diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Topografía contemporánea
Hélice, de Gonzalo Castro, Buenos Aires, Entropía, 2010.
El narrador de Hélice, segunda novela de Gonzalo Castro, podría ubicarse con comodidad dentro de la tradición viva que cultiva voces moldeadas por un tono cínico, que roza cierto alarde de inteligencia, desarrollado por autores y autoras de su misma generación, con diversa intensidad. Desde la ironía más fría de Pola Oloixarac y Hernán Vanoli, a la más atemperada de algunos textos de Juan Terranova, o la matizada por rasgos de duda y vulnerabilidad en Sebastián Martínez Daniell o Joaquín Linne. Quizá el tono de Castro se acerque, a su manera, a estos últimos de manera más clara.
La novela ha sido calificada como epistolar. Escrita en primera y segunda persona, su estilo se distancia, en varios párrafos, de lo coloquial a lo Manuel Puig y su tributaria, Romina Paula. Con indicativos claros al destinatario y al propio proceso de estar produciendo un discurso para interpelar a un “otro específico” –que es, desde luego, también el lector– incorpora, sin embargo, diálogos, descripciones y bloques en tercera que tensan lo clásicamente epistolar y convierten el texto en un máquina tentacular y absorbente: la novela como entidad que todo lo contiene, y que configura un universo modelizador paralelo y pluridimensional.
El núcleo de la historia incluye al narrador, su mujer, Julia, de quien se está separando, y a un amigo en común, receptor de las cartas. A él le relata el presente de su relación en decadencia. También, mediante flashbacks que se incrementan a medida que avanza la novela, narra episodios de la adolescencia compartidos por los tres; estas escenas, a pesar de la ironía del narrador, contienen la carga nostálgica de la epifanía perdida y el cariz del mito fundante que anticipa una predestinada tragedia.
La naturaleza de la relación del trío está insinuada en los primeros párrafos pero Castro dosifica la información de manera en que sólo al final terminamos de comprender el real origen de las tensiones sugeridas.
Topografía todo terreno
El texto puede pensarse, también, como una topografía –a veces sólida, a veces esquiva- que explora con pasión entomóloga la atmósfera de resignada y suave incertidumbre en la que se mueve el narrador. Hay que aclarar que Hélice, a priori, asume la diáfana inestabilidad como condición necesaria y produce, como contrapartida, un lenguaje propio, que materializa una búsqueda permanente, exploratoria y, si vale el término, exitosa. Es ese trabajo sobre el entramado de sentido lo que le da al texto una rugosidad tangible, penetrante, que nos sumerge en un mundo posible de entidad orgánica: emprender la lectura será como entrar a un lugar con luz y presión propias, en el que pueden reconocerse signos de lo conocido desde un rincón esmerilado. Admitido este valor, estructurante de todas las capas, la hipótesis topográfica se apoya en la vocación exploratoria de paisajes subjetivos y materiales. Si el narrador sólo puede descansar en la seguridad de proyectos laborales que imponen reglas, pasos a seguir, rutinas, instrucciones utilitarias y finalidades concretas bajo el rótulo de objetivos a alcanzar, el resto de los marcos simbólicos y relacionales son difusos, y necesitarán de un tanteo que les de forma, interpretación; sentido.
Abatimiento e insistencia
El trabajo de la observación-percepción del protagonista lo lleva a realizar teorías sobre el movimiento y conducta de los otros, a descubrir mecanismos internos como los de la culpa y el desdén, a analizar la opacidad del roce cotidiano y la agresión musitada que vive en el desgaste amoroso. Termina por contar, al detalle, en su matriz –uno de los momentos más intensos del libro- el limbo de la distancia impuesta por la separación de la pareja.
Todo puede describirse. De manera impresionista o subrayada: cada elemento es plausible de convertirse en espacio y símbolo: desde la propia fisiología del narrador, a la memoria y los tejidos urbanos y sociales. Castro renuncia a la prosa ascética sin caer en un regodeo improductivo, para narrar desde un punto de vista propio, que complejiza cada significado del sentido común.
“Tu falta de respuesta me hace sentir sin límites”, escribe el narrador a su indiferente destinatario. La frase expone la pulsión que atraviesa toda la novela, y el procedimiento que moviliza la escritura.
