mí. Los cuentos proceden velados con una percepción concreta, con un registro límpido, dispuestos en la superficie para cubrir otra cosa, quizás el punto de tensión en donde lo cotidiano se fisura dejando entrever, como a través del desgarro de una tela, el destello posible de un relato. De ahí que lo inacabado sea lo común, lo compartido en el libro de Molina. Porque los cuentos se detienen antes, como si se quedaran sin fuerza, y hacen de un stand by narrativo, una suavidad intensa. La física dice que si un móvil acelera en la mitad de un recorrido, en lugar de aumentar, la velocidad disminuye. Digamos: la aceleración produce quietud. En cambio, Molina frena para acelerar, y sus cuentos generan un ritmo que hace del estatismo una dinámica, y extendiendo la metáfora: del corte una continuación. De ahí la serie que forman “Espirales”, “Los estantes vacíos” y “Brasil tiene esas cosas”. De ahí, también, sus puntos de ilación: escenas pausadas en el momento del tránsito, como el final de “Los estantes vacíos”, en donde Natalia, mientras paga una pizza, siente la temperatura de la muzarella tras el cartón. O como el final de “Seis novelas”, en donde Camila y Nahuel llegan a la conclusión de que los sueños siempre se cuentan en pretérito imperfecto.

 

[…] cada vez que, tocando las cuerdas con una mano, Lucas mueve las clavijas con la otra, los sonidos se alargan. La técnica de los cuentos se acomoda a la clave del título: porque el final de cualquier estante, hacia arriba, verticalmente, marca el comienzo de otro, sus extremos se rozan, se superponen. Los personajes y las situaciones reaparecen, pero ya en otro nivel, sometidos a una refracción en la escritura. En efecto, el vacío, como condición del espacio, permite la amplitud, el movimiento. Incluso en “Los estantes vacíos”, la imagen de una biblioteca sin libros es lo primero que ve Gustavo después de la separación de su mujer. En los cuentos de Molina, la separación –matrimonial pero también en un sentido más amplio– permite que los personajes transcurran, se muevan por una ciudad bien delimitada, y descubran lo endeble de los márgenes. Si Molina escribe los nombres de las calles de Buenos Aires y se encarga de figurar cuidadosamente datos geográficos reconocibles, en cambio decide no nombrar la cartografía cultural: los personajes miran “películas”, leen “libros”, escuchan “música”, pero la cultura nunca aparece ni como cita ni como correlato del texto sino, simplemente, como un elemento frecuentado. De esta manera, el autor evita los guiños literarios, cinematográficos o musicales: los estantes vacíos, en una variante posible, supone un lugar previamente ocupado pero ahora transportado. Por eso, el acento recae sobre lo que Molina cuenta y, ante todo, en su forma particular de relegar lo vital de una escritura a un plano ubicado por debajo de ella, subterráneo. Y la experiencia no aparece como una genealogía de sus lecturas (por ejemplo, Carver) sino como una manera de desdibujar la mirada con relatos que emulan lo autobiográfico sin entrar en el intimismo, en la anécdota, sin descartar, incluso, a veces, la omnisciencia.

 

[…] poner un dedo bajo su nariz para confirmar que seguía respirando. Los nombres de los cuentos están extraídos de frases desmontadas, como algo que florece en las puntas del texto, una desviación, algo prescindible. “Brasil tiene esas cosas” remite a las reflexiones del verdulero sobre el ser y el parecer de las bananas; “Seis novelas” a un comentario que hace Camila sobre la biblioteca de Nahuel; “Arpegios” es lo que escucha Gabriel al despertar. Los títulos, entonces, son datos que desplazan acentos: de la acción entendida como totalidad a la acción entendida como cúmulo de detalles inacabados.  

 

[…] cambia los muebles de lugar y decide que, a partir de ahora, quiere ver el cielo desde la cama. En un primer acercamiento, los quince cuentos editados en Los estantes vacíos –la edición en sentido cinematográfico, como corte y confección de escenas en una continuidad temporal– pueden parecer, en su recreación, “realistas”. Pero Molina selecciona de la realidad aquello que soporta su escritura: lo desfasado, timbres que suenan a destiempo, imágenes que significan otra cosa si el lector espera, habitaciones sub-alquiladas, frases que los personajes piensan pero no dicen, una canilla goteando como premonición certera de la lluvia.

 

(Actualización abril - mayo - junio - julio 2007/BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646