diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La publicación de transcripciones de “clases” dictadas por profesores argentinos de carreras de Letras tiene ya cierto recorrido: Enrique Pezzoni, Daniel Link, Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo, para mencionar apenas algunos. Es un conjunto heterogéneo, pero la palabra “clases” titula con motivos por lo menos suficientes los libros que las pusieron a circular. La vinculación resulta inevitable, aunque este libro de Giordano haga una diferencia adicional en una posible biblioteca de “las clases de”. Porque según nos entera el autor en las primeras páginas, estamos ante “una versión corregida y editada, una reescritura”, de la primera de dos clases que dictó por vía digital el 30 de junio de 2021 en el curso regular de Epistemología de la Psicología y el Psicoanálisis, una cátedra del Profesorado en Psicología de la Universidad Nacional de Rosario. Giordano la incluye en un tipo de clases que llama “furtivas”, porque la dictó como invitado externo, por pedido de los docentes de esa asignatura.
Ese pedido consistió, nos entera el autor, en “poner en diálogo al Foucault de “¿Qué es un autor?” con el Barthes de “La muerte del autor” en función de uno de los contenidos del programa del curso: “El retorno a Freud como operación de lectura”. Así, y aunque no pierda de vista las cuestiones “autor”, “muerte del autor” y “retorno”, Giordano elige hacerlas girar al principio en torno de la cuestión de la “lectura”; y, en consecuencia, pone el foco en la la interpretación, que identifica desde el comienzo como el problema teórico -de especial pero no exclusivo interés de futuros psicoanalistas- en el que confluyen el tema formulado en el programa (que obviamente remite a Lacan y a Freud), los textos de Foucault y Barthes, y la raigambre nietzscheana que al profesor le interesa reconocer en ellos. Ese movimiento, esa concatenación diríamos, es una de las principales decisiones teórico-expositivas de la clase (que, como veremos, también se deja leer como una recapitulación sesgada de algunas de las principales constantes del pensamiento del último siglo y medio acerca del lenguaje, la subjetividad, la temporalidad). Para Giordano, la lectura es interpretación, lo que implica que es siempre “activa”. Es claro que Giordano preferiría reservar el calificativo para las interpretaciones que cuestionan, discuten, inquietan o se desvían de lo previsto; pero incluso si consideramos las interpretaciones que se empeñan en mostrarse repetitivas –como recitaciones rituales que pretenden adoptar y confirmar un significado previo, un sentido dado que las palabras porten o entreguen de manos del “autor” o de alguna otra clase de autoridad– estaremos de igual modo ante una interpretación activa, es decir movida –como todas– por ciertos intereses y valores (y no por ninguna fiable voluntad de verdad ni de enseñanza de la doctrina correcta). Como sabe el psicoanálisis, recuerda Giordano, la interpretación siempre ejerce una violencia porque se impone un pasado de lo interpretado que no está allí antes de ese ejercicio de “fuerzas” en que consiste la interpretación. De modo que, si seguimos el argumento de Giordano, tampoco la interpretación que pueda presentársenos como pasiva, dogmática, conformista o reproductiva sería tal, porque su solo ejercicio estaría dando cuenta de condiciones presentes de las que forma parte una necesidad de re-forzar la vigencia actual (y no la vigencia ni la autoridad pretérita) de determinados intereses y valores.