El autor, entonces, maneja dos ejes en conflicto: el abatimiento, la resignación, cierto nihilismo del personaje, por un lado y, por otro, la fuerza que hace al increscendo de la tensión narrativa: el intento de recomposición de lo que ya se ha derrumbado, concretado en la perseverancia con la que insiste en escribir cartas que nadie responde. “Es conmovedor cuando uno enuncia una autocrítica porque en ese momento piensa que está desplegando un escudo, uno siente que con la voluntaria exposición del tobillo va a estar protegido del puntapié certero. Pero no es así: nos equivocamos: por lo general los otros aprovechan para aplicarse con toda energía a producir el mayor daño posible en la zona expuesta”. La autoconciencia que destila la frase no opera como represora ni como filtro: a pesar del riesgo, quien está en pleno proceso de pérdida, apuesta al despliegue comunicativo, a la exposición.
Sátira contemporánea, ciencia ficción como contorno metalizado
Los guiños a la ciencia ficción sobre los que se ha hecho hincapié en otras lecturas operan de manera marginal. El extrañamiento, el efecto distancia, el corrimiento no se dan en Hélice sino apenas en relación a un escenario con toques de tiempo futuro. La ciencia ficción es incorporada, después de todo, como un contorno metalizado; las menciones puntuales a hábitos y tecnologías levemente disruptivos, actúan como telón de fondo del centro de estudio de la novela: las relaciones, la propia subjetividad, la soledad, la traición y la culpa. Si hay una zona devastada por la industria, en la que se construirá un país en la que vivirán artistas, y el amigo vive en la luna; si existe una cirugía en la que el propio hígado –centro de los celos– puede ser reemplazado por uno artificial, y los juegos de realidad virtual son superiores a los actuales, lo cierto es que no son más que componentes que suman una leve textura al mundo en el que se mueve el narrador.
A diferencia de Varadero y Habana Maravillosa de Hernán Vanoli, Castro no elige enfatizar sobre un territorio apocalíptico ni ahondar en la retórica de la distopía; tampoco parece preocupado por cómo las tecnologías reconfiguran una biopolítica como hipérbole de procesos sociales contemporáneos. En todo caso, Hélice y Varadero... comparten el uso de la parodia y de la sátira al abordar determinados mecanismos de producción y consumo. “Últimamente estoy rodeado de gente especial, dosificada un poco por encima de sus posibilidades (...). El eufemismo es mi principal herramienta, hoy en día”, escribe Castro. Si Vanoli se detiene sobre el turismo, la globalización, y el intercambio de mercancías politizables, el foco de Castro está puesto en el mundo del arte con sus productores y sus traficantes un poco convencidos, un poco ingenuos, un poco lúcidos, un poco entregados, un poco cínicos, un poco snobs, un poco bobos, dependiendo de quién se trate. Y también de ciertos personajes que actúan como figuras paradigmáticas y ganan presencia a medida que Julia se va desvaneciendo del presente del narrador. Matsumi es la heredera del zen japonés apto para presentaciones empresariales exitosas, y Malakián el multimillonario hastiado con tristeza que se entrega a la búsqueda espiritual, a la tarea manual -quiere retomar “el contacto con la tierra” y empieza a trabajar de asistente de un ingeniero- y, a veces, al whisky.
Hélice trabaja –incluidas las referencias a la terapia psicológica a la que el protagonista acude para explayarse y tomarla en sorna- sobre la irreversibilidad de la experiencia, la biografía y los códigos que incorpora cada personaje y que configuran la propia condena. Sobre el final, en un flashback delicioso en el que asistimos a una escena cotidiana entre el narrador y su padre, leemos: “Pienso ahora, o pensaba entonces, que cocinar, y construir, son las más sofisticadas tareas naturales”. Algo así podría señalarse sobre el procedimiento de la novela, que bajo un lenguaje que actúa como regente, adopta pizcas de varios géneros –la intriga no es ajena a Hélice, tampoco el melodrama- para dar forma a una materia que problematiza la configuración de su propia superficie, es decir, de la novela en sí.
(Actualización octubre-noviembre, 2010/BazarAmericano)