diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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¿Cómo pasar de la voz escrita a los cuerpos? ¿Cómo activar desde la escritura la potencia de las cosas? El lector de textos dramáticos asiste a un acto incompleto y lo redefine a su modo: insiste en encontrar los signos que exceden al texto. El riesgo parece estar ahí: negado el acontecimiento teatral, el aura, el lector juega a rehacer la experiencia perdida.
La antología Dramaturgias, prologada por Mariana Obersztern, reúne siete piezas escritas por siete mujeres. Siete piezas singulares, que pueden dialogar entre sí, pero que juegan un juego propio, con sus propias reglas. Hay algo, sin embargo, que parece hacer posible la convivencia: frente a un teatro despojado, que se saca de encima el relato, estos textos recuperan la anécdota, el argumento, el contenido como forma.
En Poses para dormir, de Lola Arias, el relato se intensifica hasta saturarse: coexisten una piromaníaca y un piloto de aviones, el pornógrafo y su hija soldado. Bruno, Nadia, Jota y Tao parecen intercambiarse hasta sus propios cuerpos; traducen una lengua que es la propia; sueñan lo que viven y viceversa. La acción sucede en algún departamento futurista y los personajes bailarán, una posible cumbia, incluso cuando el cielo se tiña de rojo y el fin del mundo suceda. Hay un encanto singular en estos personajes que parecen olvidar el dolor que padecen.
Sigo mintiendo apuesta al lugar común para arrancar lo patético de lo cotidiano: las sobras de una fiesta de cumpleaños, un novio-oso, los globos que se explotan para despertar a un invitado dormido. Y sobre el marco doméstico planea, como ese robot-criado de La felicidad de Daulte, un extraterrestre-galán, azul y con pollera. Mariana Chaud decide contar hacia atrás, terminar justo ahí donde la obra empieza; y moverse de un registro a otro –un tono que va de la comedia, a la telenovela, al suspenso- para no pensar en géneros.
El texto de Julieta de Simone busca sentido en la mezcla, agitando los elementos. Desde el lenguaje pretendidamente saturado, ornamental, hasta la exhibición del "pelo en pecho", pasando por la aventura casera del uso de laxantes para adelgazar.
En sus didascalias Cebo regala la clave: el ambiente inicial bien puede ser el de una película francesa del 70; el ambiente final bien puede ser el de una vieja película argentina, clase B. Los nombres de los personajes, los personajes incluso, podrían ubicarse de un lado y del otro: Jules y Antoine; Nilda y Teresa. Un cine y otro acá se descomponen y restauran, generando lo nuevo en lo anacrónico.
En Cien pedacitos de mi arenero, de Laura Fernández, cuatro hombres coinciden en llevar a un basural los cuerpos de sus respectivas mujeres, envueltos en bolsas de consorcio. La acción dramática parece haber terminado antes de empezar. Sin embargo, vuelve a recomenzar, sobre todo en los parlamentos quirúrgicos de los personajes, que repiten incesantes la "bendita palabra inexorable". Mientras se respira morbo y perversión, el humor despunta, como siempre, cuando identificamos algo en un lugar incómodo.
Ifigenia en, advierte Agustina Gatto, está “inspirada en tragedias que se ocupan de la familia de los Átridas”. La documentalista esperó a su hermano, el forastero, durante mucho tiempo. Un día El forastero vuelve, junto a un amigo músico. Van a filmar un documental autobiográfico en tiempo real. La puesta de este texto funcionó con materiales diversos: dibujo, videoproyección y música en vivo. El texto reclama, en efecto, disciplinas diversas, en su existencia sensorial. Partiendo de Eurípides, la obra deviene un documental casero, con intervenciones musicales, texto, lluvia de fondo y, quizá, sobre todo, silencio.
Raquel y Ana en una isla semi desierta hablan, al mismo tiempo, del amor y de un protector de mosquitos, del amor y de una lluvia que se moje todo. En El calor del cuerpo, de Agustina Muñoz, el lector asiste al tedio: cuatro personajes bajo el sol, esperando que llueva. La acción aparece en el deseo: poder recordar un sueño, cantar o bailar una canción entera, vender naranjas o collares de coco, subir a un barco que se trague el mar; lo efectivo, lo que sucede, entonces, es la espera. Con una técnica trabajada en el corte, lo teatral surge acá más bien como una forma de suspender la acción y de activar el relato. O como si la acción estuviera en el cuerpo o en lo que siente el cuerpo, mientras tanto.
En Algo de Ruido hace, Nacho le pide al Colo un pulóver y le pregunta si se usa afuera o adentro del pantalón. Allí reside acaso el secreto de la condensación: ese instante como síntesis de la historia de los dos hermanos. Hay, en esta pieza, una economía trabajada para la contención, un retraso de la acción que incomoda, que nos deja en guardia. Reciclando "La intrusa" de Borges, ubicándola sutilmente en los 80 y bajo el frío de un invierno miramarense, Romina Paula cuenta entre silencios, no sin cierta irreverencia, mirando de reojo la tradición. La historia es, de nuevo, la historia de dos hermanos con algo que hace ruido en el medio.
Ya sea enfrascadas en la aventura casi novelesca, ya en el trazo de la historia mínima, ya en el tránsito de géneros diversos, o bien en el exceso que borra y desdibuja aquello que se cuenta, las piezas que convergen en esta antología procuran contar, no renunciar al conflicto, pensar el teatro como acontecimiento.
(Actualización diciembre 2008 - enero febrero marzo 2009/ BazarAmericano)