diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Sólo cuadros colgados
¿Qué pasa con el lector cuando la estructura del libro le promete una novela y esa promesa es incumplida?
Habrá que avanzar en el aire de lo que se presupone una novela, habrá que seguir adelante durante cada tramo del texto con la expectativa de continuar un único relato, para dar en el correr de las páginas con el ave transparente que promete el título. Pero son cuatro imágenes distintas colgadas ante los espectadores. Esa es parte de la experiencia singular de leer Pájaro transparente: encontrarse, bajo la denominación de capítulos, con tres narraciones breves y un artículo, que el autor presenta como una conferencia dictada en El Escorial, en la que analiza su obra a partir de la calificación de “escritor raro”. Por cierto, los tres primeros son textos que ya habían sido publicados y que Bellatin reúne por creerlos parte de una misma escritura. Se trata de un proyecto que liga la experimentación literaria y las estrategias de mercado: “hice tratos con distintas editoriales para que salieran varios libros al mismo tiempo. Quería que todos los textos se fueran entremezclando hasta convertirse todos en un mismo libro”
Los cuadros
Quien, desde aquí, comienza a leer el primer capítulo, “Canon perpetuo”, muy probablemente recordará a aquel periodista que entrevista en su departamento a un coronel del ejército tratando de precisar el derrotero del cuerpo de una mujer a la que ambos, deliberadamente, evitan nombrar, esgrimiendo datos de una circunstancia histórica y de un país a los que soslayan, pero especifican. A nosotros, lectores rioplatenses, encontrar a cada paso en un relato la expresión “Nuestra Señora” por toda denominación para la protagonista, nos traslada necesariamente a los nombres opacados de la cultura, aquellos que los textos literarios murmuraron “Ella”, “La señora muerta”, “Esa mujer”.
“Canon perpetuo” es, a partir de ese escamoteo del nombre, de ese camuflaje, un relato de sospechas, libro de acciones secretas ante una perspectiva de controles severos, instalados en torno a la vida del personaje central y que parecen extensivos a todo el conjunto, pero que no parecen ser percibidos como tales.
La mayor parte de las cosas se encuentran sometidas a registro, algo que se apuntala en esos personajes que reciben por toda identificación sólo denominaciones genéricas: la presidenta, el albañil, el poeta foráneo. Esta es una constante que, por momentos, se extiende a los lugares, que también resisten la individuación del nombre propio: la Casa, por ejemplo, es la institución a la que se acerca Nuestra Señora en busca de la voz de su niñez, la Agencia de Noticias es su lugar de trabajo, la “Hondonada de las Salidas Rápidas” uno de los pasajes que transita; todo en un juego ambiguo de las mayúsculas que se instalan en los lugares donde buscan menos la precisión que la sugerencia.
Ante las mutaciones o las deficiencias físicas de los personajes con que el lector de Bellatin acostumbra tropezar, la mutilación se instala aquí en ese sector, el de la identificación; Nuestra Señora, y todos los personajes de esta nouvelle tienen una disminución en esa zona de la identidad.
Junto a esas señas de individualización, las nociones temporales, como en muchos de los relatos del autor, también son vagas. Las referencias más concretas, en contrapartida, vienen del mundo intelectual. Los datos de la cultura letrada son los que arrojan alguna precisión mayor en cuanto a la época: en el cuarto de Nuestra Señora el mundo de objetos lo componen Los amores difíciles de Italo Calvino, retratos de Marilyn Monroe, de Los Beatles, de José Lezama Lima, de Thomas Mann; la doctora que la atiende en el sanatorio le habla de La habitación propia de Virginia Wolf o le recomienda La montaña mágica como lectura terapéutica.
