diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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HECHOS MISTERIOSOS INVOLUCRAN AL AUTOR
Era poca la gente que había leído La Frontera de Joseph Roth cuando Mario Bellatin disertó sobre la misma. Menos que poca para ser exactos: en realidad no había gente que hubiera leído La Frontera en ese momento. En principio porque, como se aclara en Jacobo el mutante, sólo se conservan fragmentos de la novela, esos fragmentos permanecen inéditos, se encuentran en manos de dos editoriales alemanas que no encaran su publicación, y su reconstrucción se presenta en extremo problemática; pero sobre todo porque La Frontera es una invención de Mario Bellatin de la que Joseph Roth nunca tuvo noticias. De modo que Bellatin, al momento de dar la conferencia, corría con la ventaja de hablar sobre un libro de Roth que no sólo estaba inédito sino que además no había sido escrito. Sin embargo, lo que Bellatin no podía prever era que entre el público que asistía a la conferencia hubiera una persona que manifestaría no haber leído el libro pero sí haber visto la película.
Hay un anecdotario Bellatin que de algún modo da cuenta de cómo funciona su universo creativo, de cómo nada concluye con la escritura, de cómo un libro se transforma en instalación, o en puesta teatral, pero también en engaño: obras atribuidas a Beckett o a Roth o a un ignoto escritor japonés, que de pronto cobran existencia, ya sea porque alguien “vio la película” de la novela inventada o porque un centro de estudios sobre literatura japonesa se interesa por ese autor que Bellatin presenta de manera casi documental. Hay quien opina que ese anecdotario es ajeno a la literatura, que sólo contribuye a forjar un mito de autor. Yo creo que ahí hay algo parecido a un programa: gente que recibe y pone a circular historias, versiones orales de historias de las que no es posible saber si son verdaderas o si son un invento. En todo caso, pareciera que cuanto más se duda de su veracidad, más fascinación despiertan.
En el mundo de Bellatin nada es como se muestra.
HECHOS MISTERIOSOS INVOLUCRAN AL NARRADOR Y AL LECTOR
Jacobo el mutante es la puesta en escena de la develación de un misterio: el que representa La Frontera, inédito de Joseph Roth, texto fragmentario, con doble comienzo, difícil de interpretar. La acción del narrador es doble: narra lo que leyó, y lo comenta. ¿Qué es lo que leyó y comenta? La Frontera. Su lectura apunta en varias direcciones: al texto en sí, pero también a las condiciones de su producción, a la vida privada de Roth, sus creencias literarias y religiosas, y también a sus mediadores: la crítica inglesa que vivió con Roth los últimos años, los críticos (así en general), los lectores, la empleada de la editorial Stroemfeld empeñada en borrar algunos originales.
El narrador de Jacobo el mutante es una figura inestable, desde una voz neutra, impasible, pasa de intentar una lectura de la novela a reflexionar sobre cómo se la ha leído y sobre el misterio que constituye. Cruza de crítico literario e investigador privado, hilarante en su sobrio afán interpretativo, el narrador emprende una aventura hermenéutica. Y esa aventura demuestra ser proliferante e interminable.
Como un símil de la novela que Shiki Nagaoka escribe en una lengua desconocida y que provoca la aparición de grupos de estudio en varias ciudades con la intención de descubrir la clave que permita descifrarla y traducirla (Shiki Nagaoka: una nariz de ficción), La Frontera es un desafío para los críticos. La diferencia es que mientras la novela de Nagaoka es ininteligible porque el único conocedor de la lengua en que está escrita es el autor, la novela de Roth se vuelve escurridiza por estar saturada de símbolos: el agua como elemento primordial, inmersiones, metamorfosis, un golem, cábala, plagas bíblicas, ovejas que pastan en un roquedal... Jacobo el mutante hace de la lectura de La Frontera un proceso interminable, pero a la vez su propia lectura adquiere esa característica.
