diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En la primera década de los 2000 compré viarios libritos de poesía de Cecilia Pavón en librerías, festivales de poesía, en la FLIA (Feria del libro independiente y autogestiva). Haré una enumeración algo caótica de estas adquisiciones a lo largo del tiempo: el pequeñísimo y blanco de la editorial Siesta que lleva una pregunta como título ¿Existe el amor a los animales?; de cartón y tapas verdes con un gatito en el centro llamado Poema robado a Claudio Iglesias; una caperucita roja cargando una ametralladora, Los sueños no tienen Copyright (este último de textos en prosa, pequeños relatos); fotocopias dobladas con dijes de plástico dorado, No me importa el amor me importa la plata. Algunos de ellos se encuentran dentro de Diario de una persona inventada, el libro que reúne todos sus poemas a partir del año 2001.
Creo que, atraída por esos objetos que envolvían, como en los poemas, una especie de misterio, me sentía frente a un tesoro que llegaba para saciar el deseo de habitar el presente con desfachatez. Quizás algo punk también, porque muchos poemas proponían eso: “Punk”, “Ira”, “Aniquilación”. Creo que los títulos, además, desafiaban mediante preguntas filosóficas básicas –y no por eso fáciles, ni resueltas, ni simples– que invitaban, desde la figura de la amistad, a que todxs también escribamos: ¿Existe el amor a los animales? ¿Qué es el amor? ¿Y la felicidad? ¿De qué material están hechos los sueños? ¿Qué es el deseo? ¿Es frágil la literatura? ¿Existe la literatura argentina? ¿Qué son los amigos? ¿La vanguardia? ¿Cuál es el poder de las drogas y las mercancías? ¿Estamos viviendo el apocalipsis? Por supuesto, las preguntas no están todas formuladas de esta manera, pero proceden a generar una forma que construye, desde lo no asertivo, algún conocimiento sensible sobre el mundo que no existía antes de estar escrito, como en “Droga”: “En la ciudad somos hormigas/ trabajamos sin detenernos. / Voy hacia el poema en el que trabajo sin mal/ (¿cuál es el poema del color sin color?)”. Sin lugar a dudas, y mucho antes de enterarme de la existencia de Belleza y Felicidad, me volví adicta a la poesía de Pavón. Porque la poesía de Pavón no se escribía desde la ostentación del saber, la maestra normal o la femineidad –palabra detestable– como reducto destinado a las mujeres que siempre escribieron y pensaron la poesía, el arte, la literatura. Sino que, esta escritura que también se inscribía en el soporte del blog, me parecía fascinante porque de algún modo se asemejaba a algo que podía ser cualquier cosa y que, al mismo tiempo no era, bajo ningún punto de vista, cualquier cosa.
Hace poco una amiga fue a tomar un café con un chico que es profesor en escuelas secundarias. Cuando se pusieron a charlar sobre libros, él le dijo que no les da poesía contemporánea a sus alumnxs porque prefiere impartir literatura con mayúsculas. Es decir, clases sobre el Martín Fierro, Rodolfo Walsh, Silvina Ocampo, por supuesto, Borges. En realidad, no sé bien, pero imagino que él se refiere a la tradición, a la literatura argentina que nos enseñaron en la facultad. Me llamó la atención que alguien en 2023 tuviera un argumento semejante, pero me hizo pensar algunas cosas. En principio que cierto prejuicio contra la poesía, ese que Pavón desafió e interrogó, sigue de algún modo vigente. Pero, más allá de eso, aunque no sé si este chico leyó o escuchó alguna vez a Pavón, me gustaría mencionar un juego o una risa que habita en sus textos y que siempre me pareció una mueca pícara contra este tipo de pensamientos inocentes y trillados sobre una literatura con mayúsculas y otra en minúsculas.
Si unx recorre la poesía reunida, notará que muchos textos se enuncian desde cierta idea de simpleza, falsedad, error, desconocimiento, incerteza, inseguridad: “y escribir los poemas más cursis/ más básicos, más primitivos, / esos que se escriben en diez minutos”, “Mis poemas son de ese estilo, /están hechos de cosas muy simples”, “escribir como un animal”, “Voy a escribir un poema improvisado”, “Un poema malo”, “Es malísimo lo que estoy escribiendo”. Se trata de versos que trastocan, ponen en duda el estatuto de ese texto como poema, sacuden la estabilidad proyectiva de una identidad definida. Sin embargo, inmediatamente, este tipo de enunciados sopesan, inclinan, la noción de error hacia la imagen precisa, la figura perceptiva, el paisaje de aniquilación, el arte contemporáneo, la complejidad del color, la filosofía, la identidad y el deseo, la constitución de los materiales, las emociones y el amor, la cultura, la moda, las ciudades, las estrategias del capital, la música y el baile, la literatura, el ensayo, el lirismo delicado y diáfano que afirma una potencia universal: “Y a mi vida la veo en peligro:/ un gran zanjón la parte en dos, / es un zanjón profundo y sin agua, que/ de tan seco ya es un abismo”, o “una capa negra que tiene el tamaño del universo/ y ese negro es el amor sin convicción/ el amor sin fe/ el amor sin voluntad/ pero también la muerte el vacío el desamor. / Todo está ahí y nada significa nada/ y no hay nada más hermoso que el negro”.
Siempre me pareció divertido este gesto, que se ratifica en uno de sus poemas más recientes llamado “Lady Danger”. En el poema, Lady Danger es una mujer que, antes de la pandemia, viajaba por el mundo como poeta consagrada a festivales de poesía. Lo que más amaba de estas invitaciones era deambular por los aeropuertos, por los free shops: “probando maquillajes de marcas internacionales o/ fragancias especiadas o misteriosas”. Sin embargo, al llegar las restricciones, sólo puede viajar a través de su computadora: “[…] para hablar de literatura”. Se pregunta: “Será esto el nomadismo en la fijeza de la que hablaba José/ Lezama Lima?”. Hacia el final, la deriva reflexiva llega a la conclusión de que “(hablar de literatura es siempre una estafa)”. Hace algunos días, unas amigas vinieron a cenar a mi casa. El libro de Pavón estaba sobre una mesita, alguien lo agarró y comenzó a leer. Durante varias horas el libro pasó de mano en mano. Elegíamos un poema y se lo leíamos a las demás que escuchaban como si se tratara de un mantra. Creo que esa acción espontánea y colectiva está tejida a los poemas de Pavón. Es una condición que los vuelve vivos y parte de este presente extrañísimo en el siglo XXI. Como dice en “Nuevo libro”, de manera anticipatoria, los poetas “(…) cada vez somos más”. Es posible pensar que, si la literatura ya no tiene la capacidad de iluminar, quizás sí tenga la función de desplazar la visibilidad del espectador del mundo y sea lo menos que esperamos del arte. Es decir, si nos conmueve y nos constituye, nos alegrará para siempre.
(Actualización septiembre – noviembre 2023/ BazarAmericano)