El cuarto capítulo del libro nos brinda una posibilidad singular como lectores, se trata de una serie de apuntes del autor sobre su tarea de escritura. Allí hay unas líneas para “Canon perpetuo” que remiten a lo argumental: es el infrecuente camino de una mujer al sitio donde la espera la voz de su infancia; camino de decisiones muy condicionadas por las circunstancias, agregamos nosotros los lectores. En ese comentario sucinto prescinde de un hecho significativo que aprisiona a la mujer: un delito, tal vez extraño para nosotros, pero no para la moral y las reglas sociales que crea el relato “Nuestra Mujer no pudo reprimir entonces la tentación de guardar en su bolso un par de aretes que había sobre la mesa principal”. El resto es la historia de quien acude a recibir algo sugestivo pero que no ha requerido (“Nuestra Mujer tuvo la seguridad de nunca haber solicitado esos servicios”). Lo inquietante del ofrecimiento se diluye en su actitud, en la contemplación de su propio cuerpo frente al espejo que completa la escena. Así muchos hechos que prevemos significativos se disuelven en la indiferencia, la desatención o el tumultuoso presente. Sin embargo, aparecen como concatenación de acciones en las que el personaje no tiene decisión plena: “Pero ante la insistencia de la voz terminó creyendo en la veracidad del pedido”. En ese itinerario, no solicitado pero cumplido, hacia su pasado, hacia su voz de niña, el mundo exterior la irá llevando de una situación a otra, estableciéndole marcas en el camino, cancelándole las instancias de decisión.
En un acontecer atestado de acciones ilegales, prohibidas o condenadas, la historia sin contexto se va cargando de datos que sugieren referentes posibles y remiten a irrupciones invasivas o a diferentes modos de regir la vida de los individuos: sellos rojos en las puertas de las casas, pequeños hurtos, casi insignificantes, descubiertos inmediatamente, deficiencias de infraestructura absolutamente naturalizadas en un modo de vida que aparece muy burocratizada, comida que se reparte quincenalmente a los habitantes.
Una figura inmóvil, la de la presidenta, reproduce esa vigilancia constante en el microcosmos del edificio, “Contaba con dos grandes cuadernos, donde anotaba las visitas sospechosas y cualquier acto anormal que detectara.” En el desarrollo de la historia emergen agentes de seguridad que arrebatan bolsos sospechosos, operativos que semejan allanamientos, porteros que impiden el paso, hombres de sobretodo cuya presencia sobresalta a los vecinos alertas.
Pero, en contradicción con esos controles, situaciones de vigilancia y registro de los individuos, la muerte de la presidenta a manos de Nuestra Señora, pasa como un accidente sin sentido y, aun más, no tiene mayor aclaración ni investigación alguna. El contexto parece ninguno, pero parece imposible que el lector no se vea impelido a colmarlo de sentidos.
Entonces, el título “Canon perpetuo” sobreviene, con todas las instancias de control que se afianzan en el relato, conjunto de reglas, que, por cierto no se enuncian, pero funcionan como grilla permanente de clasificación.
Nunca, jamás ni aquí
En el segundo capítulo, “Bola negra”, esa grilla clasificadora la construye el protagonista, Endo Hiroshi, un entomólogo que ha descubierto un insecto que se suponía extinto, y por supuesto pretende clasificar, quiere bautizarlo, le quiere poner su nombre. Pero además de ese sendero de la trama, desde el inicio de la historia en que el personaje decide dejar de comer lo que resulta saludable para el resto de las personas, todo el relato tendrá el tópico de la alimentación como una de sus guías. Tópico sobredimensionado porque como el primer capítulo sucede en ningún tiempo y, prácticamente, en ningún lugar. Si bien hay datos que permiten alguna localización, la heterogeneidad de los mismos genera la sensación de estar en un lugar “ninguno”, esta vez es el país de nunca jamás ni aquí.
La historia del entomólogo y su insecto pasa por el estómago, la trama se apoya en los hechos de la alimentación, la relación que con ella se establece, sus alteraciones, el acto de dejar de comer o dejarse morir, la relación con lo religioso y lo ritual, el modo particular de preparar los alimentos, aspectos que se sintetizan en la caracterización del relato que hace el propio Bellatin en el texto final: un entomólogo que decide ser comido por su propio estómago.