HAY MÉTODO EN SU LOCURA
Decíamos que Jacobo el mutante es un libro que interpreta y reconstruye un apócrifo libro inédito de Joseph Roth. Jacobo Pliniak, el personaje de La Frontera se dedica, a su vez, a interpretar de manera excéntrica los libros sagrados. Jacobo se presenta a los lectores como “uno de los seres más elementales del universo”. Considerado una especie de rabino por la comunidad, es, sin embargo, un rabino un tanto especial que oficia ceremonias en una especie de sinagoga que es en realidad un cobertizo en cuyo fondo funciona una taberna que hace las veces de pantalla para las acciones clandestinas de Jacobo: ayudar a huir a los judíos de los pogroms rusos. La taberna, cuyo nombre es La Frontera, era conocida por todos los habitantes de Korsiakov, y se presenta como un espacio dual: conocida por todos, sus acciones son clandestinas. Esa dualidad que parece tener todo en Jacobo el mutante se lleva al extremo en la mutación que sufre el protagonista: Jacobo Pliniak se transforma en Rosa Plinianson, anciana octogenaria que es la hija adoptiva del propio Jacobo.
Si el libro es el diálogo entre dos autores (Bellatin, Roth), si el narrador lee y narra lo que lee, si los fragmentos de La Frontera y su publicación son disputados por dos editoriales (Stroemfeld por un lado, que asegura tener la novela completa, Kiepenheuer & Witsch por otro), si se citan dos comienzos distintos de La Frontera, si el personaje se desdobla hacia la mitad de la novela, cambia de sexo y de creencia, no debería llamar la atención que Bellatin recurra por un lado a la escritura y por otro a la fotografía para narrar.
“En Jacobo el mutante quise usar fotografías que no fueran fotografías. Que no fueran apreciadas como tales. Es por eso que están incrustadas en el texto, con el vano fin de que puedan ser leídas de la misma forma que las palabras y que no ilustren, ni hagan muchas de las cosas que suelen hacer las fotografías, sino que muestren una textura que ayude al lector a darse cuenta de lo obvio, que todo es una mentira, que el autor no quiere que le crean, pero que, no obstante, lo más importante pretende estar presente: la conciencia de que se transcurre por una realidad paralela.”, dice Bellatin en una entrevistado por Patricio Lennard en Radar Libros (Página 12). Jacobo el mutante se abre, de hecho, con la imagen de unas huellas de automóvil sobre la tierra, y entre las huellas algunas piedras diseminadas. Las fotografías, en efecto, no ilustran, más bien arman una suerte de discurso paralelo en donde se despliega un misterio: hay fronteras, orillas, pasajes de lo sólido a lo líquido, de lo mineral a lo vegetal, de lo vegetal a lo animal.
Esa dualidad parece ser el procedimiento que hace avanzar la narración. No bien una escena se instala, el narrador la cuestiona, la relativiza, la desplaza, y finalmente la invierte. La novela no sólo tematiza La frontera, sino que funciona como una máquina verbal de producir metamorfosis, pasajes de un estado a otro. Esos pasajes se dan también de la palabra a la imagen y viceversa.
SOMOS MUCHO MÁS QUE DOS
La dualidad es estructural. El libro, de hecho, se divide en dos grandes partes: en la primera el protagonista es Jacobo, en la segunda la protagonista es Rosa, aunque se trata del mismo personaje metamorfoseado en su propia hijastra. Del mismo modo, el poblado en América al que se traslada Jacobo luego de partir de Europa es idílico, con una laguna en medio, mucho verde, mucha tranquilidad, mientras que el mismo poblado en los tiempos de Rosa es la inversión de la imagen anterior: la laguna es un pantano, los mosquitos no dejan vivir a la gente, y una plaga de tipo bíblico de academias de baile la asola. Todo se transforma, no sólo el protagonista, pero además de las extrañas transformaciones que se relatan, la lectura de ese relato también se duplica. Leemos en la página 63: “Desde el promontorio se podía observar el poblado en todo su esplendor. Nunca se podía estar seguro de sus verdaderas dimensiones. Desde cierto punto se trataba de una ciudad medianamente importante, y desde otro no era más que un olvidado villorrio.” Esa diferencia de puntos de vista se aplica a la exégesis de La Frontera, y entonces es frecuente encontrar frases del tipo “no puede pasar inadvertido” o “no es posible aclarar ciertos pasajes”, que si por un lado señalan fragmentos que parecen alojar una clave de lectura, por el otro desestiman toda posibilidad de interpretación. Lo que resulta llamativo es que los pasajes más extraños resultan transparentes para el narrador, como en la página 51 donde leemos: “es asombrosa la claridad con la que, en este pasaje, están expresadas las ideas no dichas que tenía Joseph Roth acerca de los apóstatas de su generación”. Sin embargo, de ningún modo se nos devela qué pensaba Roth de los apóstatas de su generación, ni por qué motivo ese pasaje debería resultarnos tan claro. El narrador rara vez interpreta, pero cuando lo hace sus claves de interpretación nos son desconocidas.