En ese encuadre, la clase se organiza mediante el desarrollo de cuatro proposiciones: la primera postula que el humano es un animal hermenéutico que vive interpretando; esa pulsión hermenéutica consiste en atribuir determinada fuerza y valor a la interpretación que procuramos imponer, y es a tal punto constitutiva de la subjetividad que siempre prevalece sobre la voluntad de comprensión: interpretamos antes de comprender o aun si no comprendemos. En segundo lugar, entonces, “la interpretación, antes que desciframiento o explicación, es creación-imposición de sentido”: es violenta, y lo es en todos los casos, porque siempre responde no a la verdad sino al punto de vista de un conjunto determinado de intereses y valores. En tercer lugar, “la interpretación no actúa directamente sobre el enunciado, la cosa o el fenómeno interpretado, sino sobre otras interpretaciones”. Así, los hechos no pre-existen –en rigor– a las interpretaciones; solo tenemos interpretaciones de interpretaciones: bajo la coartada de comprender y explicar el verdadero sentido de determinada realidad, la someto a “valoraciones interesadas”. De ahí que Giordano cite a Austin y adopte cierta perspectiva performativa: cuando nos preguntamos “qué me quiso decir”, lo que preguntamos es en cambio, lo advirtamos o no, “qué (me) quiso hacer” (lo que da pie a uno de los ejemplos más eficaces y divertidos del texto de Giordano, que apela aquí al apropiado caso de “las discusiones matrimoniales o de pareja”). En cuarto y último término, “la emergencia de una nueva interpretación modifica el pasado de lo interpretado”, un principio especialmente útil para explicar “la figura paradójica del ´retorno a´”. En efecto, cuando lo nuevo emerge y es vivido como tal, “reescribe el pasado”, lo reconfigura o, más aun, nos lo proporciona. Pues si nos interesa, si nos concierne o nos afecta, el pasado “está siendo un efecto y no una causa del presente que lo interpreta”. Por eso, “el retorno a” (el de Lacan “a Freud” en este caso) no es una recuperación sino una acción presente de interpretación, una interpretación activa: lo que esa interpretación “descubre en el pasado” –un nuevo enigma, un problema antes no planteado– no precedía al descubrimiento.
Este enfoque no excluye, por supuesto, la posibilidad de interpretaciones que –de acuerdo, precisamente, a intereses y valores determinados– pujen por actualizar y reforzar “los vínculos de apropiación y propiedad que ligarían al autor con su obra”. Pero lo que le interesa subrayar a Giordano está en las interpretaciones que suscitan efectos de desapropiación: desprender la obra de cualquier sujeción a algo paterno, volverla huérfana de esa figura asociada al mandato como legado de un sentido. Esa capacidad es la que el profesor procura que los “aprendices” de su clase noten, ejerciten y adopten como propósito (se trate de lectores, críticos literarios o futuros psicoanalistas). Son las lecturas activas, desafiantes, imaginativas, inquietas, problematizadoras: efectúan el “retorno” de una obra del pasado a las condiciones enunciativas del presente, es decir un acontecimiento de desposesión y reconfiguración del sentido. De hecho, esta interpretación “activa” consiste en notar que nunca somos contemporáneos ni idénticos a nuestros enunciados o nuestros dichos: nunca somos “autores” de lo que decimos o escribimos (se trate de una conversación familiar, una sesión de análisis, una clase, un libro). Los textos de Barthes y de Foucault acerca del “autor” pero también los de Nietzsche y los de Lacan citados en esta clase, entonces, notan y nos hacen notar eso: que el autor es “una ficción interpretativa, producto de una lectura metafísica de las obras [pero también de cualesquiera conversaciones cotidianas], que enmascaramos con los rasgos de una personalidad sobresaliente” o con la identificación de un hablante con sus dichos (cuando –como supieron Freud, Lacan o Benveniste– lo decible pertenece a la lengua y no al sujeto por cuya voz la lengua habla).
