diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Borges crítico
Borges crítico, Sergio Pastormerlo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.

Supongamos que alguien en otro tiempo (pensemos en la búsqueda de Averroes junto al fresco jardín de Al-Andalus) se encontrara con este libro futuro. Varios siglos lo separarían de él y con toda razón no sabría qué es un “crítico” literario. Si ese traductor imaginario dispusiera sólo de Borges crítico para conjeturar su significado, quizá vislumbraría “destructor de santuarios”, “enemigo de supercherías”, “esencialmente infiel”. Habría captado entonces el modo en que Borges descolocó las formas habituales de la creencia. O mejor: el modo en que logró hacer de la crítica un ejercicio liberado de la superstición ajena. Es decir, una práctica insobornablemente fiel a las creencias propias.

A medio camino entre la proximidad y la lejanía con su objeto, este libro nos descubre a Borges en lugares en que no solíamos buscarlo: donde desconfiábamos de una opinión bromista nos lo descubre serio, donde recelábamos de una artimaña nos propone seguirlo con confianza. Ignorando el imperativo que nos prescribe ahora la obligación de desembarazarnos de Borges, sugiere revisitarlo sin inhibiciones; presta oído a su voz menos escuchada, reexamina los parciales aciertos de un libro desacertado que en los 50 lo expulsó del campo de la crítica, discute las lecturas de Saer, recomienda no desatender sus textos más descuidados y sostiene -contra toda opinión previa- que su gravitación sobre la literatura argentina procede ante todo de su crítica, un espacio que anuncia lo que ocurre luego en otras zonas de su escritura y donde habría llevado a cabo fundamentales operaciones de ruptura que sentaron las bases de su poderoso influjo.

Borges crítico lee un gran texto integrado por reseñas, ensayos literarios, prólogos, conferencias, ficciones críticas, escritos unipersonales y en colaboración. Repasemos sus principales apuestas, y algunos de los desvíos con que se aparta de los carriles transitados. Para empezar, descartando la común presunción sobre el carácter errático de la opinión borgeana, da crédito a la consistencia del conjunto y repone su configuración histórica según el momento en que surgieron los textos y el marco en que entretejieron sus intervenciones. Descubrir principios de articulación no implica desestimar las tensiones internas o las discontinuidades, todo lo contrario, deja ver mejor el viraje de las convicciones, su afirmación o abandono, y sus efectos particulares en la discusión de problemas a lo largo del tiempo.

Uno de los principales aportes -el más contundente por su novedad y por la solidez argumental que lo sostiene- consiste en explicar cómo Borges captó -y encarnó a la vez- la emergencia histórica de una nueva imagen de escritor en la Argentina, la del hombre de letras como sacerdote y asceta, afín por su excepcionalidad a la figura romántica del genio. Se ve acá cómo en entrevistas y discursos Borges construyó un autorretrato de escritor consagrado a la práctica excluyente de la literatura. La cuestión interesa, por supuesto, por la novedad que supone ver al gran irreverente armando una imagen reverencial de sí mismo (y que ya no nos abandonará a partir de este libro), por la extrañeza de ver reaparecer en la última etapa del gran ateo literario, del gran promotor de una literatura sin autores, la devoción cultual por el artista, el numen poético y la inefable belleza. Pero sobre todo importa -como importó al propio Borges cuando inauguró esas indagaciones a propósito de Poe o de Whitman-, si queremos preguntarnos de qué modo la imagen de un escritor puede incidir en las lecturas que de él hacemos. Se ve acá, por ejemplo, cómo Borges contribuyó a debilitar su propia imagen de crítico, no sólo porque rechazó la edición o reedición de algunos de sus textos sino por el repetido desdén que mostró hacia la crítica, acusándola de ser un obstáculo para el auténtico encuentro de los lectores con la literatura. Sin embargo, esa opinión que terminó por ser tan influyente sólo figura -nos dice el libro- en la última etapa borgeana y es el reverso de lo que escribió y practicó su promotor la mayor parte del tiempo. Porque de hecho Borges manifiestó dos maneras de creer en la literatura: una forma “romántica”, descalificada como superstición crédula en un campo donde el malentendido siempre linda con la estafa; y una forma “clásica”, pensada en términos de ateísmo o sacrilegio por su rechazo a la veneración sagrada de las letras. También la crítica borgeana actuó -dice Pastormerlo- en un terreno de paradojas. Fue un ejercicio de creencias propias (intervino para tomar partido y discutió en un mismo plano con otras posturas críticas), pero fue mucho más: un sondeo de las condiciones mismas de toda creencia o valoración. Fue una práctica de taste-maker, que descartaba opiniones recibidas para imponer las propias, y fue exploración radical: crítica de la crítica, examen de las preguntas previas, filosofía heterodoxa, exposición del poder simbólico en el mundo literario. 

Borges crítico llama a hacer justicia a sus envites. Su consistencia y hallazgos tientan a diferir en los pormenores, a ensayar alguna objeción. Pero ¿qué resquicio deja la lograda malla? ¿qué blancos ofrece su clara exposición de problemas complejos? ¿qué grietas la sutileza de vínculos que acierta a trazar? Un libro que enseña a descreer de las autoimágenes -responde un ánimo contradictor- quizá crea más de lo esperado en ciertas imágenes que el propio Borges ayudó a conformar y que recortan demasiado su figura individual, porque ¿cuán solo estaba en su afición profanadora? ¿hasta dónde dar crédito a su sobreactuada fobia antivanguardista?¿qué tan inédita fue su irreverencia? ¿cuánto de su soledad y su excepción no derivan también de aquella autoimagen que Borges crítico acaba de revelarnos?

 

(Actualización diciembre 2007 - enero febrero marzo 2008/BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646