Los relatos se cierran en historias que se disparan pero que conservan una perspectiva llana de entramado. Allí es donde el lector, como ante un hexagrama, suma significaciones posibles.
El pájaro transparente
De la clasificación de insectos se pasa a un ave con valor religioso, en “La mirada del pájaro transparente”, un relato sobre una familia de El Cairo que recibe periódicamente la visita de unos tíos mercaderes que traen “desde Oriente los ungüentos y los óleos necesarios para mejorar la vida espiritual”.
En el marco de una cita del Corán y referencias al Ramadán se reactualiza el conocido relato del cristianismo que protagonizan los Sabios de Oriente. La intertextualidad con la historia bíblica, junto al cruce de perspectivas religiosas hacen impreciso lo cronológico, diluyen la sensación temporal.
La historia de los reyes magos se restaura y se invierte porque aquí los obsequios son escasos y los visitantes esquilman a los padres del joven que narra la historia. El relato sugiere confluencias religiosas, fatalismos que pueden causar crímenes o venganzas diversas, con algún sueño premonitorio e interpretaciones que llevan a acciones inesperadas.
Tan cerrados como un hexagrama del libro de las mutaciones, estos relatos dicen y se abren desde su literalidad más llana.
Vivir y escribir
El último cuadro en ruptura con la tradición novelística que divide en capítulos una unidad, se conforma con un nuevo material que es crítico o, mejor, autocrítico, y no se instituye como un relato al modo de los que lo preceden. Pero es un texto que también podría ser leído como cuento, porque, si bien se trata de una conferencia, según nos indica el autor, conserva las marcas de lo anecdótico, aunque sin los espasmos de lo inusual que resultan característicos de su escritura.
En el hurgueteo, el lector es quien sigue buscando nexos en ese conjunto que en el inicio le parecía unitario, y encuentra un dato formal que le permite elucubrar el modo en que se tejen y tratan ciertas pautas identitarias, que inmediatamente llevan a mirar ese texto en su reciprocidad con el relato inicial. “Canon perpetuo” y “Lo raro es ser un escritor raro” discuten la identidad en los nombres: el deliberado uso de minúsculas para los nombres propios -personas, libros y lugares - en el último texto, en el territorio de lo real, donde nos habla el autor, se enfrenta a las mayúsculas de los nombres ficcionales que, además, son simples denominaciones ilustrativas como Nuestra Señora o Nuestra Mujer. Aquí, en esta zona de las reglas gramaticales, quieren invertir sus roles la realidad y la ficción. Y es en ese momento, el tramo final, cuando el autor que hace su apuesta por el encuentro entre literatura y vida, nos dice que, aunque el acto de escribir y el de vivir no tengan razón de ser, tratará de ver qué sucede al realizarlos simultáneamente, bajo la suprema ilusión de que las palabras hablen por sí mismas.
Tal vez durante el transcurso de las historias nos preguntemos cuántos estamos leyendo este libro, cuántos podemos leer este libro. Frente a textos breves que permiten una asimilación a veces distendida, con historias que conservan, aunque disparatada, una linealidad, con un esquema sin referencias directas, pero en el que siempre encontramos elementos referibles, es probable que casi todos tengamos esa posibilidad. De estar dispuestos a tolerar mutaciones físicas extrañas o historias, muchas veces absurdas o atroces, son muchos los potenciales lectores de Bellatin. Pero, si bien se los puede ver como relatos igualadores para las posibilidades de recepción, que democratizan los flujos novelescos, al mismo tiempo surge la certeza de que hay muchos estratos en ese suelo narrativo, que nada es inocente, que se pueden ir descamando infinitamente los sentidos que en su simpleza son, a la vez, cerrados hexagramas.
(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2007/ BazarAmericano)