diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Ana Porrúa

Entre la displicencia y la devoción: poesía y vida
devoción por el azar, de Fabián O. Iriarte, Buenos Aires, Bajo la Luna, 2010.


“he oído inclusive a los más pesimistas/ decir que sí” (F. I.)

1- devoción por el azar es uno de los libros de Fabián Iriarte (Laprida, 1963) publicados este año. Como anunciación del año que se viene, su biblioteca ya suma 11 títulos que nos permiten recorrer un trayecto desde lo más cerrado a lo más abierto; o bien, de un intrincado bosque de idiomas que esconde al sujeto al pasaje a primer plano de este último, cuando ya cada lengua –alemán, latín, italiano, inglés, provenzal, castellano– y cada cita aparecen bajo el gesto de la indagación y están interiorizadas. Los otros libros son: Oscura transparencia (1990), Suene de contino: Lyrica apocrypha (1992), La rosa genital y otros poemas (1993), guaridas de huir el mundo (2000), la intemperie sin fin (2001), doble sentido (2003), con sutiles artimañas (2004), maldita equis (2009), la mudanza (2009) y cuentas por saldar (2010).

2- En la poesía de Iriarte, las otras lenguas aparecen como propias y a través de las citas, que suelen traducirse, parafrasearse e incluso ser una invención del poeta. Pero lo más importante, como gesto casi obsesivo en devoción por el azar, es la tensión de la literatura con la vida, que supone una bajada a tierra (a cuerpo) –situaciones concretas, experiencias como la del hacer poético, el amor o la furia– de la literatura. Por eso la poesía de Iriarte no es erudita: expone sus propias lecturas como un dispositivo fragmentario que hace funcionar su escritura. Es más, la cita no parece mandar a la imagen del poeta leyendo sino –al igual que el uso de términos en otros idiomas– a una escena de repetición memoriosa que asalta en medio de otros haceres, e incluso de la distracción. Así, lejos del collage o del montaje, la voz de los otros se presenta como parte inescindible de la propia lengua poética. La literatura baja (es el lugar de indagación de la propia vida o de la escritura) pero nunca se abandona. En este ir y venir se establece el movimiento de la poesía de Iriarte.

3- Muchos son los poemas de devoción por el azar que hablan de la escritura, asumiendo la forma de la búsqueda y la del programa. Lo interesante, en relación al movimiento del que hablé, es el tono displicente (desinteresado) sobre la cita, sobre los otros enunciados o los propios. Como cuando se reconoce que “`la ansiedad torturada del alma herida´ es una expresión/ que ya no funciona para el lector contemporáneo” (“cuya gracia y beldad me sumieron en un abismo de emociones”). O mejor, en “las hormigas”, donde el poeta advierte la aparición molesta de insectos en la cocina y se despliega (en inglés) una teoría lingüística. Entre el recuerdo de esas lecturas y la preparación de la torta, las hormigas como metáfora de la gramática generativa no dejan de ser hormigas y se elige el hacer cotidiano sobre la escritura: “porque ahora necesito azúcar y leche/ para torta de canela y manzana”.

4- La displicencia es, valga la aclaración, un desinterés fingido en asociación (lícita e ilícita) con un hablante que suele exagerar el dramatismo y asumir la ironía: “te mueves en el sueño / apenas o despacio/ el tiempo todavía no te dio sus caricias aleves / y yo tratándote de "tú" / ¿no es irónico? ¿decimonónico?/ no / es un mimo / es mimético” (“hombre yaciente”); porque como ya dije, el “yo” que escribe tensa tondo el tiempo la literatura con la vida, con la experiencia propia, como si le pidiese respuestas e incluso soluciones. Sin embargo, este “yo”, absolutamente necesario en su poética, sabe de su propia mentira y declara con cierto escándalo (siempre con gracia, con elegancia) el horror ante la página en blanco y la simulación de la sobriedad: “¿sobriedad en el artista? / qué mentiras /mirá mirá su soledad frente a la página blanca/ el bambú o la piedra / la obscena tela sin mancha / la forma que no hay / la distancia que no quiere recorrer /ni tener frente a sí / mismo” (“representa a veces una victoria sobre tendencias totalmente contrarias”).


5- Por eso, sería errado pensar que este tono displicente lo pone fuera de la literatura. Hay, además de la displicencia e incluso, algunas veces junto a ella, una profesión de fe literaria, cuya puesta en acción puede leerse muy bien en “hombre yaciente”; allí se despliega todo un repertorio retórico para hablar del sexo masculino, se eligen metáforas renacentistas y bíblicas (o que simulan serlo): “áspid entre timbales / haz de trigo / granada y tamarisco junto al agua/ brújula y crótalo / dátiles lánguidos / dactílico rugido” y si bien el efecto de las nominaciones (de su acumulación, además) es la ironía, el poeta elige finalmente una imagen, un poco más nueva pero no menos artificiosa, “toadskin testicles”, porque, dice, “la metáfora ajena es esta noche mía” y cierra el poema con una modulación que podría llamarse lírica: “la suspensión que llega/ a la realidad con romance y orgasmo y lila”. Imposible, entonces, salirse de la poesía ya que además, la lengua poética de Iriarte es aristocrática, no clasista sino distinguida, siempre, tanto en el tono displicente (casi dandy, por momentos cortesano) como en el momento de reconocimiento de la literatura como única salida, como resguardo activo; porque la poesía, para Iriarte, es lo que le habla al que escribe mientras cocina, prepara clases, recuerda un cuadro, lee, se levanta en la mañana, mira a su amante y más.

No se trata de una teoría de la inspiración sino casi de una pedagogía aprendida: el poema adviene en medio de los haceres, en medio de la distracción (el poema siempre está, aunque se finja desinterés) y de un programa vital a cumplir: abandonarse al azar de aquello que hay de vida en la literatura y viceversa; convertirse en su más fiel acólito.

(Actualización diciembre 2010- enero 2011/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646