Ahora bien, el juego de inversiones y multiplicación de pares nunca cesa, y eso hace que el relato avance. Bellatin dispone los elementos de modo que produzcan un continuum. Arruina las relaciones de causa-efecto, o sugiere que son lo suficientemente misteriosas como para ni siquiera intentar explicarlas, o al intentar explicarlas las vuelve aún más extrañas, arruina las estructuras narrativas, y el principio de identidad: ¿cómo es posible que un personaje sea una cosa y luego lo contrario y aún así continúe siendo el hilo narrativo? En principio, hay que tener en cuenta la voz del narrador. Neutra, impasible, nunca se asombra demasiado de lo que relata aún cuando deja constancia de no comprenderlo del todo. Esa voz de algún modo normaliza los hechos más extraños. Sin embargo, esos hechos están plagados de símbolos, y el libro nos tienta todo el tiempo a sospechar de un sentido “profundo”, oculto hasta en los detalles más nimios. Hablábamos de una aventura hermenéutica, pero esa aventura no tiene fin, porque si Bellatin parece proponer una lectura alegórica, es la lectura de una alegoría imposible porque sus elementos no son decodificables. La maquinaria hermenéutica funciona de manera irracional ¿qué se lee? ¿cómo? ¿cuándo leer de manera literal? ¿cuándo interpretar? Siempre se desplaza la frontera porque siempre queda la sensación de no haber hecho la lectura correcta, y entonces es preciso revisarlo todo.
UN PUNTO DE ENGAÑOSA EXISTENCIA
Una de las empresas que produce PVC en el polo petroquímico ubicado a pocos kilómetros de la ciudad de Bahía Blanca utiliza como slogan de su producto la siguiente frase: versátil y confiable. La versatilidad es tal vez el atributo más apreciado en el presente. La capacidad de ser maleable, adaptable, flexible. Sueño de la economía capitalista que hace del plástico casi su propia metáfora: un material al cual es posible darle la forma que se requiera. Pero un mundo en permanente transformación en todos sus aspectos no es exactamente lo deseable para los poderes económicos, que podrían de ese modo ver amenazada su propia existencia, por eso al adjetivo versátil le sigue el adjetivo confiable que garantiza que esa pasta de infinitas aplicaciones una vez convertida en palangana seguirá siendo una palangana, y una vez vuelta cable seguirá siendo un cable. Del mismo modo se procede con el mundo: si por un lado las fronteras se vuelven permeables para el tránsito de mercancías, por otro se rigidizan extraordinariamente a la hora de aceptar el flujo de poblaciones. De ahí la fiebre por levantar muros en distintas partes del planeta. Práctica cuya traducción en términos de discurso político es el abandono de precisamente la política entendida como proceso de negociación y transformación continua para derivar en una prédica moral que rigidiza toda expectativa de cambio.
Pero ni siquiera el pvc es tan maleable como el lenguaje. La noticia, antigua y siempre nueva, que trae la literatura es que el lenguaje es en extremo versátil, pero para nada confiable. O en todo caso, que ese atributo de confiabilidad es una construcción paciente, ardua, colectiva, repleta de tensiones, y, por lo demás, precaria. Por eso Jacobo el mutante propone el ejercicio interminable de interpretar y fijar el sentido de La Frontera, a sabiendas de que para que la literatura exista es necesario que la interpretación se emprenda cada vez, y nunca se concluya, que deje abierta la posibilidad de hacer siempre una nueva lectura, de seguir otro camino. Que ese ejercicio se presente interminable puede ser angustiante o liberador, aunque tal vez convenga considerar que es ambas cosas a la vez. Allí residiría toda la potencia de la literatura, en el punto que es a la vez la condición de posibilidad de la política.
Dice uno de los comienzos de La Frontera: “No existe nadie en el pequeño condado de Korsiakov que no conozca la taberna de Jacobo Pliniak”. Y el otro comienzo señala: “Todos saben que, a través de su única ventana, es posible apreciar el panorama que va desde el centro del poblado, con las torres del extraño y anónimo castillo como fondo, hasta la pequeña caseta que sirve de hito fronterizo. Tanto en los días de verano como de invierno se puede ver en las noches la caseta iluminada con una débil luz amarilla –que parece acercarse y alejarse en forma constante–, lo que transforma la frontera en un punto de engañosa existencia”.
(Actualización abril - mayo - junio - julio 2007/BazarAmericano)