La teoría sobre la interpretación que este libro-clase explica no es solo la teoría que, además, declara preferible y que, por tanto, se esfuerza en exponer de manera clara y convincente. También se trata de los términos teóricos de una política de la clase, una política para la disposición del profesor y la de los “aprendices”. En efecto, la teoría de la interpretación que desarrolla Giordano es al mismo tiempo su pedagogía o, mejor, lo que me gustaría llamar su poética de la clase: la del “profesor ensayista”, tal como él mismo la nombra. Para Giordano, la “interpretación activa” que no ignora su condición de tal –esto es la que busca problematizar, inquietar, desafiar– es casi un sinónimo de “ensayo”: aunque se trate de una clase que, como tal, está obligada a responder a propósitos pedagógicos en un sentido más o menos convencional, la disertación del profesor ensayista quiere –como lo efectúa el género desde Montaigne– desviarse de lo doctrinario todo lo deseable, todo lo posible y, de modo intermitente pero reiterado, atender a su condición en tanto ejercicio de fuerzas, no perder de vista ese su carácter de violencia sobre el sentido y sobre la ilusión misma de la comunicación, mantener abiertas la atención y la disposición interrogativa antes que cualquier apetito conclusivo. Del lado de los estudiantes, el ensayista sería no quien espera ser instruido para, luego, ser evaluado con éxito, sino quien ejerce una genuina actitud de aprendiz: poner a prueba sus facultades para interrogar, cuestionar, resistirse a los riesgos de la dogmatización pero también a los cierres conclusivos, hacer intervenir el no-saber y la curiosidad. Igual que sucede en la escritura del ensayo, aprender es entregarse a lo que Freud llamó “especulación”: explorar una idea, una pregunta, una ocurrencia “por curiosidad de saber a dónde llega” y sin ninguna certeza de que lleve a alguna parte. Del “lado del profesor –detalla Giordano-, lo ensayístico de una clase dependería “del autoexamen de lo que va ocurriendo mientras expone (aunque los contenidos se repitan, cada clase es un encuentro intransferible) y de la disposición para aventurarse por desvíos o digresiones imprevistos”. Por eso, para Giordano el curso del aprendizaje nunca es lineal, nunca responde a un imaginario progresivo o escalonado que iría de lo simple a lo complejo o de lo fácil a lo difícil, sino que implica un movimiento espiralado “alrededor de un conjunto de problemas inquietantes sujetos a reformulación”.
Estamos, en síntesis, ante una teoría del lenguaje, de la subjetividad y de la lectura bajo la figura de la “interpretación”; para Giordano, esa teoría es intercambiable con una teoría de la tarea del profesor y la del aprendiz (en su diccionario, una teoría “no pedagógica” de esos papeles), y es también y al mismo tiempo intercambiable con una política de la lectura y la interpretación, si entendemos por política la proposición de un horizonte, la invitación a que nos dirijamos a ese horizonte, incluso el elogio de tal horizonte. Conviene observar que –con insistencia– en la lección de Giordano esa política se propone y se postula como indudablemente preferible, aunque esa preferibilidad parece descansar en unos presupuestos que podríamos conjeturar axiomáticos: alguien podría preguntarse con sostenida inquietud desafiante (siguiendo entonces, para leer a Giordano, la invitación de Giordano mismo a leer de ese modo, e implicándose sin remedio, así, en la paradoja de sus teorizaciones) por qué las preguntas habrían de ser siempre tan nítidamente preferibles a las respuestas, por qué el ensayo incesante sería preferible a la doctrina fijada y transmisible, por qué un horizonte de inquietud sería preferible al de la quietud. También sabemos, claro, que el Nietzsche que cita Giordano se ocupó de señalar de manera enfática el carácter contingente e inconsistente de los axiomas contrarios: tampoco habría más que intereses y fuerzas en pugna detrás de la preferencia por la enseñanza, la doctrina o la quietud (preferencia que, sin embargo, el pensamiento dominante y el sentido común nos habría impuesto desde hace siglos).
Para finalizar, agrego una breve referencia al hecho de que –a la luz de esta clase transcripta en libro– Giordano parece saber que una clase se considera tal –o se considera bien dictada o bien hecha, en fin– si da alguna satisfacción a ciertas expectativas que en principio divergen del ensayismo que aquí se alienta con énfasis: orden, claridad expositiva, concatenación comprensible de las proposiciones y los argumentos. Quienes conocemos a Giordano como profesor sabemos que su talento docente se caracteriza por explicar con infrecuente claridad problemas y temas de lo más complejos, cuestiones paradojales, teorías difíciles (es uno de los profesores argentinos que sabe más y mejor muchos de los temas más arduos y desafiantes de una vasta biblioteca teórica y filosófica). No niego ni desconozco su tenaz inclinación hacia las desviaciones, las digresiones, la demora no calculada en tal o cual detalle, el serpenteo de su discurso por sendas imprevistas. Señalo apenas, eso sí, que en esta clase escrita, como en tantas otras que ha dictado, el autor enarbola y no baja eso que llama “las banderas del profesor ensayista” sin abandonar, no obstante, la amable claridad explicativa del maestro interesado en la escucha de sus “aprendices”.-
(Actualización septiembre – noviembre 2023/ BazarAmericano)